ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 14 de mayo de 2011

Santa Sede

Nombramiento sin precedentes de Benedicto XVI para un laico en el Vaticano

Foro

Benedicto XVI y Venecia: En el agua del mundo

Lo que un cristiano pide a un político

Sociedades caníbales


Santa Sede


Nombramiento sin precedentes de Benedicto XVI para un laico en el Vaticano
Guzmán Carriquiry, nuevo secretario de la Comisión Pontificia para América Latina
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 14 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha nombrado al doctor Guzmán Carriquiry Lecour, laico uruguayo, como nuevo secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, según informó este sábado la Oficina de Información de la Santa Sede.

Se trata de un nombramiento inédito, pues la Comisión había tenido sucesivamente como vicepresidentes a tres arzobispos, mientras que ahora el papa confía la responsabilidad de ser el más directo colaborador del cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión, en cuanto prefecto de la Congregación para los Obispos, a un laico, casado, con cuatro hijos y ocho nietos.

Hasta el 13 de mayo, el vicepresidente era el arzobispo colombiano monseñor José Octavio Ruiz Arenas, a quien el Santo Padre ha nombrado secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

Carriquiry ha sido el primer laico nombrado "jefe de Departamento" en un dicasterio de la Santa Sede por parte del papa Pablo VI, el primer laico subsecretario en la Curia vaticana, por nombramiento de Juan Pablo II, y ahora asume esta nueva misión como un gesto de confianza sin precedentes de Benedicto XVI en un laico.

Creada en el año 1958, y reestructurada por Juan Pablo II el 18 de junio de 1988, la Comisión Pontificia para América Latina tiene por misión "estudiar de modo unitario los problemas doctrinales y pastorales que conciernen la vida y el desarrollo de la Iglesia en América Latina", colaborando así con las diversas estructuras del gobierno central y universal de la Iglesia católica y promoviendo los vínculos entre la Santa Sede y los diversos organismos supranacionales y nacionales especialmente interesados.

En la introducción de su libro "Una apuesta por América Latina" (ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2003), el doctor Carriquiry se presentaba como "uruguayo, rioplatense, mercosureño, latinoamericano, que, a través de los caminos desmesurados e imprevisibles de la Providencia, trabaja desde hace muchos años en la Santa Sede, centro de la catolicidad".

Hoy día, son ya cuarenta años que Carriquiry trabaja en el Vaticano, al servicio de la Santa Sede, en el Consejo Pontificio para los Laicos. Ha participado en las tres últimas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano celebradas en Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).

El nombramiento de Carriquiry resulta especialmente significativo si se tiene en cuenta que más del 40% de bautizados en la Iglesia católica viven en el continente americano.

La primera misión encomendada al doctor Carriquiry es la de acompañar al cardenal Ouellet a la Asamblea general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), que tiene lugar precisamente en Montevideo del 17 al 20 de mayo del corriente.

De Uruguay a Roma

Guzmán Carriquiry Lecour nació en Montevideo (Uruguay) el 20 de abril de 1944. Cursó sus estudios en la Universidad de la República, en Montevideo, donde se graduó con el título de "doctor en Derecho y Ciencias Sociales".

Fue dirigente latinoamericano de la Juventud estudiantil y universitaria católica. Colaboró con el episcopado de su país como Director del Centro nacional de Medios de Comunicación Social de la Iglesia en el Uruguay.

Ha participado como experto, por sendas designaciones pontificias, en cuatro asambleas generales del Sínodo mundial de Obispos (sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, sobre la familia, sobre los laicos, sobre la Iglesia en América).

Ha sido miembro de Delegaciones de la Santa Sede a numerosas Conferencias mundiales de las Naciones Unidas.

Ha representado el Consejo Pontificio para los Laicos en muy numerosos Congresos de Organizaciones Internacionales Católicas y Movimientos Eclesiales.

Ha colaborado en la preparación de diversos viajes pontificios en América Latina.

Ha tenido importantes responsabilidades organizativas en las Jornadas Mundiales de la Juventud con el Papa, participando en todas ellas desde la primera en Roma (1985) hasta la que se realizó en Sydney (Australia).

