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ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 25 de junio de 2011

Foro

Día del Papa

Cuba, libertad y liberalizaciones

La vulnerabilidad del adicto

Fuera filosofía y sociología

Documentación

Adoración Eucarística y Sagrada Escritura


Foro


Día del Papa
Por monseñor José Guadalupe Martín Rábago
LEÓN, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, en México, en preparación del “Día del Papa”, el 29 de junio.

* * *

Cuando recitamos el Credo decimos: “Creo en la Iglesia que es UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA”.  Son las notas que la distinguen y le dan identidad. Hoy quiero fijarme sólo en una de ellas: nuestra Iglesia es CATÓLICA, que significa universal.

Desde los primeros siglos cristianos se tuvo conciencia de que las diferentes iglesias locales o diócesis, esparcidas por el mundo, estaban unidas entre sí y que la Iglesia entera y universal las abarcaba a todas. La unidad es, ante todo, fruto de la acción del Espíritu Santo que a todos nos congrega para formar un solo Cuerpo que es el Cuerpo de Cristo; pero la unidad tiene también vínculos visibles que permiten construir y constatar la integración de la multitud en la unidad de la Iglesia.

Entre los vínculos visibles que nos identifican como católicos está nuestra relación de fe, respeto y obediencia al Papa, sucesor del apóstol Pedro. “El Papa, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (L. G. 23).

A lo largo de los siglos ha habido una serie ininterrumpida de Papas, muchos de ellos santos ya canonizados; especialmente en los primeros siglos casi todos los Sucesores del Apóstol Pedro murieron mártires en las persecuciones de la Roma imperial, confesando con valentía a Cristo.

También ha habido momentos oscuros en la historia de la Iglesia en que el pecado se ha infiltrado corrompiendo a quienes fueron elegidos para ser signo y presencia de Cristo; sin embargo el Señor, por su espíritu, ha mantenido el rumbo de la Iglesia que no ha sucumbido a pesar de las debilidades humanas.

En estos últimos siglos Dios nos ha regalado muchos Papas de una excelente calidad humana y espiritual. Baste recordar a San Pío X, a los que han sido declarados Beatos y a los que son ya Siervos de Dios y están en proceso de beatificación. Como afirma un erudito en historia de la Iglesia: “el siglo XX sólo podría compararse con los primeros siglos cristianos en cuanto a la calidad de los Pontífices que han regido a la Iglesia universal”.

En estos años hemos visto con asombro e indignación la campaña desatada por algunos medios de comunicación para desprestigiar la figura de los últimos Papas, colocándolos bajo la sombra de la sospecha y hasta de acusaciones calumniosas y ofensivas. Estas maniobras forman parte de la consigna bien orquestada para desprestigiar a la Iglesia católica, intentando debilitar su credibilidad, tanto en las verdades de fe que enseña, como en la calidad moral de sus máximos líderes: los Romanos Pontífices.

A nosotros nos corresponde imitar el ejemplo de nuestros hermanos, los primeros cristianos, que cuando el Apóstol Pedro fue apresado todos permanecían en oración por él: “Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba incesantemente por él a Dios”  (Hechos 12, 5).

Si bien todos los días oramos por el Papa, se nos pide que con motivo de la celebración litúrgica de los apóstoles Pedro y Pablo, el día 29 de junio, intensifiquemos la oración para que el Señor mantenga la fortaleza de nuestro Papa, que sea siempre para el Pueblo Santo principio y fundamento visible de unidad en la de y de la comunión en el amor. Este día es llamado “DÍA DEL PAPA”.

Además de la oración se nos pide nuestra aportación económica para que todos colaboremos en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Esta donación se conoce como “Óbolo de San Pedro” y su importancia  no es sólo de carácter económico, sino también tiene un gran valor simbólico, como signo de comunión con el Papa y de su solicitud por las necesidades de los hermanos.

Que nuestra confesión de fe en la catolicidad de la Iglesia se traduzca en signos concretos de aprecio y colaboración con el Papa que el Señor nos ha regalado.

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Cuba, libertad y liberalizaciones
Por Orlando Márquez
LA HABANA, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito Orlando Márquez, director de Palabra Nueva, revista de la arquidiócesis de La Habana,

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Hace unos años, de visita en York, Reino Unido, me interesé por conocer sobre personas que veía deambulando por la ciudad, los homeless o “sin-casa” que tanto se oye mencionar. Hablé con algunos de ellos y con responsables de instituciones públicas y privadas encargadas de atenderlos. Contrario a lo que yo pensaba, hay muchas circunstancias que determinan en ese país, o en otros, la condición de homeless. De hecho, en aquel país una persona puede oficialmente ser declarada homeless aunque tenga una casa, si se prueba que no puede permanecer en ella, lo cual le permite recibir ayuda del gobierno local. De modo que quienes yo veía en la calle deambulando no eran homeless , sino rough sleepers según la ley, personas que dormían a la intemperie. Algunas de estas personas ocasionalmente iban a dormir a centros de atención, pero la mayor parte iba solo a comer algo o cambiar su ropa y preferían dormir en la calle. Cuando pregunté por qué no los recogían a todos y los mantenían internos, y así se garantizaba alimentos, cuidados y atención médica de conjunto, además de evitar ese feo espectáculo en las calles de tan hermosa ciudad, me dijeron: “Aquí no se hace eso. Este es un país libre. Si ellos quieren dormir en un refugio o debajo de un puente nadie se los puede prohibir, siempre que no molesten o agredan a otros”.

Aprendí que yo estaba equivocado, que había digerido o asumido ese concepto erróneo muy difundido en mi país: el pretendido ordenamiento social riguroso, ese excesivo control uniformador. A pesar de que, desde hace tiempo, tengo mis propios criterios en muchas cosas, había hecho mía una idea que no me permitía ver que la libertad de cada hombre es suya y no depende ni siquiera de mis conceptos de salud pública u orden social. La ley y las instituciones en York, tanto públicas como privadas, tienen planes concretos para reducir el número de personas en estas condiciones (en realidad eran unas 15) y prepararlas para integrarse plenamente en la sociedad, pero entre esos planes no está retirarlas del espacio público por decreto o el uso de la fuerza. Quizás la idea de libertad de aquellos rough sleepers no fuera muy académica, les bastaba saber que un día podían dormir en el hostal Arc Light y al siguiente alimentarse en el comedor del Ejército de Salvación, o pedir algo por la puerta trasera de la pizzería más importante de la ciudad. Esa era su libertad.

El problema de la libertad es tan antiguo como la misma vida humana, creada en y para la libertad. El deseo de dominar o hacer valer nuestros intereses o criterios sobre las personas que nos rodean forma parte de nuestra naturaleza, quizás esto tenga su origen en un instinto primario de sobrevivencia, de percibir que nuestra existencia peligra si prevalece el criterio de otros. Durante siglos de progreso humano existieron esclavos y esclavistas, vasallos y señores que podían disponer de la vida y los bienes de los súbditos; pero el verdadero salto al desarrollo llegó cuando el concepto de libertad se entendió de modo universal. Es cierto que continuaron los viejos vicios de dominación, adaptados ahora a las nuevas tecnologías, pero el bien inmenso del reconocimiento de la libertad como un derecho de todas las personas ha sido decisivo para el desarrollo humano y el progreso social.

Creados a imagen y semejanza de Dios implica que hayamos sido, forzosamente, creados libres. La libertad no se construye, ni se enseña ni se concede. La libertad es un derecho y, por tanto, se ejerce. Un derecho individual que plantea un reto colectivo: todos necesitamos ejercer ese derecho personal, pero debemos hacerlo respetando el mismo derecho en los demás. Si así no fuera, habría caos, y para evitar el caos se aplican las leyes, que deben ser justas para ser acatadas con respeto.

En su encíclica sobre la esperanza Spe salvi , el Papa Benedicto XVI afirma que el error fundamental de Marx al concebir su atractiva y revolucionaria propuesta social, estuvo en considerar que al solucionar el problema económico con la eliminación de los abusos de los capitalistas, se solucionarían para siempre todos los problemas sociales. Era una concepción materialista que ignoraba la naturaleza humana, resistente siempre a los moldes uniformantes, los planes igualitaristas y las restricciones antinaturales. Marx olvidó al hombre y su libertad, dice el Papa, olvidó “que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal” (ojo, el Papa no justifica el mal). Hay que aprender sobre ella cada día, y conquistarla cada día, porque cada día nos la pueden escamotear y también, cada día, se la podemos escamotear a otros.

