ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 22 de septiembre de 2011

Santa Sede

Benedicto XVI: pertenecer a la Iglesia es una decisión “seria”

Papa a los judíos: debemos poner en común nuestras lecturas de la Biblia

El Papa impulsará en Alemania el diálogo con los cristianos evangélicos

Benedicto XVI comprende las críticas a su visita

Los escándalos deben llevar a la renovación en la Iglesia, dice el Papa

El verdadero sentido de la actividad política, según el Papa

El Papa reivindica ante el Bundestag la validez de la ley natural

Al llegar a Alemania, el Papa destaca la importancia social de la religión

De la Otra Memoria

El bien de un juez socialista y el de un fraile

Mundo

Brasil: 100.000 jóvenes acogen en Sao Paolo la Cruz de la JMJ

Entrevistas

Entrevista de Benedicto XVI con los periodistas rumbo a Berlín

Documentación

Homilía del Papa en el Olympiastadion de Berlín

Discurso del Papa a los representantes de la Comunidad Judía

Discurso del Papa ante el Bundestag

Discurso del Papa en el palacio de Bellevue


Santa Sede


Benedicto XVI: pertenecer a la Iglesia es una decisión “seria”
Invita a no quedarse en una idea “superficial” sobre la Iglesia
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- La Iglesia no es una “organización más en una sociedad democrática”, sino el mismo Cuerpo de Cristo, y pertenecer al Cuerpo de Cristo constituye una “decisión seria” que cada uno tiene que tomar.

“Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior”, constató el Papa, y así “la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la 'Iglesia'".

Si a esto, agregó, “se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia”.

“La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la 'Iglesia' y los 'ideales sobre la Iglesia' que cada uno tiene”, subrayó el Papa.

El Pontífice se refirió al evangelio recién proclamado, sobre la vid y los sarmientos que deben permanecer injertados en ella para no secarse.

En esta parábola, explicó, “Jesús no dice: 'Vosotros sois la vid', sino: 'Yo soy la vid, vosotros los sarmientos'”, lo cual significa: "Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros".

Esta relación recíproca, advirtió el Papa, “no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino casi me atrevería a decir, un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”.

“En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros con Él”, añadió. “Por tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesús está con nosotros”.

La Iglesia es el "sacramento universal de salvación", que existe “para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo”, subrayó, rechazando otras “visiones superficiales”.

“Cada uno de nosotros – afirmó el Papa –, ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en una parábola lo seria que es: 'Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, arden'”.

Esta dicotomía “nos hace comprender de forma insistente el significado existencial de nuestras decisiones de vida”, subrayó.

Al mismo tiempo, dijo el Papa, la imagen de la vid “es un signo de esperanza y confianza”, pues “Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que permanezcamos en la vid, en Cristo”.

“Permanecer en Cristo significa permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos”.

“En está comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Ellos resisten juntos a las tempestades y se protegen mutuamente. Nosotros no creemos solos, sino que creemos con toda la Iglesia”, concluyó el Pontífice.

Diócesis de mártires

En su saludo al Papa, el arzobispo de Berlín, monseñor Rainer Maria Woelki, subrayó la “gran alegría y participación interior” con la que los fieles alemanes (y no solo, también de otros países cercanos), han acogido al Sucesor de Pedro.

En Berlín, subrayó, “apenas un habitante de cada tres pertenece a una Iglesia cristiana. “Se ha olvidado a Dios”, reconoció, pero admitiendo también que “muchas personas Le buscan y preguntan por Él”.

Además, explicó, de cada cinco católicos berlineses, uno no es de origen alemán, lo que crea “un fuerte vínculo con el mundo entero”.

La capital alemana, añadió, es “también una ciudad rica en mártires”, que con su testimonio refuerzan a los fieles. Quiso recordar que en este mismo estadio, Juan Pablo II beatificó a dos mártires del régimen nazi,Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner.

El arzobispo de Berlín pidió al Papa que confirme a sus hermanos en la fe. “Solo donde está Dios hay futuro – afirmó –. Y no tenemos otro futuro”.

Benedicto XVI recibió en regalo un cuadro y un casco de obrero, y regaló a su vez un cáliz. Durante el intercambio de los regalos, la muchedumbre gritaba su nombre el italiano: “¡Benedetto!”.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Papa a los judíos: debemos poner en común nuestras lecturas de la Biblia
Encuentra a los representantes de la Comunidad judía en la sede del Bundestag
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- “Judíos y cristianos tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la sociedad, que entraña siempre una dimensión religiosa”, afirmó el Papa Benedicto XVI hoy jueves por la tarde al encontrarse en el Bundestag con un grupo de representantes de la comunidad judía alemana.

En el contexto de “una sociedad cada vez más secularizada”, el Pontífice subrayó la importancia del “mensaje de esperanza” transmitido por los libros de la Biblia judía y del Antiguo Testamento cristiano.

Aunque es verdad que el mensaje “ha sido asimilado y desarrollado por los judíos y los cristianos de modo distinto”, y que esto ha provocado “siglos de contraposición”, para el Papa es necesario “que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos –la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la voluntad y la Palabra de Dios”.

Este diálogo, añadió, “debe reforzar la esperanza común en Dios”, porque “sin esa esperanza la sociedad pierde su humanidad”.

Igualmente, el Papa exhortó a los cristianos a darse cuenta cada vez más de su “afinidad interior” con el judaísmo.

“Para los cristianos, no puede haber una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisamente, de los Judíos”.

“Cuando el conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación que considera la Torá solamente como la observancia servil de unos ritos y prescripciones exteriores”.

