10.05.11

Tristes hechos que se dan en la Santa Misa

A las 12:16 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe
 

Leer “Síntesis de la Eucaristía” del P. Iraburu para escribir el artículo de su serie ha supuesto descubrir lo que ya era de temer. Sin embargo, si lo confirma una persona como José María Iraburu, la realidad adquiere una consistencia que no puede soslayarse.

Con tristeza digo que lo que pasa, en muchas ocasiones, en la Santa Misa, es reflejo de una situación espiritualmente peligrosa.

Por eso el que esto escribe ha tenido que hacer lo mismo que hace hoy al respecto de algún que otro hecho sucedido en la celebración de la Eucaristía.

A veces resulta triste ver lo que se puede hacer durante la celebración de la Santa Misa. Son casos puntuales pero que, en general, determinan que algunos creyentes tienen una consideración de la Eucaristía que dista mucho de ser, simplemente, espiritualmente razonable.

Jesucristo la instituyó en aquella Cena en la que se nos entregó de forma total.

Como era lógico pensar, para que el recuerdo de lo hecho por Jesucristo perviviera, eternamente, en la memoria de sus discípulos, hacía falta que algo de carácter simbólico y, a la vez, real, nos sirviera de apoyo para aquello. Así, nos proporcionó lo que nutre nuestro espíritu, el momento idóneo en el que podemos dar fuerza a nuestra estructura humana, el instante en el que, asumiendo su naturaleza divina, aceptamos la esencia de Dios en nosotros. Y ese no es otro que la Eucaristía.

Todo aquello que se hace en el desarrollo de la Santa Misa tiene un significado concreto, claramente establecido y, podríamos decir, no está puesto para pasar el rato sino que tiene un sentido espiritual grande sin el cual, como dijeron aquellos cristianos de Abitinia perseguidos por Diocleciano en el siglo IV por celebrar la eucaristía, sine domenico non possumus. Aunque, al parecer y con tristeza lo digo esto, para algunos católicos, la Santa Misa se ha convertido en un verdadero cumplo y miento, cumplimiento sin verdadero sentido para sus vidas.

Por ejemplo, como nutrición para el alma, nos servimos de la Palabra de Dios que se proclama en esta acción de gracias, y, como sabemos por experiencia, se produce una vivificación de las entrañas espirituales porque están constituidas, sílaba a sílaba, por la boca creadora de Dios, de donde sale toda palabra buena. Nutrición que suple nuestras deficiencias y tibiezas y nos proporciona esa savia con la que podemos sentir revivir nuestro mismo ser; apreciamos, en el sacrificio eucarístico, la entrega salvífica de Jesucristo y, por eso, agradecemos tal esfuerzo por cumplir la voluntad de su Padre.

Pues bien, en la celebración de la Santa Misa pude observar como una persona se dedicaba, mientras el sacerdote proclamaba el Evangelio, a leer un folleto de los que había en la Casa de Dios (en concreto el de la renta denominado XTantos). Parecía que le importaba bien poco lo que decía el Señor. Al fin y al cabo, ¡Siempre es lo mismo! podía pensar aquella persona que era, sin embargo, la forma de decir que nunca, en efecto, se sentía concernida, la misma, por lo que se decía allí porque cualquier persona avisada y no despistada sabe que la Palabra de Dios no siempre nos “parece” igual sino que se dirige a nosotros y, según nos encontremos, así se nos plasma en nuestro corazón. Por eso no siempre es lo mismo aunque lo sean las palabras que, por ser inspiración divina, nunca pasan ni pasarán.

Esto por un lado pero, como es posible pensar, aún hay algo peor.

Es de suponer que cuando una persona asiste a la Santa Misa lo hace, en primer lugar, porque tiene fe; en segundo porque quiere encontrarse, en la Casa de Dios, con el Hijo de Dios y traer a su corazón y a su alma lo que hizo Jesucristo por nosotros al entregarse a una muerte tan terrible mientras, además, perdonaba a los que lo mataban. Eso debería significar algo para quien acude a una Iglesia y, por lo tanto, se debería procurar asistir a la totalidad de la Santa Misa.

Pues bien, en la celebración de la Santa Misa pude observar como una persona llegaba un par de minutos antes de que el sacerdote diera la comunión (es decir no asistió a nada más de lo que anteriormente sucedió allí) y, ni corta ni perezosa, se situó en la fila correspondiente, de las dos que había, para recibir la comunión.

No deja de ser triste que un católico pueda tener como bueno que baste recibir la comunión para haber participado en la celebración de la Santa Misa. A mí se me ocurre que, a lo mejor, tiene un sentido puramente superficial de lo que es una celebración tan importante para un católico y no se llega a comprender que es muy importante recibir a Cristo pero que hacerlo de tal forma es dejar de lado una serie de ritos, de oraciones y de momentos muy especiales en los que, en un sentido cierto, agradecemos a Dios lo que ha hecho por nosotros;también se me ocurre que es una forma demasiado mecánica de entender el sentido de la Eucaristía.

No vaya a pensarse, por otra parte, que el artículo de hoy lo es para echar algún rapapolvo a nadie porque, por ejemplo, ninguna de las personas que incurrió en tan graves comportamientos, leerá, seguramente, nunca esto. Lo escribo para que nos demos cuenta de lo que puede pasar y de lo que, por desgracia, pasa.

También es cierto que es Dios quien, en su día, juzgará nuestros comportamientos pero tampoco está mal decir lo que sucede para darnos cuenta que no todo el monte, de la creencia, es orégano.

Eleuterio Fernández Guzmán