Se comprende que libertad no es sinónimo de libertinaje, o hacer lo que me dé la gana, donde me dé la gana, a quien o con quien me dé la gana, según la distorsionada concepción de la tolerancia. Este último argumento llegó a constituirse en lo que algunos llaman ideología tolerante, aquella que pretende desconocer toda referencia a las buenas tradiciones, valores e incluso a cualquier forma de autoridad, en defensa de una supuesta emancipación, autonomía y elección personal que “no hace mal a nadie”. Es cierto que la libertad se expresa también como el ejercicio de elegir entre dos o más opciones, pero es mucho más que eso, pues toda opción implica elegir entre un bien y un mal o, cuando menos, entre un mal mayor y un mal menor. Mi elección, aunque yo lo ignore, siempre es considerada éticamente, tanto si aquello que elijo tiene que ver exclusivamente conmigo o afecta la libertad de otros.

En nuestro país se oye con más frecuencia la invitación, por parte de ciertos dirigentes políticos, a responder con ideas a las críticas al modelo social que impera entre nosotros, a convencer con argumentos a los que no comprenden el proceso, etc. También proponen esto científicos sociales, periodistas y hasta algunos que envían sus cartas para ser publicadas los viernes en el diario Granma . Es un modo civilizado de actuar, totalmente distinto a la violencia revolucionaria defendida y practicada por otros. La violencia es siempre una expresión primaria, una condición latente y connatural también a nosotros, pero que es preferible y posible dejar de lado. Incluso entre ella y la moderación, somos libres de elegir. Ahora bien, en esta invitación a convencer con argumentos, que es práctica de civismo y de razón, ¿hay una aceptación implícita a la libertad ajena a pensar diferente, y por tanto una aceptación de intereses distintos dentro de una misma sociedad, o es solo la invitación a convencer o disuadir? En otras palabras, ¿es una invitación al diálogo o al monólogo?

Porque si efectivamente se da un gran salto al intentar persuadir a quien piensa diferente, apelando a la razón y no a la fuerza, es inevitable que afloren otras preguntas que también merecen respuestas en el orden práctico: ¿qué pasa si las razones y argumentos no convencen?, ¿qué pasa si el otro me quiere convencer a mí?, ¿voy a convencer convencido de que la verdad la tengo yo, o voy a convencer sabiendo que tal vez pueda modificar ligeramente mi criterio? Plantado en mis propias ideas, ¿espero como soldado en trinchera para lanzar mi contraofensiva, o considero que tanto mi argumento como el ajeno pueden ser inciertos? ¿No es posible la convivencia de las diferencias? Sería terrible asumir tal fatalismo social. Tenemos un desafío en la puesta en claro de las diferencias, sean de tipo económico, ético, filosófico o político. Nuestra riqueza está en la nueva esencia que podamos obtener de esas diferencias compartidas.

No creo que el argumento que propuso alguien en la Europa del siglo XIX deba seguir siendo dogma que no admite cuestionamiento. A estas alturas ni siquiera considero que lo haya propuesto como dogma. Tampoco creo que estemos condenados a la lucha constante, ya no de clases como sugería Marx, sino solo de los intereses personales y aspiraciones diferentes. ¿Puede alguien demostrar que es malo que una persona tenga iniciativa empresarial y que otra prefiera ser asalariada?, y si no es posible demostrarlo, ¿quién puede tener interés en frenar el “cuentapropismo” que oxigena los pulmones del Estado y la economía doméstica? ¿Cómo llamar “propiedad” a una casa o un auto que no pueden ser vendidos o regalados por su dueño legítimo? ¿Cómo hacer razonar a un atleta que no puede ser contratado en el exterior después, digamos, de cumplir ciertos compromisos nacionales, pero su entrenador sí tiene ese derecho? ¿Cómo aceptar que un extranjero pueda invertir en mi país y yo no? ¿Se puede justificar este tratamiento infantil que algunas de nuestras leyes dan a los ciudadanos? Es esta otra manifestación dolorosa del Estado paternalista.

No hay razones capaces de explicar las limitaciones al ejercicio de la libertad humana, ni argumentos que den razón del exceso de enfermizos controles burocráticos; del mismo modo que no hay discurso ni ideología que pueda defender o justificar formulas económicas y sociales cuya ineficacia ha sido largamente demostrada e innecesariamente padecida.

La cuestión tampoco es reducir el dilema a “capitalismo” y “socialismo”, trampa preferida de inmovilistas y fariseos de la política. Esos términos, y los contenidos que expresan, seguirán existiendo por mucho tiempo más y continuaremos aplicándolos, pero la realidad humana, y por ende social, es superior a todo intento por encasillarla, más aún en una época tan singular como la nuestra, donde los capitalistas chinos son bienvenidos al Partido comunista de su país, mientras al Gobierno de Estados Unidos se le llama comunista por aplicar fórmulas de mayor control estatal.

Pienso que debemos poner el foco de atención en lo que funciona y lo que no funciona, preservar los beneficios logrados en estos años y eliminar las políticas contraproducentes, trabajar en lo que dignifica al ciudadano, en lo que posibilita el desarrollo, al tiempo que protege al que esté en desventaja. Debemos atrevernos a andar nuestro propio sendero. Quizás baste con dar el primer paso para descubrir que no es tan espinoso el camino, que los controles excesivos crean más problemas de los que pretenden evitar. Es verdad que el primer paso suele ser el más difícil, pero parados en la encrucijada ya no es válido volver atrás, o detenerse, en plena globalización, a ver el flujo de vida que corre vertiginosamente ante nosotros.

Los cubanos aspiramos a más desarrollo y más oportunidades, y para un desarrollo integral se necesitan menos restricciones a las libertades individuales y colectivas. El beneficio es amplio: los ciudadanos quedamos liberados de controles excesivos para poder así adelantar proyectos personales que, a la postre, pueden ser beneficiosos para la sociedad; el Estado se liberaría de cargas económicas, burocráticas e ideológicas innecesarias que le drenan la yugular, los almacenes y hasta ciertos argumentos; y el país sería un espacio más agradable y armonioso para todos. Esa es la importancia de la libertad y las liberalizaciones.

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La vulnerabilidad del adicto
Por monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú
BUENOS AIRES, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la nota emitida este viernes por el obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Nacional Argentina de Lucha contra la Drogadependencia, monseñor Jorge Lozano, con motivo de la Jornada Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico de Drogas

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  Que el consumo de drogas ha crecido de modo sostenido en los últimos años parece ser uno de los pocos diagnósticos en los que nos ponemos de acuerdo todos los argentinos. Encuestas públicas o privadas, artículos de opinión y programas periodísticos o de investigación nos muestran cuán cerca de todos está llegando el fenómeno. Seguramente el lector conoce personalmente a alguien alcanzado por este flagelo destructor. Tal vez algún familiar, un compañero de estudio de los hijos, un vecino.

     Basta para comprobarlo con mirar las esquinas y plazas de nuestros barrios, escuchar a los docentes, a las familias, a los médicos. La presencia de la droga es manifiesta, está a la vista de todos, salvo de aquellos que imitan al avestruz, que los hay en abundancia y con poder.

     Se consigue fácil, muy fácil. Hay más disponibilidad porque han crecido el narco-negocio y su rentabilidad. Muchas veces nos sentimos arrinconados por las mafias que operan a "cielo abierto".

     Para que esto sea posible ha habido también un importante espacio perdido -de soberanía, de seguridad ciudadana- por culpa de la corrupción y su melliza, la impunidad; una poderosa combinación. Los dineros manchados con sangre joven compran voluntades políticas, armamento, silencios, pases de libre circulación Mucho lobo con piel de cordero.

    Se está mostrando, al modo de una herida abierta, la mayor vulnerabilidad de jóvenes sin horizontes, sin trabajo. Ante este caldo de cultivo propicio, y una disminución en la percepción del riesgo y el daño que provoca la droga, se dispara el consumo.

