Sólo la belleza nos salvará

 

Que el arte, junto con los santos y antes que la razón, es «la más grande apología de la fe cristiana» es una tesis que Benedicto XVI ha sostenido varias veces. Para él la belleza es «la vía más atrayente y fascinante para llegar y encontrar y amar a Dios». Pero definitivamente esta tesis no tiene vida fácil hoy. En miras a un nuevo encuentro entre Benedicto XVI y los artistas, dos duras críticas a la jerarquía de la Iglesia, del historiador del arte Jean Clair y del filósofo de la estética Enrico M. Radaelli

07/06/11 8:29 AM


 

El próximo mes de julio Benedicto XVI se reunirá de nuevo con los artistas, algunos cientos de todo el mundo, menos de dos años después del encuentro anterior en la Capilla Sixtina.

Que el arte, junto con los santos y antes que la razón, es "la más grande apología de la fe cristiana" es una tesis que Benedicto XVI ha sostenido varias veces. Para él la belleza es "la vía más atrayente y fascinante para llegar y encontrar y amar a Dios". 

Pero definitivamente esta tesis no tiene vida fácil hoy, es decir, al menos cuando un par de siglos atrás "se rompió el hilo del arte sacra": como ha titulado el historiador del arte Timothy Verdon un ensayo en "L'Osservatore Romano" del 28 de marzo del 2008.

Enrico Maria Radaelli, filósofo de la estética, en su último libro plantea una pregunta paradojal: "¿Qué cosa aprenderían los millones de fieles que visitan la Capilla Sixtina si sus nobles paredes y su célebre bóveda, hubieran sido pintadas por un Haring, un Warhol, un Bacon, un Viola, un Picasso, y no por Miguel Ángel?"

El nuevo ensayo de Radaelli lleva por título: "La belleza que nos salva". Y el subtítulo es todo un programa: "La fuerza de 'Imago', el segundo Nombre del Unigénito de Dios, que, con 'Logos', puede dar vida a una nueva civilización, fundada en la belleza". Son trescientas páginas de alta metafísica y de teología, valorizadas por un prefacio del filósofo del "sentido común" Antonio Livi, sacerdote del Opus Dei y profesor en la Pontificia Universidad Lateranense.

Pero también son páginas de crítica áspera a la deriva que ha revolcado una fecunda relación de siglos entre el arte y la fe cristiana. Sin dejar de lado las altas jerarquías de la Iglesia, que Radaelli acusa de haber abdicado de su rol magisterial, de faro de la fe y por lo tanto también del arte cristiano.

Para invertir el camino, Radaelli escribe que no basta uno que otro esporádico encuentro entre el Papa y los artistas. A su juicio es necesario convocar en la Iglesia "un debate universal, no meramente artístico, sino teológico, litúrgico, eclesiológico, filosófico, un simposio de varios años y multidisciplinar, cuyo nombre podría ser el simple pero claro 'Estados generales de la belleza'".

Radaelli da el nombre de aquellos que interrogados por él, en el Vaticano y fuera, se han adherido a la idea: el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del pontificio consejo para la cultura; el cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el clero; el cardenal Albert Malcom Ranjith, arzobispo de Colombo y ex secretario de la congregación para el culto divino; el abad Michael John Zielinsky, vicepresidente de la pontificia comisión para los bienes culturales de la Iglesia; Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos; Valentino Miserachs Grau, presidente del pontificio instituto de música sacra; Timothy Verdon, presidente de la oficina para la catequesis en el arte de la arquidiócesis de Florencia; Roberto de Mattei, historiador, vicepresidente del Centro Nacional de las Investigaciones; Nicola Bux, consultor de la congregación para el culto divino y de la oficina de las celebraciones litúrgicas pontificias; Ignacio Andereggen, miembro de la pontificia academia de santo Tomás de Aquino.

