La increencia lleva al desastre

 

Ante todo debemos tener muy claro que prescindir de Dios, actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito de lo meramente privado, no tiene en cuenta ni la cultura ni las raíces cristianas de Europa, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la sociedad

15/07/11 12:17 PM


 

En su Carta a los Romanos 1,22-29 San Pablo nos dice sobre los que vuelven la espalda a Dios: “alardeando de sabios, resultaron ser necios”(v. 22)… “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador”(v.25)… “Por lo cual los entregó Dios a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres. y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío. Y como no juzgaron conveniente prestar reconocimiento a Dios, los entregó Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda clase de injusticia, maldad, codicia, malignidad…;” (vv.  26-29). Con profundo realismo nos recuerda también en la primera Carta a los Corintios: “si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación” (15, 17) y “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” ( 15,32).

Benedicto XVI, en  su Catequesis en la Audiencia General de este 15 de Junio, ha dicho: “Si el hombre no conoce a Dios como Absoluto y Trascendente, cae en esclavitud e idolatría, como han demostrado en nuestro tiempo los regímenes totalitarios y como muestran también las diversas formas de nihilismo, que hacen al hombre dependiente de ídolos e idolatrías, lo esclavizan”. Y es que “cuando el Estado promueve, enseña o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a los ciudadanos de la fuerza moral indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral “(Benedicto XVI, Encíclica Caritas in Veritate, nº 30). Años antes en “Dios y el mundo” el cardenal Ratzinger nos dice: “la Iglesia tiene esa gran misión esencial de oponerse a las modas, al poder de lo fáctico, a la dictadura de las ideologías. Precisamente también en el siglo pasado tuvo que alzar su oposición a la vista de las grandes dictaduras. Y hoy sufrimos porque se opuso demasiado poco”.        

Ante todo debemos tener muy claro que prescindir de Dios, actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito de lo meramente privado, no tiene en cuenta ni la cultura ni las raíces cristianas de Europa, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la sociedad. Una de las cosas que más me asombran es ver, como en nombre de lo políticamente correcto, muchos se tragan las mayores barbaridades y necedades, entre ellas el divorcio exprés, el aborto, o la ideología de género, aunque para mi la mayor necedad, no lo más grave, es la sustitución de las palabras padre y madre por progenitor A y progenitor B, y eso lo hacen Partidos enteros, como el PNV, que hace cuatro días defendía todo lo contrario. La actual crisis económica es evidentemente eso, una crisis económica, pero todavía mucho más una crisis de valores, cuyas consecuencias en  cualquier ámbito de la vida, no son difíciles de ver.

Es un error por tanto considerar al individuo como un mero sujeto autónomo, como si se hiciera él mismo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Nuestro nacimiento en una familia no es casual, porque a ella corresponde la transmisión de la fe y del amor que el Señor nos tiene, pero también el de formar personas libres y responsables, pues es el lugar privilegiado donde cada persona aprende a recibir  y dar amor. Ni tampoco podemos prescindir, en efecto, de nuestra referencia a una verdad objetiva previa a nosotros, como es la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables, a cuyo servicio debe ponerse la persona y todo el grupo social. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y por tanto Dios quiere nuestra realización personal, pero nuestra personalidad debe hacerse poniéndonos al servicio de la verdad y el bien. La búsqueda de la Verdad nos hace personas libres y responsables, y la búsqueda del Bien nos lleva a amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, que es el gran mandamiento cristiano y que tantas personas tratan de realizar.

 

Pedro Trevijano, sacerdote