16.09.11

 

La Fiscalía ha pedido 309 años de cárcel para el doctor Morín por 101 delitos de aborto, asociación ilícita y un delito continuado de falsedad documental. Además, ha solicitado diversas penas por las mismas razones para su esposa y el personal sanitario que colaboró en la maquinaria de picar carne humana en que se convirtieron las clínicas de ese asesino de bata blanca. Llegaron a practicar abortos a criaturas de siete meses y medio de gestación. O sea, infanticidio rampante. Ahora bien, no olvidemos que las leyes abortistas de este país permitían ese tipo de abortos en algunos supuestos. Que el doctor Morín y sus compinches falsificaran los informes médicos para que encajaran con esos supuestos, no nos exime del horror de pensar que la ley admite que se mate a su ser humano en el seno materno cuando ya puede vivir fuera.

No sabemos en qué puede acabar el juicio humano contra esos profesionales de la cultura de la muerte, pero sí sabemos cuál será el resultado del juicio al que se tendrán que enfrentar una vez mueran. A menos que, Dios lo quiera, se arrepientan de sus crímenes, lo que les espera no es una condena de siglos, sino una cadena perpetua en el sentido más literal del término.

Tuve el privilegio de conocer personalmente al doctor Nathanson, que pasó de ser un ángel caído exterminador a convertirse en un apóstol de la vida. La misericordia de Dios alcanza también a quienes han dedicado su vida a matar inocentes no nacidos. Y la gracia divina convierte a matarifes miserables en abogados ante el mundo de la dignidad de la vida humana desde su concepción.

Este tipo de crímenes son los que sirven para que se entienda la existencia del infierno. Hay quienes creen que el amor de Dios es incompatible con un lugar de condenación eterna, pero el imaginarse las manos de un médico abriendo una placenta con un bisturí, que luego es usado para matar al ser que está ahí dentro, ayuda a comprender que no hay cárcel humana capaz de castigar como se merece a quien hace tal salvajada. Es más, la madre que consiente que sea partido en trocitos el hijo que minutos antes estaba dando patadas en su tripa, merece exactamente el mismo destino eterno. Uno incluso desearía que fuera cierto lo que describe el apocalipsis apócrifo de Pedro:

“Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos como de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto.”
(Ap Pedro 26)

Ahora bien, lo que para nosotros no tiene perdón de Dios, Dios lo perdona. La misericordia divina es infinita para quien se acoge a ella. En el cielo hay una gran fiesta cuando un pecador se convierte, pero creo que la fiesta será aún mayor cuando el convertido es un asesino de inocentes. Es por ello que quiero acabar este artículo con un mensaje de esperanza. Hay esperanza para el doctor Morín y su esposa. La hay para los psiquiatras y los ginecólogos que contribuyeron a perpretar su matanza. Cristo es esa esperanza. Murió en la cruz por ellos, para expiar por sus espantosos pecados. Si se postran a sus pies y le aceptan como Señor y Salvador, la Iglesia les ministrará el perdón de Dios. Lo que se ate en esta vida, queda atado en la eternidad.

Roguemos a Dios por el alma de las víctimas de Morín. Y roguemos también por su conversión.

Luis Fernando Pérez