8.06.11

La credibilidad de Jesús de Nazaret

A las 2:00 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Ofrezco este texto que puede ayudar a contextualizar la lectura del libro de Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección", Madrid 2011.

1. Introducción: Jesús de Nazaret, objeto, motivo de la fe y motivo de credibilidad

Preguntarse sobre la credibilidad de Jesús de Nazaret equivale a interrogarse por la responsabilidad intelectual de la fe, que tiene en Jesús su origen, centro y fundamento.

La fe cristiana consiste en la adhesión a Jesucristo, en reconocerlo a Él como el Mesías y el Hijo de Dios vivo (cf Mt 16,16). Él es no solo el Revelador, sino la misma Revelación, su mediador y su plenitud (cf DV 3). Tal como escribió San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra”.

La fe, como enseña el Concilio Vaticano I, ha de ser “conforme a la razón” y, para que esta conformidad o proporción sea posible, la revelación porta en sí misma motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de fe “no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (DH 3010). Entre estos signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos, sobresale uno: la misma figura de Jesús de Nazaret.

Es decir, en Jesús de Nazaret coinciden el objeto de la fe – la revelación que Él es –; el motivo de la fe – la razón última por la que se cree: la autoridad divina, que en Jesús se nos presenta en su forma personal - y el motivo principal de credibilidad en virtud del que podemos asentir de un modo libre y humanamente responsable.

2. Tres dimensiones de la credibilidad de Jesús

Podríamos distinguir, al menos, tres aspectos en los que se refleja la credibilidad de Jesús de Nazaret, tres dimensiones que muestran que su Persona, su figura y su mensaje son dignos de ser creídos: Su perfecta coherencia, su historicidad y su significatividad; es decir, su capacidad de iluminar los interrogantes más profundos del hombre. Las tres dimensiones son necesarias y, a la vez, indisociables .

No bastaría con que Cristo fuese un personaje coherente, desde el punto de vista literario, para creer responsablemente en Él. Tampoco sería suficiente mostrar solo la historicidad de Jesús de Nazaret para que el acto de fe resultase conforme a la razón. Hay muchos personajes históricos, de los que tenemos abundantes datos, que no por ello se convierten, para una persona sensata, en objeto de una adhesión personal plena y definitiva como lo es la adhesión de fe a Cristo. No nos conformaríamos, asimismo, con mostrar solo la significatividad, la capacidad de iluminar la condición humana, de Jesús de Nazaret para poder creer en Él, si esta capacidad no estuviese respaldada por la coherencia y por la historicidad de su figura.

3. La coherencia de Jesús

A la hora de fiarnos de alguien, uno de los criterios que solemos tener en cuenta es la coherencia entre lo que una persona es y lo que dice ser. No consideraríamos digno de fe, por ejemplo, a quien que se presentase como médico sin haber estudiado la carrera de medicina. Consideraríamos al presunto médico, con toda razón, como un estafador, como alguien que nos engaña.

La credibilidad de Jesús de Nazaret radica, en este aspecto, en la perfecta coherencia y armonía que existe entre lo que aparece y lo que es o, dicho de un modo teológico, entre la forma y el contenido de la revelación. La forma de la revelación – lo que aparece – es la figura de Jesús, en toda su presencia y manifestación (cf DV 4). El contenido de la revelación es el amor trinitario de Dios.

Jesús de Nazaret es creíble porque en la historia de los hombres ha dejado, en su misterio pascual, en su muerte y Resurrección, el signo más claro del amor de Dios: el amor hasta el extremo. Del misterio pascual, precisamente, trata el libro de Benedicto XVI. Como escribe el papa, en el capítulo dedicado a la crucifixión y sepultura de Jesús: “Este ‘fin’, este extremo cumplimiento del amor, se alcanza ahora, en el momento de la muerte. Él ha ido realmente hasta el final, hasta el límite y más allá del límite. Él ha realizado la totalidad del amor, se ha dado a sí mismo” (Jesús de Nazaret. II, 260).

La muerte de Cristo, como realización de la totalidad del amor, una muerte que no podemos separar de la Resurrección, habla en favor de su credibilidad. En el evangelio según San Marcos se recoge el itinerario de fe del centurión, que “conmovido por todo lo que ve, reconoce a Jesús como Hijo de Dios: ‘Realmente éste era el Hijo de Dios’ (Mc 15,39)” (Jesús de Nazaret. II, 261).

4. El “Jesús real”: la historia y la fe

La coherencia de Jesús no se da en un plano meramente ideal, sino que se sitúa en la concreción de la historia. Si tuviésemos la impresión de saber pocas cosas ciertas sobre Jesús, nos hallaríamos en una “situación dramática para la fe”, pues permanecería incierto “su auténtico punto de referencia: la íntima amistad con Jesús”, que, sin el respaldo de la historia, correría el “riesgo de moverse en el vacío” (cf BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. I, 8).

La trayectoria de la investigación histórica sobre Jesús es compleja y variada. En la llamada “Old Quest", o antigua búsqueda, se resaltaba la oposición entre el Jesús histórico - la reconstrucción de su figura surgida de la investigación - y el dogma cristológico. Reimarus, Strauss, Renan, Wrede eran sendos portavoces del prejuicio ilustrado según el cual para saber, hay que dejar de creer.

