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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 22 de abril de 2011

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Especial

Respuestas del Papa a preguntas en un programa de televisión

Santa Sede

Benedicto XVI revive en el Coliseo el drama de Jesús

El papa da esperanza respondiendo a preguntas en televisión

Predicador del Papa en Viernes Santo: La perla escondida en el sufrimiento

La beatificación de Juan Pablo II será filmada en 3D

Mundo

Colombia: Jornada de Oración por las Víctimas de la Violencia

Entrevistas

Damas de Blanco de Cuba: "La Iglesia mitigó nuestro dolor"

Foro

Juan Pablo II: el testimonio de un político musulmán (II)

Juan Pablo II, profeta de la Doctrina social de la Iglesia

Documentación

Palabras del papa al final del Vía Crucis en el Coliseo

Viernes Santo: Homilía del predicador del papa en la celebración de la Pasión


Especial


Respuestas del Papa a preguntas en un programa de televisión
Por primera vez, en una red italiana
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos las respuestas que ofreció Benedicto XVI a siete preguntas formuladas por personas de distintos países y sobre distintos argumentos al programa de la televisión pública italiana RAI "A su imagen", emitido a las 14:10 de Roma con motivo del Viernes Santo.

* * *

--Santo Padre, quiero agradecerle su presencia que nos llena de alegría y nos ayuda a recordar que hoy es el día en que Jesús demuestra su amor de la manera más radical, muriendo en la cruz como inocente. Precisamente sobre el tema del dolor inocente es la primera pregunta que viene de una niña japonesa de siete años, que le dice: "me llamo Elena, soy japonesa y tengo siete años. Tengo mucho miedo porque la casa en la que me sentía segura ha temblado mucho, y porque muchos niños de mi edad han muerto. No puedo ir a jugar al parque. Quiero preguntarle: ¿por qué tengo que pasar tanto miedo? ¿por qué los niños tienen que sufrir tanta tristeza? Le pido al Papa, que habla con Dios, que me lo explique".

--Benedicto XVI: Querida Elena, te saludo con todo el corazón. También yo me pregunto: ¿por qué es así? ¿Por qué tenéis que sufrir tanto, mientras otros viven cómodamente? Y no tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado. Esto me parece muy importante, aunque no tengamos respuestas, aunque permanezca la tristeza: Dios está a vuestro lado, y tenéis que estar seguros de que esto os ayudará. Y un día podremos comprender por qué ha sucedido esto. En este momento me parece importante que sepáis que "Dios me ama", aunque parezca que no me conoce. No, me ama, está a mi lado, y tenéis que estar seguros de que en el mundo, en el universo, hay muchas personas que están a vuestro lado, que piensan en vosotros, que hacen todo lo que pueden por vosotros, para ayudaros. Y ser conscientes de que, un día, yo comprenderé que este sufrimiento no era algo vacío, no era inútil, sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor. No es una casualidad. Siéntete segura. Estamos a tu lado, al lado de todos los niños japoneses que sufren, queremos ayudaros con la oración, con nuestros actos, y debéis estar seguros de que Dios os ayuda. Y de este modo rezamos juntos para que os llegue la luz cuanto antes.

--La segunda pregunta nos pone delante de un calvario, porque se trata de una madre que está junto a la cruz de un hijo. Es italiana, se llama María Teresa y le pregunta: "Santidad, el alma de mi hijo, Francesco, en estado vegetativo desde el día de Pascua del 2009, ¿ha abandonado su cuerpo, dado que está totalmente inconsciente, o está todavía en él?

--Benedicto XVI: Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es algo así como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil, vulnerable, y el alma no puede "tocar", por decirlo en algún modo, pero sigue presente. Estoy también seguro de que este alma escondida siente en profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las palabras, etc., pero siente la presencia del amor. Y por esto vuestra presencia, queridos padres, querida mamá, junto a él, horas y horas cada día, es un verdadero acto de amor muy valioso, porque esta presencia entra en la profundidad de esta alma escondida y vuestro acto es un testimonio de fe en Dios, de fe en el hombre, de fe, digamos de compromiso a favor de la vida, de respeto por la vida humana, incluso en las situaciones más trágicas. Por esto os animo a proseguir, sabiendo que hacéis un gran servicio a la humanidad con este signo de confianza, con este signo de respeto de la vida, con este amor por un cuerpo lacerado, un alma que sufre.

--La tercera pregunta nos lleva a Irak, entre los jóvenes de Bagdad, cristianos perseguidos que le envían esta pregunta: "Saludamos al Santo padre desde Irak --dicen--. Nosotros, cristianos de Bagdad, somos perseguidos como Jesús. Santo Padre, ¿cómo podemos ayudar a los miembros de nuestra comunidad cristiana para que se replanteen el deseo de emigrar a otros países, convenciéndoles de que marcharse no es la única solución?

--Benedicto XVI: Quisiera en primer lugar saludar con todo el corazón a todos los cristianos de Irak, nuestros hermanos, y tengo que decir que rezo cada día por los cristianos de Irak. Son nuestros hermanos que sufren, como también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente cercanos a mi corazón y, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de emigrar, que --en las condiciones en las que viven-- resulta muy comprensible. Diría que es importante que estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros realmente como hermanos. Y naturalmente, las instituciones, todos los que tienen una posibilidad de hacer algo por Irak, deben hacerlo. La Santa Sede está en permanente contacto con las distintas comunidades, no sólo con las comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas, con los hermanos musulmanes, sean chiíes o sunníes. Y queremos hacer un trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno, ayudarle en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada. Porque este es el problema, que la sociedad está profundamente dividida, lacerada, ya no tienen esta conciencia: "Nosotros somos en la diversidad, un pueblo con una historia común, en el que cada uno tiene su sitio". Y tienen que reconstruir esta conciencia que, en la diversidad, tienen una historia común, una común determinación. Y nosotros queremos, en diálogo precisamente con los distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros, queridos hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia, a tener confianza en Dios, a colaborar en este difícil proceso. Tened la seguridad de nuestra oración.

--La siguiente pregunta es de una mujer musulmana de Costa de Marfil, un país en guerra desde hace años. Esta señora se llama Bintú y envía un saludo en árabe que se puede traducir de este modo: "Que Dios esté en medio de todas las palabras que nos diremos y que Dios esté contigo". Es una frase que utilizan al empezar un diálogo. Y después prosigue en francés: "Querido Santo Padre, aquí en Costa de Marfil, hemos vivido siempre en armonía entre cristianos y musulmanes. A menudo las familias están formadas por miembros de ambas religiones; existe también una diversidad de etnias, pero nunca hemos tenido problemas. Ahora todo ha cambiado: la crisis que vivimos, causada por la política, esta sembrando divisiones. ¡Cuántos inocentes han perdido la vida! ¡Cuántos refugiados, cuántas madres y cuántos niños traumatizados! Los mensajeros han exhortado a la paz, los profetas han exhortado a la paz. Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador de Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?"

--Benedicto XVI: Quiero contestar al saludo: que Dios esté también contigo, y siempre te ayude. Y tengo que decir que he recibido cartas desgarradoras de Costa de Marfil, donde veo toda la tristeza, la profundidad del sufrimiento, y me entristece porque podemos hacer tan poco. Siempre podemos hacer algo: orar con vosotros, y en la medida de lo posible, hacer obras de caridad, y sobre todo queremos colaborar, según nuestras posibilidades, en los contactos políticos, humanos. He encargado al cardenal Tuckson, que es presidente de nuestro Consejo de Justicia y Paz, que vaya a Costa de Marfil e intente mediar, hablar con los diversos grupos, con las distintas personas, para facilitar un nuevo comienzo. Y sobre todo queremos hacer oír la voz de Jesús, en el que usted también cree como profeta. Él era siempre el hombre de la paz. Se podía pensar que, cuando Dios vino a la tierra, lo haría como un hombre de gran fuerza, que destruiría las potencias adversarias, que sería un hombre de una fuerte violencia como instrumento de paz. Nada de esto: vino débil, vino solo con la fuerza del amor, sin ningún tipo de violencia hasta ir a la cruz. Y esto nos muestra el verdadero rostro de Dios, y que la violencia no viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un medio destructivo y no es el camino para salir de las dificultades. Es una fuerte voz contra todo tipo de violencia. Invito apremiantemente a todas las partes a renunciar a la violencia, a buscar las vías de la paz. Para la recomposición de vuestro pueblo no podéis usar medios violentos, aunque penséis que tenéis razón. El único camino es la renuncia a la violencia, volver a entablar el diálogo, tratar de encontrar juntos la paz, una nueva atención de los unos a los otros, la nueva disponibilidad para abrirse el uno al otro. Y este, querida señora, es el verdadero mensaje de Jesús: buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia. Rezamos por vosotros para que todos los componentes de vuestra sociedad sientan esta voz de Jesús y así vuelva la paz y la comunión.

--Santo Padre, la próxima pregunta es sobre el tema de la muerte y la resurrección de Jesús y llega desde Italia. Se la leo: "Santidad: ¿Qué hizo Jesús en el tiempo que separó a la muerte de la resurrección? Y, ya que en el Credo se dice que Jesús después de la muerte descendió a los infiernos: ¿Podemos pensar que es algo que nos pasará también a nosotros, después de la muerte, antes de ascender al Cielo?

