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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 17 de septiembre de 2011

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Foro

El ecumenismo de Benedicto XVI

Una materia prima llamada ahorro 

¿Puede un intelectual de Occidente ignorar la religión católica?

Otros jóvenes para otra patria


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El ecumenismo de Benedicto XVI
El cardenal Koch ante el viaje papal a Alemania del 22 al 25 de septiembre
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” el cardinal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ante la visita de Benedicto XVI a Alemania del 22 al 25 de septiembre.

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En su primer mensaje tras la elección al solio pontificio, ya Benedicto XVI definía como su «causa prioritaria» la tarea de «trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo». Es normal, por lo tanto, que en sus primeros dos viajes a Alemania se hayan celebrado encuentros ecuménicos: en 2005 en Colonia y en 2006 en Ratisbona. El próximo viaje tendrá un acento ecuménico especial, pues Benedicto XVI visitará también Erfurt, donde vivió el reformador Martín Lutero como monje agustino: allí encontrará el Papa a representantes del Consejo de la Iglesia evangélica de Alemania y oficiará una celebración ecuménica. Con Benedicto XVI llega a Alemania un Papa que, por su experiencia personal, conoce muy bien este importante país de la Reforma y que, ya como teólogo ya como cardenal, se ha empleado mucho en la promoción del diálogo ecuménico en Alemania y mundialmente.

Recordemos, a título de ejemplo, el importante papel desempeñado por el cardenal Ratzinger en la Comisión ecuménica conjunta instituida tras la visita del beato Papa Juan Pablo II a Alemania en 1980 y copresidida por el cardenal Ratzinger junto al obispo protestante Eduard Lohse. Ellos avanzaron entonces la propuesta —que dió después sus frutos en las décadas sucesivas— de emprender en los diálogos ecuménicos un estudio orientado a definir si las condenas doctrinales recíprocas del siglo XVI tenían aún un impacto en las partes en diálogo y continuaban dividiendo a las Iglesias. Al respecto, el entonces obispo protestante Johannes Hanselmann ha recordado con gratitud que hay que atribuir al cardenal Ratzinger el gran mérito de haber logrado que, después de varias dificultades, pudiera firmarse por fin la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación en Augsburgo en 1999.

Este compromiso ecuménico siempre se ha acompañado de una intensa reflexión teológica sobre temáticas ecuménicas, a las que Joseph Ratzinger ha dedicado particular atención desde sus tiempos de profesor universitario. El gran capítulo sobre el ecumenismo en el volumen de su Opera omnia dedicado a la doctrina de la Iglesia es un testimonio elocuente del fundamento de cuanto se afirma en la amplia tesis del teólogo protestante Thorsten Maasen, publicada este año en El pensamiento de Joseph Ratzinger sobre el ecumenismo, donde se dice que el Papa es «ejemplar en su esfuerzo de practicar sin componendas una teología ecuménica honesta» y que «ha puesto el acento con tal fuerza» en la necesidad del ecumenismo que «éste deberá encontrar firmemente su lugar en el centro de la Iglesia/de las Iglesias».

De hecho, para Benedicto XVI el ecumenismo tiene un papel central en la Iglesia y en la teología. Así que se puede comprender que hoy vea el ecumenismo amenazado en dos frentes: por un lado, por un «confesionalismo de la división», que se asienta en lo que tiene de específico precisamente ahí donde su especificidad se contrapone a la de los demás; y por otro lado, por una «indiferencia sobre cuestiones de fe», que considera la búsqueda de la verdad como un obstáculo para la unidad. Nadie puede negar hoy la existencia de ambos peligros. Esto hace aún más importante localizar en el ecumenismo la profundidad de la fe. El ecumenismo puede, en efecto, crecer en amplitud sólo si se arraiga en profundidad.