Con tono polémico, Radaelli observa que "es necesario más coraje" para organizar estos "Estados generales de la belleza" que un Patio de los Gentiles. Porque –explica– dialogar fuera del templo con el mundo profano será también justo y meritorio, pero antes las jerarquías de la Iglesia deberían prever el modo de que la catedral de la doctrina no se arruine, "llena como está de inconscientes y no menos auténticos luteranos, arrianos, gnósticos, pelagianos".

Pero no nadie ha dicho que en el Patio de los Gentiles la cuestión enfocada por Radaelli se haya callado. En el primero de estos encuentros de diálogo queridos por Benedicto XVI y llevados a la práctica por el cardenal Ravasi, tenido en París en marzo del 2011, hubo un orador que la propuso a la atención de todos en forma candente.

Este orador es Jean Clair, historiador del arte de fama mundial, miembro de la Academia de Francia y conservador general del patrimonio artístico francés.

Además, el 2 de junio, fiesta e la Ascensión de Jesús al Cielo, en "L'Osservatore Romano" el teólogo Inos Biffi ha desarrollado el tema de la belleza de la verdad de Dios con acentos consonantes a los del ensayo de Radaelli: otra señal de atención autorizada para la cuestión.

A continuación algunos pasajes de las intervenciones de Jean Clair y de Inos Biffi.

Culto de la vanguardia y cultura de muerte

por Jean Clair 

París, Patio de los Gentiles, 25 de marzo del 2011

[...] Hay en la historia de la Iglesia episodios singulares como, en los siglos XII y XIII, la sorprendente moda de los Goliardos, clérigos itinerantes que escribían poesías eróticas y canciones de taberna bastante obscenas, y que se dedicaban a hacer parodias burlescas de misas y sacramentos de la Iglesia. Pero los goliardos actuaban así para criticar a una Iglesia de la que denunciaban los errores. Nada de todo eso, hoy, en los artistas de vanguardia, que no tienen relaciones con la Iglesia, y ni siquiera deseos de burlarse de ella. El movimiento de los goliardos estaba ligado a una época de gran religiosidad y de gran misticismo, no a una manifestación de indiferencia.

Podría ser sólo las desviaciones individuales de algún espíritu bello, si la proliferación de estas incursiones estéticas en las iglesias de Francia, y lo común de su naturaleza, exhibicionista y frecuentemente coprolálica, no nos llevase a preguntarnos sobre la relación que el catolicismo mantiene hoy con la noción de Belleza.

Me limitaré a pocos ejemplos:

–En una pequeña iglesia de la Vandea en el 2001, junto a la mueble que aloja a un santo sanador a quien se viene de lejos en peregrinación, se instala otro mueble lleno de antibióticos.

–Más recientemente, en el baptisterio de una iglesia grande de París se instala una inmensa máquina que hace gotear líquido plastificante, el esperma de Dios, sobre enormes certificados de bautismo, vendidos en el lugar a 1500 euros cada uno.

–En Gap, el obispo presenta una obra de un artista de vanguardia, Peter Fryer, que representa a Cristo desnudo con los brazos extendidos, amarrado a una silla eléctrica, como una Deposición de la Cruz.

–En el 2009, en una pequeña iglesia de Finistère, una exponente del strip-tease, Corinne Duval, en el contexto de un encuentro de danza contemporánea, subvencionada por el Ministerio de Cultura, termina danzando desnuda sobre el altar. [...]

Lo que veo renacer y desarrollarse en estos cultos libertinos tan semejantes a los que practican ciertas sectas gnósticas del siglo II me parece efectivamente una nueva gnosis, según la cual la creatura es inocente, el mundo es malvado y el cosmos imperfecto.

