9.06.11

Diálogo sobre la Santísima Trinidad (3)

A las 12:24 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología dogmática, Biblia
 

3. El dogma trinitario pertenece a la Divina Revelación

Felipe: Sigue en pie mi tercera objeción. Ningún texto de la Biblia enseña el dogma trinitario, de lo cual deduzco que éste es una mera invención humana.

Pablo: Antes de pasar a refutar tu tercera objeción, por favor explícame qué creen los testigos de Jehová acerca de la naturaleza del Hijo y del Espíritu Santo.

Felipe: Los testigos de Jehová creemos que el Hijo es un ser divino, pero no es Dios, sino el arcángel San Miguel, la principal creatura de Dios. También creemos que el Espíritu Santo no es una persona, sino la fuerza activa de Dios.

Pablo: Mi respuesta a tu tercera objeción mostrará que tus afirmaciones sobre el Hijo y el Espíritu Santo son contrarias a la Revelación. Pero antes quiero destacar que ambas afirmaciones son también contrarias a la razón.

Si el Hijo es verdaderamente un ser divino, entonces su esencia es la esencia divina y por lo tanto es Dios. La idea de un “ser divino distinto de Dios” es auto-contradictoria.

Si el Espíritu Santo es verdaderamente el Espíritu de Dios, entonces no puede ser una fuerza impersonal. Toda persona es espíritu y todo espíritu es persona. La idea de un “espíritu impersonal” es auto-contradictoria.

Felipe: En lugar de responder a esos argumentos, escucharé ahora lo que tengas que decir a favor de la credibilidad del dogma trinitario.

Pablo: Bien. Daré por supuestas las siguientes verdades, ya que tú también las aceptas: la verdad de la Biblia en general y las de la unicidad de Dios y la divinidad del Padre en particular. Demostraré, con base en la Sagrada Escritura, que Dios se manifiesta en la historia de salvación como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Concluiré que Dios es en sí mismo Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Felipe: De acuerdo. Intenta pues mostrarme que Dios se manifiesta en la Biblia como Trinidad.

Pablo: Habría muchísimo para decir sobre esto pero, en bien de la brevedad, me limitaré en un primer momento a señalar que el Nuevo Testamento contiene bastantes fórmulas trinitarias. Haré hincapié particularmente en dos de ellas.

Mateo 28,19: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo“.

2 Corintios 13,13: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.”

Felipe: La Biblia no contiene fórmulas trinitarias. El hecho de que aparezcan las palabras “Padre”, “Hijo” y “Espíritu Santo” en una sola frase no significa que sean un solo Dios. De lo contrario los tres hijos de Noé serían una trinidad, puesto que sus nombres figuran en Génesis 5,32.

Pablo: El primer texto que cité es precisamente el final del Evangelio según San Mateo. Cristo resucitado manda a sus discípulos ir por todo el mundo, predicar el evangelio a todos los pueblos y bautizarlos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Es inconcebible que en este final solemne, en esta fórmula que enseguida empezó a ser utilizada en la liturgia bautismal, se haya asociado a Dios con dos simples creaturas, como si dijéramos “en el nombre de Dios, de San Pedro y de San Pablo”. Esta fórmula bautismal ubica al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en el mismo nivel. Los tres –evidentemente distintos entre sí– pertenecen por igual a la realidad de Dios.

El segundo texto que cité es precisamente el final de la Segunda Carta a los Corintios. Este solemne saludo paulino es semejante al texto anterior, puesto que sitúa en un mismo nivel –dentro de la realidad de Dios– los dones de las tres personas divinas: Dios (el Padre), el Señor Jesucristo (el Hijo) y el Espíritu Santo. Destaco que esta hermosa oración a la Trinidad es rezada por el sacerdote en cada Santa Misa.

Felipe: Este argumento me parece una pura especulación. No has demostrado que la Biblia diga explícitamente que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios.

Pablo: Es cierto que en la Biblia no figura explícitamente esa proposición. La cita que suelen aducir algunos grupos protestantes fundamentalistas (1 Juan 5,7-8) no corresponde al texto auténtico, puesto que la mención de la Trinidad proviene de una interpolación tardía.

