26.07.11

 

Dado que Mons. Julián Barrio no es un arzobispo dado a dar grandes titulares en la prensa, puede que resulte sorprendente lo que predicó ayer durante la homilía con motivo de la Festividad del Apóstol Santiago, patrón de España. Dijo don Julián:

Una ley civil que, rebasando los límites de su competencia, contradiga la verdad del hombre, no reconociendo sus derechos fundamentales o incluso atropellándolos, carece de fuerza obligatoria

Se da por hecho de que habla de obligatoriedad moral, ya que la legal viene determinada precisamente por el Estado que impone esas leyes, aunque el propio arzobispo se encarga de recordar que para los cristianos prima aquello de “obedecer a Dios antes que a los hombres". Es decir, no hay ley humana capaz de obligar a un cristiano a hacer algo contrario a la ley divina, a menos que dicho cristiano sea débil en la fe.

Muy oportuno estuvo don Julián al recordar que la libertad debe ordenarse hacia el bien:

Dios nunca privará al hombre de su libertad, pero actuar con un fin contrario al bien de nuestra naturaleza humana no es libertad verdadera, ya que la libertad se ordena hacia el bien“.

Y es que la verdadera libertad no consiste en hacer lo que a uno le plazca, sino en tener la capacidad de hacer el bien a pesar de nuestra tendencia al mal. El que usa la libertad para obrar el mal, se convierte en esclavo de ese mal que obra. De tal manera que no puede librarse del mismo con sus propias fuerzas.

Eso es algo que vemos claro en las personas sujetas a adicciones de todo tipo. Hubo un día en que “libremente” optaron por entregarse a las mismas. Y llegó un momento en que se vieron absolutamente incapaces de ser libres de dichas adicciones. De tal manera que lo que en un principio creyeron libertad, en realidad era el camino hacia la peor de las esclavitudes.

Eso, que ocurre a nivel personal, puede acontencer también a nivel social y político. Cuando se pone la democracia al servicio del mal y con herramienta para socavar los principios de la ley natural, lo que se supone que es un régimen de libertades se convierte en un régimen de opresión. Es fácil verlo en el caso del aborto, pero ocurre lo mismo con el resto de leyes inicuas que los ciudadanos, directa o indirectamente -vía su representantes-, se van dando. Si se pone la ley al servicio de libertades falsas, la sociedad acaba siendo esclava de su ignominia. Ni puedes nacer, ni puedes ser educado conforme al deseo de tus padres, ni puedes evitar que el matrimonio sea una farsa, ni puedes morir sin miedo a que te apliquen una sedación mortal.

España, guste más o guste menos, es hoy una nación esclava de sus errores y prisionera de sus leyes. Tenemos libertad política, sí. Pero ha sido usada para el mal. Y mientras el mal no sea vencido por el bien -o sea, nuevas leyes que abroguen las malignas anteriores-, este país no levantará cabeza. Puede que económicamente nos recuperemos con un nuevo gobierno. Pero el alma de la sociedad seguirá muerta. Toca a los cristianos ser vida en medio de la muerte, luz en medio de las tinieblas. Eso es lo que fue ayer el arzobispo de Santiago de Compostela.

Luis Fernando Pérez Bustamante