Ha tenido importante responsabilidad en las tareas de acogida, discernimiento y reconocimiento, por parte del Consejo Pontificio para los Laicos, de las más diversas asociaciones, movimientos y comunidades eclesiales, y en los encuentros y congresos mundiales celebrados con dichas realidades en Roma.

Ha recibido, entre otras, la más alta condecoración pontificia ("Caballero de Gran Cruz de la Orden de S. Gregorio Magno") y condecoraciones de Italia, Argentina y Chile.

Ha dictado Cursos y Seminarios, como "Profesor Invitado", en diversas Universidades Pontificias en Roma, en Universidades estatales romanas ("La Sapienza" y "Tor Vergata"), en la Universidad de Roma "S. Pío V", en la Facultad Teológica de la Universidad de Lugano (Suiza), en la Pontificia Universidad Católica de Chile, en la Universidad Santo Tomás de Aquino (Argentina) y en muchos otros centros culturales. En la Universidad de Santo Tomás de Aquino ha recibido el "Doctorado honoris causa" en jurisprudencia y ciencias políticas.

Son numerosas sus publicaciones sobre asuntos culturales, eclesiales e internacionales, así como sobre los más diversos temas latinoamericanos.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Foro


Benedicto XVI y Venecia: En el agua del mundo
Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 14 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis de Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano", sobre la visita de Benedicto XVI a Aquilea y Venecia, realizada entre el 7 y el 8 de mayo.



 

* * *

 

 

Todas las visitas papales son ocasiones evidentes y privilegiadas de encuentro entre el Sucesor de Pedro y las comunidades católicas que lo invitan para ser confirmadas en la fe. Su significado y, sobre todo, las palabras que el Obispo de Roma elige pronunciar van, en cambio, mucho más allá de los confines dentro de los cuales los viajes se llevan a cabo. Como ha sucedido también en la visita a Aquileya y Venecia, donde la esmerada preparación, pero también la historia misma de la antigua provincia eclesiástica, han permitido a Benedicto XVI ampliar su mirada a todo el noreste italiano y, más allá, a la gran región de Europa que, en comunión con la sede romana, dependía de Aquileya.


El viaje véneto del Papa permanecerá así más allá de una serie de imágenes sugestivas y bellísimas. Las de los antiguos mosaicos de la basílica de Aquileya, espléndidos testimonios del encuentro entre la fe cristiana y la cultura tardo-antigua, y del gran palco, originalísimo, situado en San Julián, a orillas de la laguna. Además, sobre todo, la fiesta tan colorida que acogió con simpatía del todo veneciana a Benedicto XVI en el recorrido por el canal de Cannaregio y, obviamente, por el Gran Canal. Hasta el "río de luz" descrito por el joven Luciani cuando lo envolvió el esplendor de oro de San Marcos, donde brilla con pequeñas luces rojas la gran cruz en el centro de la basílica.  

Benedicto XVI habló, pues, a los católicos de esta "tierra bendita" a cuya historia rindió homenaje, recordando en especial a los tres patriarcas elegidos en el siglo XX a la cátedra de Pedro: Pío X, el último Papa santo; Juan XXIII, que intuyó y quiso el concilio Vaticano II; y Juan Pablo I, cuyo pontificado fue "mostrado más que dado" (ostensus magis quam datus) a la Iglesia y al mundo. Fruto y expresión de un cristianismo enraizado y vivo, que ha escuchado del Obispo de Roma las palabras de siempre: "Sólo de Cristo la humanidad puede recibir esperanza y futuro". En un encuentro con el único Salvador del mundo que debe ser personal, razonable y cotidiano.
 

Palabras dirigidas, en cambio, a cualquiera que quiera escucharlo, que el Papa ha repetido con plena conciencia de la historia y de la modernidad, "en un mundo radicalmente cambiado". Esto es, en contextos frecuentemente difíciles y cambiantes, líquidos. Como el agua de la que brota la belleza de Venecia, la República "serenísima" que levantó, en honor de la Virgen, la basílica de la Salud, observó Benedicto XVI evocando imágenes inmediatas y eficaces. De hecho es en la modernidad -que el Papa contempla con lucidez y serenidad porque es el contexto brindado hoy por la Providencia- donde es necesario volver a proponer el "camino" cristiano. Frente a la crisis de la familia y los desafíos traídos por el materialismo y el subjetivismo, el Evangelio de Cristo debe "llevarse con sano orgullo y con profunda alegría", con confianza y simpatía.
 