     Es que funcionarios y otros referentes sociales han transmitido mensajes ambiguos y han dado curso a postulados mentirosos. Algunos ejemplos: que un porro no hace nada; que es peor un cigarrillo de tabaco que uno de marihuana; que la marihuana tiene propiedades curativas sin efectos secundarios; que con el "consumo recreativo" está todo bien, y una serie de afirmaciones sin el menor sustento científico-químico, y ni qué hablar del fundamento psicológico o antropológico. Esto ha redundado en una mayor "tolerancia social" al consumo, pero no a los adictos. A ellos se los rechaza de modo visceral. No se los quiere, no se los abraza; se los esconde o margina. Y ya sabemos qué le pasa a una sociedad cuando se avergüenza de sus jóvenes. Muchos mensajes sociales les ponen a éstos un rótulo, a modo de una lápida pesada: un delincuente, un drogón , un problema? Para nosotros, es una vida maravillosa sin un proyecto, una belleza a la que se le impide manifestarse. Jesús nos enseñó a tratar con ternura a quienes están al costado del camino.

     El fallo de la Corte Suprema de Justicia que, en agosto de 2009, legalizó la tenencia de drogas para uso personal ha sido interpretado por la mayoría como una aprobación de la droga, como una promoción del "derecho individual" a drogarse. Se ha producido una inoculación de veneno en la conciencia colectiva. La salud pública es un bien colectivo; no se puede invocar un derecho individual para degradarla.

     Las consecuencias del consumo están a la vista los fines de semana: accidentes de tránsito, golpes por peleas dentro y fuera de los boliches y un pasaporte al delito casi como parte de esta lógica del horror. El 80% de los jóvenes que llegan al hospital han consumido alcohol o alguna droga. Otras secuelas son la baja en el rendimiento escolar y el consiguiente abandono, la degradación paulatina de la salud, la imposibilidad de mantener afectos estables y duraderos, la desintegración de la familia. Muchos de los jóvenes que se drogan viven sin un sueño, sin una razón para vivir, sin un motivo para levantarse por las mañanas. Podemos decir, sin un sentido de vida.

     El aludido "derecho individual" que no afecta a terceros se hace difícil de encontrar en forma pura en estos casos; necesariamente, repercute en la familia, la escuela, la sociedad. La legislación debe abarcar a la totalidad de los jóvenes, sin discriminaciones. Es por eso que no se pueden proponer normas que busquen proteger los derechos individuales sobre la base del postulado "con mi vida hago lo que quiero", sin medir las consecuencias que esas reglas tendrán en la mayoría de los jóvenes que son pobres y están en riesgo. Algunos planteos en torno a liberar el consumo parecen ser realizados como si aquí existiera la misma realidad sociocultural que hay, por ejemplo, en Holanda, y nada más lejano de la situación de nuestros jóvenes.

     Sobre esta cuestión se organizó una audiencia pública en la Cámara de Diputados de la Nación el miércoles de la semana pasada. Se invitó con bastante tiempo a quienes tienen postura favorable a la liberación del consumo; sin embargo, se avisó con muy poca anticipación a quienes tienen posturas diversas: curas villeros, organizaciones de madres, iglesias, responsables de comunidades terapéuticas. No pretendemos privilegios, sino tratamiento igualitario a la hora de participar. Esta forma clara de prejuicio ideológico poco ayuda a la democracia. Es una pena, porque con varios legisladores hemos tenido buen nivel de diálogo en otras oportunidades.

      Algunas propagandas no ayudan para nada. Generan una especie de burbuja fantasiosa que promueve que el que toma tal cerveza o tal whisky es un ganador, tiene "las mejores minas", se divierte con alegría, siempre está con amigos sonrientes.

     Unos cuantos dirigentes importantes no suelen tener posturas rotundas y firmes. ¡Qué bueno sería que la señora presidenta de la Nación dijera con claridad que drogarse hace mal! ¡Que los narcotraficantes comercian con la vida de los jóvenes, la felicidad de sus familias, la seguridad de todos! ¡Qué necesario es escuchar estos mensajes de los candidatos a diversos cargos en las próximas elecciones!

     A veces me preguntan si pienso que de verdad se pueden erradicar las mafias del narcotráfico. Y yo respondo que sí, y menciono dos casos que lo muestran, salvando las distancias.

     En las décadas del 40 y el 50 en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos se combatió con firmeza a las mafias. En Italia, más cerca de nuestros días, se avanzó mucho en desmantelar la organización de la Camorra. ¿Qué hizo falta? Decisión, coraje, hablar claro, compromiso ético y una gran cuota de heroísmo. Es cierto que murieron jueces, policías, políticos. ¿Pero ahora no hay muerte? Sí que la hay. Y también hay heroísmo ninguneado y burlado. Varias veces he escuchado de hombres y mujeres de las fuerzas de seguridad que arriesgan la vida en tareas de investigación, y cuando dan con algún "pez semigordo" vienen órdenes de estratos superiores para frenar el procedimiento, o para que los detenidos vuelvan a la calle en poco tiempo. La corrupción pica bien arriba en las estructuras de la sociedad.

     No son tiempos de compromisos tibios con la verdad y la justicia. No bastan adhesiones "testimoniales". La vida presente y futura de niños, adolescentes, jóvenes y adultos está en serio riesgo. Martin Luther King decía: "Lo que me preocupa no es el grito de los malos sino el silencio de los buenos".

     El domingo es el día instituido por las Naciones Unidas para concientizar acerca de las consecuencias del narcotráfico y el consumo de drogas. Es bueno aprovechar la fecha para formularse esta pregunta: ¿a quién le doy permiso para que entre en mi vida? Es momento de hablar en casa, en la escuela, en la sociedad. En la Argentina que soñamos no sobra nadie.

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Fuera filosofía y sociología
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título “Fuera filosofía y sociología”.

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VER

Un periódico nacional informó que, en los bachilleratos de la capital del país, se eliminarán materias de filosofía, antropología y sociología, o se reducirán notablemente sus horas de clase. Se aumentarán a inglés, computación, actividades físicas, etc. Con esto, se les deja sin herramientas para pensar, analizar, discutir y razonar con más profundidad cuestiones vitales y trascendentes; quedan más expuestos a las ideologías del momento, al relativismo, a dejarse llevar por lo inmediato, lo palpable y sensible, o por líderes demagógicos. Sin sociología, sin apertura a la realidad de los demás, te encierras en tu individualismo.

En contrapartida, en los planes de estudio de nuestros Seminarios, para formar sacerdotes capaces de enfrentar los retos de la vida, se prescriben como obligatorios al menos tres años de filosofía, con materias sistemáticas, como lógica, metafísica, antropología, cosmología, ética y teodicea, más una amplia historia de la filosofía, para discernir las diversas formas de pensamiento en la evolución de la humanidad.

JUZGAR

Las Normas Básicas que rigen los estudios en los Seminarios, dicen: “Para lograr los objetivos de la formación sacerdotal, es necesaria una profunda preparación filosófica, que tiene como finalidad perfeccionar la formación humana de los seminaristas, consolidar su estructura mental y su método de estudio, llevarles a un conocimiento y a una comprensión más profunda de la persona, de su libertad, de sus relaciones con los demás, con el mundo y con Dios.

Dése la debida importancia a la filosofía sistemática en todas sus partes, ya que lleva a la adquisición de un sólido y coherente conocimiento del hombre, del mundo y de Dios, y ofrece certeza de verdad ante la mentalidad subjetivista, así como criterios válidos para discernir las diversas culturas y los fundamentos filosóficos de las diferentes corrientes teológicas.

Préstese especial atención al estudio y análisis del fenómeno del ateísmo contemporáneo, del secularismo y de las corrientes de pensamiento que ejercen más influencia en nuestro tiempo, para juzgarlas críticamente a la luz de la razón y de la fe.

Ofrézcase a los seminaristas una adecuada visión de la situación histórica, social, antropológica, política, cultural, educativa y religiosa de nuestra Patria, en orden a un ejercicio pastoral más encarnado, con ayuda de la sociología, la psicología, la pedagogía, la economía, la política, la comunicación social”.