Quien lleva a cabo un recorrido semejante en profundidad logra ver, como hace Benedicto XVI, en acción en las divisiones históricas de la Iglesia no sólo los pecados humanos, sino, en el sentido de las misteriosas palabras de san Pablo —quien dice que «es necesario» que sucedan las divisiones (1 Co 11, 19)—, percibe ahí también una dimensión «que corresponde a un proyecto divino». En esta convicción de fe, el Papa ha exhortado con fuerza creciente a encontrar la unidad ante todo «a través de la diversidad», lo que significa extraer el veneno de las divisiones, acoger lo que en ellas hay de fructífero y tomar lo positivo precisamente de la diversidad, naturalmente en la esperanza de que la división al final deje de ser tal. De hecho, «el auténtico amor no anula las diferencias legítimas, sino que las armoniza en una unidad superior, que no se impone desde fuera; más bien, desde dentro, por decirlo así, da forma al conjunto».

Dado que Benedicto XVI está convencido de que nosotros, como cristianos, podemos «ser una sola cosa, aunque estemos separados», él nos muestra el ecumenismo cada vez más a la luz de su realización, a fin de que reconozcamos el carácter provisional de nuestras propias acciones y no nos obstinemos en hacer lo que sólo puede realizar el Cristo de la parusía. El sentido —sencillo pero fundamental— del ecumenismo reside en el hecho de que «en camino hacia Cristo, estamos en camino hacia la unidad», y en una sociedad cada vez más secularizada tenemos la tarea común de testimoniar a Dios, que nos ha revelado su rostro en Jesucristo.

En este sentido, quien entiende que el fundamento del ecumenismo no es simplemente interrelacional y filantrópico, sino profundamente cristológico, entiende el ecumenismo como una participación en la oración sacerdotal de Jesús mismo, «para que todos sean uno» (Jn 17, 21). En esta profundidad de la fe, nos hallamos ya en el espacio vital del ecumenismo. En efecto, actúa ecuménicamente no tanto quien tiene siempre en sus labios esta palabra, sino quien, aún sin pronunciar el término, penetra en la profundidad de la confesión cristológica y allí encuentra la fuente común de la unidad de la Iglesia. Benedicto XVI recorre coherentemente este camino no sólo en su magisterio cotidiano, sino también con su publicación en dos volúmenes sobre Jesús de Nazaret, que puede leerse como confesión de fe del sucesor de Pedro. Enraizando en la confesión cristológica la tarea ecuménica de la búsqueda de la unidad visible de los discípulos de Cristo, él se deja guiar por una visión cristológica del ecumenismo. De ello se alegraría de corazón Martín Lutero. Tenemos buenos motivos para esperar que sus herederos hagan hoy lo mismo.

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Una materia prima llamada ahorro
Cómo vencer las turbulencias en los mercados
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 17 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito en “L’Osservatore Romano” Ettore Gotti Tedeschi, presidente del Instituto para las Obras de Religión, familiarmente conocido como el banco del Vaticano.

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Las turbulencias en los mercados internacionales, que afectan sobre todo a las ventas de los títulos del Estado de los países europeos, se deben a dos factores principales: la agresiva competencia americana en la búsqueda de suscriptores de la propia deuda pública y la percepción del crecimiento de los riesgos ligados a los bond europeos, con la consiguiente reducción de su peso en las carteras obligacionarias.

Para vencer estas turbulencias y detener las ventas injustificadas de títulos del Estado se debe reducir su perfil de riesgo y hacer más atractiva su suscripción a través de perspectivas claras de recuperación económica. El crecimiento es el único elemento que garantiza establemente la disminución de la deuda pública y la capacidad de garantizarla.

Los proyectos de crecimiento económico, en este momento específico, se deben fundar en el apoyo real y competitivo del trabajo, gracias a la utilización óptima de los recursos disponibles en cada país. El reforzamiento de la ocupación se funda en la consolidación de la producción interna que también debe ser competitiva para no penalizar a los consumidores con medidas proteccionistas.

Para lograr este objetivo se necesitan recursos para las inversiones y para financiar un crecimiento más agresivo. Estos recursos están disponibles y son los ahorros, que hay que proteger y valorar, encaminándolos a proyectos que refuercen las economías nacionales, la ocupación y que, en consecuencia, valoren el ahorro mismo.