--Benedicto XVI: En primer lugar, este descenso del alma de Jesús no debe imaginarse como un viaje geográfico, local, de un continente a otro. Es un viaje del alma. Hay que tener en cuenta que el alma de Jesús siempre está en contacto con el Padre, pero al mismo tiempo, este alma humana abraza hasta los últimos confines del ser humano. En este sentido baja a las profundidades, hasta los perdidos, hasta todos aquellos que no han alcanzado la meta de sus vidas, y trasciende así los continentes del pasado. Este descenso del Señor a los infiernos significa, sobre todo, que Jesús alcanza también el pasado, que la eficacia de la redención no comienza en el año cero o en el año treinta, sino que llega al pasado, abarca el pasado, a todas las personas de todos los tiempos. Dicen los Padres de la Iglesia, con una imagen muy hermosa, que Jesús toma de la mano a Adán y Eva, es decir a la humanidad, y la encamina hacia adelante, hacia las alturas. Y así crea el acceso a Dios, porque el hombre, por sí mismo, no puede elevarse a la altura de Dios. Jesús mismo, siendo hombre, tomando de la mano al hombre, abre el acceso. ¿Qué acceso? La realidad que llamamos cielo. Así, este descenso a los infiernos, es decir, a las profundidades del ser humano, a las profundidades del pasado de la humanidad, es una parte esencial de la misión de Jesús, de su misión de Redentor y no se aplica a nosotros. Nuestra vida es diferente, el Señor ya nos ha redimido y nos presentamos al Juez, después de nuestra muerte, bajo la mirada de Jesús, y esta mirada en parte será purificadora: creo que todos nosotros, en mayor o menor medida, necesitaremos ser purificados. La mirada de Jesús nos purifica y además nos hace capaces de vivir con Dios, de vivir con los santos, sobre todo de vivir en comunión con nuestros seres queridos que nos han precedido.

--También la siguiente pregunta es sobre el tema de la resurrección y viene de Italia: "Santidad, cuando las mujeres llegan al sepulcro, el domingo después de la muerte de Jesús, no reconocen al Maestro, lo confunden con otro. Lo mismo les pasa a los apóstoles: Jesús tiene que enseñarles las heridas, partir el pan para que le reconozcan precisamente por sus gestos. El suyo es un cuerpo real de carne y hueso, pero también un cuerpo glorioso. El hecho de que su cuerpo resucitado no tenga las mismas características que antes, ¿qué significa? ¿Y qué significa, exactamente, "cuerpo glorioso? Y en nuestra resurrección, ¿nos sucederá lo mismo?".

--Benedicto XVI: Naturalmente, no podemos definir el cuerpo glorioso porque está más allá de nuestra experiencia. Sólo podemos interpretar algunos de los signos que Jesús nos dio para entender, al menos un poco, hacia donde apunta esta realidad. El primer signo: el sepulcro está vacío. Es decir, Jesús no abandonó su cuerpo a la corrupción, nos ha enseñado que también la materia está destinada a la eternidad, que resucitó realmente, que no ha quedado perdido. Jesús asumió también la materia, de manera que la materia está también destinada a la eternidad. Pero asumió esta materia en una nueva forma de vida, este es el segundo punto: Jesús ya no vuelve a morir, es decir: está más allá de las leyes de la biología, de la física, porque los sometidos a ellas mueren. Por lo tanto hay una condición nueva, diversa, que no conocemos, pero que se revela en lo sucedido a Jesús, y esa es la gran promesa para todos nosotros de que hay un mundo nuevo, una nueva vida, hacia la que estamos encaminados. Y, estando ya en esa condición, para Jesús es posible que los otros lo toquen, puede dar la mano a sus amigos y comer con ellos, pero, sin embargo está más allá de las condiciones de la vida biológica, como la que nosotros vivimos. Y sabemos que, por una parte, es un hombre real, no un fantasma, vive una vida real, pero es una vida nueva que ya no está sujeta a la muerte y esa es nuestra gran promesa. Es importante entender esto, al menos por lo que se pueda, con el ejemplo de la Eucaristía: en la Eucaristía, el Señor nos da su cuerpo glorioso, no nos da carne para comer en sentido biológico; se nos da Él mismo; lo nuevo que es Él , entra en nuestro ser hombres y mujeres, en el nuestro, en mi ser persona, como persona y llega a nosotros con su ser, de modo que podemos dejarnos penetrar por su presencia, transformarnos en su presencia. Es un punto importante, porque así ya estamos en contacto con esta nueva vida, este nuevo tipo de vida, ya que Él ha entrado en mí, y yo he salido de mí y me extiendo hacia una nueva dimensión de vida. Pienso que este aspecto de la promesa, de la realidad que Él se entrega a mí y me hace salir de mí mismo, me eleva, es la cuestión más importante: no se trata de descifrar cosas que no podemos entender sino de encaminarnos hacia la novedad que comienza, siempre, de nuevo, en la Eucaristía.


--Santo Padre, la última pregunta es sobre María. A los pies de la cruz, hay un conmovedor diálogo entre Jesús, su madre y Juan, en el que Jesús dice a María: "He aquí a tu hijo" y a Juan : "He aquí a tu madre". En su último libro, "Jesús de Nazaret", lo define como "una disposición final de Jesús". ¿Cómo debemos entender estas palabras? ¿Qué significado tenían en aquel momento y que significado tienen hoy en día? Y ya que estamos hablando de confianza. ¿Piensa renovar una consagración a la Virgen en el inicio de este nuevo milenio?

--Benedicto XVI: Estas palabras de Jesús son ante todo un acto muy humano. Vemos a Jesús como un hombre verdadero que lleva a cabo un gesto de verdadero hombre: un acto de amor por su madre confiándola al joven Juan para que esté tranquila. En aquella época en Oriente una mujer sola se encontraba en una situación imposible. Confía su madre a este joven y a él le confía su madre. Jesús realmente actúa como un hombre con un sentimiento profundamente humano. Me parece muy hermoso, muy importante que antes de cualquier teología veamos aquí la verdadera humanidad, el verdadero humanismo de Jesús. Pero por supuesto este gesto tiene varias dimensiones, no atañe sólo a ese momento: concierne a toda la historia. En Juan, Jesús confía a todos nosotros, a toda la Iglesia, a todos los futuros discípulos a su madre y su madre a nosotros. Y esto se ha cumplido a lo largo de la historia: la humanidad y los cristianos han entendido cada vez más que la madre de Jesús es su madre. Y cada vez más personas se han confiado a su madre: basta pensar en los grandes santuarios, en esta devoción a María, donde cada vez más la gente siente: "Esta es la madre." E incluso algunos que casi tienen dificultad para llegar a Jesús en su grandeza de Hijo de Dios, se encomiendan a su madre sin dificultad. Algunos dicen: "Pero eso no tiene fundamento bíblico". Aquí me gustaría responder con San Gregorio Magno: "En la medida que se leen -dice--, crecen las palabras de la Escritura." Es decir, se desarrollan en la realidad, crecen , y cada vez más en la historia se difunde esta Palabra. Todos podemos estar agradecidos porque la Madre es una realidad, a todos nos han dado una madre. Y podemos dirigirnos con mucha confianza a esta madre, que para cada cristiano es su Madre. Por otro lado la madre es también expresión de la Iglesia. No podemos ser cristianos solos, con un cristianismo construido según mis ideas. La madre es imagen de la Iglesia, de la madre Iglesia y confiándonos a María, también tenemos que encomendarnos a la Iglesia, vivir la Iglesia, ser Iglesia con María.

Toco ahora al tema de la consagración: los papas --Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II-- hicieron un gran acto de consagración a la Virgen María y creo que , como gesto ante la humanidad, ante María misma, fue muy importante. Yo creo que ahora es importante interiorizar ese acto, dejar que nos penetre, para realizarlo en nosotros mismos. Por eso he visitado algunos de los grandes santuarios marianos del mundo: Lourdes, Fátima, Czestochowa, Altötting ..., siempre con el fin de hacer concreto, de interiorizar ese acto de consagración, para que sea realmente un acto nuestro. Creo que el acto grande, público, ya se ha hecho. Tal vez algún día habrá que repetirlo, pero por el momento me parece más importante vivirlo, realizarlo, entrar en esta consagración para hacerla verdaderamente nuestra. Por ejemplo, en Fátima, me di cuenta de cómo los miles de personas presentes eran conscientes de esa consagración, se habían encomendado, encarnándola en sí mismos, para sí mismos. Así esa consagración se hace realidad en la Iglesia viva y así crece también la Iglesia. La entrega a María, el que todos nos dejemos penetrar y formar por esa presencia, el entrar en comunión con María, nos hace Iglesia, nos hace, junto con María, realmente esposa de Cristo. De modo que, por ahora, no tengo intención de una nueva consagración pública, pero sí quisiera invitar a todos a unirse a esa consagración que ya está hecha, para que la vivamos verdaderamente día tras día y crezca así una Iglesia realmente mariana que es madre, esposa e hija de Jesús.


[©Libreria Editrice Vaticana]

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Santa Sede


Benedicto XVI revive en el Coliseo el drama de Jesús
En el tradicional Vía Crucis del Viernes Santo

ROMA, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI revivió junto a decenas de miles de peregrinos el drama de la muerte de Jesús, en el Coliseo romano, durante la noche del Viernes Santo.