Pero también es cierto que esa proposición está contenida implícitamente en la Biblia. Ya hemos visto que en la revelación bíblica aparecen tres personas vinculadas a la realidad de Dios. No cabe ninguna duda de que el Padre es Dios. Probaré ahora a partir del Nuevo Testamento que el Hijo es Dios y más adelante que el Espíritu Santo es Dios.

Con respecto a la divinidad de Jesucristo, hay muchas formas de mostrar que está implícita en todo el Nuevo Testamento.

Un enfoque muy eficiente, que no necesito desarrollar aquí, surge de considerar que la resurrección de Jesús confirmó con testimonio divino su pretensión, corroborada también por sus obras y palabras, de ser el portador absoluto de la salvación (o “Reino de Dios"), por ser igual a Dios.

Otro enfoque importante es el centrado en los milagros de Jesús: también éstos proporcionan una perspectiva privilegiada para reconocer su divinidad.

Felipe: Si crees que Jesús es Dios porque hizo milagros, también deberías creer que Eliseo es Dios. Eliseo, al igual que Jesús, resucitó a un muerto, multiplicó panes y curó a un leproso (2 Reyes 4-5).

Pablo: El caso de Jesús es diferente al de Eliseo, porque Jesús hizo sus milagros con poder divino. Pero no necesitamos entrar en esa discusión ahora. Ya que aceptas la inerrancia de la Biblia, seguiré el camino más simple, el de la prueba escriturística directa: la Biblia enseña siempre la verdad y la Biblia enseña que el Hijo es Dios; entonces, verdaderamente el Hijo es Dios.

Para no extenderme demasiado, mencionaré sólo siete textos que explicitan claramente que el Hijo es Dios:

Juan 1,1: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.”

Juan 20,28: “Tomás le contestó: `Señor mío y Dios mío´.”

Romanos 9,5: “y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.”

Filipenses 2,5-11: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.”

Tito 2,13: “aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo“.

Hebreos 1,8: “Pero del Hijo: `Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos´”

Apocalipsis 1,8: “Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso.”

Felipe: Ninguno de esos siete textos prueba que el Hijo sea Dios. Veámoslos uno a uno.

Juan 1,1: “la Palabra era Dios” es una mala traducción. La traducción correcta es “la Palabra era divina” o “la Palabra era un ser divino".

Juan 20,28: “Señor mío” se refiere a Jesús y “Dios mío” se refiere a Dios (el Padre).

Romanos 9,5: “Dios bendito por los siglos” no se refiere a Cristo, sino a Dios (el Padre).

Filipenses 2,5-11: Este texto dice que Jesús tenía “forma” de Dios, no que fuera Dios.

Tito 2,13: La expresión “del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” es una mala traducción. La traducción correcta es: “del gran Dios y del Salvador nuestro, Jesucristo". Hay aquí (como en Tito 1,4 y otros textos bíblicos) una distinción entre “Dios” y “el Salvador".

Hebreos 1,8: La expresión “Tu trono, ¡oh Dios!” es una mala traducción. La traducción correcta es “Tu trono está en Dios". Hay aquí (como en Hebreos 1,9 y otros textos bíblicos) una distinción entre “Dios” y “el Hijo".

Apocalipsis 1,8: Quien habla aquí no es Jesús sino, como dice el mismo texto, “el Señor Dios” (Yahveh, es decir el Padre).

Pablo: En tres de los siete casos propones una nueva traducción y en los restantes cuatro casos propones una nueva interpretación del texto sagrado.

En lo que respecta a las traducciones, entre los expertos hay un amplio consenso acerca de que la versión de la Biblia utilizada por los testigos de Jehová (la llamada “Traducción del Nuevo Mundo") ha introducido numerosas adulteraciones y tergiversaciones del texto bíblico, para tratar de ocultar las discordancias entre éste y la doctrina de la secta.

En cuanto a la exégesis, cabe subrayar que los testigos de Jehová interpretan la Biblia fuera de toda la Sagrada Tradición de la Iglesia, guiados únicamente por las autoridades de la secta, las cuales, desde Charles Russell en adelante, se han considerado a sí mismas –sin ningún fundamento– como únicos intérpretes autorizados de la Palabra de Dios.

