9.08.11

Qué pesados

A las 10:23 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Cada vez que el papa viene a nuestro país tenemos que oír, querámoslo o no, todo tipo de quejas. Quizá sea inevitable, pero que sea inevitable no quiere decir que sea justo, máxime teniendo en cuenta que esos lamentos no se oyen a propósito de otros eventos – deportivos, culturales o del tipo que sea – que tienen lugar en España.

El “mantra” más repetido es el coste de la visita. Como se ha olvidado que “no solo de pan vive el hombre”, todo tiende a medirse en términos de dinero. No importa que el papa pueda dar una palabra de orientación a los jóvenes. No, eso no es valorado. Que los muchachos se olviden de la distinción entre el bien y del mal, entre la verdad y la mentira, y que se conviertan en esponjas dedicadas a absorber alcohol los fines de semana es asumido con una pasividad absoluta, como si se tratase de una ley física similar a la de la gravedad, como un hecho cargado con el fatalismo de lo inevitable.

Pues bien, se ha explicado hasta la saciedad que la JMJ la pagan, en su mayor parte, los que asisten a ella y, en un porcentaje menor, las empresas patrocinadoras. El Estado se ocupará de la seguridad, como en cualquier otro acontecimiento de similar envergadura. A la vez, no se puede negar que para Madrid y para la imagen de España en el mundo constituye una ocasión privilegiada de promoción.

No resulta frecuente oír que en el Parlamento o en otras instancias se pregunte sobre el coste de limpiar de residuos una playa, una plaza o una calle después de un botellón. Tampoco nadie se ha llevado las manos a la cabeza calculando el gasto del “día del orgullo gay”, de la presencia de los “indignados” en la Puerta del Sol, o de la celebración de la victoria de España en los mundiales de fútbol de Sudáfrica. Y no todos los ciudadanos son aficionados al fútbol, ni a otras cosas que no son fútbol.

Decía el cardenal Rouco que las críticas “ sirven para estimularnos a ser mejores y explicarnos mejor". Tiene razón. Siempre hay que esforzarse por ser mejores y por explicarse del mejor modo. Pero no podemos olvidar un principio: no se puede querer contentar a quienes desean estar siempre descontentos. Llega un momento en el que ese intento resulta vano e imposible. Da lo mismo lo que se diga, da igual tener argumentos o carecer de ellos; con algunas personas discutir es como hablar con una pared: solo un loco se empeñaría en hacerlo.

Creo que lo mejor es celebrar con paz, tranquilidad y alegría la JMJ. Y quien se altere, que tome una tila. También los católicos somos ciudadanos, también los católicos pagamos impuestos, también los católicos tenemos derechos. No tenemos que ir pidiendo disculpas por ser lo que somos, implorando temerosamente que los sanedrines de turno nos perdonen la vida.

Tampoco falta el plañidero llanto de las “beatas” de turno. Las “beatas” de turno salen con Somalia: “¡Que el papa vaya a Somalia!”, dicen, con ese aire falso y beatorro que las caracteriza – a ellas y a ellos - . De sobra sabemos que no está Somalia para visitas papales y que si a Benedicto XVI se le ocurriese poner un pie en ese martirizado país, ellas, las “beatas falsas”, serían las primeras – y los primeros – en alzar un grito de protesta.

No les importan, como no le importaban a Judas, los pobres. Lo suyo es fastidiar, dar la lata, molestar. Se divierten así, sin moverse por supuesto de la comodidad de sus poltronas de “engagés” de boquilla.

Guillermo Juan Morado.