Es lo que necesita la nueva evangelización; es lo que desean profundamente los jóvenes, llamados a un nuevo compromiso en el ámbito social y político; es de lo que hay que dar testimonio en todo contexto. Como sin duda ha hecho quien socorrió, en las últimas horas, a los inmigrantes náufragos en el mar de Lampedusa, dando un testimonio conmovedor y de por sí cristiano (naturaliter christianum). Para hacer que emerja del agua de este mundo la salvación traída por Cristo, en espera de alcanzar la belleza de la ciudad definitiva, la verdadera Serenísima.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Lo que un cristiano pide a un político
Por monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
CÓRDOBA, sábado, 14 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la carta que ha escrito monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, con motivo de las elecciones municipales que tendrán lugar en España el 22 de mayo.



 

* * *



 

Estamos en plena campaña electoral, que nos conducirá a las urnas el próximo 22 de mayo. Por este cauce participamos todos de manera singular en la vida ciudadana, que  entre todos hemos de construir. El cristiano no "pasa" de las elecciones, sino que le interesan vivamente, porque es ciudadano de este mundo en el que su fe le invita al compromiso en las cosas de este mundo, con perspectiva de cielo.

En primer lugar, expresamos a los políticos la estima por su labor. La política es una tarea noble, que se asume para construir el bien común. Si se anteponen los propios intereses, personales o de partido, la política se corrompe. La cuota de poder que se alcanza con el respaldo de sus votantes es para servir mejor a la sociedad desde su ideario de un mundo más justo y más humano.

El momento concreto que vivimos nos lleva a anhelar trabajo para todos. Córdoba es lugar con los mayores índices de paro de toda España. En Córdoba por tanto se necesita un esfuerzo especial por dotar a la ciudad y a la provincia de abundantes puestos de trabajo. El trabajo es el ámbito donde crece y se proyecta una persona, donde construye con sus semejantes un mundo mejor. El trabajo dignifica a la persona porque la hace corresponsable. Del trabajo se deriva el salario, con el que una persona sostiene a su familia. El trabajo, por tanto, no es un producto bruto ni ha de medirse simplemente por sus resultados económicos. El centro del trabajo es la persona. Cuando no hay trabajo, la persona está en peligro. Pedimos que los mejores esfuerzos se orienten en este sentido para alcanzar una convivencia pacífica basada en la justicia. Hay otras muchas necesidades propias de cada municipio.

Un cristiano pide a los políticos que promuevan la libertad religiosa en un estado aconfesional, donde ninguna religión es la oficial, pero donde se respeta el derecho de todo ciudadano a vivir su propia fe y a expresarla individual o comunitariamente. La religión no es un estorbo para la ciudadanía, la religión es un factor de convivencia y de progreso. Abogamos por una laicidad positiva, que reconoce y respeta la autonomía de la sociedad civil e incorpora lo mejor de la religión a la convivencia de todos. La Iglesia católica no es un parásito, sino uno de los principales bienhechores de la sociedad en la que vivimos hoy. Atender las necesidades de la Iglesia no es ningún privilegio o reliquia del pasado, es un derecho que tienen los bautizados, que no son ciudadanos de segunda clase por su condición de creyentes.

Los católicos en nuestra sociedad no somos una minoría étnica -siempre muy respetable-, sino que representamos el 92 % de la población actual española, que no queremos imponer nada a nadie, pero pedimos al mismo tiempo que se respeten nuestros derechos. La atención al patrimonio histórico de nuestros templos, que pueden hundirse si no los restauramos, el derecho de los padres a la educación católica de sus hijos y a que se respeten sus convicciones en la escuela pública, el apoyo a las obras de beneficencia con ancianos o pobres de todo tipo, son otros tantos derechos, no privilegios, que reclaman los cristianos a sus políticos.