Bultmann inauguró una nueva etapa. La fe cristiana se remite al “kerygma", al anuncio, no a la historia de Jesús. Lo único importante es el Cristo de la fe, el “Christus pro nobis", aquel que puede iluminar mi existencia y dotarla de sentido.

La continuidad entre el Jesús histórico y el Cristo del kerygma es puesta de relieve en 1953 por E. Käsemann, quien da origen a la “New Quest", a la nueva búsqueda de la historia de Jesús. Los evangelios, argumentaba Käsemann, muestran la continuidad entre el Jesús terreno y el Cristo de la fe. Si la historia de Jesús fuese irrelevante, no se explicaría la redacción de estos textos. En la misma línea, J. Jeremias insistía en la necesidad de volver al Jesús histórico y a su predicación.

La “Third Quest” destaca la renovada continuidad entre Jesús de Nazaret y los evangelios. En esta “tercera búsqueda” sobresalen los nombres de E.P. Sanders, J.D. Crossan, G. Lüdemann, J.P. Meier o G. Theissen. Una búsqueda apasionada e interesante, pero parcial, al menos en sus versiones más radicales, en la medida en que se excluya la posibilidad de una intervención de Dios en la historia.

En este contexto, apenas diseñado, se sitúa la aportación de Benedicto XVI. Su libro Jesús de Nazaret no pretende ser ni una Vida de Jesús ni una cristología (cf BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. II, p. 8), sino que busca presentar “la figura y el mensaje de Jesús”. Pretende, en definitiva, no quedarse en el “Jesús histórico”, sino acceder al “Jesús real” que está en la base del desarrollo de la fe cristológica:

“Podría decirse, exagerando un poco, que quería encontrar al Jesús real, solo a partir del cual es posible algo así como una ‘cristología desde abajo’. El ‘Jesús histórico’, como aparece en la corriente principal de la exégesis crítica, basada en sus presupuestos hermenéuticos, es demasiado insignificante en su contenido como para ejercer una gran eficacia histórica; está excesivamente ambientado en el pasado para dar buenas posibilidades de una relación personal con Él” (Ibid., p. 9).

Y es justamente en el terreno de la hermenéutica donde el papa plantea un desafío: no se trata de negar la legitimidad de la hermenéutica histórica y de la exégesis histórico crítica y tampoco se trata de contraponerla a la hermenéutica de la fe y a la exégesis teológica, sino de articular y de integrar ambas hermenéuticas: “una hermenéutica de la fe, desarrollada de manera correcta, es conforme al texto y puede unirse con una hermenéutica histórica consciente de sus propios límites para formar una totalidad metodológica” (Ibid., p.7). En resumen, se trata, como indica Benedicto XVI, de retomar los principios metodológicos para la exégesis formulados por el Concilio Vaticano II (cf DV 12): “una tarea en la que, desgraciadamente, poco o nada se ha hecho hasta ahora”, observa.

Superando la distancia que, desde la teología liberal y el modernismo, se ha instalado entre la historia y el dogma, Benedicto XVI intenta mostrar la posibilidad y la plausibilidad histórica de Jesucristo, tal como es confesado por la fe de los creyentes. En definitiva, si Él es el Hijo de Dios, la fe no es superflua para reconocerlo en su realidad más real. Por el contrario, se perfila como la óptica precisa para discernir, incluso, los vestigios que ha dejado en la historia.

5. Conclusión: La significatividad de Jesús, el Viviente

Jesús de Nazaret, si no nos empeñamos en aprisionarlo en el pasado, ilumina también hoy la vida de los hombres: Podemos contemplarlo a través de los Evangelios; podemos escucharle y encontrarnos con Él; podemos alcanzar la certeza de su figura histórica. Es este Jesús vivo, el Señor, el que permite a sus discípulos experimentar la fe como una fuerza que actúa en el presente y, a la vez, como esperanza. Su presencia disipa el miedo y nos llena de alegría.

En el capítulo dedicado a la Ascensión, el papa compara la presencia del Señor exaltado a la derecha del Padre con la presencia de Jesús subido a un monte para orar, después de la multiplicación de los panes, mientras envía a los discípulos en la barca al otro lado del mar de Galilea. Los discípulos se ven solos en la barca, con el viento en contra, y parece que el Señor está alejado. Pero, como está cerca del Padre, Él los ve y camina sobre las aguas para acercarse a la barca y hacer posible la travesía. Como comenta el papa:

“Ésta es una imagen para el tiempo de la Iglesia, que también se nos propone precisamente a nosotros. El Señor está ‘en el monte’ del Padre. Por eso nos ve. Por eso puede subir en cualquier momento a la barca de nuestra vida. Y por eso podemos invocarlo siempre, estando seguros de que Él siempre nos ve y siempre nos oye. También hoy la barca de la Iglesia, con el viento contrario de la historia, navega por el océano agitado del tiempo. Se tiene con frecuencia la impresión de que está para hundirse. Pero el Señor está presente y viene en el momento oportuno. ‘Voy y vuelvo a vuestro lado’: ésta es la confianza de los cristianos, la razón de nuestro júbilo” (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. II, p. 330).

Guillermo Juan Morado.