Al final del acto de piedad cristiana, desde la colina del Palatino, el pontífice invitó a los fieles que recorrieron en una noche de clima agradable las catorce estaciones de la pasión y muerte de Cristo a sumirse "en el silencio de la muerte" "del Hombre rechazado, oprimido y aplastado".

De este modo, los fieles que llevaban en su mano una vela encendida que iluminaba este lugar de suplicio en la Roma imperial, revivieron, por invitación del obispo de la ciudad eterna, "el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre".

El papa dirigió sus palabras con voz clara después de una larga jornada de oración, en la que horas antes había presidido la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

"La Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar", aseguró.

El Via Crucis de este año tuvo por novedad a dos niños, hermanos, que leyeron en italiano la descripción de las catorce estaciones: Diletta de 10 años, y Michele de 12.

La cruz fue llevada en sucesivas estaciones por el obispo vicario del papa para la diócesis de Roma, el cardenal Agostino Vallini, una familia romana con cinco hijos (trillizos y gemelos), una familia de Etiopía, dos monjas agustinas, un franciscano de Egipto y una joven de ese mismo país, un enfermo en silla de ruedas empujado por un voluntario, y dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

Benedicto XVI presidió el rito de rodillas frente al Coliseo. Las estaciones del Vía Crucis avanzaron por el interior del Coliseo --el famoso anfiteatro Flavio--, continuaron por delante del Arco de Trajano y concluyeron en el Palatino.

Por primera vez en el este pontificado, las meditaciones que comentaron las estaciones fueron escritas por una mujer, sor Maria Rita Piccione, madre agustina (http://www.zenit.org/article-39026?l=spanish).

Y una mujer, también religiosa agustina, sor Elena Manganelli, es la artista que ha creado las imágenes que ilustraron estas estaciones tanto en televisión como en el librito que se repartió entre los peregrinos con los textos.

 

 

 

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El papa da esperanza respondiendo a preguntas en televisión
Iniciativa sin precedentes emitida este Viernes Santo

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Respondiendo a siete preguntas planteadas por seis cristianos y una musulmana, Benedicto XVI ha querido lanzar un mensaje de esperanza y confianza en el amor de Dios por la humanidad en un programa televisivo emitido este Viernes Santo.

Por primera vez en la historia, un pontífice respondió en televisión a las preguntas procedentes del público. A la redacción del programa religioso del primer canal de la televisión pública italiana (RAI), habían llegado miles de preguntas de varios continentes. En un primer momento se habían escogido tres, pero el papa acabó respondiendo a siete.

En sus respuestas, reconoció la necesidad de encomendarse a Dios ante realidades tan duras como son el terremoto de Japón o un hijo en estado vegetativo.

En el drama del terremoto

De hecho, la primera pregunta fue planteada por una niña japonesa de siete años, Elena, quien compartió su tristeza "porque muchos niños de mi edad han muerto" tras el terrible seísmo del 11 de marzo.

"También yo me pregunto: ¿por qué es así?", confesó el pontífice. "No tenemos respuesta, pero sabemos que Jesús ha sufrido como vosotros, inocentes, que Dios verdadero se muestra en Jesús, está a vuestro lado".  

Al mismo tiempo, es necesario "ser conscientes de que, un día, yo comprenderé que este sufrimiento no era algo vacío, no era inútil, sino que detrás del sufrimiento hay un proyecto bueno, un proyecto de amor".

Estado vegetativo

La esperanza fue también la característica de la segunda respuesta a una madre, María Teresa, que preguntó si el alma de su hijo, Francesco, en estado vegetativo desde Pascua de 2009 "ha abandonado su cuerpo, dado que ya no es consciente, o está todavía en él".

"Ciertamente el alma está todavía presente en el cuerpo. La situación es algo así como la de una guitarra que tiene las cuerdas rotas y que no se puede tocar. Así también el instrumento del cuerpo es frágil, vulnerable, y el alma no puede 'tocar', por decirlo en algún modo, pero sigue presente", dijo el obispo de Roma.

Y añadió que "este alma escondida siente en profundidad vuestro amor, a pesar de que no comprende los detalles, las palabras, etc., pero siente la presencia del amor".

Irak

Su mensaje de esperanza alcanzó también al grupo de jóvenes cristianos iraquíes de Bagdad, que le pidieron cómo es posible ayudar a los miembros de su comunidad, "perseguidos como Jesús", "para que se replanteen el deseo de emigrar a otros países".
 

"Rezo cada día por los cristianos de Irak --aseguró Benedicto XVI--. Son nuestros hermanos que sufren, como también en otras tierras del mundo, y por esto los siento especialmente cercanos a mi corazón y, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que hacer todo lo posible para que puedan resistir a la tentación de emigrar, que --en las condiciones en las que viven-- resulta muy comprensible".

"Es importante que estemos cerca de vosotros, queridos hermanos de Irak, que queramos ayudaros y cuando vengáis, recibiros realmente como hermanos", admitió.

La Santa Sede, explicó, "está en permanente contacto con las distintas comunidades, no sólo con las comunidades católicas, sino también con las demás comunidades cristianas, con los hermanos musulmanes, sean chiíes o sunníes".

Aseguró su compromiso para "hacer un trabajo de reconciliación, de comprensión, también con el gobierno, ayudarle en este difícil camino de recomponer una sociedad desgarrada".

Para el papa, el problema de la sociedad iraquí es que a causa de estas divisiones ya no tiene conciencia de su pertenencia

"Y nosotros queremos, en diálogo precisamente con los distintos grupos, ayudar al proceso de reconstrucción y animaros a vosotros, queridos hermanos cristianos de Irak, a tener confianza, a tener paciencia, a tener confianza en Dios, a colaborar en este difícil proceso".

Diálogo

El papa se dirigió también a una mujer musulmana de Costa de Marfil, Bintù, viuda con cuatro hijos, quien recordó cómo, en su país, cristianos y musulmanes siempre han vivido en armonía, mientras que "ahora todo ha cambiado", con la guerra civil.

"Jesús es un hombre de paz. Usted, en cuanto embajador de Jesús, ¿qué aconsejaría a nuestro país?", preguntó.

"La violencia no viene nunca de Dios, nunca ayuda a producir cosas buenas, sino que es un medio destructivo y no es el camino para salir de las dificultades", aseguró el sucesor del apóstol Pedro.

"El único camino es la renuncia a la violencia, volver a entablar el diálogo, tratar de encontrar juntos la paz, una nueva atención de los unos a los otros, la nueva disponibilidad para abrirse el uno al otro".

"El verdadero mensaje de Jesús" lo sintetizó en estas palabras: "buscad la paz con los medios de la paz y abandonad la violencia".

Pueden leerse las respuestas del papa a las siete preguntas en http://www.zenit.org/article-39048?l=spanish

Por Roberta Sciamplicotti

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Predicador del Papa en Viernes Santo: La perla escondida en el sufrimiento
Homilía del padre Raniero Cantalamessa en la celebración de la Pasión

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- El sufrimiento no puede ser algo absurdo si Cristo, que es Dios, decidió experimentarlo, aseguró este Viernes Santo el predicador del papa durante la celebración de la Pasión del Señor.

"En el fondo del cáliz debe haber una perla", y esta perla es la resurrección, afirmó el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., durante la homilía que pronunció ante Benedicto XVI y los fieles que llenaban la Basílica de San Pedro .

"Hay una verdad que proclamar fuertemente el Viernes Santo. Aquel a quien contemplamos en la cruz es Dios 'en persona'", afirmó el predicador

"Hasta que no se reconozca y no se tome en serio el dogma de fe fundamental de los cristianos --el primero definido dogmáticamente en el Concilio de Nicea-- que Jesucristo es el Hijo de Dios, es Dios mismo, de la misma sustancia que el Padre, el dolor humano quedará sin respuesta", reconoció el fraile capuchino.

"No se puede decir que 'la pregunta de Job todavía permanece sin respuesta', o que tampoco la fe cristiana tiene una respuesta que dar al dolor humano, si de entrada se rechaza la respuesta que ésta dice tener", añadió.

"¿Cómo se hace para demostrar a alguien que una cierta bebida no contiene veneno?", se preguntó el padre Cantalamessa. "¡Se bebe de ella antes que él, delante de él! Así ha hecho Dios con los hombres. Él bebió el cáliz amargo de la pasión. No puede estar por tanto envenenado el dolor humano, no puede ser sólo negatividad, pérdida, absurdo, si Dios mismo ha decidido saborearlo".

Por eso, "en el fondo del cáliz debe haber una perla", añadió. "El nombre de la perla lo conocemos: ¡resurrección!".

En medio del recogimiento propio del Viernes Santo, el predicador explicó que la cruz "no es el 'no' de Dios al mundo, sino su 'sí' de amor". Por la cruz, el mal ha sido "eliminado, vencido".

"La respuesta de la cruz no es sólo para nosotros los cristianos, es para todos, porque el Hijo de Dios murió por todos", precisó.

Y puso el ejemplo de los mártires, quienes "bebieron el cáliz" después de Jesús. "No podemos pasar en silencio su testimonio", dijo, citando entre los "testigos modernos de la fe" a los monjes de Tibhirine, asesinados en 1996, y más recientemente el ministro paquistaní Shahbaz Bhatti "asesinado por su fe el mes pasado", quien quería vivir y morir por Cristo, como el mártir Ignacio de Antioquía.

