¿Suicidarse con «dignidad»?

 

Lastimosamente se va imponiendo una cultura globalizada, materialista y hedonista, cerrada a la transcendencia, donde no se valora a las personas con enfermedades incurables, degenerativas o limitantes. La sociedad considera que esos pacientes han perdido la calidad de vida con la obvia consecuencia de que su mejor opción es el suicidio para no ser una carga para la sociedad. Frente a esa ideología libertaria es preciso recobrar el valor de la vida de todo ser humano, incluso en casos donde no haya perspectivas de curación.

29/06/11 2:20 AM


 

El 13 de junio de 2011 la cadena británica BBC ha emitido por televisión el suicidio de Peter Smedley, un hotelero australiano multimillonario de 71 años, afectado por una dolencia neuronal motora que acudió el pasado diciembre a la clínica suiza “Dignitas” para poner fin a sus días.

Ha habido muchas críticas sobre esta emisión que viene a unirse a los programas del “reality show” que hoy en día se han puesto de moda. Bajo pretexto de dar a conocer la realidad se publicitan detalles íntimos o escabrosos de la vida humana, alimentando la curiosidad morbosa de los espectadores. Aunque el mismo suicida lo haya autorizado previamente, ver por televisión los estertores de una persona moribunda, después de haber ingerido una dosis letal de barbitúricos, lleva en muchas personas a la banalización de los sentimientos humanos más profundos y puede llevar a un efecto de contagio suicida.

Más aún si como en el caso presente se sabe que las campañas a favor de la eutanasia tienen interés en promover la legalización del suicidio como un modo correcto y legal de terminar con la propia vida cuando la persona así lo decide. También están presentes los intereses lucrativos. Aprovechando que la legislación suiza permite el suicidio asistido, han surgido empresas como “Dignitas”, nombre latín de “dignidad”, que en los últimos 12 años ha ayudado a suicidarse a más de 1.000 personas, la mayoría proveniente de otros países, cobrando unos 4.000 euros por suicidio.

Con esto Suiza, un país europeo de tradición larga democrática pacifista, ha pasado a ser tristemente conocida en el mundo como la promotora del turismo de la muerte. Los candidatos al suicidio ya no regresarán vivos a sus países de origen. En bastantes casos los ataúdes o las urnas con sus cenizas son arrojados clandestinamente al lago de Zurich.

La ideología del suicidio ha invadido algunos estados de EEUU, de Australia y de Europa, como Holanda y Bélgica. Hay programas de formación médica que incluyen la administración de la muerte bajo determinados supuestos como ser incapacidad de soportar el dolor, incurabilidad de la enfermedad y voluntad explícita o presunta del mismo paciente. Detrás de la legalización de la eutanasia se esconde la pretensión de legalizar también el suicidio, uno de los fenómenos más inquietantes y preocupantes que enfrenta la humanidad y que previsiblemente seguirá en aumento ante la creciente pérdida del sentido transcendente de la vida.

Lastimosamente se va imponiendo una cultura globalizada, materialista y hedonista, cerrada a la transcendencia, donde no se valora a las personas con enfermedades incurables, degenerativas o limitantes. La sociedad considera que esos pacientes han perdido la calidad de vida con la obvia consecuencia de que su mejor opción es el suicidio para no ser una carga para la sociedad. Frente a esa ideología libertaria es preciso recobrar el valor de la vida de todo ser humano, incluso en casos donde no  haya perspectivas de curación.

Para hacer frente a esta cultura de la muerte es preciso que la humanidad recupere el valor sagrado de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. La dignidad del hombre no consiste en poder elegir la muerte sino en vivir dignamente hasta que sobrevenga la muerte natural. La sociedad y muy particularmente los familiares deben atender a los pacientes, especialmente con los cuidados paliativos, para suprimir o aminorar el dolor sin excluir en casos necesarios la sedación terminal. También hay que facilitarles los cuidados mínimos, entre ellos normalmente la respiración, la alimentación, y la hidratación, sin que, por otra parte, haya obligación de suministrarles cuidados extraordinarios, gravosos, onerosos o peligrosos.

La Iglesia Católica rechaza el suicidio y la eutanasia como faltas graves contrarias al mandamiento de conservar la vida que Dios nos ha dado y de la cual debemos darle cumplida cuenta. Al mismo tiempo promueve la cultura de la vida y favorece el cuidado médico, humano y espiritual de personas enfermas y moribundas. Ojalá se revierta esa tendencia hacia la cultura de muerte y se promueva la cultura de la vida, de la solidaridad y del amor, atributos de la auténtica dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.

 

P. Miguel Manzanera, SJ