14.05.11

Serie José María Iraburu 7- Síntesis de la Eucaristía

A las 12:14 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

La Iglesia siempre ha comprendido que
su centro vivificante está en la eucaristía,
que hace presente a Cristo, continuamente,
en el sacrificio pascual de la redención

Síntesis de la Eucaristía (S.-e)
Introducción
José María Iraburu

Lo que más importa y lo que pasa

Síntesis de la Eucaristía

En orden a la importancia que pueda tener la Eucaristía para la Iglesia católica es de suponer que cualquiera comprende que la misma es, básicamente, esencial y que sin ella no se entiende nada de lo que es el catolicismo.

Por eso “La Iglesia siempre ha comprendido que su centro vivificante está en la eucaristía, que hace presente a Cristo, continuamente, en el sacrificio pascual de la redención. En la santa misa, el mismo Autor de la gracia se manifiesta y se da a los fieles, santificándoles y comunicándoles su Espíritu” (1).

Sin embargo, a pesar de lo que pueda creerse, lo bien cierto es que abunda mucho el desconocimiento de la Santa Misa y, en general, de lo que la misma supone para el creyente.

Así, “son pocos los cristianos que tienen acerca de la eucaristía un conocimiento de fe suficiente” (2). Ante esto sólo se puede decir que, en todo caso dado el tal desconocimiento, “Todos debemos ser muy conscientes de que la mejor formación espiritual cristiana está en aprender a participar plenamente de la eucaristía“(3). Sin embargo, por desgracia, resulta importante no desconocer, olvidar o, simplemente, ignorar que “que esta renovación de los fieles en temas litúrgicos no se ha producido sino muy escasamente” (4). Y esto porque “Todavía la mayor parte de los cristianos de hoy apenas entiende nada de lo que en la liturgia, concretamente en la eucaristía, se está celebrando” (5).

Y así están las cosas: “muchos cristianos no entienden suficientemente el acto litúrgico en el que, con su mejor voluntad, están participando” (6).

¿Qué hacer, ante tal situación?

Se resume muy fácilmente diciendo que es necesario tener una adecuada formación en lo tocante a la Eucaristía.

Por eso se pregunta el P. Iraburu “¿Será posible que un cristiano asiduo a la eucaristía emplee cientos y miles de horas en leer los diarios o en desentrañar las Instrucciones que acompañan a sus ordenadores y máquinas domésticas, o que van referidas a tantas otras actividades necesarias o superfluas, y que apenas haya dedicado en su vida un tiempo para informarse acerca de los sagrados misterios de la eucaristía, que constituyen sin duda el centro vital de su existencia?” (7) para responder, con cierta tristeza, “Sí, será posible, es posible” (8)

Y, abundando en tal escandalosa situación, se vuelve a preguntar algo que, en esencia, es básico en este caso y que apunta a la solución de evidente caso: “¿Espera, acaso, este cristiano progresar en la participación eucarística por la mera repetición de asistencias? La realidad defrauda, sin duda, esta esperanza. ¿O quizá espere ese progreso espiritual de una cierta ciencia infusa?” (9).

Y, sin embargo, ante lo que más importa y lo que pasa, José María Iraburu prefiere actuar, si bien de forma consciente según lo dicho, de forma esperanzada: “Anímense, pues, los cristianos a procurar un mayor conocimiento de la liturgia de la misa, para que puedan celebrar los sagrados misterios con mayor provecho y gozo, y la mente en ellos concuerde con su voz.” (10).

Y, para aquellos cristianos que están alejados de la Eucaristía, les avisa sobre el hecho de que “se privan así del pan de la palabra divina y del pan del cuerpo de Cristo. ‘La palabra del Señor es para ellos algo sin valor: no sienten deseo alguno de ella’ (Jer 6,10). Y el pan del cielo no les sabe a nada: ‘se nos quita el apetito de no ver más que maná’ (Núm 11,6). Lo que ellos desean, según se ve, es la comida de Egipto: ‘carne y pescado, pepinos y melones, puerros, cebollas y ajos’ (11,5)” (11) lo cual es, ciertamente, triste.