Por Gisèle Plantec

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La beatificación de Juan Pablo II será filmada en 3D
La primera celebración litúrgica grabada con esta tecnología
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 de abril de 2011 (ZENIT.org).- La beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo en el Vaticano, será filmada con telecámaras en 3D.

Para ello se empleará una plataforma móvil; un vehículo de 16 metros de largo y 2,5 de ancho que conecta 16 telecámaras con fibra óptica, 8 telecámaras en HD y al menos tres en 3D. 

Se trata de la primera vez en la historia de la Iglesia que una celebración litúrgica con el Santo Padre va a ser filmada en 3D. 

Se ocuparán de ello la Sony y el Centro Televisivo Vaticano (CTV), que ya realizó en noviembre pasado tomas con el sistema tridimensional en una audiencia general en el Aula Pablo VI en el Vaticano.

Las tomas 3D de la beatificación de Juan Pablo II se realizarán gracias al nuevo sistema de plataforma móvil que implementó recientemente el CTV, tecnología de última generación donada al Papa por los Caballeros de Colón.

Las tomas 3D servirán como base para posteriores experimentos y se piensa en un futuro  poder transmitir con 3D en directo desde el Vaticano. 

En la presentación de los equipos, realizada el 16 de noviembre pasado, se indicó que el CTV tiene el deber de asegurar la filmación televisiva de las actividades del Papa y de los principales eventos en el Vaticano con las nuevas exigencias de la transmisión televisiva.

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Mundo


Colombia: Jornada de Oración por las Víctimas de la Violencia
Llamamiento del presidente de la Conferencia Episcopal
BOGOTÁ, viernes, 22 de abril de 2011 (ZENIT.org-El Observador).- A través del presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), el arzobispo Rubén Salazar, la Iglesia católica en ese país ha pedido un esfuerzo adicional al gobierno y a las fuerzas guerrilleras que actúan en Colombia para encontrar caminos de paz.

Monseñor Rubén Salazar, a nombre de todos los obispos colombianos, centró su mensaje de Jueves Santo en un llamado a la guerrilla y al gobierno para que exploren caminos que lleven a la paz y la liberación de quienes siguen secuestrados.

Su llamamiento tuvo lugar en la víspera de la Jornada de Oración por las Víctimas de la Violencia, convocada por el episcopado colombiano para este Viernes Santo.

El prelado colombiano pidió a las partes reflexionar en los días santos sobre la necesaria paz por la que debe transitar un pueblo como el de Colombia, con fuertes raíces de identidad católica.

"Es hora de dejar a un lado la violencia que tantas víctimas ha causado en Colombia. No más guerra, no más atropellos a la dignidad humana", exigió monseñor Rubén Salazar.

Representantes de la Iglesia en Colombia han realizado en repetidas ocasiones papeles de facilitación de la paz en los procesos de liberación de rehenes de la guerrilla colombiana, especialmente de las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Para contextualizar el esfuerzo de la Iglesia católica de Colombia, hay que recordar que este país enfrenta un conflicto armado interno desde hace 46 años, que ha dejado miles de víctimas y desplazados. 

Según datos oficiales, las FARC tienen en su poder a 16 miembros de las policías colombianas que pretenden canjear por cerca de 500 guerrilleros presos.

Monseñor Salazar convocó a las instituciones del Estado para que desarrollen con "eficacia" una política pública que permita a las víctimas de la violencia interna "recuperar la dignidad vulnerada por la guerra".

"Me dirijo a los victimarios, a los violentos, a los grupos armados y de las nuevas bandas criminales, para hacerles un llamado a la conversión y al arrepentimiento por el dolor causado a tantos compatriotas", dijo el presidente de la CEC.

La Jornada de Oración por las Víctimas de la Violencia fue presentada el pasado 6 de abril por el secretario general de la Conferencia Episcopal Colombiana, monseñor Juan Vicente Córdoba, obispo auxiliar de Bucaramanga, en el Congreso de la República, invitado por el senador Armando Benedetti.

El prelado afirmó que la Iglesia, con esta Jornada, no apoya "soluciones técnicas o políticas de ningún partido, pues respeta las instituciones del país", sino que su intención es "visibilizar los sufrimientos de las víctimas del conflicto armado, reivindicando medidas jurídicas capaces de restituirles el pleno uso de los derechos que les fueron violentamente arrebatados".

"La violencia, en sus diferentes manifestaciones, ha sido una constante en la historia política y social de nuestra nación. Las víctimas de este lamentable fenómeno han sido numerosas pero han permanecido, en su mayoría, invisibles y olvidadas", explicó el secretario de la Conferencia Episcopal.

La Jornada, afirmó, tiene como objetivo mostrar la solidaridad de Colombia para con las víctimas y "acompañarlas en el camino de la reconciliación y del perdón".

"El Viernes Santo los católicos y todos los hombres de buena voluntad que quieran unirse a nuestra causa, en todo el territorio nacional, están invitados a orar y meditar, en profundidad, sobre el sufrimiento de las víctimas de la violencia, ofreciendo sacrificios y penitencias, incluso su ayuno, como actos de reparación a Dios, a las víctimas y a la sociedad colombiana por los crímenes cometidos por los diferentes actores armados", concluyó.



 

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Entrevistas


Damas de Blanco de Cuba: "La Iglesia mitigó nuestro dolor"
Entrevista con Loyda Valdés
MÁLAGA, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Loyda Valdés González, esposa de Alfredo Felipe, excarcelado cubano, vive en Málaga, España, junto a su familia. Fue una de las dieciséis primeras mujeres que perdieron el miedo y se echaron a la calle para gritar al mundo la injusticia que reinaba en Cuba. Se llamaron a sí mismas las Damas de Blanco. Así desfilaban, vestidas del color de la paz y con flores en las manos.

Insultadas y agredidas en las calles de La Habana, tratadas de "contrarrevolucionarias" y cosas peores, resistieron como "madres coraje", con el apoyo impagable de la Iglesia católica, que no sólo les brindó una iglesia, la de Santa Rita, para hacer sus convocatorias, sino que les prestó apoyo material y moral de todo orden. Eligieron esta iglesia porque Santa Rita es la patrona de los imposibles. E imposible parecía entonces ver en libertad a sus esposos, hijos, hermanos. Hoy el milagro es una realidad --como reconoce Loyda en esta entrevista- y tratan de rehacer sus vidas fuera de la Isla, a la que sin embargo añoran y a la que, por ahora, no pueden volver.

Loyda Valdés se licenció en Economía en 1981. Trabajó como contadora principal de una empresa, como técnica de una oficina municipal de estadística, y como profesora de un instituto de economía. Posteriormente, por razones de salud, tuvo que abandonar la vida laboral.

Al ser encarcelado su esposo Alfredo Felipe, durante la Primavera Negra de Cuba en 2003, se tuvo que dedicar a las tareas del hogar.

Su esposo, con una honestidad que le honra, ha querido hacer dos precisiones a su entrevista publicada este lunes en ZENIT (ver: http://www.zenit.org/article-39007?l=spanish). En primer lugar, que él sólo fue el enlace para entregar a sus compañeros excarcelados, recién llegados a Málaga, la ropa enviada por la Fundación Hispano-Cubana, con sede en Madrid. En segundo lugar, que compró varios móviles básicos para los recién llegados, con dinero enviado por Carlos Payá, del Movimiento Cristiano de Liberación.

Loyda Valdés explica en este entrevista los inicios del movimiento de las Damas de Blanco y su lucha pacífica por la liberación de sus familiares. Cada manifestación era el punto final de un camino de reflexión, oración, diálogo que estas mujeres, dispuestas a no resignarse, llevaban a cabo en la iglesia de Santa Rita, o reunidas en la casa de una de ellas. Allí programaban también sus acciones.


--¿Como entró usted en las Damas de Blanco, cuál fue la idea inicial de este movimiento?

Loyda Valdés: El 19 de marzo de 2003, la policía política cubana arrestó a mi esposo, Alfredo Felipe Fuentes, quien pasó así a formar parte del grupo de los 75 de la Primavera Negra de Cuba.

Después del arresto me dirigí en múltiples ocasiones, desesperadamente, a las autoridades, clamando por justicia pero no recibía respuesta; posteriormente, entré en contacto con familiares de otros prisioneros de la misma causa de mi esposo, que residían en la capital y comencé a asistir a la iglesia de Santa Rita de Casia, en Miramar Cuba.

El grupo fue creciendo y agrupando a familiares de prisioneros de toda la isla. Paralelamente, Laura Pollán esposa del prisionero Hector Maseda, abrió las puertas de su casa al grupo, y nos invitó a participar cada mes en un "té literario" en el que coincidíamos con nuestras angustias personales, generadoras de fuerza colectiva, e iniciativas legales y cívicas en pro de la liberación de nuestros familiares.

El día 18 de marzo de 2004, como parte de esas iniciativas cívicas, dieciséis familiares salimos a la calle en marcha pacífica, como protesta contra el injusto encarcelamiento de nuestros seres queridos. La marcha de este día marcó el sello de lucha cívica de las Damas de Blanco.

--¿Qué apoyo han recibido las Damas de Blanco de la Iglesia?