La promoción de la natalidad y la defensa de la familia y de la vida desde su concepción hasta su muerte natural es hoy un reto de primera magnitud para los que trabajan en la cosa pública. En este campo nos jugamos el futuro de nuestra sociedad. Los jóvenes no miran el futuro con esperanza porque les ofrezcamos pan y circo (hoy, preservativo y botellón), sino porque les ofrecemos valores más altos y estímulo para la propia superación. Son capaces de mucho más, no los degrademos.

Un cristiano acude a las urnas después de pedirle luz a Dios y de aconsejarse bien. El voto ha de ser responsable, porque con nuestro voto contribuimos al bien común. Que en todas las parroquias se eleven oraciones por estas intenciones, que a todos nos afectan.



 

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Sociedades caníbales
La propuesta de un mercado legalizado de órganos humanos
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 14 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- La propuesta no es nueva. Ya en 2006, el «San Francisco Chronicle» publicó una intervención del premio Nobel de economía Gary Becker -recogida después por «The New York Times» y por «The Wall Street Journal»- en la cual se pedía la apertura de un mercado legal para la venta de órganos humanos. La solicitud no sólo nacía de la conciencia de la difusión del turismo de trasplantes, sino también de la consideración de que un acto desesperado del cual antes se sentía vergüenza -la compra clandestina de un riñón o de un hígado por el temor a no sobrevivir a las largas listas de espera americanas- era ya sustancialmente un comportamiento socialmente aceptado. Recientemente Jessica Pauline Ogilvie, en las páginas de «Los Angeles Times», deseaba la legalización del mercado de riñones: si fuera legal venderlos y comprarlos, muchas personas pobres tendrían de qué vivir y muchos enfermos resolverían sus problemas.

El debate es candente. Ante un consenso pleno e informado, con toda la asistencia médica necesaria antes y sobre todo después de la extracción, y a la luz del incontrovertible dato de que, guste o no, el fenómeno se ha vuelto ya una realidad generalizada, muchos -incluyendo algunos médicos- creen que la compraventa de riñones se debería legalizar. Por lo demás, cuanto más se orientan las democracias occidentales hacia la autodeterminación del individuo en las decisiones relativas a la salud y la vida, tanto más verosímil es que pronto se superarán los obstáculos jurídicos a nivel de principios.

Quienes están en contra objetan que un mercado de este tipo beneficiaría solo a los ricos; que excluyendo la donación se llegaría a determinar una forma de esclavitud moderna; que es una mentira jurídica hablar de consenso pleno y libre frente a la desesperación que te induce a vender una parte de ti mismo; que una donación comercial legalizada tendría un impacto negativo sobre la donación voluntaria de órganos de cadáveres, que representa en cambio la fuente principal de recursos en muchos países. También Giuseppe Remuzzi, médico italiano especialista en trasplantes, aun reconociendo la desesperación de muchos, ha escrito en el «Corriere della Sera»: «No podemos aceptar que haya compraventa de órganos, ni siquiera regulada por la ley».

Compartiendo plenamente la oposición a este tipo de comercio, el problema moral no es tanto el del vendedor. En la historia humana, las personas desesperadas han llevado a cabo una triste gama de gestos desesperados para salvarse a sí mismas y a sus seres queridos. Si la ciencia médica permite hoy superar las fronteras de lo imaginable, la razón de fondo es la misma: la desesperación loca impulsada por la pobreza. Y sociedades que «legitiman» esta desesperación son sociedades incapaces de defender a sus ciudadanos.

Ahora bien, el problema más grave es imputable al comprador. Más allá de cualquier otra consideración, de hecho el núcleo de la cuestión reside aquí: ¿estamos realmente dispuestos a aceptar que una persona compre la salud, o que se salve la vida, comprando piezas de recambio del cuerpo de otro?

La sospecha de que sociedades abiertas a este mercado sean, de hecho, sociedades caníbales es dramática y real.

Por Giulia Galeotti, publicado en L'Osservatore Romano

Envìa esta noticia a un amigo

arriba