Sobre esto mismo, ha dicho el Papa Benedicto XVI: “La cultura humanista parece afectada por un deterioro progresivo, mientras se pone el acento en las disciplinas llamadas productivas, de ámbito tecnológico y productivo; hay una tendencia a reducir el horizonte humano al nivel de lo que es mensurable, a eliminar del saber sistemático y crítico la cuestión fundamental de sentido. Además, la cultura contemporánea tiende a confinar la religión fuera de los espacios de la racionalidad. En la medida en que las ciencias empíricas monopolizan los territorios de la razón, no parece haber ya espacio para las razones del creer, por lo cual la dimensión religiosa queda relegada a la esfera de lo opinable y de los privado… Sin orientación a la verdad, sin una actitud de búsqueda humilde y osada, toda cultura se deteriora, cae en el relativismo y se pierde en lo efímero. La cuestión de la Verdad y de los Absoluto no es una investigación abstracta, alejada de la realidad cotidiana, sino que es la pregunta crucial, de la que depende radicalmente el descubrimiento del sentido del mundo y de la vida” (21-V-2011).

ACTUAR

Desde la familia y la escuela, hay que educar para pensar, analizar, juzgar, discernir, criticar, proponer, reflexionar, comparar, confrontar, ir a las razones más profundas, preguntar el por qué y el para qué. Sólo así aprendemos a actuar por convicciones, a ser libres y no esclavos de personas, tendencias o sentimientos pasajeros. La misma fe tiene una base racional; no es irracional y absurda; trasciende la razón, pero no la elimina, cuando nos preguntamos cómo y dónde Dios reveló algo que rebasa la razón humana.

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Documentación


Adoración Eucarística y Sagrada Escritura
Por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de San Sebastián
ROMA, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la ponencia pronunciada por monseñor José Ignacio Munilla Aguirre,   obispo de San Sebastián, en la Conferencia internacional de Adoración Eucarística, celebrada en Roma, del 20-24 junio 2011 (www.adoratio2011.com).

Contexto e Introducción

 Es conocido cómo nuestro querido Papa, Benedicto XVI, introdujo la adoración al Santísimo Sacramento en la dinámica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. ¡Difícilmente olvidaremos aquella imagen de la explanada de Marienfeld en Colonia, en la que se realizó este gran “signo” ante los ojos del mundo entero! En aquella estampa se veía cumplida la Palabra de Dios, tal y como es expresada en la Carta de San Pablo a los Filipenses: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclame que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11).

Tres años más tarde, en el hipódromo de Randwick, en Sydney, se volvió a repetir el mismo acto de adoración; y, Dios mediante, en Madrid, en el aeródromo de Cuatro Vientos, jóvenes de todo el mundo se postrarán, nuevamente, ante Cristo nuestro Señor.

¿Quién dijo que los jóvenes son insensibles al lenguaje litúrgico? ¿Acaso la oración de adoración está reservada exclusivamente a las vocaciones contemplativas? ¿Dónde quedan tantos tópicos, que han llegado a reducir la Pastoral Juvenil a una serie de “dinámicas de grupo” carentes de contenido y de dudoso valor pedagógico?

No son tiempos para ofertas difusas e inconsistentes… Como afirma Benedicto XVI: «Los jóvenes no buscan una Iglesia juvenil, sino joven de espíritu; una Iglesia en la que se transparenta Cristo, el Hombre nuevo». En estos momentos está brotando un estilo de pastoral juvenil “fuerte”, que fue puesto en marcha por el Beato Juan Pablo II, y consolidado por su sucesor en la Cátedra de Pedro.

¿Es verdad eso de que hay que ser joven para llegar al corazón de los jóvenes? Por una parte, parece una afirmación cierta, pero se ve contradicha por tantos ejemplos concretos de los Santos Pastores ancianos… Probablemente haya que reconocer que determinados ancianos, al estilo de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, no han sido nunca viejos, sino que simplemente han tenido muchas “juventudes acumuladas”.

Pues bien, a pocos días del inicio de la JMJ de Madrid, se celebra esta Primera Conferencia Internacional sobre la Adoración Eucarística, y yo quisiera que mi disertación sobre las fundamentos bíblicos de la Adoración, sirviese también de ayuda para profundizar más en una Pastoral Juvenil Eucarística.

Una vez hecha esta introducción, me dispongo a desarrollar el tema de la conferencia, aunque sin la pretensión de ser exhaustivo.

La adoración eucarística: confesión de la divinidad de Jesucristo

 A lo largo de la Tradición de la Iglesia se ha formulado el siguiente axioma teológico: “Lex orandi, lex credendi”. Esta expresión tiene su origen en una colección de diez propuestas sobre la gracia, expuestas con motivo de la controversia pelagiana. Actualmente suele ser citado a propósito del valor dogmático de la liturgia, que nos ayuda a entender con mayor precisión la fe de la Iglesia. La oración con la que el pueblo de Dios ha rezado en la liturgia, va por delante de su formulación dogmática; hasta el punto de que en la liturgia encontramos un importantísimo elemento de discernimiento para definir los contenidos de la fe.

 Pues bien, sin pretender aplicar de forma unívoca este axioma al estudio de la adoración en el Nuevo Testamento, sí que podemos hacerlo análogamente. En los Evangelios descubrimos diversos pasajes en los que Jesús es adorado, de lo cual se desprende una profesión de fe en su divinidad. Si Jesús es adorado, es señal inequívoca de que es confesado como verdadero Dios. No en vano, en el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel había sido educado para adorar solamente a Yahvé: «No adorarás a otro dios» (Ex 23, 24), «No adorarás a dioses extranjeros» (Ex 34, 14), «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto» (Mt 4, 10). Quiero exponer a continuación algunos pasajes del Nuevo Testamento, en los que Jesús es adorado:

 + Nacimiento de Jesús: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo (proskyneo)» (Mt 2, 2); «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo los cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra» (Mt 2, 11). 

 + Curación del ciego de nacimiento: «Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”. El contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Lo estás viendo: el que está hablando, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y le adoró (proskyneo) (y se postró ante él)» (Jn 9, 35-38).

 + Jesús camina sobre las aguas: «Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subió a la barca le adoraron (proskyneo) (se postraron ante él) diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”» (Mt 14, 31-33).

 + Aparición de Jesús resucitado: «De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”. Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y le adoraron (proskyneo) (se postraron ante él)» (Mt 28, 9).

 + Ascensión al Cielo: «Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado al cielo. Ellos le adoraron (proskyneo) y se volvieron a Jerusalén con gran alegría» (Lc 24, 50-52).

 + Misión de los discípulos: «Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos le adoraron (proskyneo) (se postraron ante él), pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”» (Mt 28, 16-20).

 + Adoración expresada en las cartas paulinas: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclame que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11).

+ La adoración a Jesús contrasta en el Nuevo Testamento, con el rechazo de la adoración a los apóstoles, a los emperadores romanos, e incluso a los ángeles. Obviamente, esto da una autoridad, mayor si cabe, a los pasajes evangélicos que hemos aducido, en los que Jesús es adorado. Veamos algunos textos:

a) Rechazo de la adoración a los apóstoles: «Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio le salió al encuentro y, postrándose le quiso rendir homenaje. Pero Pedro lo levantó diciéndole: “Levántate, que soy un hombre como tú» (Hch 10, 25-26).

b) Rechazo de la adoración a los emperadores romanos (figurados por la bestia del Apocalipsis): «El que adore a la bestia y a su imagen y reciba su marca en la frente o en la mano, ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin mezcla en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y del Cordero» (Ap 14, 9-10).

c) Rechazo de la adoración a los mismos ángeles: «Caí a los pies (del ángel) para adorarlo, pero él me dijo: “No lo hagas, yo soy como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús; a Dios has de adorar”. El testimonio de Jesús es el testimonio del profeta» (Ap 19, 10).

