24.05.11

Una purificación de la fe

A las 10:58 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

La fe es una virtud sobrenatural por la que confiamos en Dios y, basados en esa confianza, aceptamos lo que Él ha revelado. Creer es una realidad nueva, que no la da ni la carne ni la sangre, sino que procede de la gracia divina acogida por el hombre de un modo libre y razonable.

Hoy los creyentes vivimos un poco a la intemperie. No podemos refugiarnos en una cultura dominante afín a nuestras creencias. Más bien todo lo contrario. No está mal visto discrepar en público de la fe cristiana, sino al revés. No está bien visto definirse católico, obediente al papa y dispuesto a aceptar lo que la Iglesia nos enseña. Todo lo contrario. Se tolera, a lo sumo, un catolicismo “liberal” que, antes que la adhesión, interpone la distancia. Incluso en ambientes teóricamente muy católicos el criticismo excesivo parece querer levantarse como una pantalla protectora que pretende salvaguardar la propia “independencia” de juicio. Unos y otros, liberales y anti-liberales, dejan claro que, ante todo, está “su” pensamiento, “su” criterio, “su” modo de ver las cosas y de interpretarlas.

Culturalmente, nos encontramos a veces con la oposición y, más veces aún, con la indiferencia. Con la persecución o con el relativismo igualador de todas las creencias. En definitiva, si todas las religiones valen lo mismo es que ninguna vale nada. Si todos salvan, nadie salva.

Debemos, en cierto modo, aprovechar las posibilidades que ofrece el tan cacareado “pluralismo”, a veces puramente teórico, pero que puede permitir que “también” nosotros digamos “algo”. Y debemos decirlo, aprovechando todas las ocasiones, a tiempo y a destiempo, proclamando la novedad del Evangelio.

La indiferencia es un serio obstáculo que hay que sortear. La fe parece no interesar, parece no decir nada. La única manera de salvar esta barrera es, creo, la propia convicción, serena y esperanzada, de que al menos a mí la fe sí me dice mucho y sí me interesa en gran manera. Y, en buena lógica, cabe pensar que si me interesa a mí puede también, en línea de principio, interesar a otros.

El anuncio de la fe ha de ser, en buena medida, una provocación, un reto, un desafío, una llamada apremiante a romper con el desinterés y la insensibilidad espiritual. Hay que cargar de “realidad” las palabras, tantas veces desprovistas de su significado y convertidas en meros signos vacíos, que nada dicen porque nada, en las cosas, las respaldan. Cada palabra debe remitir a un hecho, a una vivencia, a una transformación experimentada personalmente y, en cierto modo, también comunicable.

No podemos asumir como un destino irreversible quedar al margen. Hay que hacerse presentes en el mundo: con la palabra, con el pensamiento, con la vida. Si yo no creo que el cristianismo sea decisivo para todo hombre, no podré comunicar a nadie esa convicción que me falta.

Hay buenas razones para la esperanza: Dios es el Creador de todos los hombres; el Hijo de Dios se hizo hombre para redimirnos; el Espíritu Santo anima la Iglesia y su soplo infunde vida al mundo. Podrá haber dificultades, que las hay, pero Dios no falla. Un sano optimismo, que yo llamaría “esperanza”, forma parte del realismo cristiano.

Guillermo Juan Morado.