14.09.11

 

Me dan una pena, oye, que no sé como lo puedo soportar. Me refiero a las madres que estrangulan a sus bebés recién nacidos. Las pobres no tuvieron dinero para pagarse un aborto y claro, no les queda más remedio que optar por matar a sus hijos nada más nacer. Al fin y al cabo, tampoco hay mucha diferencia. Lo que importa es que la criatura, culpable de haber llegado a existir sin que nadie se lo pidiera, no moleste más a su mamita.

La sociedad debe de ayudar a esas mamás asesinas. Por eso hay que alabar la decisión de la jueza canadiense Justice Veit -no es broma el nombre… se llama así de verdad-, que ha decidido poner en la calle a una muchachuela que tuvo la ingeniosa idea de dar a luz en el baño de la casa de sus padres y, a continuación, poner sus manos sobre el cuello de su hijo, apretar hasta que dejó de respirar para luego tirarlo a la parte de atrás de la cerca de unos vecinos. De hecho, no es que le diera un arrebato repentino. Se demostró que la joven lo había planeado antes.

La jueza canadiense muestra su gran humanidad al decir que los canadienses sienten pena por los niños asesinados por sus mamás, pero también se sienten apenados por ellas. Y además, explica que al no haber ley alguna contra el aborto en el país, eso supone que sus ciudadanos tienen en gran estima a las madres.

Hablando en serio, este tipo de noticias -como lo que ocurre en el Cuerno de África- hacen que uno sienta un gran deseo de dejar de pertenecer a la raza humana. Es preferible ser un perro callejero o una mofeta maloliente que miembro de una sociedad asesina y bastarda como la nuestra. Es posible que haya pro-abortistas que se rasguen las vestiduras por lo que acaba de ocurrir en Canadá. A ellos les digo que moralmente son la misma basura que esa madre y esa jueza. Sois la escoria de la humanidad y en escoria estáis convirtiendo la sociedad occidental.

Lo que realmente me maravilla es que Dios haya querido salvar a una humanidad así. Porque, señores, esto no es nuevo. En las sociedades paganas era bastante habitual el matar a los niños recién nacidos que “estorbaban". Sobre todo si eran niñas. Y en otras se sacrificaban a los ídolos. Y sin embargo, Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo Unigénito para que todo aquel que crea en Él se salve. Gran misterio, gran misericordia y gran poder el de la gracia que es capaz de transformar el corazón de una madre asesina en un corazón entregado a Dios.

Occidente va a ir recogiendo, poco a poco, aquello que ha sembrado. La cultura de la muerte produce esos efectos. Quien decide vivir sin Dios, sin Dios se autodestruirá y por Dios será finalmente castigado. El mal anida en el corazón del hombre, que es incapaz de reformarse por sí solo. No hay camino intermedio. O rodilla en tierra ante el Señor o siervos del padre de toda mentira. Los cristianos sabemos bien lo que ocurrirá. Sabemos cuál será la respuesta de la humanidad infiel ante lo que, antes o después, se le viene encima:

Y oí al altar que decía: “Sí, Señor, Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.” El cuarto derramó su copa sobre el sol; y le fue encomendado abrasar a los hombres con fuego, y los hombres fueron abrasados con un calor abrasador. No obstante, blasfemaron del nombre de Dios que tiene potestad sobre tales plagas, y no se arrepintieron dándole gloria.
(Ap 16,7-9)

Así sea. Maranatha.

Luis Fernando Pérez Bustamante