2.06.11

Valle los Caídos

Hay cosas que no se entienden o, por desgracia, se entienden demasiado bien.

El que esto escribe ha tenido que hacerlo en otras ocasiones sobre el Valle de los Caídos y, por decirlo así, sobre la situación en la que lo están poniendo o lo han puesto los muchos mandamases que quieren poner sus sucias manos en el mismo y a los que, igual que hace Charlston Heston en “El Planeta de los Simios” cuando uno de aquellos habitantes de la Tierra futura lo toca estando preso en una red y, además, colgado, hay que decirles que las aparten y dejen de manosear al Valle.

A este respecto quizá se entiende mejor lo que quieren hacer con el Valle de los Caídos si atendemos a lo que dijo un sui generis hispanista llamado Ian Gibson y que era que si de él dependiera “Haría volar la cruz del Valle de los Caídos porque me ofende como hombre procedente de una cultura cristiana”. Y, aunque se me pueda decir que soy algo bruto y exagerado, francamente, hay formas de hacer lo mismo sin que se venga abajo la citada Cruz.

En realidad, cualquiera que no esté ciego sabe lo que se quiere hacer con el Valle de los Caídos. Si el mismo es el símbolo por excelencia de reconciliación entre los españoles lo pretendido es, exactamente, lo contrario: que sea de enfrentamiento y que aquellos que no fueron capaces de mantener un sistema político del que pudiera predicarse que era medianamente democrático salgan vencedores, al precio que sea, de una contienda a la que dieron lugar con actos y palabras. Pero, a diferencia de aquellos tiempos totalitarios, deberían saber que, ahora, lo mismo que se pone algo, se puede quitar y que, en todo caso, se trata de una forma de, casi finiquitada la legislatura, hacer el mayor daño posible. Y todo eso legitimando lo que se decida en base a una Comisión en la que la Iglesia católica no puede participar porque es lo que es y que no es otra cosa que lo mismo que sucedió en el caso del aborto: todos de acuerdo con el Gobierno o, para disimular, casi todos.

A lo mejor no les parece suficiente lo que han causado en estos años de (des)gobierno en España como para acabar la faena queriendo entrar a matar e hincando, a lo mejor, en hueso, la espada de Damocles de su maléfico poder. Aunque también es posible que todo les salga bien y tengamos algún tipo de centro cultural preparado para la desmemoriada Memoria Histórica que defienden los que sólo se acuerdan de lo que les conviene.

En realidad, cualquiera que no esté ciego sabe que con el Valle de los Caídos no hay que hacer nada de nada que no sea dejar que siga cumpliendo la función para la que fue construido y no incordiar a los que, dentro de la orden benedictina, allí se encuentran orando por una humanidad que, a veces, les es esquiva cuando no abiertamente contraria y que no sabe más que remover el agua del molino que, por pasada, no debería moverlo ni un ápice de donde está. También, sin embargo, es cierto, que hay ciertas ciénagas ideológicas que, por su propia naturaleza, nunca podrán se podrán limpiar.

Por eso, hacer, lo que es hacer, con el Valle de los Caídos hay que hacer exactamente esto: nada de nada.

Por cierto, en otra ocasión, y habida cuenta de lo que pasaba, pasa y acabará pasando, escribí lo que sigue:

Volverán los oscuros pensamientos

Volverán los oscuros pensamientos
en el Valle sus cartuchos a explotar,
y, otra vez, cual primavera negra que retorna
alegrías seguro provocarán;
pero los tiempos de libertades
que soñaran otros en este mismo lugar,
aquéllas que por su nombre dieron vidas
y sangre martirial…
ésos… ¡no volverán!

Volverán, con finezas y ademanes
propios de tiempos modernos a envalentonar
los corazones que, del odio,
siembran y quieren sembrar
veneno de alma negra que quisieran recuperar;
pero las luces y luminarias del mundo
que de los maderos cruzados cualquiera puede
vislumbrar,
ésas… ¡no volverán!

Volverán del rencor de otros momentos
sus recuerdos retornar;
los corazones límpidos la noche
verán cruzar;
pero en el Valle de los que cayeron
y su recuerdo se honra allá,
aquellos, olvídense ya para siempre
que como puedan… no volverán,
y la cruz y la memoria, de callarse, morirán.

Y es que, más o menos, así están las cosas.

Por eso se entiende que la Iglesia católica, como institución, no quiera participar en el aquelarre. Y hace bien.

Eleuterio Fernández Guzmán