 Tras examinar estos textos, en los que la postración ante Jesucristo es  plenamente equiparable a la adoración a Yahvé, podemos y debemos hacer una aplicación a nuestros días y a nuestra situación eclesial. Actualmente, se han difundido en los ambientes secularizados diversas presentaciones del rostro de Jesús, en las que su divinidad brilla por su ausencia. La tendencia arriana ha sido constante a lo largo de la historia de la Iglesia, pero actualmente alcanza una fuerza especial. Más que negar expresamente la divinidad de Jesucristo, la estrategia parece consistir en no afirmarla explícitamente; en diluir el misterio de su Encarnación en la teoría del pluralismo religioso; en considerarle uno más entre los profetas…

 En la LXXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, se publicó la Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España”, en la que se describen detalladamente dichas desviaciones cristológicas:

 «Este modo de proceder lleva a consecuencias difícilmente compatibles con la fe, como son: 1) vaciar de contenido ontológico la filiación divina de Jesús; 2) negar que en los Evangelios se afirme la preexistencia del Hijo; y, 3)  considerar que Jesús no vivió su pasión y su muerte como entrega redentora, sino como fracaso. Estos errores son fuente de grave confusión, llevando a no pocos cristianos a concluir equivocadamente que las enseñanzas de la Iglesia sobre Jesucristo no se apoyan en la Sagrada Escritura o deben ser radicalmente reinterpretadas» (Teología y secularización en España, nº 30).

 No es casualidad, ni puede serlo, que el oscurecimiento de la afirmación de la divinidad de Jesucristo en estos ambientes teológicos españoles y occidentales, haya coincidido milimétricamente con la puesta en cuestión o con el abandono de la adoración eucarística. Apoyándonos en el mencionado axioma “Lex orandi, lex credendi”, confiamos en que la expansión en España de la adoración eucarística, concretada especialmente en la “Adoración Perpetua”, será el germen del que brotará una sana cristología, conforme a la Tradición de la Iglesia y a la Sagrada Escritura.

Adoradores en espíritu y verdad

El texto bíblico cumbre sobre la adoración es sin duda el que el Evangelio de San Juan nos ofrece con motivo del diálogo con la Samaritana. Tal es así que me dispongo ahora a hacer un comentario exegético detallado de los versículos fundamentales de  este pasaje (Jn 4, 19-26), de forma que extraigamos de él algunas enseñanzas, que puedan servirnos de ayuda en nuestra vocación adoradora.

v. 19 «La mujer le dice: “Señor, veo que eres un profeta”»: La Samaritana abre su corazón a Jesús, al comprobar que es un profeta. Este hombre ha tenido la capacidad de conocer su vida por dentro, y eso es señal de que es un hombre de Dios. Pues bien, ante los hombres de Dios, se suele abrir el corazón, planteando las dudas y cuestiones determinantes de la existencia.

v. 20 «Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén»: La Samaritana le propone al “profeta” la vieja controversia entre samaritanos y judíos acerca del verdadero lugar de adoración a Dios. Desde la fuente de Jacob se contempla el monte Garizim, por lo que la pregunta estaba servida: ¿Era en Garizim o en Jerusalén donde se había de dar culto a Dios?

v. 21 «Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”»: Jesús responde a la Samaritana con unas palabras de revelación que remiten al futuro: “Se acerca la hora” en que ambos santuarios perderán su significado. Este giro de San Juan (“se acerca la hora”), lo podemos encontrar también en otros pasajes de su Evangelio (Jn 5, 25.28), y tiene un matiz escatológico: la luz alborea con la persona misma de Jesús; en Él se anuncia la nueva forma de adoración a Dios, para la cual es irrelevante el lugar del culto. 

Llegado ese momento, también los samaritanos adorarán al Padre. He aquí una velada promesa de que todos –judíos, samaritanos, paganos- están llamados al conocimiento y a la adoración del Dios verdadero. En la cumbre de la revelación, no será la pertenencia a un pueblo determinado el factor que distinga a los verdaderos adoradores de los falsos, sino la disposición personal a acoger la luz de la revelación que se dirige a todos los pueblos.

v. 22 «Vosotros adoráis a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos»: Ahora bien, Jesús hace constar que la salvación ha tenido un camino histórico establecido por Dios, a través del pueblo judío. El culto de los samaritanos tuvo su origen en ambiciones y enfrentamientos políticos. Por ello, el Mesías esperado viene de los judíos.

El papel de Israel ha sido importantísimo en la Historia de la Salvación, pero ha llegado ya a su final (v. 17 «Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo»). Llegado ahora Cristo, los samaritanos y todos los demás pueblos estarán en igualdad de condiciones para acoger la plenitud de la revelación.

v. 23 «Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le adoren así»: Con una concisión y densidad insuperables, Jesús formula la siguiente expresión: “Los verdaderos adoradores del Padre, le adorarán en espíritu y en verdad”. Algunos han interpretado esta doble adoración de forma equivocada o insuficiente:

+ Por la “adoración en espíritu” se entendería la actitud moral interior, en contraste con el mero culto exterior ritualista del Antiguo Testamento que era reprochado por los profetas.

+ Y la “adoración en verdad” se interpretaría en referencia a la novedad de Cristo, en contraste con las “sombras” del Antiguo Testamento. Por ejemplo, los sacrificios de animales eran sombra del sacrificio de Cristo, la circuncisión era sombra del bautismo (cfr. Col 2, 11-12), etc.

Pero no parecen aceptables dichas interpretaciones… El término “pneuma” (espíritu) no puede entenderse en el sentido moral o antropológico; sino más bien en el sentido de “espíritu divino”, como por norma general es utilizado en San Juan. Además, en esta ocasión no hay duda alguna, puesto que en el versículo siguiente (v. 24) especificará: “Dios es pneuma”.

Por lo tanto, en el caso presente Jesucristo no estaba contraponiendo el culto meramente ritualista al culto espiritual, sino que va mucho más allá: “espíritu” y “verdad” se refieren al “Espíritu Santo” y al “Verbo”. Es decir, los auténticos adoradores adorarán al Padre, en el Espíritu Santo y en Jesucristo. La segunda y la tercera persona de la Santísima Trinidad, nos introducen en su escuela de adoración… Adoramos por Ellos, con Ellos y en Ellos.

En el diálogo de Jesús con Nicodemo (Jn 3, 3-8), queda claro que el hombre necesita nacer de nuevo, nacer del Espíritu (Jn 3, 3-8)  para acoger el don de Dios. El hombre terreno no tiene por sí mismo acceso a Dios, sino que esa intimidad con Dios le es regalada gratuitamente. Dios capacita al hombre para poder relacionarse con Él. El encuentro del hombre con Dios es un regalo de este último, que le eleva gratuitamente a la condición de “hijo”. Somos “hijos” en el Hijo, por el Espíritu Santo. La adoración en “espíritu” tiene lugar en el único templo agradable al Padre, el Cuerpo de Cristo resucitado (Jn 2, 19-22). 

v. 24 «Dios es espíritu, y los que le adoran deben hacerlo en espíritu y verdad»: Jesús da como razón profunda de esta adoración, precisamente el ser o la naturaleza de Dios: “Dios es espíritu”, lo cual trae a la memoria que Dios es inaccesible para los que somos seres carnales y materiales. Para encontrarse con Dios se requiere una elevación del hombre, a la condición de “hombre espiritual”. Por ello, lo decisivo no es el lugar donde se realice la adoración externa (en Jerusalén o en Garizim), sino nuestro acceso a la divinización, en Cristo, por el Espíritu Santo.

Este episodio de la samaritana deja claras las distancias entre la soteriología cristiana y la soteriología gnóstica: frente a la concepción de que el ser divino no es accesible más que para los sabios o los puros (cfr. Escritos de Nag-Hammadi), el Evangelio de San Juan se centra en la clave de la Revelación misericordiosa de Dios a todas las naciones, manifestada en el mediador entre Dios y los hombres –el Salvador del mundo- que es Jesucristo.

v. 25 «La mujer le dice: “Sé que ha de venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo”»: La Samaritana no entiende las palabras de Cristo, y mira al futuro esperando al Mesías, que lo anunciará todo. Jesús le quiere hacer entender que el futuro ha llegado: ¡es el presente!

v. 26 «Jesús le dice: “Soy yo, el que habla contigo”»: Jesús se da a conocer a la mujer como el Mesías esperado, mediante la fórmula de revelación “Ego Eimí”. Resuena aquí, de forma evidente, la expresión joánea que refiere a Cristo el “Yo Soy” (Yahvé) del Antiguo Testamento.