No soy un teólogo, pero como historiador de las formas estoy impactado, en estas obras culturales llamadas "de vanguardia" –que hoy pretenden meter en la iglesia la alegría del sufrimiento y del mal, mientras que hace un tiempo el culto tradicional las combatía con su liturgia–, por la presencia obsesiva de los humores del cuerpo, privilegiando el esperma, la sangre, el sudor, o la podredumbre, la pus en la frecuente evocación del SIDA. Naturalmente también la orina que, a propósito del Piss Christ del artista Andrés Serrano, "infaltable estrella del mundo del arte y del mercado" según M. Brownstone, es proclamada "portadora de luz" en una homilía del sacerdote, Robert Pousseur, entonces encargado de iniciar al clero francés en los misterios del arte contemporáneo. [...]

La Iglesia se ha dejado fascinar por las vanguardias hasta el punto de presumir que lo inmundo y lo abominable ofrecidos a la vista por sus artistas son las mejores puertas de entrada a la verdad del Evangelio. Mientras tanto han sido marcadas diferentes etapas que no me atrevo a definir como una derivación.

En los años '70, la Iglesia no quería saber del arte contemporáneo sino sólo la abstracción. Después de los vitrales de Bazaine en Saint Séverin fueron los vitrales de Jean Pierre Reynaud en la Abadía de Noirlac, luego las comisionadas a Morellet y a Viallat para Nevers, y de Soulages para la abadía de Conques. El rostro ya no existía, el cuerpo ya no existía más, el crucifijo mismo fue entonces sustituido por dos pedazos de leño o de fierro soldados. Las luchas sanguinarias de los iconoclastas parecían no haber ocurrido nunca. La iconoclastía era ya un hecho normal. [...]

¿Cuántas son en los museos del Estado, las obras de la iconografía católica? ¿60 por ciento? ¿70 por ciento? De las crucifixiones a las deposiciones en el sepulcro, de las circuncisiones a mártires, de las natividades de San Francisco de Asís… Contrariamente a los ortodoxos que se arrodillan y rezan frente a los íconos, incluso cuando estos se encuentran en los museos, es raro, en la Grande Galería del Louvre, ver a un fiel detenerse y rezar frente a un Cristo en la cruz o frente a una Virgen. ¿Debemos lamentarlo? A veces pienso que sí. ¿La Iglesia debería demandar la restitución de sus bienes? Me sucede que también pienso esto. Pero la Iglesia ya no tiene ningún poder, contrariamente a los Vanuatu o a los indios haida de la Colombia británica, que han obtenido la restitución de los instrumentos de su fe, máscaras y tótems… ¿La Iglesia se avergonzaría de haber estado en el origen de los más prodigiosos tesoros visivos que se hayan tenido jamás? No pudiendo tenerlos de vuelta, ¿no podría al menos tomar conciencia de la obligación de que no se les puede dejar sin explicación ante millones de visitantes de museos? [...]

La religión católica me pareció por mucho tiempo como la más respetuosa del sentido, la más atenta a las formas y a los perfumes del mundo. Es en ella que se encuentra también la más profunda y la más cautivadora y sorprendente ternura. El catolicismo me parece ante todo una religión no de la separación, ni de la conquista, ni de un Dios celoso, sino una religión de la ternura.

No conozco otra que por ejemplo haya a tal punto exaltado la maternidad. […] ¿Alguna religión ha pintado tantas veces, desde Giotto a Maurice Denis, el niño en todas las posiciones de la infancia, gestos, miradas, pasiones de niño, con su ser goloso y curioso, cuando está de pie sobre las rodillas de su madre? ¿Cómo la Iglesia actual ha podido dar la espalda a una riqueza así? [...]

En la obra de arte nacida del cristianismo hay también algo más respecto a la felicidad visiva y a la piedad. Hay también una aproximación heurística al mundo. […] El artista está al servicio de Dios, no de los hombres, y si pinta la creación, conoce las maravillas de lo creado, guarda en su espíritu el hecho de que estas creaturas no son Dios, sino el testimonio de la bondad de Dios, y que son loas y canto de alegría. Me pregunto dónde se puede sentir todavía esta alegría, aquella que se sentía en Bach o en Haendel, en estas manifestaciones culturales, tan pobres y tan ofensivas para el oído y para el ojo, a las cuales ya las iglesias abren sus cultos.

