Romano el Melode por la Natividad de la Madre de Dios

Hoy la estéril Ana da a luz el nido del Señor

 

2011-09-07 L’Osservatore Romano


 

La Natividad de la Madre de Dios es una de las fiestas marianas más antiguas, de origen jerosolimitano, testimoniada ya en el siglo IV e introducida en Constantinopla en el siglo VI y en Roma en el VII. Los textos del oficio de la tradición bizantina de la fiesta —que retoman autores de Jerusalén (Esteban, siglo VI) o constantinopolitanos (Sergio y Germán, siglos VII-VIII)— subrayan la plegaria de Joaquín y Ana en la angustia por la falta de descendencia y la gran alegría por el nacimiento de María.
Romano el Melode (siglo VI) tiene un kontàkion para la fiesta de la Natividad de la Madre de Dios. En la estrofa introductiva el autor resume los temas que desarrolla el texto y, sobre todo, el misterio que la fiesta celebra y contempla: a María misma, cantada con los títulos de “Madre de Dios, inmaculada, nutriente del género humano”, y su nacimiento, fuente de gozo para dos parejas, la de Joaquín y Ana, liberados de la vergüenza de la esterilidad, y la de Adán y Eva, liberados de la muerte.
Las dos primeras estrofas subrayan la carencia de descendencia de Joaquín y Ana y su oración ferviente para obtener el don y la bendición de Dios: el ruego de Joaquín tiene lugar sobre el monte; el de Ana en el jardín (en griego “paraíso”); con estas dos imágenes, Romano parece evocar lugares donde después Cristo mismo orará: “La oración y el lamento de Joaquín y Ana por la falta de hijos hallaron acogida, llegaron al oído del Señor e hicieron germinar un fruto portador de vida para el mundo. El uno sobre el monte recitaba su oración; la otra en el jardín soportaba su humillación”.
Tres estrofas más contemplan y sintetizan el nacimiento de María y su presentación en el templo, dos misterios que precisamente celebran las Iglesias cristianas el 8 de septiembre y el 21 de noviembre. Joaquín y Ana ofrecen en el templo los dones prescritos tras el nacimiento de María: “Joaquín ya había llevado dones al templo, pero no habían sido gratos: carecía de descendencia. Pero en el tiempo oportuno él presenta a la Virgen con los dones de agradecimiento junto a Ana. Joaquín invitó a la oración a sacerdotes y levitas y condujo a María entre ellos”.
La quinta estrofa del poema resume el misterio de la presentación y la vida de María en el templo, donde vive alimentada por las manos de un ángel y entra acompañada de diez vírgenes con las lámparas encendidas entre sus manos. Así, sirviéndose de la imagen del torrente que brota del templo (en Ezequiel, 47, 1-12), Romano subraya cómo, gracias a la presencia de María, el templo mismo se convierte en lugar donde brota la vida: “Un caudal de vida has hecho surgir para nosotros, tú, que tenías el don de alimentarte en el santuario por un ángel; tú, que eres santa entre los santos, y templo y nido del Señor. Las vírgenes condujeron a la Virgen con lámparas prefigurando el Sol que ella dio a los creyentes”. Además de la imagen del “templo”, Romano aplica a María la de “nido del Señor”.
Sigue la oración de agradecimiento de Ana. El don de Dios por el nacimiento de María la hace semejante a la otra Ana por el nacimiento de Samuel, el profeta; éste, en el servicio, se convierte en sacerdotes del Señor; María se convierte en Madre del Señor: “Tú me has escuchado, oh Señor, como a aquella Ana. Ella ofreció a su hijo Samuel para que sirviera como sacerdote al Señor, y tú también me has hecho un don. Grande es mi ventura pues he engendrado a una hija que engendrará al Señor Dios antes de los siglos, Aquél que, después del parto, conservará a la madre virgen como es. Será ella, oh misericordioso, tu puerta para la venida desde lo alto de los cielos”.
El poeta describe además el encuentro y desposorio de María y José: “María ahora resplandece con el paso de las estaciones y permanece en el templo de los santos. Viéndola en el florecimiento de la juventud, Zacarías, por indicación de la suerte, la puso bajo la autoridad del novio José, su prometido por voluntad divina. Ella le es donada a él mediante un bastón que mueve el Espíritu Santo”.
Al final, Romano enumera una serie de títulos que unen a María con el misterio de la salvación obrado por Cristo: “Tu parto, oh Ana veneranda, es bendito porque has dado a luz la gloria del mundo, la deseada mediadora para el género humano. Es muralla, fortaleza y refugio de cuantos en ella confían. Cada cristiano tiene en ella protección, amparo y esperanza de salvación”. Concluye el poema una oración a Dios, el único amigo de los hombres.
 

8 de septiembre de 2011