Se alcanza aquí el punto culminante del diálogo entre Jesús y la Samaritana: Él es el dador del agua viva, así como el “lugar” del nuevo culto a Dios. Los samaritanos, imagen de cada uno de nosotros, llegan por fin a la fe en Jesucristo, el Salvador del mundo.

La conclusión de este pasaje evangélico de San Juan, auténtica cumbre de la pedagogía con la que la Sagrada Escritura nos introduce en la escuela de la adoración, es la siguiente: La adoración no es otra cosa que la expresión de la espiritualidad bautismal; la consecuencia lógica de haber sido introducidos en el seno de la Trinidad. Somos hijos en el Hijo, y en Él, por el Espíritu Santo, somos adoradores del Padre.

Ésta es -en la vida presente- y será -por toda la eternidad- nuestra vocación: ser adoradores del Padre, en el Hijo, por el Espíritu Santo. Llegados a este punto, ¿cómo no traer a colación aquellas palabras de mi querido paisano y santo patrón, Ignacio de Loyola: «El hombre ha sido creado para dar Gloria a Dios». San Pablo lo refleja en un bello himno de la Carta a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya» (Ef 1, 3-6).

“Proskynesis” y “ad-oratio”

Vuelvo de nuevo al encuentro de la JMJ de Colonia, ya que en él encontramos un riquísimo filón de reflexiones. Pues bien, en la celebración eucarística dominical de clausura, Benedicto XVI aprovechó para hacer una inolvidable catequesis sobre la adoración. (¡He aquí un ejemplo emblemático de la Pastoral Juvenil “fuerte”, a la que me he referido al inicio de esta charla!). Partiendo del hecho de que la Eucaristía es la actualización del Sacrificio de Cristo, el Papa afirma: 

«Esta primera transformación fundamental, de la violencia en amor, de la muerte en vida, lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo: sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, como

hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra "adoración" en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión; el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que “libertad” no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos; verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aún cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta la Última Cena. La palabra latina para adoración es ad-oratio; contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque Aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser».

Vamos a servirnos en este momento de la conferencia, de la reflexión etimológica que el Papa Benedicto XVI realiza sobre el término adoración, según sus acepciones griega y latina.

A) Proskynesis: En la adoración, la santidad y la grandeza de Dios tienen algo de abrumador para la criatura, que se ve sumergida en su nada. Frente a la inmensidad de Dios y frente a su santidad, nos admiramos y maravillamos en su presencia, y reconocemos nuestra pequeñez e indignidad…

B) Ad-oratio: Pero, por otro lado, tiene lugar también una segunda experiencia complementaria, inseparable de la anterior: Nos conmovemos por el hecho de que un Dios infinitamente superior a nosotros se haya fijado en nuestra pequeñez, y nos ame con ternura… La adoración es la expresión de la reacción del hombre sobrecogido por la proximidad de Dios, por su belleza, por su bondad y por su verdad.

Ejemplos de la actitud de adoración, bajo la perspectiva de la proskynesis, los podemos observar en textos bíblicos como el del profeta Ezequiel impactado por la gloria de Yaveh (Ez 1, 27-28), o el de Saulo ante la aparición de Cristo resucitado. Leamos este último:

«Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo,  cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: ¿Quién eres, Señor?  Y Él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.  Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer. Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie.  Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco.  Pasó tres días sin ver, sin beber y sin comer» (Hch 9, 3-9).

Por otra parte, un ejemplo de la actitud de adoración bajo la segunda perspectiva, la ad-oratio, lo encontramos en el texto bíblico de la adoración de los Magos de Oriente al Niño Dios: «Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de

rodillas lo adoraron…» (Mt 2,11). La trascendencia infinita de Dios está “contenida” y “escondida” en la débil humanidad de aquel niño de Belén. Dios Padre envía su “beso” de amor a la humanidad en la ternura de ese niño. La única respuesta adecuada por nuestra parte es devolver ese beso a Dios, en el acto de la adoración. El gesto que tradicionalmente  realizamos en Navidad al besar la imagen del Niño Dios, es una de las expresiones más significativas de esa ad-oratio a la que se refiere el Papa. La adoración no es sólo sumisión, sino que también se traduce en un misterio de “comunión” y de “unión”.

Comentando el pasaje bíblico del “Evangelio de la Infancia” de San Mateo, el Papa Benedicto XVI hizo el siguiente comentario durante la adoración eucarística de la JMJ de Colonia: «Queridos amigos, ésta no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, Él está ante nosotros y entre nosotros. Como entonces, se oculta misteriosamente en un santo silencio y, como entonces, desvela precisamente así el verdadero rostro de Dios. Por nosotros “se ha hecho grano de trigo que cae en tierra y muere y da fruto hasta el fin del mundo” (cf. Jn 12,24). Él está presente, como entonces en Belén. Y nos invita a esa peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación del espíritu, y pidámosle a Él que nos guíe».

Pero tengamos en cuenta que estas dos facetas o perspectivas de la adoración, la proskynesis y la ad-oratio, no se dan por separado, sino que se integran en el mismo acto de adoración. Dicho de otro modo, la adoración es algo sencillo y complejo, al mismo tiempo: cuanto más nos acercamos a Dios, la adoración es más simple, hasta el punto de que la proskynesis y la ad-oratio se confunden y se identifican. En la adoración se integran plenamente el “santo temor de Dios” y el “amor a Dios”, como una sola y misma realidad.

Por el contrario, en la medida en que nuestro pecado nos mantiene lejos de Dios, esos dos aspectos - proskynesis y ad-oratio - pueden llegar a experimentarse de una forma discordante, e incluso contradictoria. Por ello, es importante que recurramos a la Sagrada Escritura, como escuela de adoración. En ella aprendemos que la adoración es la expresión del hombre impresionado por la proximidad de Dios. En efecto, la adoración es conciencia viva de nuestro pecado, confusión silenciosa (Job 42, 1-6), veneración palpitante (Sal 5,8), homenaje jubiloso (Sal 95,1-6)…

Gestos de adoración

Tal y como la adoración es descrita en la Sagrada Escritura, implica todo nuestro ser. En consecuencia, es lógico que la expresemos a través de gestos exteriores, en los que se traduce la soberanía divina, así como nuestra respuesta conmovida. Por otra parte, y dado que existe en nosotros una cierta tendencia a resistirnos a la voluntad de Dios y a reducir nuestra oración a meros ritos exteriores, es importante subrayar que la adoración sincera que agrada a Dios es la que brota del corazón.

Los dos gestos fundamentales en los que se expresa la adoración son la “postración” y el “ósculo”; en los que convergen el temor reverente y la atracción fascinante, de la criatura respecto a Dios:

A) La postración, fuera de su sentido religioso, expresa una actitud impuesta a la fuerza por un adversario más poderoso. Así, por ejemplo, Babilonia lo impone a los israelitas cautivos (Is 51,23). En este sentido, es frecuente encontrar en los bajorrelieves asirios a los vasallos del rey arrodillados, con la cabeza posternada hasta el suelo. Pero en la Sagrada Escritura pronto se nos invita a realizar el signo de postración, como el signo de sometimiento libre, consciente y gozoso a la majestad de Dios. De esta forma, imitamos a Moisés, postrado en el Sinaí en el momento en que recibe las Tablas de la Ley (cf. Ex 34, 8); aprendemos del profeta Daniel, quien tres veces al día, con las manos extendidas, se arrodillaba ante Yahvé (cf. Dn  6, 11); acogemos humildemente la invitación del salmo 95 –«Entrad, adoremos, postrémonos, ¡de rodillas ante Yavhé que nos ha hecho!» (cf Ps 95, 6)-; evocamos a aquel leproso que, de rodillas ante Jesús, suplicó ser limpiado (cfr. Mc 1, 40); seguimos los pasos de aquel pescador de Galilea, el primero de los papas de la Iglesia, quien se postró de rodillas y oró fervientemente, para pedir a Dios la resurrección de Tabita, en Jope (cf. Hch 9, 40).

B) El ósculo añade al respeto y a la sumisión, el signo de la adhesión íntima y amorosa… Los paganos besaban sus ídolos, pero ese gesto, en el fiel israelita, está reservado para Yahvé: «Pero me reservaré 7.000 en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron» (1 R 19, 18). 

