24.08.11

 

Ya tenemos el primer caso de un paciente en el que el Estado -la Junta de Andalucía lo es- ordena a los médicos que dejen de alimentarle e hidratarle para que muera. Ocurre en un hospital onubense, con nombre de advocación mariana. Una mujer está en coma y su hijo ha decidido que no debe seguir viviendo más. Él dice que su madre había advertido antes que no quería que la mantuviesen viva en esas condiciones. No sabemos si dice la verdad o no, pero es lo mismo. El caso es que esa señora va a morir en breve por deshidratación. O sea, de sed, aunque posiblemente no llegue a sentir esa sed. Digo posiblemente porque no hay manera segura de saber que un enfermo de coma no siente nada. No sería la primera vez que alguno de ellos se ha despertado tras vivir varios años en esa condición y ha dicho que se enteraba de todo.

Lo primero que me pregunto es qué sentido tiene que la retiren la sonda nasográstica. Ya que han ordenado su muerte, que le pongan una inyección para acabar antes. Para el caso, es lo mismo. Fuera hipocresías. Pensar que alimentar e hidratar a un enfermo es un encarnizamiento terapéutico es tal salvajada, que no veo manera de que se pueda argumentar que no estamos ante un caso de eutanasia. Hay muchos enfermos irreversibles que no se valen por sí mismos y que morirían si no se les ayudara a comer y beber. Por ejemplo, los ancianos con Alzheimer o demencia senil. ¿Cuánto tardaremos en asistir al primer caso en que se les deje morir de hambre y de sed, sedándolos para que no sufran?

Lo cierto es que las leyes de muerte digna tienen mucho de muerte y nada de dignas. Son la puerta abierta a la eutanasia, al suicidio asistido. Me viene a la memoria el caso de Eluana Englaro en Italia. Su padre también optó por esa solución. Todo parte de la idea de que determinadas enfermedades hacen que la vida no sea digna de ser vivida ni de ser protegida legalmente. Pero todo ello es la consecuencia de una mentalidad perversa por la cual la vida humana puede ser eliminada antes de nacer y terminada antes de tiempo. Sin ley que los proteja, siempre habrá niños cuyas madres no quieren que nazcan y ancianos cuyos hijos quieren que mueran.

Esto es un ejemplo más de hacia donde va una sociedad que ha renunciado a sus raíces cristianas. Cuando nos apartamos de la Fuente de la Vida, que es Cristo, la muerte toma su lugar y reina. Pero de la muerte sólo cabe esperar más muerte. Qué oportunas son las palabras que el Papa dijo a los jóvenes enfermos en la Fundación Instituto San José:

Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor.

Civilización del amor o civilización de la muerte. Eso es lo que está en juego en estos momentos. Pero por más que la civilización de la muerte parezca avanzar y vencer, siempre habrá cristianos que den testimonio de que la vida, toda vida, merece ser vivida. Y al final, la luz vencerá a las tinieblas.

Luis Fernando Pérez Bustamante