La autenticidad de la mentira 

 

 

 “Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo,
pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”
Abraham Lincoln
Decimosexto Presidente de los Estados Unidos

César Valdeolmillos Alonso | 03.05.2011


Finalizó la Semana Santa. Finalizaron las procesiones, pero no la semana de pasión. Los pasos volvieron sobre sus pasos para encerrarse en sus templos, como si estuviesen arrepentidos de haber salido de ellos para contemplar tanta incuria, tanta mentira y falsedad.

Los españoles también volvimos sobre nuestros pasos para encerrarnos en nuestro mutismo, en nuestro asombro y perplejidad, en la incredulidad de lo que vemos y oímos cada día.

Terminó la Semana Santa, pero no la semana, el mes, el año de pasión que aún nos espera a los españoles. No hay día que no tengamos noticia de un nuevo escándalo económico cometido a costa de nuestros bolsillos. No hay amanecer, que en vez de traernos la esperanza luminosa de un nuevo horizonte, no nos traiga el sobresalto de una nueva subida de  la hipoteca; no comprobemos el constante alza de los precios de los artículos de primera necesidad; no nos sobresaltemos mes tras mes con el aumento de las listas del paro en las que cualquier día puede figurar nuestro nombre —ya estamos rozando los cinco millones de desempleados— y lo más temible y amenazador de todo este paisaje, es que nunca sabemos con que idea luminosamente planetaria se puede despertar nuestro presidente, el señor ZP.

En definitiva, que mientras cinco millones apuran el cáliz del abandono y la desesperanza, el resto saborea las hieles de la desazón y la zozobra, comprobando como quienes tienen en sus manos los resortes del poder, jamás mintieron tanto, a tantos y tan seguido como en nuestros días.

Tan preocupante es la deriva ética de una parte —la más visible y notoria— de nuestra clase política, que la XXVIII edición de la Semana Gallega de Filosofía, que se ha celebrado del 25 al 29 de abril en Pontevedra, ha tratado del fenómeno que constituye la mentira en el ámbito político.

Su coordinador, Carlos Calviño, subrayó que detrás de la mentira se ocultan "intereses claros"; reprochó el "pan y circo" que como en la antigua Roma se ofrece a la sociedad para tapar otras realidades y concluyó que hoy "hay mucho fútbol y prensa rosa, pero poca información veraz".

El coordinador del Aula, consideró a la filosofía como un "arma" idónea para "desmontar la mentira" que expanden tanto el poder político y económico, como los medios de comunicación y apostó por la rebeldía, la crítica y la autonomía ciudadana, como método apropiado para "despertar de este mal sueño".

Desde la remota antigüedad, la mentira ha sido considerada una transgresión social porque corrompe los lazos que tanto cuesta construir en una sociedad. Tanto que “mentir”, es una “acción” penada por la ley.

Pero las cabezas más señeras y visibles de nuestro país, han aportado unas notorias técnicas de refinamiento para aplicar este arte con el fin de hacerse con el poder, para conservarlo y para vengarse cuando lo han perdido. Y tengamos presente que al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos: y suele ocurrir que si una mentira perdura una hora, ya ha logrado su propósito.

Por ello, considerando la natural tendencia de muchos políticos a mentir y la de no pocos confiados a creer, es preciso abrir los ojos a los incautos y quitar la máscara a los embaucadores, que sustentándose en la vileza de sus mentiras, siguen albergando esperanzas de salir indemnes de sus desafueros.

Mentir ha dejado de ser algo que pertenezca a la moralidad para convertirse en una desviación consciente de la realidad que se encuentra en el mito, el arte y la metáfora.

Por eso vemos al falsario tramposo reafirmarse con tal autenticidad en su mentira, que bien podríamos creer que nos encontramos ante la encarnación humana de la verdad eterna.

Sin embargo hay que tener presente que aunque no lo parezca, frente a una mentira, siempre hay una verdad. Verdad que cuando se esgrime en forma de prueba inapelable, se erige cual icono poderoso frente a un patético polichinela, que agitando desesperadamente la bandera del victimismo, y carente de cualquier argumento creíble, solo es capaz de alegar que es objeto de infamia, calumnia y difamación.

Y es que la mayor de las maldades, se produce cuando la hipocresía, la falsedad y los intereses bastardos, se ocultan tras la máscara de una aparente inocencia.

César Valdeolmillos Alonso