Sólo Yahvé tiene derecho a la adoración. Si bien el Antiguo Testamento  conoce la postración delante de los hombres (Gen 23, 7.12; 2 Sa 24,20; 2 Re 2,15; 4,37), prohíbe rigurosamente todo gesto de adoración susceptible de ser interpretado como una rivalidad hacia Yahvé: bien sea a ídolos, astros (Dt 4, 19) o dioses extranjeros (Ex 34,14; Num 25,2). No cabe duda de que la erradicación de todo signo idolátrico fue educando al pueblo de Israel hacia una adoración auténtica. Así se entiende la valentía de Mardoqueo: «Todos los servidores del rey, adscritos a la Puerta Real, doblaban la rodilla y se postraban ante Amán, porque así lo había ordenado el rey; pero Mardoqueo ni doblaba la rodilla ni se postraba. Vio Amán que Mardoqueo no doblaba la rodilla ni se postraba ente él, y se llenó de ira» (Est 3, 2.5). Observamos la misma coherencia en otros pasajes, tales como el de los tres niños judíos ante la estatua de Nabucodonosor: «Sidrak, Mesak y Abdénago tomaron la palabra y dijeron al rey Nabucodonosor: “No necesitamos darte una respuesta sobre este particular. Nuestro Dios, a quien servimos, es capaz de librarnos del horno de fuego ardiente y de tu mano, oh rey. Y si no lo hace, has de saber, oh rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido”». (Dan 3,16-18).

En este contexto bíblico, entendemos la respuesta que Jesús da al tentador cuando le pide que se arrodille ante él: «…al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto» (Mt 4,10).

 Con respecto a los gestos exteriores de la adoración (postración y ósculo), me permito llamar la atención sobre el proceso de secularización que con frecuencia se constata en no pocas celebraciones litúrgicas.

 + Algunos sacerdotes y seglares suprimen o cambian los términos con los que la liturgia se refiere a la trascendencia de Dios. Así, por ejemplo, en vez de rezar: “Dios todopoderoso”, corrigen diciendo “Dios cercano”, etc. 

 + En muchas iglesias se ha suprimido mayoritariamente el gesto de arrodillarse en el momento de la Consagración. Lo mismo podemos decir con respecto a la genuflexión ante el sagrario.

 + El beso con el que tradicionalmente se adora al Niño Dios en Navidad, o la cruz de Cristo el Viernes Santo, también son frecuentemente suprimidos o sustituidos por meras inclinaciones, aduciendo motivos de higiene o brevedad.

 Todo ello, además de comportar una falta de obediencia a nuestra Madre la Iglesia, supone también el haber asumido, sin el debido juicio crítico, los postulados de la secularización.

Adoración: combate de purificación

 La auténtica adoración a Dios implica una purificación plena, tanto de las concepciones religiosas, como de nuestros criterios, juicios y afectos… Para iluminar este aspecto, bien podríamos recurrir al gesto de la purificación que Jesús hizo en el Templo de Jerusalén, tal y como lo narra el Evangelio de San Juan (Jn 2, 13-25). En efecto, la expulsión de los mercaderes del Templo es una imagen de la purificación de cada uno de nosotros, así como de las propias estructuras eclesiales, de forma que sólo habite en nosotros la gloria de Dios. Al ver el gesto profético del Maestro, los discípulos recordaron las palabras del Antiguo Testamento: «El celo de tu casa me devora» (Jn 2, 17); es decir, allí donde el amor de Dios lo llena todo, no caben idolatrías.

 Pero en el caso presente vamos a apoyarnos en el texto del Génesis, en el que se narra el misterioso episodio de Jacob luchando contra Dios (Gn 32, 23-33), ya que tiene un carácter paradigmático. La reciente catequesis que sobre este texto predicó el Santo Padre, en la Audiencia General del 25 de mayo, ha dado una especial actualidad a este relato. Merece la pena que lo escuchemos:

«Como afirma también el Catecismo de la Iglesia Católica, “la tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia” (n. 2573). El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad, fruto de conversión y de perdón.

La noche de Jacob en el vado de Yaboc se convierte así, para el creyente, en un punto de referencia para entender la relación con Dios, que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi en un cuerpo a cuerpo simbólico, no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso; que parece inalcanzable. Por esto, el autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor; entonces la lucha no puede menos de culminar en la entrega de sí mismo a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence precisamente cuando se abandona en las manos misericordiosas de Dios».

En la oración en general, y especialmente en la oración de adoración, se libra una gran batalla contra el propio yo. La adoración supone un giro copernicano en la concepción vital de nuestra existencia. Se trata del paso de una cosmovisión “egocéntrica” a otra “cristocéntrica”. Ahora bien, como es obvio, esa tarea de centrar nuestra vida en Cristo, no se reduce a una convicción racional, sino que supone toda una tarea de desapego de cuanto nos “descentra” del verdadero “centro”.

La primera batalla que ha de tener lugar en la oración de adoración, es la firme decisión de realizarla. Decía Karl Rahner que, «quien sólo hace oración cuando tiene ganas, quiere decir que se ha resignado a tener cada vez menos ganas de hacer oración». No adorar con perseverancia es ya perder una batalla; porque la oración es el primer deber de un cristiano, el primero de sus apostolados. El conocido refrán español: “primero es la obligación, y luego la devoción”, olvida que la oración es nuestra primera obligación.

En un ambiente donde reina el pragmatismo y la búsqueda de los éxitos fáciles y rápidos, se cae frecuentemente en el peligro de ver la oración como una actividad postergable, o simplemente, prescindible. Recordamos a propósito, aquellas otras palabras de Jesús: «Esta clase de demonios con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9, 29). Sin la fidelidad a la oración, que supere nuestras apetencias, la vida espiritual llegará muy pronto a un punto en el que tocará techo.

En la rica tradición de los Padres del Desierto, con mucha frecuencia se ha descrito la oración en términos de “batalla” y “combate”; lo cual es muy sanador de la concepción ligada  a la “Nueva Era”, en la que se confunde la oración con una técnica de relajación y de búsqueda de bienestar interior. Baste citar el siguiente texto:

«Unos hermanos preguntaron al abad Agatón: “Padre, ¿cuál es la virtud que exige más esfuerzo en la vida religiosa?”. El les respondió: “Perdonadme, pero estimo que nada exige tanto trabajo como el orar a Dios. Si el hombre quiere orar a su Dios, los demonios, sus enemigos, se apresurarán a interrumpir su oración, pues saben muy bien que nada les hace tanto daño como la oración que sube hacia Dios. En cualquier otro trabajo que emprenda el hombre en la vida religiosa, por mucho esfuerzo y paciencia que dicho trabajo exija, tendrá y logrará algún descanso. La oración exige un penoso y duro combate hasta el último suspiro».

Santa Tesa de Jesús, en la cumbre de la mística española, da testimonio de la lucha interior que se produce en la batalla por la perseverancia en la oración, y lo hace con su habitual gracejo y simpatía: «Con frecuencia me ocurría que me ocupaba en esperar que transcurriese rápido el tiempo de la oración, deseando que pasase rápida la hora, hasta el punto que escuchaba cómo sonaban las horas del reloj. Muchas veces hubiese abrazado cualquier penitencia, con tal de no recogerme a hacer oración» (Vida.8, 6).

Superada la tentación contra la perseverancia, frente a la que siempre habremos de estar atentos, la segunda batalla que se libra en la oración de adoración es la purificación de nuestros miedos, incertidumbres, afectos, formas de pensar y de juzgar la existencia, etc. Como decía Jean Lafrance, conocido autor de diversas obras sobre la oración: «La verdadera oración tiene más que ver con la espeleología que con el alpinismo. Trepar hasta arriba por la escalera de la oración es ante todo descender al abismo de la humildad. (…) Si te hace experimentar la miseria de tu impotencia para orar, te dará al mismo tiempo la fuerza para soportarlo y te indicará el medio de clamar a él. Cuando más toques el fondo de tu pobreza, más te elevarás a Dios en la súplica. Cuanto mayor es la fuerza con que una pelota es lanzada al suelo, más rebota hacia arriba».