Pero el ahorro parece que hoy se contempla como uno de los muchos recursos a emplear para resolver problemas contingentes en una óptica de corto alcance. En cambio no se trata de un recurso como los demás. No es fácilmente reproducible; más aún, en cierta forma es como el petróleo, cuyas reservas se están agotando. Por lo tanto debe utilizarse con prudencia, limitando su derroche. A diferencia de lo que sucede en el sector energético, el ahorro no puede contar con fuentes alternativas. Así que se debe dejar de considerarlo como un limón por exprimir; en cambio se debe estimar como un bien por sostener y valorar.

Actualmente el ahorro es blanco de una fuerte imposición sobre las rentas que lo producen y es objeto de ulteriores detracciones fiscales cuando se invierte y cuando crea renta. Se grava ocultamente también cuando su remuneración no cubre siquiera la tasa de inflación y se arriesga cuando, en busca del rendimiento a toda costa, se dirige a inversiones peligrosas. Pero el ahorro corre el mayor riesgo, el de extinción, cuando se dirige al apoyo del consumo, esto es, cuando el poder adquisitivo se transforma en deber de adquisición (sólo en Italia, en los últimos veinticinco años, la tasa de ahorro sobre las rentas producidas ha caído del 27 al 5 por ciento).

Por lo tanto el ahorro constituye una materia prima preciosa y representa una ventaja competitiva que hay que utilizar lo mejor posible. Debe emplearse para favorecer desarrollo, crecimiento y ocupación. No debe considerarse como garantía onerosa de las deudas contraídas por los Estados, sino como garantía de la autonomía e independencia de la familia que lo ha formado. Esa misma familia que, teniendo hijos y educándolos, crea valor para la sociedad produciendo también inversiones y consumos. La familia es, al final, el primer motor del crecimiento económico verdadero y estable. Que absorberá la deuda y estabilizará los mercados.

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¿Puede un intelectual de Occidente ignorar la religión católica?
Por monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos
BURGOS, sábado, 17 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, sobre la enseñanza de la religión en la escuela.

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El debate sobre la enseñanza de la Religión Católica en la Escuela Pública reaparece una y otra vez en la opinión pública. A mi modo de ver, en el debate debe incluirse la cuestión que plantea el título de esta colaboración: ¿Puede un intelectual occidental, creyente o no creyente, ignorar la religión católica, sin abdicar de su condición de intelectual? Mi opinión es que cualquier intelectual, pero especialmente los que se preocupan por el conocimiento, conservación y potenciación de la cultura de Europa no pueden ignorar lo que ha supuesto y supone la religión católica, porque esto les impediría conocer la cultura europea en su hondura y proyección.

En este sentido, me parece muy acertada la reflexión que el histórico socialista francés y diputado del Partido Obrero, Jean Jaurés, hacía a un hijo suyo que le había pedido un justificante que le eximiera de cursar la religión, aduciendo que no tenía convicciones religiosas. “Este justificante -le decía- no te lo enviaré jamás”. Y justificaba así su negativa: “Dejemos a un lado la política y las discusiones y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender la historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? En el arte, ¿qué serían para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen? En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo a Bussuet, Fenelón, Lacordaire, De Maestre, Veuillot y tantos otros, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra, a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones?”

Después de este largo y, a mi modo de ver, profundo razonamiento, concluía: “Hay que confesarlo: la religión está tan íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización; y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras”.

Yo estoy escribiendo en una ciudad donde no sólo tenemos una catedral que es conocida en todo el mundo, sino que posee edificios tan emblemáticos como Las Huelgas, San Pedro de Cardeña y la Cartuja; sin contar las iglesias de san Gil, san Esteban, san Lesmes o la Real y Antigua. ¿Cómo saber leer estas obras y lo que en ellas se contiene en materia de pintura, escultura, orfebrería, tapicería, etcétera sin conocer a fondo las ideas religiosas que les dieron vida? ¿Cómo se puede leer El Quijote, las obras de Santa Teresa y san Juan de la Cruz, o los Autos sacramentales de Calderón o de Tirso de Molina desconociendo la religión católica?