Loyda Valdés: Desde el primer momento, la Iglesia nos acogió en su seno para mitigar nuestro dolor, nos brindó el imprescindible espacio en el que desarrollamos nuestra fortaleza espiritual, nos apoyó materialmente, cuando tuvimos que desplazarnos a cientos de kilómetros para visitar a los prisioneros, alzó la voz de su poderosa fuerza moral contra la injusticia; y, finalmente, logró mediar para la implementación del proceso de excarcelaciones iniciado en julio 2010.

--Y usted personalmente, ¿puede relatarnos alguna experiencia en la que su fe le haya sostenido especialmente?

Loyda Valdés: Si, en especial, la del domingo 25 de abril de 2010, cuando las seis damas de blanco que ese día pudimos llegar a la iglesia, y al salir de esta e iniciar nuestra marcha dominical, fuimos cercadas por turbas gubernamentales durante más de siete horas, tiempo en el que nos insultaron, vejaron y amenazaron, echándose encima de nosotros agresivamente, golpeando con fuerza objetos metálicos junto a nuestros oídos, a la vez que nos impedían salir en busca de agua y baños, durante tantas horas. Todo esto, contra mujeres mayores de cincuenta años, y a la vista de la policía y la Seguridad del Estado.


Sólo con la fortaleza espiritual que nos da la fe, pudimos enfrentar tales situaciones de irresistible temor.

--¿ Ha sido duro el cambio a España?

 

Loyda Valdés: No, lo considero un milagro.

--¿Cuáles son sus espectativas en este país?


Loyda Valdés: Reconstruir nuestras vidas. Y para ello, principalmente, que se cumplan las promesas del acuerdo intergubernamental Cuba-España, respecto a la homologación de títulos académicos, a fin de integrarnos en el ámbito laboral.

Loyda Valdés, su esposo Alfredo Felipe, Miguel Galbán y su hermana Teresa, y tantos otros cubanos llegados a España y diseminados por todo el territorio nacional, sufren las consecuencias de dos burocracias: la hipertrofiada cubana que no envía los planes de estudios necesarios para homologar sus títulos, y la burocracia española, orientada claramente a incentivar la petición del permiso de trabajo por la vía de la protección subsidiaria --que concede en un mes--, mientras que ralentiza esa misma concesión --tarda seis meses--, si se hace por la vía del asilo político.

En ese caso, el gobierno español reconoce que les concede el asilo por tener "fundados temores" de que serían perseguidos por motivos políticos en la Isla. ¿Qué más fundamento necesita un temor que se puede certificar con las cicatrices físicas y morales que han marcado a estos cubanos, tras los años en la cárcel, sólo por manifestar su opinión y expresar, en conciencia, su oposición al régimen castrista?

Por Nieves San Martín


 

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Foro


Juan Pablo II: el testimonio de un político musulmán (II)
Por Mohammad Al-Sammak* 
ROMA, viernes 22 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Durante la cena de la que he hablado previamente, Juan Pablo II me contó la historia de la construcción de la mezquita y del centro islámico en Roma. Me dijo que un día el alcalde de la capital le visitó llevando consigo una carta oficial de los embajadores de las naciones islámicas en la que le expresaban su deseo común de construir una mezquita, y preguntándole que opinaba el Papa. Este no sólo expresó su consenso, sino que además le pidió al alcalde que ofreciese el terreno para construir la mezquita y el centro gratuitamente.

Y cuando visitó el Líbano en mayo de 1997, donde presentó la exhortación apostólica fruto de los trabajos del Sínodo especial para el Líbano, dedicó una sincera atención a la unidad nacional entre los musulmanes y los cristianos, insistiendo en la importancia de reforzar los vínculos entre los árabes musulmanes y los cristianos, y sobre el papel concreto que debían desempeñar los cristianos libaneses en aras de asegurar estos lazos. En aquel día declaró que el Líbano es más que una nación, es un mensaje. Y que a nosotros libaneses, nos espera el deber de estar a la altura de este noble mensaje.

Por lo que respecta a las relaciones islámico-cristianas en general, el Papa tomó diversas medidas que han construido puentes de comprensión recíproca y de fraternidad sin precedentes. Pensad, por ejemplo, que nunca ha relacionado, en principio, ninguna religión al terrorismo. Imaginad si no hubiese organizado un encuentro islámico-cristiano de alto nivel en el Vaticano, para declarar que la religión -toda religión- es distinta del terrorismo. Y que el Islam por tanto no es fuente de terrorismo. Imaginad si hubiese hecho lo opuesto, asumiendo la misma posición de algunos pastores del sionismo mesiánico de los Estados Unidos como Jerry Followell, Franklin Graham, Batt Robertson, Hall Lindsay y otros... imaginad si hubiese, simplemente callado, y su silencio hubiese sido interpretado como un acuerdo tácito. ¿Dónde estarían estas relaciones hoy en día?

Imaginad si el Papa no se hubiese opuesto a la guerra anglo-americana contra Iraq. Imaginad si no hubiese dicho que era inmoral e injustificada. Imaginad, si en vez de esto, se hubiese pronunciado como querían Washington y Londres. ¿Qué hubiese pasado con estas relaciones?

Es triste y vergonzoso, no obstante todo esto, que los cristianos en Oriente Medio y sobre todo los cristianos en Iraq, sean agredidos y ultrajados. También cuando el ex presidente americano George Bush afirmó que la guerra en Iraq era una nueva cruzada, el Papa afirmó que esta guerra iba en contra de los valores cristianos. Durante un cuarto de siglo no hizo otra cosa más que poner en práctica todas las recomendaciones del Concilio Vaticano II, que se convirtieron enseguida en los principios que guían la vida de la Iglesia, sobre todo en lo que respecta a las relaciones entre católicos y otras religiones y confesiones. Juan Pablo II dio vida a muchas iniciativas que han creado puentes de respeto recíproco con los fieles de otras religiones.

El Papa difunto nos dejó una preciosa herencia a la que debemos ser fieles y que no debemos desechar o dejar en el olvido. Un modo de serle fieles es el de continuar trabajando juntos, como cristianos y musulmanes, en el Líbano, en el mundo árabe y en las diversas sociedades en Oriente y Occidente, para que nuestras relaciones se construyan sobre la base del amor y del respeto recíproco. Yo creo que Juan Pablo II entendió con profunda espiritualidad lo que dijo Cristo en el evangelio de Juan: "tengo otras ovejas que no pertenecen a este redil" (10,16). Entendió, gracias a su pura fe, el sentido de la existencia de otras ovejas, es decir la existencia del otro, y el sentido de los matices de la fe en el único Dios. Y así su apertura y respeto al otro eran para él, expresión de su aceptación y su respeto por la diversidad. Así inauguró una página nueva y brillante de la historia de las relaciones islámico-cristianos con su firma caracterizada por el amor. Y todavía hoy necesitamos leer esta página y enriquecernos con su contenido de espiritualidad y amor.

La salud del Papa no siempre era buena. A menudo sentía los efectos de un accidente que sufrió durante su trabajo en una cantera en Polonia, cuando todavía era joven. Después sufrió dos fracturas en el hombro y en la pierna mientras practicaba esquí. Después tuvo una enfermedad del intestino y otra enfermedad en las articulaciones. Las combatió con éxito hasta que comenzó a sufrir el Parkinson. Sin duda el atentado realizado por el joven turco que trabajaba para los servicios secretos búlgaros durante la época comunista, aumentó los efectos negativos de todas estas enfermedades. Desde entonces aumentaron los procedimientos de seguridad durante sus viajes y las visitas internacionales, pero él minimizaba el valor de estos procedimientos diciendo: no he sido víctima de atentados ¡sólo el de la Plaza de San Pedro!. Y reconoció que consiguió sobrevivir al atentado gracias nuestra señora Mariam [Virgen María, ndt]. Por esto se dirigió a ella con una bellísima oración de agradecimiento al santuario de Fátima en Portugal. Todas las veces que visito Roma, voy a su tumba en el Vaticano, me detengo con piedad delante de su tumba y le digo: Perdóneme señor. He visto lo que usted hizo por el Líbano... pero me avergüenzo de decirle lo que hemos hecho nosotros.

[La primera parte fue publicada el 21 de abril]



 

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*Mohammad Al-Sammak es Consejero político del Gran Muftí del Líbano.


[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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Juan Pablo II, profeta de la Doctrina social de la Iglesia
Por monsignor Giampaolo Crepaldi   
ROMA, viernes 22 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Juan Pablo II dedicó todo su largo pontificado a hablarnos del sí de Dios al hombre como fundamento de la Doctrina social de la Iglesia (DSI). Ésta - nos dijo - no es sólo una ética, y mucho menos una ideología, pues la Iglesia ve la justicia dentro de la caridad, la fraternidad dentro de la hermandad, y la libertad dentro de la gracia.

Cuando Juan Pablo II inició su pontificado, eran muchos aún los que consideraban la DSI inútil y superflua, e incluso dañina. Si es ética natural - se decía - no tiene directamente nada que ver con el Evangelio. Si es filosofía social, tiene que ver con la razón y no con la fe. Si es una guía para el comportamiento social, bastan los libros de moral social.

