29.08.11

Mario Vargas Llosa y la JMJ

A las 10:40 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Estamos tan acostumbrados a lo anormal y a lo esperpéntico que, a estas alturas, un gesto de normalidad se agradece. Que una persona inteligente diga a propósito de la JMJ que “todo transcurrió en paz, alegría y convivencia simpática” parece de sentido común. Ni siquiera los amargados consiguieron empañar ese espíritu de alegría; sobre todo, de alegría.

O sea, nada especial lo que ha escrito Mario Vargas Llosa, agnóstico y liberal según se define él mismo, en un artículo titulado “La fiesta y la cruzada” publicado en “El País”. Pero, atendiendo a las circunstancias, lo obvio parece incluso extraordinario. Y Vargas Llosa dice unas cuantas cosas obvias; por ejemplo: “Todas las razas, lenguas, culturas, tradiciones, se mezclaban en una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia católica y su “adicción” al Papa ("Somos adictos a Benedicto” fue uno de los estribillos más coreados)”.

Pero, yendo más allá del fenómeno, el premio Nobel de literatura se pregunta por lo que subyace a la apariencia y adelanta una hipótesis interpretativa: La JMJ se puede entender “como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla”.

Para Vargas Llosa la reducción en número de los fieles católicos no es un síntoma de la ruina de la Iglesia, sino “más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI”. En realidad, no es cierto – como supone el escritor - que el número de católicos disminuya, si consideramos el mundo entero. Sí lo es, sin embargo, entre nosotros.

En el campo de lo opinable se inscribe la valoración que hace sobre los dos últimos papas, aunque a mí, al menos, me resulta agradable que un escritor tan destacado diga sobre los textos de Benedicto XVI: “su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes”. Comparto también, hasta cierto punto – aunque no comparta del todo el modo de decirlo – lo que dice sobre el progresismo y el conservadurismo eclesiales.

Pero la parte más importante del artículo de Vargas Llosa es la final. “¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad?”, se pregunta. Y, como respuesta, hace unas consideraciones interesantes desde la perspectiva política y desde la filosofía de la cultura, revisando algunos falsos dogmas concernientes a la secularización entendida como un proceso irreversible y casi determinista, tal como había preconizado Comte.

Desde la perspectiva política, no dejo de apreciar cierta contradicción en lo que afirma Vargas Llosa: “Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad”.

Leído así, tal cual, casi tiendo a pensar que se aboga por una visión utilitarista de la fe religiosa, un poco al modo del “Catecismo Imperial Napoleónico”. Vale, la fe religiosa, en cuanto ayude a combatir a los enemigos de la sociedad democrática. Pero con una condición: que el Estado sea laico e independiente. Pues depende de qué se entienda por “laico” y por “independiente”.

Es verdad que sin una motivación profunda – religiosa - es muy difícil, a la larga, sostener los fundamentos de la ética. Pero, a mi modo de ver, el papel de la religión – y me refiero, en concreto, al catolicismo – no se limita a combatir los excesos, sino a velar por los principios básicos que, se quiera o no, han de sustentar una democracia que no degenere en totalitarismo: la ley moral natural. Esa dependencia de la ley moral natural no equivale a la “sumisión” a la Iglesia, pero sí al reconocimiento del Creador y de un ordenamiento moral que es previo al político y que es “conditio sine qua non” de la justicia en el orden político.

Desde la perspectiva de la filosofía de la cultura, Vargas Llosa me parece especialmente lúcido: La cultura no puede sustituir a la religión. Pero, a diferencia del premio Nobel, creo que no puede sustituirla ni para las mayorías ni para las minorías. La razón es muy simple: el hombre no se salva a sí mismo; es Dios quien lo salva. Claro que no cualquier dios, sino el Dios verdadero. Y esto no puede decirlo, y lo comprendo, un agnóstico.

No voy a decir que me haya sorprendido Vargas Llosa. Ya en su última novela, “El sueño del celta”, ha dejado entrever un enorme aprecio por el catolicismo. Será agnóstico, pero no desentona, cuando quiere, en el “atrio de los gentiles”.

Guillermo Juan Morado.