El sacrificio

Existe una notable diferencia entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza en lo tocante a lo que se entiende por “sacrificio”. Así, en los tiempos anteriores a la llegada del Mesías, “La vida religiosa de Israel es organizada minuciosamente por el mismo Dios, Creador del cielo y de la tierra. Sabemos por la Escritura que Yavé instituye sacrificios cultuales y expiatorios, para fomentar por ellos en su Pueblo el espíritu de alabanza y de reparación por el pecado” (12). Así en el “intento” de sacrificio del hijo de Abraham (Gén 22), el que fue del cordero pascual al salir de Egipto (Éx 12) o el caso particular de Moisés sellando (en el Sinaí, Éx 24) la Antigua Alianza, Elías restaurando la Alianza violada (1 Re 16-18) o, por fin, la referencia del profeta Isaías (40-55) (13) al cordero sacrificado para salvación de todos, el pueblo elegido por Dios, “el sacrificio es una acción ritual por la que se ofrece a Dios algún bien creado, privándose de él en todo o en parte, para expiar por el pecado (Miq 6,6-7), para eliminar la culpa y la impureza (Lev 14,4-7.52; 16,21-25; Dt 21,1-9), para expresar devoción y adoración, y para ganarse, en fin, el favor y la protección de Dios” (14).

Pero esto queda atrás, material pero sobre todo, espiritualmente, cuando llega la denominada “plenitud de los tiempos” que no es otra que cuando Jesús, “durante tres años, predicó el Evangelio a los hombres como Profeta de Dios (Lc 7, 16), mostrándose entre ellos poderoso en obras y palabras (24, 19)” (15).

La realidad espiritual cambia de tal manera que lo que era puro sacrificio sangriento de animales deviene, en todo caso, sacrificio de Uno por todos.

Jesús, ciertamente, “se muestra siempre consciente de que va acercándose hacia una muerte sacrificial y redentora” (16). Y en tal sacrificio muestra tanto el “amor a Dios” (17) como el “amor a los hombres” (18).

Lo que sucedió

Es de creencia y conocimiento general que en la Cena del jueves “realiza el Señor la entrega sacrificial de su cuerpo y de su sangre –‘mi cuerpo entregado’, ‘mi sangre derramada’-, anticipando ya, en la forma litúrgica del pan y del vino, la entrega física de su cuerpo y de su sangre, la que se cumplirá el viernes en la cruz” (19). Y esto trae varias consecuencias que son, a saber:

-Cristo aparece como el “Cordero pascual nuevo” (20).
-Cristo establece una “Nueva Alianza” (21).
-Cristo establece un “memorial a perpetuidad” (22).
-Cristo está presencia de forma real en las especies pan y vino.
-Cristo se establece como alimento para la vida eterna.
-Cristo se constituye como sacrificio de la Nueva Alianza.

Y luego, Getsemaní, como confirmación de todo lo dicho por el Maestro, momento en el que el sacrificio de la Nueva Alianza (23) es, además de “único y definitivo” (24) uno que lo es de “acción de gracias” (25) porque nosotros, los rescatados a cambio de la sangre de Cristo, “tenemos un ministerio litúrgico de alegría infinita, que iniciamos en la eucaristía de este mundo, para continuarlo eternamente en el cielo, cantando la gloria de nuestro Redentor bendito” (26). Y todo esto porque “Todo el Evangelio tiene su clave en ‘la doctrina de la cruz de Cristo’ (1Cor 1,18). Por eso el Apóstol no presume de saber de nada, sino de ‘Jesucristo, y éste crucificado’ (1Cor 2,2)” (27). Así, “La cruz del Señor, actualizada cada día en la eucaristía, es el sello de garantía de todo lo cristiano” (28).

La liturgia y su naturaleza

Es bien cierto que, como estamos a la espera de la nueva llegada de Cristo a la que se denomina Parusía, no nos falta “cierta nostalgia de la presencia visible de Jesús” (29) que, además, dura ya muchos siglos.

Sin embargo, no podemos olvidar que “Cristo nos prometió su presencia espiritual hasta el fin de los siglos (Mt 28, 20)” (30) y que, además, nos dejó la eucaristía. La misma celebración eucarística, a tenor de lo dicho en Concilio Vaticano II, tiene una naturaleza que viene definida en el siguiente sentido:

1.- “La liturgia es el ‘ejercicio del sacerdocio de Jesucristo’” (31).
2.- “La liturgia de la Iglesia visible es una participación de la liturgia celestial” (32).
3.-“La liturgia terrena es, pues, presencia eficacísima en este mundo del Cristo glorioso” (33).