¿No corre el riesgo - se nos decía - la DSI, de parecer un sistema, una doctrina deducida de forma abstracta del Evangelio, una especie de sacralización del mundo, expresión de una presunta identidad cristiana en el campo social y político, una tercera vía entre las ideologías modernas? Y a menudo se respondía que sí. Ésta - se argumentaba - expresa un nuevo sueño de "cristiandad", una falta sustancial de respeto de la autonomía de las realidad terrenas y una falta de reconocimiento de la libertad y responsabilidad de los fieles laicos en orden a la construcción de la sociedad. Tiene una pretensión universalista excesiva, proponiéndose de igual forma para todas las situaciones del planeta. Corre el riesgo de ser una ideología que justifica la realidad, garantiza el statu quo, no mueve a la práxis, no incide en las estructuras. Ésta es, como mucho, alienación. Por esto - se decía - el Concilio casi no había hablado de ella y Pablo VI la presentaba en tono menor. Esto se decía.

Después, en 1978, Juan Pablo II se asomó al balcón de la Basílica de San Pedro invitando a no tener miedo de Cristo. ¿Y no eran, de hecho, los miedos hacia la DSI otras tantas formas de miedo hacia Cristo y su Iglesia? En seguida se dirigió a Puebla, a la Asamblea general del Episcopado Latino-americano para decir que había que sacar del cajón la DSI. Juan Pablo II fue un profeta de la DSI porque empezó inmediatamente a recordar a los cristianos su deber de asumir propiamente en su vida toda la DSI. Tuvo que denunciar los errores y los abusos que el abandono de la DSI había producido. Se preocupó de anunciar qué era verdaderamente la DSI, en continuidad con toda la tradición del magisterio de la Iglesia y con el Concilio, poniendo de manifiesto la ideologización no de la DSI, sino de sus detractores.

Juan Pablo II fue profeta de la DSI porque mostró cómo esta nace del sí de Dios al hombre, del proyecto de amor de Dios por el hombre, ese proyecto que ha sido confiado sobre todo a la Iglesia. La DSI se nutre del Evangelio y de hombre, de luz de Cristo y de problemas humanos, de Iglesia y de mundo. Ésta afecta a la vida de la Iglesia en el mundo y es expresión de la caridad de la Iglesia hacia éste.

Karol Wojtyla y Juan Pablo II

La historia personal de Karol Wojtyla no carece de importancia a la hora de explicar cómo y por qué Juan Pablo II fue profeta de la DSI. Cuanto hace un papa nunca es completamente reducible al hombre que era ya antes, pero está ciertamente conformado también por ello. El proprio Juan Pablo II, por lo demás, recordó muchas veces su experiencia de trabajador y dio siempre importancia a su pertenencia al pueblo y a la Iglesia de Polonia. A nivel personal, Karol Wojtyla siempre experimentó la significatividad de Cristo para su vida concreta, y cómo sus aspiraciones de joven, de obrero, de estudiante, de hombre encontraban en Cristo una luz que las valoraba también en su humanidad. Esta experiencia la pudo probar también dentro de la nación polaca. Una nación en la que la historia civil y la historia religiosa se compenetran muy estrechamente. Basta visitar la catedral de Varsovia o el Wawel de Cracovia para darse cuenta de cómo la civilización polaca se había nutrido de catolicismo y cómo el catolicismo polaco está profundamente ligado a su historia nacional. Historia de participación de la Iglesia en las fatigas y en los dramas del pueblo polaco, en las divisiones y en las persecuciones, en las invasiones y en los regímenes totalitarios. En la Iglesia católica los polacos han visto siempre una fuerza que les representaba y que tutelaba su identidad y su libertad, incluso en regímenes de esclavitud o durante el periodo de desmembramiento del territorio nacional entre las grandes potencias limítrofes. Karol Wojtyla hizop experiencia de una religión de pueblo, arraigada entre la gente y partícipe de sus vicisitudes compartidas íntimamente. El catolicismo polaco está por tanto arraigado en la historia, no es una iglesia nacional en el sentido nacionalista del término, al contrario, el vínculo con Roma y con el papa siempre garantizó esa independencia y esa libertad que permitieron la unidad con el pueblo también en el largo periodo oscuro del régimen comunista.

Por su propia experiencia personal y de la sacerdotal antes y episcopal después, Wojtyla debió haber experimentado la "presencia" del cristianismo en la sociedad y la capacidad de la fe de animar la solidaridad, de crear cultura y civilización, de ser fuerza operante en la historia concreta de los hombres.

Al mismo tiempo, sus estudios, marcados por la fenomenología de Edith Stein, desarrollados desde una perspectiva que la hacía encontrarse con santo Tomás, guiaban al pensador Karol Wojtyla a una visión de la persona como "acto". Esto supuso ver el actuar humano - tanto en el amor humano como en el trabajo - como acto de la totalidad de la persona que tiene una consecuencia ante todo para la propia persona. Actuando y obrando, la persona se construye, se hace. Ésta no es un agente individual interesado solamente en el producto de su actuación, sino que está interesado en sí mismo, expresa, actuando, una necesidad de ser. En esto se encuentra con los demás hombres, de modo que la relación social vale no tanto por lo que los hombres hacen, sino por lo que son, o mejor, por lo que quieren ser actuando. La comunidad está constitutida por hombres que pretenden ser hombres. Es el fin, y no los medios, los que nos constituyen en comunidad. Pero este fin no está establecido por nos otros, nos es dado, pertenece a nuestra naturaleza de criaturas destinadas al Creador. Es el sí de Dios al hombre el que nos convoca. El cristianismo, de esta forma, se concibe como profundamente humano, y la vida del hombre sobre la tierra, el actuar humano en la práxis social, se entiende como proceso de humanización, el mismo que realizó Jesús durante su vida terrena. Cristo tiene que ver profundamente con la práxis social del hombre, con el trabajo en la fábrica, con la actuación económica, porque en esos lugares el hombre se construye, encuentra la verdad de sí mismo y de los demás. En esos lugares se encuentra con Cristo.

Los acontecimientos de 1989 en Europa del Este y en particular en Polonia, son leídos de hecho por Juan Pablo II en el capítulo III de la Centesimus annus (1991) como un ejemplo de encuentro de la Iglesia con el movimiento de los trabajadores. Un ejemplo, por tanto, de Iglesia popular que supo mostrar con la vida que Cristo tenía un sitio en las luchas por la justicia. Releyendo teológicamente esos acontecimientos, Juan Pablo II vio la fecundidad histórica de la fe cristiana, que suscita el sentido de la dignidad humana, invita a mirar a lo alto y anima un movimiento pacífico de justicia y de paz. Ante los totalitarismos, la Iglesia opone la principal resistencia, es decir, la conciencia difundida de la dignidad trascendental de la persona humana, único y verdaderi antídoto a toda forma de régimen totalitario.

Un último elemento que marca profundamente a Karol Wojtyla antes de ser elegido papa es el Concilio Vaticano II y en particular la Constitución pastoral Gaudium et spes. Del Concilio no deriva una falta de potenciación de la DSI, sino una colocación más clara dentro de la misión de la Iglesia en servicio del mundo. Tras la Gaudium et spes queda claro que el anuncio de Cristo también en las realidades temporales, es decir, el compromiso por la evangelización y la promoción humana, son dos aspectos inseparables de la misión de la Iglesia. Es partiendo del Concilio, aunque en continuidad con todo el magisterio precedente, como Juan Pablo II podrá decir que la DSI anuncia a Cristo y que es un instrumento de evangelización.

La Iglesia, primera voz en defensa del hombre

Durante el pontificado de Juan Pablo II la voz del Papa fue percibida por la opinión pública mundial como la más alta defensa de los derechos de la persona humana. En sus innumerables viajes, Juan Pablo II defendió a los indefensos y se hizo voz de los oprimidos. No es una novedad en la historia de la DSI. También León XIII, escribiendo la Rerum novarum, se hacía intérprete de los derechos de los oprimidos de entonces, los obreros. Sorprende sin embargo la fuerza con la que Juan Pablo II interpretó esta tradición, las latitudes en las que proclamó la dignidad de la persona, y su cercanía a todos los oprimidos por la injusticia. El mundo quedó impresionado sobre todo por la libertad de la denuncia, es decir, como si el Papa superase todas las conveniencias ideológicas para concentrarse en el hombre, cualquiera que fuese, y para denunciar todos los abusos cometidos contra él, fueran quienes fuesen sus responsables. Ningún temor reverencial cuando está en juego la dignidad de la persona. En África, por ejemplo, condenó la esclavitud, pero también los odios tribales que siembran la guerra y frenan el desarrollo. En Australia defendió los derechos de los aborígenes y en América latina los de los habitantes de las degradadas periferias urbanas. A su Polonia le confió una tarea y después la recriminó por no haberlo llevado a término plenamente. Defendió el derecho de los pueblos al desarrollo y también el de la pareja a una procreación libre y responsable, criticando las doctrinas ecologistas que temen la superpoblación como el cáncer del planeta.

Celebró el genio femenino y el derecho de las mujeres a participar en la vida social, pero también subrayó que éste no debe tener lugar a costa de su papel de mujer y madre. En Sicilia tronó contra la Mafia y en Campania pidió "estructurar" la esperanza. Defendió los derechos del mundo del trabajo, sin contraponerlos nunca a la responsabilidad de los empresarios. Se puso muchas veces el casco en la cabeza para visitar fábricas, siderurgias y minerías, atestiguando su cercanía a los trabajadores y su apoyo a las reivindicaciones legítimas de sus derechos. Pero también dijo que hay que alargar el concepto de trabajo y de derecho al trabajo, incluyendo también el trabajo familiar, el inmaterial, el de los empresarios y el de la sociedad civil.

