31.08.11

 

Aunque por lo general no suelo mantener debates en la zona de comentarios de las noticias, de vez en cuando surge la ocasión de hacerlo. Y en estos últimos días he debatido con ateos/agnósticos sobre la “racionalidad” de la fe y sobre la realidad de los milagros.

Entre los ateos y agnósticos existen multitud de opiniones y actitudes ante el mundo de la fe y la espiritualidad. Unos son manifiestamente indiferentes. Ni creen ni les interesa gran cosa en hablar con los que creen. Otros, no pocos pero supongo que minoritarios, no creen pero les gustaría creer. Hace no mucho me encontré con uno de ellos. Por respeto a su persona no diré quién es ni lo que me dijo, pero en su actitud vi una semilla de la fe. Quien “quiere” creer es porque Dios ha puesto en su alma ese deseo y es fácil que acabe recibiendo y acogiendo el don de la fe. Y por último, está el grupo de los ateos/agnósticos a los que les encanta debatir con los creyentes para intentar demostrarles la irracionalidad de su creencia.

Dada que mi formación filosófica es más bien escasa, no hago uso del manual tomista para explicar las razones por las que creo en la existencia de Dios -que no es exactamente lo mismo que creer en Él- y sé que existe un mundo que va más allá de lo que puede ser analizado por la ciencia. Me las apaño según Dios me da a entender. En uno de mis comentarios, afirmo:

El ateo pide una prueba empírica de la existencia de Dios. O sea, que si a Dios no se le puede examinar en un microscopio de un laboratorio, no existe.

Pues eso es absurdo. Si a Dios se le pudiera meter en una probeta, no sería Dios.

Ahora bien, ¿hay evidencia física de que existe no ya Dios sino una realidad que no se sujeta a las leyes de la naturaleza? Sí, sin la menor duda. Hablamos de milagros o hechos preternaturales.

Cuando un muerto resucita tras tres días, una vez que ya se había iniciado el proceso de descomposición, no hay laboratorio alguno capaz de explicar eso. Y ocurre algo parecido con, por ejemplo, una columna vertebral que pasa, de un día para otro, de tener más “eses” que la subida al Tourmalet a estar en perfecto estado. Yo he visto eso y no hay ateo alguno que me vaya a negar lo que han visto mis ojos.

La ciencia lo único que puede decir en esos casos es que no tienen explicación. Pero entonces los seres humanos usamos la razón y decimos: “tiene que haber algo más de lo que vemos, oímos, palpamos y podemos investigar".

Salvando las distancias, la postura de los ateos como Cayetano es tan absurda como la de un ser que vive en un mundo de dos dimensiones empeñado en negar que no existen los mundos de tres dimensiones.

Son espiritualmente ciegos y pretenden que lo que nosotros vemos y conocemos, en realidad no existe. En el fondo me dan bastante pena. No son conscientes de lo que se pierden.

El ateo/agnóstico de turno, me replica:

Estaría encantado de saber en que revista científica seria (con revisión por pares) se han publicado estas maravillas y, a ser posible, que dos equipos independientes han verificado la concordancia de la interpretación con los hechos comprobables, vamos lo habitual en estos casos, lo habitual para la ciencia quiero decir.

Ante lo cual, le respondo:

No, mire, a mí no me hace falta ninguna revista científica seria para confirmar lo que han visto mis ojos. A saber una radiografía en la que se ve una espalda hecha cisco y otra, de la misma persona, con la espalda absolutamente sana. Sin que entre ambas haya mediado intervención humana alguna.

He sido testigo directo de cosas -no todas buenas- que son absolutamente inexplicables desde la ciencia, pero usted se esconderá detrás de la revista científica.

Usted puede optar por no creer lo que digo. Tampoco habría creído a los que dieron testimonio de que Cristo había resucitado. Pero ese es su problema, no el mío.

E insisto, en relación a las cosas del espíritu usted es un minusválido total. No sabe, no entiende, no conoce. Y como ni sabe, ni entiende, ni conoce, pues niega.

He usado esta cita en debates similares y lo vuelvo a hacer. San Pablo describe a la perfección su condición:
1ª Cor 2,14
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

Pues eso. Usted es el ciego que niega la existencia de los colores a los que ven y el sordo que niega la existencia del sonido a los que oyen.