Así, en la eucaristía, el sacerdote es ministro “representante de Cristo” (34) en el entendido de que “Todo el pueblo cristiano es sacerdotal, pues tiene por cabeza a Cristo Sacerdote, y está destinado a promover la gloria de Dios y la salvación de los hombres, haciendo de sus propias vidas una ofrenda permanente” (35).

Lo primero, es decir, que el sacerdote es representante de Cristo “en la eucaristía, y que obra en su persona, en su nombre, es algo cierto en la fe. Las oraciones eucarísticas presidenciales, las que reza el sacerdote solo, son oraciones ’de Cristo con su Cuerpo al Padre’ (+SC 84). En la liturgia de la Palabra, es Cristo mismo el que enseña y predica a su pueblo. Es Él mismo, ciertamente, quien en la liturgia sacrificial dice ‘esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre’. Es Él quien saluda al pueblo, quien lo bendice, quien, al final de la misa, lo envía al mundo. Con sus ornamentos, palabras y acciones sagradas, el sacerdote es símbolo litúrgico de Jesucristo; no tanto del Cristo histórico, sino del Cristo resucitado y celestial, que sentado a la derecha del Padre, como Sacerdote de la Nueva Alianza, ‘vive siempre para interceder’ por nosotros (Heb 7,25)” (36).

Por eso, el sacerdote no puede caer en determinadas, digamos, desviaciones que pueden llegar a desvirtuar la propia naturaleza de la eucaristía. Así, “El presbítero en la sede representa a Cristo, que preside la asamblea eucarística, sentado a la derecha de Dios Padre: una banquetilla, que hace de sede, proclama la ignorancia de esta realidad de la fe. El Domingo de Ramos los fieles en la procesión aclaman a Cristo, representado por el sacerdote celebrante, que entra en el templo -en Jerusalén-, para ofrecer el sacrificio, y le acompañan con palmas: si el sacerdote lleva también su palma no parece que tenga muy clara conciencia de que en esa procesión de los ramos él está simbolizando a Cristo. Ignora igualmente el sacerdote esa representación misteriosa de Cristo cuando, modificando los saludos y bendiciones, dice en la misa: ‘El Señor esté con nosotros», la bendición de Dios «descienda sobre nosotros’, ‘Vayamos en paz’. En realidad, actuando no en cuanto ministro representante de Cristo-cabeza, sino como un miembro más de Cristo, oculta al Señor, a quien debería visibilizar en esos actos ministeriales” (37).

Y algo, para terminar ahora, que resulta curioso, a la par que sintomático de lo que sucede en y con la Eucaristía: “Los cristianos no van a oír misa, sino a participar en ella. Éste es, grandiosamente, su derecho y su deber” (38). Y es que hay expresiones que pueden tergiversar muchas cosas.

La Eucaristía y su liturgia

En un capítulo denso y profundo, el P. Iraburu analiza lo que son, digamos, la celebración de la eucaristía. Aquí vamos a mencionar, siento esto una síntesis de la síntesis, la relación de su contenido y, además, la página en la puede encontrarse el análisis que hace José María Iraburu de tan importante Sacramento cristiano.

A tenor de lo que indica el autor del libro la celebración eucarística actual “halla antecedentes muy directos en la segunda mitad del siglo IV, cuando la Iglesia (tras la conversión de Constantino obtenida ya la libertad cívica), va dando a su liturgia, como a tantas otras cosas, formas comunitarias y públicas más perfectas” (39)

I. Ritos iniciales

Canto de entrada, 34. -Veneración del altar, 34. -La Trinidad y la Cruz, 34. -Amén, 35. -Saludo, 35. -Acto penitencial, 35. -Señor, ten piedad, 36. -Gloria a Dios, 37. -Oración colecta, 37.

II. Liturgia de la Palabra

Cristo, Palabra de Dios, 38. -Recibir del Padre el pan de la Palabra encarnada, 39. -La doble mesa del Señor, 39. -Lecturas en el ambón, 40. -El leccionario, 41. -Profeta, apóstol y evangelista, 41. -El Credo, 43. -La oración universal u oración de los fieles, 43.

III. Liturgia del Sacrificio

A. Preparación de los dones
El pan y el vino, 44. -Oraciones de presentación, 44. -Súplicas del sacerdote y del pueblo, 45. -Oración sobre las ofrendas, 45.
B. Plegaria eucarística
El ápice de toda la celebración, 45. -Las diversas plegarias eucarísticas, 46. -Prefacio, 47. -Santo-Hosanna, 47. -Invocación al Espíritu Santo (1ª), 48. -Relato-consagración, 49. -Memorial, 50. -Y ofrenda, 50. -Invocación al Espíritu Santo (2ª), 51. -Intercesiones, 52. -Ofrecer misas por los difuntos, 52. -Doxología final, 53.