Sería demasiado largo enumerar las intervenciones del papa Juan Pablo II en apoyo de los derechos humanos. Pero es indispensable subrayar dos aspectos no marginales: la defensa de los derechos de los más pobres entre los pobres, los niños concebidos que viven en el seno materno aunque aún no han nacido, y la enseñanza sobre los fundamentos morales de los derechos y, por tanto, de los deberes.

En la Evangelium vitae, Juan Pablo II compara a los niños no nacidos con los obreros a quienes defendía León XIII: entonces los pobres eran los obreros, hoy hay otros pobres, entre ellos los niños a quienes con el aborto legalizado el Estado les niega el derecho a la vida. De este modo, Juan Pablo II proponía una visión de los derechos entendidos no en sentido subjetivo e individualista sino como fundados en la objetividad de la naturaleza humana y, en último término, en Dios creador. El tema de la vida estuvo siempre ampliamente presente en el magisterio de Juan Pablo II y él repetidamente sostuvo que el primero entre los derechos es el derecho a la vida. Diciendo así, pretendía indicar que si no se respetaba ese derecho no se pueden respetar los demás y que, antes o después, la negación de ese derecho tendría repercusiones negativas también sobre el respeto de todos los demás derechos, conduciendo a la sociedad, incluso democrática, hacia formas manifiestas u ocultas de totalitarismo. Juan Pablo II hizo de la vida un tema plenamente social y político.

La insistencia de Juan Pablo II sobre el deber de respetar la vida y sobre la existencia de una gramática natural que hace de base para la sociedad pertende insertar los derechos humanos en un marco de objetividad, con el fin de sustraerlos al libre arbitrio. Este es el segundo aspecto fundamental al que me refería antes. Y es también en elemento que más pone de manifiesto la confrontación abierta por el Papa con la modernidad. Confrontación en algunos aspectos nueva, en cuanto que pretende mostrar que es la Iglesia y no la modernidad el verdaderi paladín de los derechos humanos. Esto es lo que todos han percibido durante el largo magisterio de Juan Pablo II: la Iglesia defiende y promueve al hombre en cuanto que no aparta sus derechos del cuadro de sus deberes, no los aísla de la complejidad de la persona y, sin absolutizarlos, también los refuerza, porque los sustrae al arbitrio de un individuo o de una mayoría.

L'uomo moderno ha talvolta inteso i diritti come pura possibilità di fare, ossia come possibilità di fare tutto. Non si è però accorto che se ha il diritto di fare tutto ha anche il diritto di negare i diritti. L'aborto legalizzato è una prova evidente di ciò. I diritti, allora, sono indeboliti dalla loro stessa pretesa assolutezza. La Chiesa non rifiuta i diritti, ma inserendoli in una grammatica naturale che dia loro un senso, li sottrae all'arbitrio e li rafforza. Giovanni Paolo II ha superato la modernità ed ha difeso più della modernità i diritti umani. Li ha difesi sempre e ovunque, senza eccezioni, proprio perché li ha resi indisponibili all'uomo. Il radicamento dei diritti della persona nella sua trascendente dignità e il riferimento a Dio danno una garanzia assoluta ai diritti umani.

El sí del hombre a Dios

La DSC ha la sua origine dal sì di Dio all'uomo. A questo sì Giovanni Paolo II ha risposto con un altro sì, il suo sì, il sì dell'uomo a Dio. Con questo si intende dire che alla base della DSC c'è la fede e, quindi, la continua conversione. Anche la DSC ha bisogno di conversione: da un mondo che sogna di costruirsi con le proprie mani «come se Dio non fosse» ad un mondo che riconosce la propria incapacità a fondare una convivenza umana degna di questo nome senza un aiuto dall'Alto. Alla fine, il motivo ultimo della crisi in cui era caduta la DSC prima che Giovanni Paolo II la rilanciasse consisteva propriamente in questo: l'autonomia di un mondo che pretendeva di essere ormai adulto era stata spinta tanto in là da non esserci più alcuna necessità di un riferimento a Dio nell'ambito pubblico.

Ma «non sarebbe difficile dimostrare che la concezione del singolo come persona e la tutela del valore della dignità d'ogni persona non si possono sostenere senza che siano fondati sull'idea di Dio». Senza la conversione alla DSC, ossia al fatto che la nostra storia ha bisogno della luce trascendente di Dio, il grande sforzo compiuto da Giovanni Paolo II per rimettere in pista la DSC nella vita della Chiesa e del mondo rimarrebbe incompiuto. Contemporaneamente, però, rimarrebbero senza risposta i due bisogni fondamentali della persona umana: il bisogno di verità e di amore anche nelle relazioni sociali, il bisogno dell'intelligenza e del cuore. Benedetto XVI, proprio per questo, ha ripreso il discorso di Giovanni Paolo II proprio da qui: dalla conversione a Dio che è verità e amore. 

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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Documentación


Palabras del papa al final del Vía Crucis en el Coliseo
“En la muerte en cruz del Hijo de Dios, está la semilla de una nueva esperanza”

ROMA, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI al final del Vía Crucis que presidió este Viernes Santo en el Coliseo.



 

* * *


 

Queridos hermanos y hermanas:


 

Esta noche hemos acompañado en la fe a Jesús en el recorrido del último trecho de su camino terrenal, el más doloroso, el del Calvario. Hemos escuchado el clamor de la muchedumbre, las palabras de condena, las burlas de los soldados, el llanto de la Virgen María y de las mujeres. Ahora estamos sumidos en el silencio de esta noche, en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte. Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Esta noche hemos revivido, en lo profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre.


¿Qué queda ahora ante nuestros ojos? Queda un Crucifijo, una Cruz elevada sobre el Gólgota, una Cruz que parece señalar la derrota definitiva de Aquél que había traído la luz a quien estaba sumido en la oscuridad, de Aquél que había hablado de la fuerza del perdón y de la misericordia, que había invitado a creer en el amor infinito de Dios por cada persona humana. Despreciado y rechazado por los hombres, está ante nosotros el "varón de dolores, acostumbrado a sufrimientos, despreciado y evitado de los hombres, ante el cual se ocultaban los rostros" (Isaías 53, 3).


Pero miremos bien a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo, contemplémosle con una mirada más profunda, y descubriremos que la Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el signo luminoso del amor, más aún, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jamás habríamos podido pedir, imaginar o esperar: Dios se ha inclinado ante nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia él, para llevarnos hasta él. La Cruz nos habla de la fe en el poder de este amor, nos invita a creer que en cada situación de nuestra vida, de la historia, del mundo, Dios es capaz de vencer la muerte, el pecado, el mal, y darnos una vida nueva, resucitada. En la muerte en cruz del Hijo de Dios, está la semilla de una nueva esperanza de vida, como el grano que muere dentro de la tierra.


En esta noche cargada de silencio, cargada de esperanza, resuena la invitación que Dios nos dirige a través de las palabras de san Agustín: "Tened fe. Vosotros vendréis a mí y gustaréis los bienes de mi mesa, así como yo no he rechazado saborear los males de la vuestra... Os he prometido la vida... Como anticipo os he dado mi muerte, como si os dijera: 'Mirad, yo os invito a participar en mi vida... Una vida donde nadie muere, una vida verdaderamente feliz, donde el alimento no perece, repara las fuerzas y nunca se agota. Ved a qué os invito... a la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos míos..., a participar en mi vida'" (cf. Sermón 231, 5).


 

Fijemos nuestra mirada en Jesús crucificado y pidamos en la oración: Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el "hombre viejo", atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos "hombres nuevos", hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor.

[© Libreria Editrice Vaticana]


 

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Viernes Santo: Homilía del predicador del papa en la celebración de la Pasión
“Verdaderamente éste era Hijo de Dios”

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 22 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., predicador de la Casa Pontificia, durante la celebración de la Pasión del Señor que presidió Benedicto XVI este Vienes Santo en la Basílica de San Pedro del Vaticano.



 



 

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.

 

"¡VERDADERAMENTE, ESTE ERA HIJO DE DIOS!"

Predicación del Viernes Santo 2011 en la Basílica de San Pedro

En su pasión - escribe san Pablo a Timoteo - Jesucristo "dio buen testimonio ante Poncio Pilato" (1 Tim 6,13). Nos preguntamos: ¿testimonio de qué? No de la verdad de su vida y de su causa. Muchos han muerto, y mueren aún hoy, por una causa equivocada, creyendo que es justa. La resurrección, esta sí que da testimonio de la verdad de Cristo: Dios le "ha acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos", dirá el Apóstol en el Areópago de Atenas (Hch 17,31).

La muerte no da testimonio de la verdad, sino del amor de Cristo. Es más, ésta constituye la prueba suprema de él: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13). Se podría objetar que hay un amor más grande que dar la vida por los propios amigos, y es dar la vida por los propios enemigos. Pero esto es precisamente lo que Jesús hizo: "En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores" (Rm 5, 6-8). "Nos amó cuando éramos enemigos, para poder hacernos amigos"[1].

