7.09.11

¿Pluralismo teológico o disolución de la fe?

A las 9:48 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El “pluralismo” es un modo de pensamiento y una actitud que reconoce la pluralidad de doctrinas o de posiciones. No solo reconoce ese hecho, la pluralidad, sino que lo acepta como algo valioso, digno de ser considerado y promovido. En el ámbito teológico, el “pluralismo” apuesta por la variedad de “las teologías” y por las diferencias de enfoque en cada rama de la teología: no una cristología, sino muchas; no una antropología teológica, sino muchas; no una eclesiología, sino muchas.

No siempre quienes reivindican el pluralismo lo practican. En ocasiones el término “pluralismo” equivale a poco más que a una etiqueta formal: “ser pluralista” vendría a significar, en la práctica, a “pensar más o menos como yo pienso”. Quienes se quedasen fuera de lo que yo pienso pasarían a engrosar, lo quieran o no, la lista negra de los “monolíticos” o, peor aun, de los “fundamentalistas”. Naturalmente se da por descontado que el sospechoso de “fundamentalismo” queda desterrado de la república de la razón y condenado al ostracismo de la tribu, de la reserva. Se le tolerará, en el mejor de los casos, como se sobrelleva la presencia de un elemento molesto.

Los más afanosos en presentarse como “pluralistas” son curiosamente, en la práctica, los más propensos a identificarse con el “pensamiento dominante”, con esa forma de entender la vida de la que uno en público no se atreve fácilmente a discrepar. Un “pluralista” de pro será partidario del “derecho” al aborto, de acatar la voluntad “suprema” del Parlamento en todo lo divino y lo humano, de servir a quienes en realidad mandan en el mundo.

Pero no deseo satanizar un término. No hay, más allá de su uso coyuntural en ciertos ambientes, razones para abominar de él. Ni siquiera me puedo oponer al “pluralismo teológico”, siempre y cuando pueda seguir siendo calificado como “teológico”. Para un católico la teología es la ciencia que tiene como principio objetivo de conocimiento la revelación y como principio subjetivo de conocimiento la fe. Y cuando digo fe me refiero a la “fides Ecclesiae”, a la fe eclesial que precede, conforma y normativiza la fe personal del teólogo católico.

No es una novedad afirmar que en todas las épocas de la historia ha habido pluralidad de escuelas, distintos modos de pensar y de decir, distintas maneras de expresar lo recibido, la tradición que se remonta a Cristo y a los apóstoles. Incluso en el Nuevo Testamento podemos ver que, diciendo sustancialmente lo mismo, no lo dicen del mismo modo, pongamos por caso, san Mateo, san Juan o san Pablo.

Algo análogo sucede en la época patrística: Alejandría y Antioquía simbolizan dos aproximaciones diferentes a la exégesis bíblica y, a mayor escala, Oriente no es exactamente igual que Occidente, ni viceversa. En la Edad Media surgen las diversas escuelas que proyectan su influjo hasta la Modernidad. En la España del siglo XVI, por ejemplo, convivían dentro de la ortodoxia el empuje más “metafísico” de Salamanca con la preferencia más “filológica” de Alcalá de Henares.

Pero ese mismo siglo fue testigo de un pluralismo que resultó fatalmente incompatible con la unidad. La “reforma protestante”, que pretendió ser una reforma teológica, terminó quebrando la unidad de la Iglesia. Ya no se trataba solo de “otra” teología, sino de “otra” Iglesia y hasta de “otra” fe. Aunque no se cuestionó el concepto de “una” revelación, sí se puso en duda dónde podía encontrarse su testimonio autorizado y cuál había de ser, en definitiva, el criterio decisivo a la hora de interpretarla.

La ruptura de la unidad de la fe ha de ponernos en guardia. ¿Cabe el pluralismo en la teología y en la Iglesia? Pues, como en casi todo lo bueno, hasta cierto punto. La pluralidad no destruye la unidad si unos y otros reconocemos un terreno común que nos precede, que está más allá de nuestros gustos y que, por venir de quien viene, nos obliga a todos. Me refiero a Dios, a su revelación – que tiene en Cristo su centro y plenitud – y a la Iglesia. No somos nosotros quienes hemos de decir cómo ha de ser la Iglesia, ni cómo ha de ser la revelación, ni cómo ha de ser Dios.

La fe es obediencia. La fe reconoce que Dios es Dios y que su “diversidad” trinitaria es idéntica a su “unidad”. Cuando la diversidad resulta incompatible con la unidad, el pluralismo sano deja de serlo. Se convierte en un cáncer, en un agente corrosivo que lleva a la discordia y, pronto o tarde, a la disolución de la fe.

Guillermo Juan Morado.