C. La comunión

El Padrenuestro, 53. -La paz, 54. -La fracción del pan, 55. -Cordero de Dios, 55. -La comunión, 56. -Disposiciones exteriores para la comunión, 57. Disposiciones interiores para la comunión frecuente, 57. -La oración post-comunión, 59. -Comunión y santidad, 60. -Los santos y la comunión eucarística, 60.

IV. Rito de conclusión

Saludo y bendición, 63. -Despedida y misión, 63
(40).

Un final sobre lo que importa y es importante

El P. Iraburu parte de realidad esperitual que es elemental y que “de la eucaristía fluye, como de su fuente, toda la vida cristiana, la personal y la comunitaria. ‘Todas las obras de la vida cristiana se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan’ (OGMR 1) (41). Entonces, y debido precisamente eso, resulta fácil entender que se derive el hecho de que “la espiritualidad cristiana ha de arraigarse siempre y cada vez más en la eucaristía” (42), arraigo sin el cual no se entiende la vida de un discípulo de Cristo y, es más, lo aleja de forma definitiva de Dios.

Esto no es algo que pueda deducir, siquiera, de lo dicho el propio autor del libro sino que parte, directamente de la doctrina católica. Así, “El concilio Vaticano II nos enseña que todos los sacramentos ‘están unidos con la eucaristía y a ella se ordenan, pues en la sagrada eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo, que por su carne vivificada y vivificante en el Espíritu Santo, da vida a los hombres’ (PO 5b)” (43).

Por otra parte, estima “sumamente recomendable el uso habitual del Misal de los fieles. Él pone en nuestras manos las maravillosas oraciones del Ordinario de la misa, especialmente las Plegarias Eucarísticas, y cada día nos ofrece las lecturas bíblicas, las oraciones variables, que van celebrando, con distintas tonalidades, el Año del Señor, sus grandes misterios, las fiestas de los santos” (44). Además, no podemos olvidar lo que significa llevar a cabo “el culto de la eucaristía fuera de la misa” (45) o, lo que es lo mismo, “oración ante el Sagrario, exposiciones en la Custodia, procesiones, Horas santas, visitas al Santísimo, asociaciones de Adoración nocturna o perpetua, etc. Esto lo ha ido haciendo la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, que nos conduce ‘hacia la verdad plena’ (+Jn 14,26; 16,13). Con toda verdad dijo Cristo del Espíritu Santo: Él me glorificará (Jn 16,14)” (46).

Por otra parte, lo siguiente que escribe José María Iraburu vale la pena sea tenido en cuenta:

’¡Oh sagrado banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!’. Como dice esta antigua oración de la Iglesia, la eucaristía es, en efecto, como dice esta antigua oración de la Iglesia, ‘la anticipación de la gloria celestial’ (Catecismo 1402). Es la reunión con Dios y la comunión con los santos. Es, pues, el cielo en la tierra. O si se quiere, es el punto eclesial de tangencia entre la esfera celestial y la esfera terrestre.

El mismo Cristo quiso que la Cena eucarística fuera entendida también como prenda anticipadora del banquete celestial, «hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22,18; +Mt 26,29; +Mc 14,25). Por eso, cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa, y su mirada se dirige hacia “el que viene” (Ap 1,4). Y en su oración, implora su venida: “Marán athá” (1Cor 16,22), ‘Ven, Señor Jesús’ (Ap 22,20), “que tu gracia venga y que este mundo pase” (Dídaque 10,6)’ (Catecismo 1403)
” (47).

Y, por último, el recuerdo de la Madre de Dios que es “indudablemente el modelo perfecto de participación en la misa” (48). Y esto porque “Nadie como ella ha vivido la liturgia eucarística como actualización del sacrificio de la cruz. Nadie ha reconocido como ella la presencia de Jesús en los fieles congregados en su Nombre. Nadie como ella ha distinguido la voz de su hijo divino en la liturgia de la Palabra. Nadie ha hecho suyas las oraciones, alabanzas y súplicas de la misa con tanta fe y esperanza, con tanto amor como la Virgen María. Nadie en la misa se ha ofrecido con Cristo al Padre de modo tan total a como ella lo hacía. Nadie ha comulgado el cuerpo de Cristo, ni el mayor de los santos, con el amor de la Virgen Madre. Nadie ha suplicado la paz y la unidad de la santa Iglesia con la apasionada confianza de la Virgen en la misericordia de Dios providente. Nadie, en toda la historia de la Iglesia, ha estado en la misa tan atenta, tan humilde y respetuosa, tan encendida en oración y en amor, como la Madre de la divina gracia” (49).