Una cierta "teología de la cruz" unilateral puede hacernos olvidar lo esencial. La cruz no es sólo el juicio de Dios sobre el mundo, confutación de su sabiduría y revelación de su pecado. No es el NO de Dios al mundo, sino su SÍ de amor: "La injusticia, el mal como realidad - escribe el Santo Padre en su último libro sobre Jesús - no puede ser simplemente ignorado, dejado estar. Debe ser eliminado, vencido. Esta es la verdadera misericordia. Y que ahora, dado que los hombres no son capaces, lo haga Dios mismo - esta es la bondad incondicional de Dios"[2].

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¿Pero cómo tener el valor de hablar del amor de Dios, cuando tenemos ante los ojos tantas tragedias humanas, como la catástrofe que se ha abatido sobre Japón, o las hecatombes en el mar de las últimas semanas? ¿No hay que hablar de ello? Pero quedarse del todo en silencio sería traicionar la fe e ignorar el sentido del misterio que estamos celebrando.

Hay una verdad que proclamar fuertemente el Viernes Santo. Aquel a quien contemplamos en la cruz es Dios "en persona". Sí, es también el hombre Jesús de Nazaret, pero éste es una sola persona con el Hijo del eterno Padre. Hasta que no se reconozca y no se tome en serio el dogma de fe fundamental de los cristianos - el primero definido dogmáticamente en Nicea - que Jesucristo es el Hijo de Dios, es Dios mismo, de la misma sustancia que el Padre, el dolor humano quedará sin respuesta.

No se puede decir que "la pregunta de Job todavía permanece sin respuesta", o que tampoco la fe cristiana tiene una respuesta que dar al dolor humano, si de entrada se rechaza la respuesta que ésta dice tener. ¿Cómo se hace para demostrar a alguien que una cierta bebida no contiene veneno? ¡Se bebe de ella antes que él, delante de él! Así ha hecho Dios con los hombres. Él bebió el cáliz amargo de la pasión. No puede estar por tanto envenenado el dolor humano, no puede ser sólo negatividad, pérdida, absurdo, si Dios mismo ha decidido saborearlo. En el fondo del cáliz debe haber una perla.

El nombre de la perla lo conocemos: ¡resurrección! "Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" (Rm 8,18), y también "Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó" (Ap 21,4).

Si la carrera por la vida terminara aquí abajo, habría de verdad que desesperarse pensando en los millones y quizás miles de millones de seres humanos que parten en desventaja, clavados por la pobreza y el subdesarrollo al punto de partida, mientras algunos pocos nadan en el lujo y no saben cómo gastar el dinero exagerado que ganan. Pero no es así. La muerte no sólo acaba con las diferencias, sino que les da la vuelta. "El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado, en la morada de los muertos, en medio de los tormentos" (cf. Lc 16, 22-23). No podemos aplicar de manera simplista este esquema a la realidad social, pero éste está allí para advertirnos de que la fe en la resurrección no deja a nadie en su vida tranquila. Nos recuerda que la máxima "vive y deja vivir" no debe nunca transformarse en la máxima "vive y deja morir".

La respuesta de la cruz no es solo para nosotros los cristianos, es para todos, porque el Hijo de Dios murió por todos. Hay en el misterio de la redención un aspecto objetivo y un aspecto subjetivo; está el hecho en sí mismo y la toma de conciencia y la respuesta de fe ante él. El primero se extiende más allá del segundo. "El Espíritu Santo - dice un texto del Vaticano II - de modo que solo Dios sabe, ofrece a cada hombre la posibilidad de ser asociado al misterio pascual" [3].

Una de las formas de asociarse al misterio pascual es precisamente el sufrimiento: "Sufrir - escribía Juan Pablo II después de su atentado y de la larga convalecencia que le siguió - significa volverse particularmente susceptibles, particularmente sensibles a la obra de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo"[4]. El sufrimiento, todo sufrimiento, pero especialmente el de los inocentes, pone en contacto de modo misterioso, "que sólo Dios conoce", con la cruz de Cristo.

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¡Después de Jesús, quienes "dieron buen testimonio" y "bebieron el cáliz" son los mártires! Los relatos de su muerte se titulaban al principio "passio", pasión, como el de los sufrimientos de Jesús que acabamos de escuchar. El mundo cristiano ha vuelto a ser visitado por la prueba del martirio que se creía acabada con la caída de los regímenes totalitarios ateos. No podemos pasar en silencio su testimonio. Los primeros cristianos honraban a sus mártires. Las actas de su martirio eran leídas y distribuidas entre las Iglesias con inmenso respeto. Precisamente hoy, Viernes Santo del 2011, en un gran país de Asia, los cristianos han rezado y marchado en silencio por las calles de algunas ciudades para conjurar la amenaza que pende sobre ellos.

Hay algo que distingue las actas auténticas de los mártires de las legendarias, reconstruidas al terminar las persecuciones. En las primeras, no hay casi trazas de polémica contra los perseguidores; toda la atención se concentra en el heroísmo de los mártires, no en la perversidad de los jueces y de los verdugos. Incluso san Cipriano llegó hasta ordenar a los suyos dar veinticinco monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Son discípulos de aquel que murió diciendo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". En verdad, "la sangre de Jesús habla un lenguaje distinto respecto a la de Abel (cfr Hb 12,24): no pide venganza y castigo, sino reconciliación" [5].

También el mundo se inclina ante los testigos modernos de la fe. Se explica así el inesperado éxito en Francia de la película "De dioses y hombres" que narra las vicisitudes de los siete monjes cistercienses asesinados en Tibhirine en marzo de 1996. ¿Y cómo no permanecer admirados por las palabras escritas en su testamento por el político católico Shahbaz Bhatti, asesinado por su fe el mes pasado? Su testamento es también para nosotros, sus hermanos de fe, y sería ingratitud dejarlo caer pronto en el olvido.

"Se me han propuesto - escribía - altos cargos en el Gobierno, y se me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre me he negado, incluso a riesgo de mi propia vida. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Sólo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mi y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría privilegiado si, en este esfuerzo mío y en esta batalla mía por ayudar a los necesitados, los pobres, los cristianos perseguidos de mi país, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir para Cristo y quiero morir por Él".

Parece que volvamos a escuchar al mártir Ignacio de Antioquía, cuando venía a Roma a sufrir el martirio. El silencio de las víctimas no justifica, sin embargo, la indiferencia culpable del mundo ante su suerte. "El justo desaparece y a nadie le llama la atención; los hombres de bien son arrebatados, sin que nadie comprenda que el justo es arrebatado a consecuencia de la maldad" (Is 57,1)!



 

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Los mártires cristianos no están solos, lo hemos visto, en sufrir y morir a nuestro alrededor. ¿Qué podemos ofrecer a quien no cree, además de nuestra certeza de fe de que hay un rescate para el dolor? Podemos sufrir con el que sufre, llorar con el que llora (Rm 12,15). Antes de anunciar la resurrección y la vida, ante el luto de las hermanas de Lázaro, Jesús "se echó a llorar" (Jn 11, 35). En este momento, sufrir y llorar, en particular, con el pueblo japonés, víctima de una de las más grandes catástrofes naturales de la historia. Podemos decir a estos hermanos en humanidad que estamos admirados de su dignidad y del ejemplo de compostura y de mutua ayuda que han dado al mundo.

La globalización tiene al menos este efecto positivo: el dolor de un pueblo se convierte en el dolor de todos, suscita la soliradidad de todos. Nos da ocasión de descubrir que somos una sola familia humana, unida en lo bueno y en lo malo. Nos ayuda a superar las barreras de raza, color y religión. Como dice el verso de un poeta italiano: "¡Hombres, paz! Sobre esta tierra de dolor demasiado grande es el misterio "[6].

Debemos sin embargo recoger también la enseñanza que hay en acontecimientos como este. Terremotos, huracanes y otras desgracias que afectan a la vez a culpables e inocentes nunca son un castigo de Dios. Decir lo contrario supone ofender a Dios y a los hombres. Pero son una advertencia: en este caso, la advertencia a no engañarnos con que la técnica y la ciencia bastarán para salvarnos. Si no sabemos imponernos límites, pueden convertirse, precisamente ellas, lo estamos viendo, en la amenaza más grave de todas.

Hubo un terremoto también en el momento de la muerte de Cristo: "El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: '¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!'" (Mt 27,54). Pero hubo otro aún más grande en el momento de su resurrección: "De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella" (Mt 28,2). Así será siempre. A cada terremoto de muerte sucederá un terremoto de resurrección y de vida. Alguien dijo: "Ahora solo un dios puede salvarnos", "Nur noch ein Gott kann uns retten" [7]. Tenemos una garantía cierta de que lo hará porque "Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3,16).

Preparémonos para cantar con renovada convicció y agradecimiento conmovido las palabras de la liturgia: "Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit: Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venite, adoremus: venid, adoradlo.

  

[Traducción realizada por Inma Álvarez]

[1] S. Agustín, Comentario a la Primera Carta de Juan 9,9 (PL 35, 2051).

[2] Cf. J. Ratzinger - Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana 2011, pp. 151.

[3] Gaudium et spes, 22.

[4] Salvifici doloris, 23.

[5] J. Ratzinger - Benedicto XVI, op. cit. p.211.

[6] G. Pascoli, I due fanciulli [Los dos niños].

[7] Antwort. Martin Heidegger im Gespräch, Pfullingen 1988.

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