Otro me pide que subiera las imágenes de las radiografías de esa espalda, porque quizás yo no había sabido interpretarlas. Y claro, le digo:

Gracias a Dios tengo los ojos lo suficientemente sanos como para poder mirar radiografías. Y además, por razones familiares que no vienen al caso, me he pasado muchos años de mi vida viendo centenares de ellas.

Pero incluso sin ver aquellas radiografías, el milagro era evidente Se trataba de una mujer que pasaba la mayor parte de su vida en silla de ruedas y con unos dolores espantosos. Y, de un día para otro, sanó por completo. Así, sin más.

Lo que yo he visto no me lo van a negar todos los ateos del mundo. Ustedes solo tienen dos opciones: llamarme mentiroso o callarse e irse con su incredulidad a otra parte.

Eso sí, más nos maravilló a todos que su marido, militar retirado norteamericano, abandonara el alcohol sin ayuda profesional alguna.

Y como estaba metido en materia, le relato algo de lo que fui testigo de primera mano:

Finales del siglo pasado. Caminaba con mi mujer por Madrid en una tarde-noche primaveral. Al pasar por una zona de obras mal señalizada, ella se cae y se hace mucho daño. Como estábamos al lado de la clínica Ciste en Eduardo Dato, que pertenecía a nuestro seguro médico, la cojo en brazos y nos acercamos a la misma. Le hacen una radiografía y el diagnóstico es claro: cadera rota. Inmediatamente nos mandan a la clínica Ruber en la calle Juan Bravo. La ve el traumatólogo y nos dice que hay que operar.

Nos pasamos la noche rezando. Llamo a hermanos en la fe para que hagan lo mismo. Se monta en un plis plas lo que se conoce como cadena de oración. Llega el día siguiente y amanece sin dolores, aunque pensamos que podría ser por la medicación. Antes de meterla en quirófano, le hacen otra radiografía. Donde había una cadera rota no hay ya ni una simple fisura. Los médicos dicen que no lo entienden y la mandan a casa.

He sido testigo de más hechos cuya única explicación es la intervención milagrosa. Por ejemplo, que mi madre, tras su último viaje a Lourdes, se pasó los tres últimos meses de su vida sin un solo dolor, después de haber vivido los anteriores 15 años con dolores espantosos que la habían llevado a estar ingresada en la unidad del dolor del Gómez Ulla, donde llegaron incluso a implantarle una bomba de morfina durante unos meses.

Y sin embargo, mi fe no se basa en esas evidencias.

De todo lo anterior, lo que más quiero destacar es precisamente el hecho de que mi fe no depende de haber sido testigo de hechos que yo considero milagrosos. Me remito a lo que Abraham dijo al rico en el Hades cuando le pidió que se le apareciera a sus hermanos para que creyeran. Milagros y señales pueden ayudar, pero no llamaría fe a lo que está basado solo en ellos. También he visto hechos preternaturales, cuyo origen, no me cabe la menor duda, no estaba precisamente en Dios. No doy detalles porque no quiero satisfacer curiosidades ajenas.

Cuando a un ateo/agnóstico le explicas estas cosas, tiende a no creerte. O tiende a pensar que de alguna manera han de tener una explicación científica. Eso demuestra que la irracionalidad es la respuesta del incrédulo cuando se enfrenta a hechos en cuya existencia no quiere creer porque, de hacerlo, se le caen todos los palos del sombrajo de su incredulidad. Eso no tiene nada de particular. Jesucristo hizo todo tipo de milagros y unos reaccionaron aceptándole como Dios y Salvador y otros intentando matarle. Hoy no le matan. Simplemente le ignoran.

Os dejo con una reflexión que escribí hace unos días en las redes sociales en las que participo:

¿Puede un sordo captar la belleza de las Cuatro Estaciones de Vivaldi? ¿y un ciego disfrutar de la belleza de un atardecer? Pues tampoco un ateo o un agnóstico pueden entender la belleza del evangelio, la luminosidad de la vida espiritual en comunión con Cristo. Por eso es necesario que entendamos que cuando debatimos con ateos, cuando intentamos evangelizarlos, lo primero que debemos hacer es pedir a Dios que les dé el don de la fe.

Pax et bonum,

Luis Fernando Pérez Bustamante