Podríamos proseguir la discusión acerca de los siete textos, pero para no alargar demasiado este debate te propongo concentrarnos en un problema de traducción (el texto de Juan 1, la afirmación más directa de la divinidad del Hijo) y un problema de exégesis (el texto de Filipenses, el más expresivo acerca de nuestro tema). Estos dos textos bastan y sobran para probar la divinidad del Hijo.

Felipe: De acuerdo.

Pablo: Veamos primero Filipenses 2,5-11. Este texto magnífico, que sintetiza todo el misterio de Cristo, contiene un himno que probablemente sea anterior a la obra escrita de San Pablo. Aquí se enuncian claramente, además de la preexistencia y la encarnación del Hijo, las siguientes afirmaciones:

1) Que Cristo es de condición divina (es decir, que es Dios).

2) Que Cristo es igual a Dios (el Padre); por lo tanto Cristo es Dios como el Padre (no otro Dios, sino el mismo Dios).

3) Que Dios (el Padre) concedió a Cristo “el Nombre que está sobre todo nombre” (el santo e inefable nombre de Dios); por ende, Cristo es Dios.

4) Que toda rodilla se debe doblar ante Cristo y toda lengua debe confesar que Él es el Señor (Dios). Las alusiones a Isaías 45,23 ("toda rodilla se doble", “y toda lengua confiese"), donde lo mismo se dice de Yahveh, subrayan aún más el carácter divino del título “Señor", de por sí evidente en este contexto.

Felipe: Daré respuesta a tus cuatro argumentos.

El texto que citaste prueba que Jesucristo tiene naturaleza divina, pero no que es Dios. Según 2 Pedro 1,4, cuando nosotros aprendemos de Dios también nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina". Si nosotros, que no somos Dios, tenemos naturaleza divina, el hecho de que Jesús tenga naturaleza divina no prueba que sea Dios.

Si Jesús era igual a Dios, entonces ¿por qué dice el texto bíblico que su forma de Dios no era algo de lo quisiera apoderarse? Si Jesús era Dios, entonces nunca siquiera debió querer serlo, porque ya lo era.

Filipenses 2,9 dice “Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre”. Si Jesús es Dios, entonces ¿por qué necesita que lo exalten? Dios lo exaltó, pero por debajo de Sí mismo. Aunque Dios dio a Jesús un nombre que está sobre todo otro nombre, no se dice que este nombre esté sobre el nombre de Dios.

Todos los títulos aplicados por la Biblia a Jesucristo también se aplican a otras personas que no son Dios. Por ejemplo, a Nabucodonosor se le llamó “rey de reyes” (Daniel 2,37). Aunque este título es muy importante, Nabucodonosor no es Dios. Lo mismo vale para el título “Señor".

Pablo: He aquí mis réplicas a tus débiles objeciones.

2 Pedro 1,4 y la subsiguiente teología cristiana utilizan el concepto de “participación” en el sentido preciso que este término tenía en la antigua filosofía griega. Por ello es necesario distinguir entre “ser” de naturaleza divina y “participar” de la naturaleza divina. Ser de naturaleza divina es idéntico a ser Dios. En cambio, decir que el cristiano “participa” de la naturaleza divina significa que, por un don libérrimo y gratuito de Dios, de un modo oculto ya en la tierra y de un modo manifiesto en el cielo, él puede conocer y amar como Dios conoce y ama, sin dejar de ser una creatura de Dios. En la óptica cristiana (muy distinta de la panteísta), la unión mística del ser humano con Dios no anula la infinita diferencia existente entre ambos.

Filipenses 2,6 dice que Cristo, “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios". Es decir que, a pesar de ser Dios, el Hijo renunció a manifestar visiblemente su igualdad con Dios al asumir la naturaleza humana en la Encarnación.

Obviamente Filipenses 2,9 no dice que el Nombre de Jesús está sobre el Nombre de Dios. Eso sería totalmente absurdo. Lo que dice es que Dios “le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre". Este Nombre es el Nombre de Dios, no un nombre por encima del Nombre de Dios. Tú dices que “el Nombre que está sobre todo nombre” está debajo del nombre de Dios, pero eso es exactamente lo contrario de lo que dice el texto bíblico.

En cuanto a tu cuarto punto, no respondes a mi argumento, que consiste en interpretar aquí “Señor” como “Dios", con fuerte fundamento bíblico.

Daniel Iglesias Grèzes