Aquí sin duda ha sido y sigue estando hoy la grandeza de la Iglesia: esta nació de la contemplación y de la adoración de un niño que nace, y se fortifica con la visión de un hombre que resucita. Entre estos dos momentos, la Natividad y la Pascua, no ha dejado de luchar contra la "cultura de muerte", como dice tan justamente.

Este valor, esta obstinación hacen aún más incomprensible su tentación de defender obras que, a mis ojos, a las "puertas de mi carne", son solamente de muerte y desesperación.

Un Dios sin la presencia de lo Bello es más incomprensible que lo Bello sin la presencia de un Dios. 

Cuando se respira el soplo de la Belleza

de Inos Biffi

Tomado de "L'Osservatore Romano" del 2 de junio del 2011

[...] La teología por definición "dice Dios". Y este "decir" la verdad de Dios tiene una belleza propia. […] Se había dado cuenta de ello san Agustín que hablaba de "esplendor de la verdad", y al cual hacía repetidamente eco santo Tomás de Aquino, […] atribuyendo la prerrogativa de ser "esplendor y belleza" al Verbo, que en el ministerio de su transfiguración y de su ascensión la ha infundido y vertido en su propia humanidad gloriosa, término inexhausto de la contemplación de los santos. [...]

Se dice que los dogmas son verdad. Se debe ir más adelante y decir que los dogmas son bellos. […] Es necesario proseguir y observar que la belleza del misterio no es sólo la que transparenta del discurso teológico, como estética intelectual, a través del "ordenamiento arquitectónico de las ideas", sino también […] la que se efunde de las "catedrales de piedra", o sea en la estética de la visibilidad y, agregamos, de la poesía, de la música.

Si encontramos entonces atraídas por la divina belleza la "sensibilidad", la emotividad, lo imaginario y la estética que, bajo el impulso atractivo del misterio, a su vez lo manifiestan y lo expanden.

Remitámonos a los himnos de Ambrosio o de Manzoni, o las Laudes de Jacopone de Todi, pero sobre todo a la "Divina comedia" de Dante, que no es un curso de teología dogmática, y sin embargo equivale a la más alta, y se diría inalcanzable, versión poética de la fe y de sus dogmas: es lo "bello" cristiano, llevado a los vértices sublimes de la poesía.

Con este el dogma no es sólo declarado y "afirmado" como bello, y lo que se presenta así no es sólo la verdad expuesta y comentada, sino que se ha hecho bello en el modo original de la poesía.

En esta línea de la estética, podremos también hacer referencia a cuánto el misterio ha sido y es todavía convertido en "encantador" por la música sacra, litúrgica y no litúrgica, que inicia en el misterio mismo, proponiéndolo y haciéndolo gustar en la forma del canto y de la melodía. Los repertorios musicales de la Iglesia, un inmenso patrimonio de misas, de oratorios, de motetes, son a su vez catedrales musicales. [...]

Es lo que siempre ha ocurrido en la tradición cristiana, que ha mirado al misterio con "iluminados los ojos del corazón" (Ef 1, 18). […] Y precisamente la cultura cristiana surgió para el ejercicio de la verdad y de la belleza de la fe, fruto más que admirable y obsequioso diálogo, de sorprendente e inédita creatividad. [...]

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El texto completo de la intervención de Jean Clair en el Patio de los Gentiles de París, 25 de marzo del 2011: Culte de l’Avant-Garde et culture de mort.

Y el texto completo del artículo de Inos Biffi en "L'Osservatore Romano" del 2 de junio del 2011: Quando si respira il soffio della Bellezza.

El discurso del 21 de noviembre del 2009 de Benedicto XVI a los artistas, con la referencia al discurso análogo de Pablo VI del 7 de mayo de 1964: Queridos artistas, ustedes son custodios de la belleza.

 

Sandro Magister, publicado originalmente en ©Chiessa.

Traducción en español de Juan Diego Muro, Lima, Perú.