20.09.11

La Iglesia, visible y espiritual

A las 10:15 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

He estado repasando esta tarde algunos puntos del Catecismo. Es un ejercicio, la lectura sosegada de este libro, que recomiendo a todos. A mí al menos me hace bien: me ayuda a recordar la doctrina de la Iglesia, a profundizar en ella y a dar gracias a Dios por el don de la fe.

Sin la fe las cosas de Dios no se entienden. Y la Iglesia es una creación divina que “está en la historia pero al mismo tiempo la trasciende” (n. 770). No hay dos Iglesias paralelas: una puramente histórica y otra puramente trascendente. No. Solo hay una Iglesia que es, a la vez, visible y espiritual. El concilio Vaticano II empleó para describirla una expresión: “una realidad compleja”, en la que están unidos el elemento divino y el humano, estando subordinado el segundo al primero.

Sin la referencia a Cristo resulta imposible avanzar en la comprensión de la Iglesia. Ella se une a Cristo como a su Esposo y así se convierte en “sacramento” y “misterio”; es decir, en signo visible de la realidad oculta de la salvación. La analogía con la Encarnación del Verbo puede ayudarnos: El Señor, a través de su humanidad santísima, hace en cierto modo “visible” al Dios invisible.

Por la Encarnación, el Verbo, que trasciende la historia, entró en ella. No cabría esperar tanta proximidad. Jesús en medio de los hombres. Jesús que pasa “por uno de tantos”. Jesús que durante la mayor parte de su vida terrena apenas es conocido. Su humanidad revelaba y velaba a un tiempo su condición divina. En su vida pública va dando signos de que era “más que un profeta”, pero no para todos resultó evidente la interpretación de estos signos.

Muchos, contemplando a Jesús, siguieron sin creer. No les convencía su testimonio. No podían aceptar que Dios estuviese tan cerca. Lo tomaron hasta por un agente del Maligno. Solo quienes se dejaron atraer por el Padre pudieron confesar su fe en Él. Molido en la Pasión, hasta el punto de no parecer humano, provocaba rechazo, pero fue viéndole morir como aquel centurión reconoció que “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

Entre Jesús y la Iglesia existe un vínculo que va más allá de la continuidad histórica. El mismo Espíritu que unge la humanidad de Cristo vivifica a la Esposa de Cristo, a su Cuerpo. A través de la humildad del rostro visible de la Iglesia, deslucido, como dice san Bernardo, “por el trabajo y el dolor del prolongado exilio”, Dios sigue, a pesar de nuestros pecados, obrando la salvación mediante el anuncio de su Palabra, la celebración de los sacramentos y la edificación de la comunidad.

Si nos miramos a nosotros mismos, si descubrimos el alcance de nuestras incoherencias, puede asaltarnos el desánimo. Si nos detenemos en un punto y en un lugar de la historia, sin intentar alzar la mirada al todo, también. Cuando sobrevenga esa tentación, porque es una tentación, es la hora de la confianza. En Dios y en su Iglesia. Es la hora de decir con el corazón: “Creo en el Espíritu Santo” y “en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”.

Es la hora de mirar a María, la Madre de Cristo, la Madre de la Iglesia.

Guillermo Juan Morado.