Que nadie piense que estas reflexiones sobre la “noche oscura” se refieren exclusivamente a los místicos que están en los últimos grados de la vida espiritual. En realidad, la purificación del alma comienza en el mismo momento en que nos tomamos en serio la oración de adoración. Lo que tiene lugar en el alma de cada adorador, es muy similar a lo que describe San Juan de la Cruz, en su ejemplo del “tronco arrojado al fuego”:

«Una vez en medio de las llamas, comienza un lento proceso hasta conseguir que toda la humedad salga fuera y para ello, las llamas “hacen llorar” al tronco, expulsando el agua que tiene dentro. El tronco se afea en un primer momento, con mal olor y totalmente ennegrecido, y de esta forma va sacando fuera todo lo que lleva en su interior contrario al fuego. Finalmente, “purificado de sus pasiones”, se convierte en hermosa brasa, que se confunde con el fuego, y da calor de vida a toda la habitación». (Cf. Noche, libro segundo, 10).

En resumen: La adoración es purificación; la purificación es santificación; y la santificación es glorificación de Dios.

En la escuela de la JMJ: Hacia una espiritualidad de la adoración

Las diversas reflexiones que el Papa Benedicto XVI nos brindó en torno a la adoración eucarística realizada en la JMJ de Colonia, son una buena referencia para extraer conclusiones y hacer aplicaciones en la espiritualidad del adorador.

Aprovechando el lema de aquella JMJ en Alemania –«Hemos venido a adorarlo»-, fijémonos en unas palabras del Papa, pronunciadas en vísperas de su viaje a Alemania, después del ángelus del domingo 7 de agosto:

«Miles de jóvenes están a punto de partir, o ya están en camino, hacia Colonia con motivo de la vigésima Jornada Mundial de la Juventud, que tiene como lema “Hemos venido a adorarlo” (Mateo 2, 2). Se puede decir que toda la Iglesia se está movilizando espiritualmente para vivir este evento extraordinario, contemplando a los magos como singulares modelos en la búsqueda de Cristo, ante el cual arrodillarse en adoración. Pero, ¿qué significa adorar? ¿Se trata quizá de una actitud de otros tiempos, carente de sentido para el hombre contemporáneo? ¡No! Una conocida oración, que muchos rezan por la mañana y por la tarde, inicia precisamente con estas palabras: “Te adoro, Dios mío, te amo con todo el corazón...”. En la aurora y en el atardecer, el creyente renueva cada día su “adoración”, es decir su reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que parte desde lo más hondo del corazón y envuelve todo el ser, porque sólo adorando y amando a Dios sobre todas las cosas el hombre puede realizarse plenamente. 

Los Magos adoraron al Niño de Belén, reconociendo en Él al Mesías prometido, al Hijo unigénito del Padre, en el cual, como afirma San Pablo, “habita corporalmente

toda la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). (…) Los Santos son quienes han acogido este don y se han convertido en verdaderos adoradores del Dios vivo, amándolo sin reservas en cada momento de sus vidas. Con el próximo encuentro de Colonia, la Iglesia quiere proponer a todos los jóvenes del tercer milenio esta santidad, que es la cumbre del amor. 

¿Quién mejor que María nos puede acompañar en este exigente itinerario de santidad? ¿Quién mejor que Ella nos puede enseñar a adorar a Cristo. Que sea Ella quien ayude especialmente a las nuevas generaciones a reconocer en Cristo el verdadero rostro de Dios, a adorarlo, amarlo y servirlo con total entrega».

Ciertamente, esta cita que hemos leído, descubre un corazón enamorado de Dios; el corazón de Benedicto XVI, quien pasará a la historia por su invitación perseverante a la adoración. El Papa nos habla de los santos como los verdaderos adoradores del Dios vivo: Entre ellos los Magos de Oriente, que lo dejaron todo para salir al encuentro del Dios hecho hombre; pero sobre todo, nos propone el modelo de María, quien habiendo engendrado a su Hijo en la carne, le adoró en “espíritu y verdad”. 

Si la santidad es la vocación a la que todos los cristianos estamos llamados; y si, como Benedicto XVI había subrayado, la santidad es la condición indispensable para que seamos verdaderos adoradores de Dios; entonces, la conclusión que se deriva es contundente: «La adoración no es un lujo, sino una prioridad» (cf. Benedicto XVI, ángelus del 28-8-2005, Castelgandolfo).

Es decir, Benedicto XVI había incluido la adoración eucarística en la JMJ, para coronar la invitación que su predecesor, el Beato Juan Pablo II, nos dirigió a todos: “No tengáis miedo a ser santos”. Santidad y adoración son conceptos íntimamente unidos. La santidad posibilita la auténtica adoración; al mismo tiempo que la adoración es fuente de santidad.

Actitud de adoración, como estilo de vida cristiana

 A veces se afirma equivocadamente que la adoración eucarística subraya unilateralmente la dimensión vertical de la espiritualidad católica, en detrimento de la dimensión horizontal, social o caritativa. ¡Nada más lejos de la realidad! Bastaría citar tantas experiencias de sanación de los “pobres de Yahvé”, que están teniendo lugar en torno a las capillas de Adoración Perpetua.

 El reconocimiento de que Dios se hace uno de nosotros, poniéndose en nuestras manos, dándose como alimento para la vida del mundo; fundamenta el modelo cristiano de la solidaridad y de la caridad. En la noche de la institución de la Eucaristía, Jesús se ciñó la toalla a la cintura y se arrodilló ante nosotros, realizando el gesto del lavatorio de los pies. La adoración eucarística alimenta en nosotros los mismos sentimientos del Corazón de Cristo; «el cual no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango, pasando por uno de tantos» (Flp 2, 6-7).

 Para que el prójimo, y de forma especial los pobres, ocupen el lugar central que deben ocupar en nuestra vida, es indispensable que nuestro “yo” sea destronado. Y para que nuestro “yo” sea destronado, es necesario que la adoración ponga a Cristo en el centro de nuestra existencia. Cuando Cristo ocupa el lugar debido, el resto de las preocupaciones y ocupaciones (muy especialmente nuestra relación con el prójimo), como consecuencia se ven ordenadas.

 Imaginemos una chaqueta caída en el suelo… Si alguien recogiese esa prenda de vestir sujetándola desde el extremo de una de sus mangas, o desde uno de sus bolsillos, el resultado sería un notable desbarajuste. Hay que coger la chaqueta desde los hombros, para colgarla adecuadamente en su percha.

            Con la adoración ocurre algo similar: adorar es coger la vida “por los hombros”, y no “por la manga”. Quien pone a Dios en la cumbre de los valores de su existencia, observa que “todo lo demás” pasa a ocupar el lugar que le corresponde. Adorando a Dios se aprende a relativizar todas las cosas que, aún siendo importantes, no deben ocupar el lugar central, que no les corresponde. La educación en la adoración es totalmente necesaria para el vencimiento de las tentaciones de idolatría, en todas sus versiones y facetas: «Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él darás culto» (Mt 4, 10).            

En la escuela de Jesús -el verdadero adorador del Padre-, aprendemos que la adoración no se reduce a un momento puntual realizado en la capilla, sino que es una dimensión esencial de la vida del creyente. Se trata de una actitud de vida, la actitud de adoración, tal y como lo expresa San Pablo: «Así que, hermanos, os ruego por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Éste es vuestro culto espiritual (“latreia”, del verbo latreo –adorar-)» (Rm 12, 1).

 En resumen, la Sagrada Escritura no sólo nos invita a “hacer” oración de adoración, sino a “ser” adoradores en espíritu y en verdad; viviendo nuestra existencia como una ocasión providencial  de testimoniar la gloria de Dios. He aquí una buena definición del adorador: “el testigo de la gloria de Dios”.

En la Bula del Jubileo del año 2000, el Beato Juan Pablo II pronunciaba estas hermosas palabras: «Desde hace dos mil años, la Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos». Concluyamos invocando a la Santísima Virgen María, como aquella que nos entregó y nos sigue entregando el Cuerpo y la Sangre de su Hijo para la adoración. 

¡¡De la mano de María, adoremos a Jesucristo!!

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