8.07.11

Eppur si muove - ¿Crucifijo y sociedad política son incompatibles?

A las 12:22 AM, por Eleuterio
Categorías : General
 

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Me llama poderosamente la atención que haya personas que, siendo católicas, se empeñen en que el crucifijo desaparezca de la vida publica.

Por ejemplo, resulta difícilmente entendible que, por ejemplo, un teólogo como Juan José Tamayo se manifieste tan en contra de la cruz de Cristo y, claro, de lo que la misma representa.

Hace pocos días le publicaron un artículo en la poco benéfica Redes Cristianas titulado “Camps, Cotino, el crucifijo y la corrupción” y trata de escribir, el teólogo progre, acerca de la toma de posesión del Presidente de las Cortes Valencianas (Juan Gabriel Cotino Ferrer) porque, el buen hombre, tuvo, al parecer, la mala idea, de colocar, para jurar él mismo, el crucifijo que, de ordinario, tenía en su despacho de Consejero, hasta entonces, de Medio Ambiente.

Pues bien, hay personas como Tamayo, que se definen, por ejemplo, por la forma de titular un artículo.

Dice el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, que la “i griega” o “ye” tiene una utilidad consistente, por ejemplo, en “unir palabras o cláusulas en concepto afirmativo” o, lo que es lo mismo, que tienen una relación muy directa y, en general, que van unidas muy íntimamente.

Pues bien, el título, tan sólo el título, es ya bastante ruin e impresentable “… el crucifijo y la corrupción”.

Además de estar vendiendo la piel del oso antes de cazarla, en referencia a la posible condena del Presidente Camps (pues ya sabemos del pie que cojea Tamayo y que no es, precisamente, el derecho) equipara, el taimado individuo, el crucifijo a la corrupción por el simple hecho de ser utilizado en la jura de un cargo. Queda, pues, claro, que hay, al menos, un teólogo, al que la cruz de Cristo no le gusta demasiado porque la usa para sembrar confusión.

Si, además, por afirmativo se entiende el hecho de dar por cierto algo podemos concluir que, para Juan José Tamayo, el crucifijo y corrupción son una misma cosa.

Con esto debería terminar este artículo porque denota, sólo con eso, un extravagante sentido del más importante símbolo del discípulo de Cristo. Sin embargo, me parece a mí que no es suficiente porque tenemos la obligación de desenmascarar a los lobos con piel de oveja o de cabrito, quien sabe.

Parecería, entonces, que el crucifijo nada tiene que ver con la vida política y que, en todo caso, debería quedar fuera de la misma. Esto es, además, algo extraño porque como está permitido “jurar” (además de prometer) un cargo público, a nadie debería extrañar que se manifieste tal voluntad ante quien representa la razón, precisamente, de jurarlo. Eso no debería extrañar a nadie salvo a quien se extrañe de que las cosas sean como son por muy alejadas de su voluntad que estén.

Dice, además, que el crucifijo aparezca en tal situación es una “perversión” porque sostiene que “Tamañas perversiones no hubieran sucedido si el Gobierno hubiera llevado al Parlamento la Ley de Libertad Religiosa y de Conciencia, que era el buque insignia legislativo del PSOE y en la que ha venido trabajando un grupo de expertos durante toda la legislatura”. Y, entonces, se le acaba de ver el plumero: al lado de un partido de izquierda que manifiesta, de forma continua, un ánimo consistente en hacer que la Iglesia católica queda arrinconada y su doctrina olvidada y escondida en algún rincón de la historia. Vamos, toda una joya al lado de la que se pone Juan José Tamayo, poco insigne teólogo diezmador, si es que puede, de la fe que dice tener pero de la que, a todas luces, aborrece y de la que se asquea.

Por eso es más importante que nunca que el crucifijo no esté alejado de la sociedad política. No es para que la Iglesia católica tenga poder alguno que no quiere ni busca sino, sólo, exclusivamente y por la única razón y causa relacionada con las creencias de la mayoría de la sociedad española. Y eso debería bastar incluso para aquellos que querrían ver la cruz y lo que representa, muy lejos de la vida pública siendo, como es, el fundamento de un comportamiento digno de ser tenido como bueno y benéfico.

Y a Juan José Tamayo, por cierto, que le vayan dando píldoras mundanas cada 8 horas porque, al parecer, se las sigue tomando de dos en dos y le producen tales efectos que, además, agradece pergeñando determinados escritos.

Eleuterio Fernández Guzmán