1.07.11

Eppur si muove - Iglesia católica y modernidad

A las 12:09 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove
 

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Es bastante común, entre sectores antieclesiales de dentro y de fuera de la Iglesia católica, acusar a ésta de estar contra la modernidad y, en general, de manifestarse casi siempre contra lo que pueda considerarse “actual”, “de hoy” o, así, “moderno”.

Sobre esto tenemos dos opiniones, hablando en general y por poner ejemplos de personas que piensan cosas distintas que son las siguientes:

El teólogo Juan José Tamayo dice que “Benedicto XVI ha dinamitado todos los puentes con la modernidad” porque cree, el autor citado, que la modernidad goza de una salud muy buena.

Sin embargo, para Benedicto XVI lo que sucede es que la llamada modernidad se encuentra en una profunda crisis. Por eso, en un Discurso a los universitarios de 23 de junio de 2007 dejó dicho que se “pretende edificar un regnum hominis ajeno a su necesario fundamento ontológico” e invitó, a sus oyentes (y por extensión, a los demás católicos) a tratar de conocer, lo mejor posible, las causas de la crisis citada arriba.

Sin embargo, en realidad, cuando se critica a la Iglesia católica y se la pone a los pies de los caballos en el asunto de la modernidad es bien sabido o, al menos, así debería ser reconocido, que se trata de algo que va más allá de una posición, más o menos sostenible, ante la modernidad. En realidad de lo que se trata es de la actitud que la Iglesia católica muestra ante determinadas manifestaciones de lo que podemos llamar “el hoy de ahora mismo”.

En general, podemos decir que la Iglesia católica, no puede estar con el mundo ni con las propuestas que el mundo puede hacer para los diversos aspectos de la vida. En una realidad actual tan laicista y tan manifiestamente anticatólica y, en general, antirreligiosa, lo más correcto es mantener una prudente distancia del mundo y estar, exactamente, con Cristo. Es decir, que como diría el P. Iraburu (trayendo aquí el título de un libro suyo) hay que ser “De Cristo o del mundo” porque, con franqueza, de los dos no es posible ser pues es fácil traer a colación aquel “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mt 6, 24) y nadie podrá negar que, como dijo aquel, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

Pues bien, seguramente se le acusa a la Iglesia católica de ser antimoderna porque no está a favor, por ejemplo, del aborto.

Seguramente se le acusa a la Iglesia católica de ser antimoderna porque no está a favor, por ejemplo, de la eutanasia.

Casi seguro que se le acusa a la Iglesia católica de ser antimoderna porque se manifiesta en contra del uso del preservativo.

Es casi seguro que se le acusa a la Iglesia católica, como Tamayo dice, de “dinamitar los puentes con la modernidad” porque, al fin y al cabo, no es proclive a los vaivenes de las ideas sociales y no se “adapta” lo suficiente a lo que lo políticamente correcto dice en cada momento. Por eso, la Iglesia católica no es nada “muelle” con determinadas doctrinas porque, además, no podría ni puede serlo.

Y, sin embargo, según lo dicho por el Santo Padre, la modernidad no goza de tan buena salud como se suele decir. Es más, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (10) (Concilio Vaticano II) se dice que “Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre. Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, el Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época”.

Parece, pues, que todo, en este particular tema de la relación entre la Iglesia católica y la modernidad, está bastante claro: no existe actuación contraria, de la primera contra la segunda sino, en todo caso, comprensión por parte de la primera sobre la verdadera realidad de la segunda.

En realidad, lo que pasa es que a muchos no les gusta la permanencia de ciertas doctrinas que son, por eso mismo, no adaptables ni nada que se le parezca. No es que haya rigidez real por parte de la Iglesia católica sino que, en todo caso, lo que pasa es que lo propio no puede dejar de serlo para quedar bien con nadie.

Eleuterio Fernández Guzmán