"Es también una forma de evangelización"

JMJ y espectáculo

Cuidado con el número, el fasto, la exhibición

Santiago Agrelo, 08 de agosto de 2011 a las 09:01

 

(Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger).- Entrecomillados los encontré en Religión Digital, y así los transcribo: "La JMJ es el cristianismo como espectáculo" (Xosé Alvilares, sacerdote y catedrático). "La JMJ es confundir la evangelización con el espectáculo" (Javier Vitoria, teólogo en Deusto y la UCA).

Son sólo dos testimonios de un estribillo que se repite en los medios a ritmo de suspiro, sin que el personal se tome la molestia de pensar en lo que significa.

La palabra clave es ‘espectáculo', vocablo que el Casares define como "función o diversión pública celebrada en cualquier edificio o recinto en que se congrega la gente para presenciarla", y también como "aquello que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual, y es capaz de interesar y mover el ánimo".

No parece que a la JMJ se la pueda encuadrar en la primera definición, pues los jóvenes convocados a Madrid no asisten a una función, sino que son sujeto primero y principal de un acontecimiento. Lo que ellos se disponen a vivir es un capítulo más, que no un capítulo cualquiera, de una historia que esos jóvenes van escribiendo desde hace tiempo, que están cumpliendo con generosidad, y que ahora culminan con ilusión, con libertad, con esperanza de que este encuentro represente para todos un tiempo de confirmación en la fe.

Esa historia, porque se ofrece a la vista y es capaz de interesar y mover el ánimo, es un espectáculo, un bellísimo espectáculo. ¡Y es también una forma de evangelización!

Los estribillos entrecomillados, tan perentorios y tan negativos en los juicios que expresan, no dejan de ser enunciados sin fundamento, prejuicios, impropios de quien se presente como teólogo o catedrático.
Dicho eso, se puede intentar comprender también lo que, con esos entrecomillados, pueden querer decir quienes los suscriben.

La JMJ, como cualquier otra manifestación externa de la fe -ya sea la celebración de un sacramento, una procesión, incluso el rezo de un rosario-, necesita de lo externo, y por eso mismo correrá siempre el riesgo de quedarse en lo externo: en el número, en el fasto, en la exhibición. Demasiadas veces hemos quedado atrapados en esa trampa, y es un deber recordarlo siempre por si alguna vez fuere posible evitarlo.

La JMJ, como los ritos, las normas o los dogmas, pueden servir de coartada para justificar nuestra indiferencia ante el dolor de los pobres. Es verdad; pero a nadie se le oculta que, por su naturaleza, son un martillo de indiferencias, una llamada a la entrega de la propia vida, un recordatorio perenne de que hombres y mujeres son para Dios una familia de hermanos en Cristo Jesús.

Alertar de los riesgos que se asumen al organizar un evento como éste, es un modo de colaborar para que todo en él tenga sabor de Evangelio. Limitarse a emitir un juicio que se aparta manifiestamente de lo justo y lo razonable, es ensuciar una historia que el trabajo de los jóvenes ha hecho ya hermosa.