La Europa moderna es impensable e incomprensible sin el conocimiento de lo que en ella supusieron personajes tan decisivos como Robert Schuman, K. Adenauer y De Gasperi, o la influencia de la Iglesia Católica en la protección de judíos durante la Segunda Guerra Mundial y en la reciente caída del Muro de Berlín.

Comprendo que haya personas, intelectuales o no, que no compartan la fe que profesamos los católicos. Pero me parece que nadie debe impedir que nuestros escolares reciban una instrucción y educación completas, las cuales no serían tales sin un estudio serio de la religión católica.

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Otros jóvenes para otra patria
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 17 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título “Otros jóvenes para otra patria”.

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VER

En varios países latinoamericanos celebramos en estos días las fiestas patrias de independencia. Nos alegramos por las múltiples manifestaciones del amor de Dios a nuestros pueblos, tanto en recursos naturales, como en historia, en valores, en personas heroicas en su acontecer diario. En general, las familias conservan su vitalidad y armonía, a pesar de tantos ataques contraculturales. Tenemos ejemplos preclaros de solidaridad, sacrificio, trabajo y fe en Dios. Cuando Europa está arrancando sus raíces cristianas, con lo cual dará menos frutos de justicia, de verdad y de amor, América Latina lucha por revitalizar su cristianismo en una misión permanente.

Somos un Continente donde la población juvenil es numerosa. Es cierto que muchos se han dejado atrapar por los vicios y la obtención de dinero con medios ilícitos y criminales; otros están deslumbrados por todo tipo de modas; pero también hay muchos que estudian y trabajan, siguen integrados a sus familias, son responsables, han descubierto a Jesucristo y su vida ha cambiado; se integran a grupos de pastoral juvenil y quieren asumir responsabilidades para hacer una patria mejor. Comparto lo que a esta otra juventud dijo el Papa Benedicto XVI en Madrid.

JUZGAR

Al concluir la Jornada Mundial de la Juventud, expresó: “Habéis encontrado a Jesucristo. Os sentiréis yendo contra corriente en medio de una sociedad donde impera la cultura relativista que renuncia a buscar y a poseer la verdad. Pero el Señor os ha enviado en este momento de la historia, lleno de grandes desafíos y oportunidades, para que, gracias a vuestra fe, siga resonando por toda la tierra la Buena Nueva de Cristo.

Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.

De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.

Cristo os pide hoy que estéis arraigados en Él y construyáis con Él vuestra vida sobre la roca que es Él mismo. Él os envía para que seáis testigos valientes y sin complejos, auténticos y creíbles. No tengáis miedo de ser católicos, dando siempre testimonio de ello a vuestro alrededor, con sencillez y sinceridad. Que la Iglesia halle en vosotros y en vuestra juventud a los misioneros gozosos de la Buena Noticia. Él quiere que seáis sus apóstoles en el siglo veintiuno y los mensajeros de su alegría. ¡No lo defraudéis!” (21-VIII-2011).

ACTUAR

En vez de sólo quejarnos de los jóvenes actuales, démosles oportunidad de ser escuchados, de participar en iniciativas de servicio a la comunidad y de evangelización misionera; abramos espacios de diálogo familiar, social y eclesial. Ellos tienen hambre de ser tomados en cuenta; hambre de cariño y comprensión; hambre de Dios. Por ello, el Papa nos anima “a seguir cultivando la pastoral juvenil con entusiasmo y dedicación. Los jóvenes responden con diligencia cuando se les propone con sinceridad y verdad el encuentro con Jesucristo, único redentor de la humanidad. No temáis presentar a los jóvenes el mensaje de Jesucristo en toda su integridad e invitarlos a los sacramentos, por los cuales nos hace partícipes de su propia vida”. Jesucristo es la esperanza y el camino para que haya otra juventud, que construya una nueva patria.

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