Y por todo eso, la Virgen María es la mujer eucarística por excelencia, ejemplo a seguir en la comprensión, conocimiento y aceptación de la Santa Misa.

Dos regalos espirituales

Acompaña a la propia síntesis de la eucaristía, dos Apéndices que complementan y enriquecen, en lo que quepa, el análisis del P. Iraburu. Son, a saber, el aporte de unos “Textos eucarísticos primitivos“ que corresponde a la Dídaque, a San Justino, a San Ireneo, a la Traditio apostolica, a Orígenes, a San Cipriano, a Eusebio de Cesarea y a San Atanasio. Un segundo apéndice contiene el “Ordinario de la Misa”.

Se completa, así, la visión que sobre la Eucaristía nos ofrece el P. Iraburu y que mejora, en mucho, el concepto y conocimiento que de la misma podíamos tener muchos católicos.

Y terminamos como se suele dar finalizada la celebración de la eucaristía y que supone, por decirlo así, el objetivo que debe perseguir todo cristiano que se sabe discípulo de Jesucristo:
Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16,15).

NOTAS

(1) Síntesis de la Eucaristía (S.-e). Introducción, p. 3
(2) Ídem nota anterior.
(3) S.-e. Introducción, p. 4.
(4) Ídem nota anterior.
(5) Ídem nota 3.
(6) S.-e. Introducción, p. 5.
(7) S.-e. Introducción, p. 5-6.
(8) S.-e. Introducción, p. 6.
(9) Ídem nota anterior.
(10) Ídem nota 8.
(11) S.-e. Introducción, p. 7.
(12) S.-e. 1, p. 9.
(13) S.-e. 1. Las referencias a los sacrificios de Israel se encuentran en las páginas 10, 11, 12 y 13 del capítulo 1 de “Síntesis de la Eucaristía” titulado “Los sacrificios de la Antigua Alianza”.
(14) S.-e. 1, p. 13.
(15) S.-e. 2, p. 15.
(16) S.-e. 2, p. 16.
(17) S.-e. 2, p. 17.
(18) Ídem nota anterior.
(19) S.-e. 2, p. 18.
(20) Ídem nota anterior.
(21) Ídem nota 19.
(22) S.-e. 2, p. 19.
(23) S.-e. 2, p. 22.
(24) Ídem nota anterior.
(25) S.-e. 2, p. 23.
(26) Ídem nota anterior.
(27) Ídem nota 25.
(28) S.-e. 2, p. 25.
(29) S.-e. 3, p. 26.
(30) Ídem nota anterior.
(31) Ídem nota 29.
(32) Ídem nota 29.
(33) S.-e. 3, p. 27.
(34) S.-e. 3, p. 28.
(35) Ídem nota anterior.
(36) Ídem nota 34.
(37) S.-e. 3, p. 29.
(38) S.-e. 3, p. 31.
(39) S.-e. 4, p. 33.
(40) El estudio que hace el P. Iraburu de las partes fundamentales de las que consta la eucaristía es, verdaderamente, importante par quien quiera conocer la esencia de las mismas y pueda llegar a comprender hasta qué punto es importante la asistencia a la eucaristía. Quizá se pueda pensar que, por muchas veces repetidas las acciones y actos que en la celebración eucarística acaecen, tienen menos importancia de la que, en realidad, tienen. Leer las páginas aquí referidas sólo puede acrecentar el amor por la eucaristía y, sobre todo, echar por tierra muchas creencias al respecto de la misma que, seguramente, estaban mal planteadas aunque hubiera sido de buena fe.
(41) S.-e. 5, p. 64. Las siglas OGMR se refieren a la Ordenación General del Misal Romano, 1969.
(42) Ídem nota anterior.
(43) S.-e. 5, p. 65.
(44) Ídem nota anterior.
(45) S.-e. 5, p. 66.
(46) Ídem nota anterior.
(47) S.-e. 5, p. 66-67.
(48) Ídem nota anterior.
(49) S.-e. 5, p. 67-68.

Eleuterio Fernández Guzmán