Oraciones y celebraciones por el Santo Padre

Benedicto XVI cumple 60 años de sacerdocio: «El momento más importante de mi vida»

 

En varias oportunidades, el Papa ha recordado con profunda emoción el 29 de junio de 1951, día en que recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Frisinga. «Con la conciencia de que es el Señor quien impone sus manos sobre mí y dice: me perteneces, estás a mi servicio; pero también la conciencia de que esta imposición de las manos es una gracia, que no crea sólo obligaciones, sino que por encima de todo es un don, que él está conmigo y que su amor me protege y me acompaña»

29/06/11 10:37 AM


 

(RV) En varias oportunidades, Benedicto XVI ha recordado con profunda emoción el 29 de junio de 1951, día en que junto con su hermano George y otros compañeros, recibió la ordenación sacerdotal en la Catedral de Frisinga. Entre esos entrañables recuerdos del Papa, evocamos hoy lo que dijo, con su acostumbrada y sencilla profundidad, cuando el 16 de enero de 2010, recibió la ciudadanía de honor, de la misma ciudad alemana en cuyo seminario estudió, en años que conocieron el terrible dolor de la guerra y del dominio nazi. 

Prosiguiendo el 'camino' de su vida, el Papa se refirió al bello y exigente don de la llamada al ministerio sacerdotal, en ese periodo en que el seminario de Frisinga abrió sus puertas, siendo de hecho, todavía un lazareto para ex prisioneros de guerra. Momento que representaba un viraje en su vida:

«Sabíamos que el tiempo y el futuro pertenecen a Cristo, y sabíamos que él nos había llamado y nos necesitaba, que tenía necesidad de nosotros. Sabíamos que la gente de aquellos tiempos cambiados nos esperaba, esperaba sacerdotes que llegaran con un nuevo impulso de fe para construir la casa viva de Dios». 

Benedicto XVI revivió con especial intensidad el día de su ordenación sacerdotal, destacando algunos inolvidables momentos, que le impulsan en su misión y apostolado, como entonces sentía con sus compañeros, cuando estudiaba teología; pensando «que con nuestra labor debía hacerse visible la lógica de la fe como unidad, y, de ese modo, crecer la capacidad de dar razón de nuestra fe, como dice san Pedro (1 P 3, 15), de transmitirla en un tiempo nuevo, en un contexto de nuevos desafíos»: 

 «Estar postrados en el suelo durante las letanías de los santos. Al estar así postrados, se toma una vez más conciencia de toda nuestra pobreza y uno se pregunta: ¿soy realmente capaz? Y al mismo tiempo resuenan los nombres de todos los santos de la historia y la imploración de los fieles: "Escúchanos; ayúdalos". Así crece la conciencia: sí, soy débil e inadecuado, pero no estoy solo, hay otros conmigo, toda la comunidad de los santos está conmigo, me acompañan y, por lo tanto, puedo recorrer este camino y convertirme en compañero y guía para los demás’». 

Luego la imposición de las manos, «con la conciencia de que es el Señor quien impone sus manos sobre mí y dice: me perteneces, no te perteneces simplemente a ti mismo, te quiero, estás a mi servicio; pero también la conciencia de que esta imposición de las manos es una gracia, que no crea sólo obligaciones, sino que por encima de todo es un don, que él está conmigo y que su amor me protege y me acompaña», afirmó Benedicto XVI, evocando otro momento importante: 

 «Después seguía el viejo rito, en el que el poder de perdonar los pecados se confería en un momento aparte, que comenzaba cuando el obispo decía, con las palabras del Señor: "Ya no os llamo siervos; a vosotros os llamo amigos". Y yo sabía —nosotros sabíamos— que no es sólo una cita de Juan 15, sino una palabra actual que el Señor me está dirigiendo ahora. Él me acepta como amigo; estoy en esta relación de amistad; él me ha otorgado su confianza, y en esta amistad puedo actuar y hacer que otros lleguen a ser amigos de Cristo».