El Discurso de la montaña “no deroga la Ley mosaica, sino que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía al fundamento más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad”.

Progresos

El Papa constató “con vivo aprecio”, que el diálogo de la Iglesia católica con el judaísmo “se está profundizando”, así como el desarrollo de “relaciones duraderas” que “manifiestan cómo ha crecido la confianza recíproca”.

“La Iglesia se siente muy cercana al Pueblo hebreo”, afirmó. “Con la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, se comenzó a "recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad”.

“Esto vale obviamente también para la Iglesia católica en Alemania, que es bien consciente de su particular responsabilidad en esta materia”, destacando iniciativas como la “Semana de la fraternidad” - organizada cada año en la primera semana de marzo por las asociaciones locales para la colaboración judeocristiana, los “encuentros anuales entre obispos y rabinos” y los “coloquios estructurados con el Consejo central judío”, además del “histórico encuentro” judeocristiano celebrado en Alemania en marzo de 2006”.

“Al mismo tiempo – afirmó –, todos tenemos claro que una comunión amorosa y comprensiva entre Israel y la Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del otro, debe crecer todavía más y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe”.

Memoria

El obispo de Roma recordó el discurso que hace seis años, durante su visita a la Sinagoga de Colonia, le dirigió el rabino Teitelbaum, que habló de la memoria como de “una de las columnas necesarias para fundar sobre ellas un futuro pacífico”.

“Hoy me encuentro en un lugar central de la memoria, de una espantosa memoria: desde aquí se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los ciudadanos judíos en Europa”, afirmó el Papa, pues el lugar del encuentro, el Bundestag, fue también la sede del Reichstag nazi.

“El régimen de terror del nacionalsocialismo se fundaba sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en él”.

“Cuando no se respeta a este Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del hombre”, declaró Benedicto XVI.

“Las horribles imágenes de los campos de concentración al final de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el "no" a ese Dios”.

Desde el antiguo Reichstag, recordó el Papa, partió también el “pogrom” de 1938, la famosa “Noche de los cristales rotos”.

Sin embargo, el Papa quiso recordar también que “unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano, como lo hizo el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: 'Fuera, el Templo está en llamas; también éste es casa de Dios'".

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


El Papa impulsará en Alemania el diálogo con los cristianos evangélicos
Al visitar el monasterio de Martín Lutero
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- La visita de Benedicto XVI busca dar un impulso al diálogo entre cristianos evangélicos y católicos para que unidos testimonien al mundo su fe en Cristo.

Por este motivo, explicó el mismo pontífice a los periodistas que le acompañaban en el avión Alitalia que le llevó en la mañana de este jueves a Berlín, ha aceptado con gusto la invitación para visitar el antiguo convento de Martín Lutero, en Erfurt.

Al programar esta peregrinación apostólica, la tercera a su tierra natal, reveló, decidió “que el ecumenismo con nuestro amigos evangélicos debía ser un punto fuerte y central de este viaje”.

“En un tiempo de secularismo”, aclaró, evangélicos y católicos tienen el desafío común “de hacer presente el mensaje de Dios, el mensaje de Cristo”.

La búsqueda de la unidad entre evangélicos y católicos, “aunque permanezcan grandes problemas”, indicó, “se convierte en un elemento fundamental para nuestro tempo”.

“Estamos unidos y debemos mostrar al mundo y profundizar en esta unidad. Es algo esencial en este momento histórico”, subrayó.

Por este motivo, aclaró, “me siento muy agradecido con nuestros amigos, hermanos y hermanas, protestantes,  que han hecho posible un signo muy significativo: el encuentro en el monasterio donde Lutero comenzó su camino teológico, el acto de  oración en la Iglesia donde fue ordenado sacerdote y hablar juntos sobre nuestra responsabilidad de cristianos en este tiempo”.

Y confesó: “Estoy muy feliz de poder manifestar esta unidad fundamental, que somos hermanos y hermanas, y trabajamos juntos por el bien de la humanidad, anunciando el gozoso mensaje de Cristo, del Dios que tiene un rostro humano y que habla con nosotros”.

Por Jesús Colina

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Benedicto XVI comprende las críticas a su visita
Pero constata también el entusiasmo que genera esta “fiesta de fe”
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- En una sociedad democrática y pluralista, Benedicto XVI consideró que es comprensible que se den críticas contra su visita a Alemania, pero al mismo tiempo invitó a descubrir el entusiasmo que suscita en tantas personas esta “fiesta de fe”.

“Es algo normal que en una sociedad libre y en una época secularizada se den posiciones en contra de una visita del Papa”, reconoció este jueves en el avión que le llevaba a Alemania, para emprender la tercera visita pastoral a su tierra natal.

Según explicó el pontífice a los 68 periodistas que le acompañaban, “es justo que expresen ante todos su contrariedad: forma parte de nuestra libertad y tenemos que reconocer que el secularismo y precisamente la oposición al catolicismo es fuerte en nuestras sociedades”.

“Cuando estas oposiciones se expresan de una manera civilizada, no se puede decir nada en contra”, aclaró.

Además, Benedicto XVI, que conoce bien la situación alemana, consideró que es importante tener en cuenta el contexto y la historia en que tienen lugar estas protestas: “la antigua oposición entre cultura germánica y románica,  los choques de la historia”.

Además, recordó “estamos en el país de la Reforma, que ha acentuado estos contrastes”.

Por otra parte, el Santo Padre alentó a ver la otra cara, pues “es verdad que hay muchas expectativas y mucho amor por el Papa”.

“Se da también un grande consenso sobre la fe católica, una convicción cada vez mayor de que en nuestro tiempo tenemos necesidad de una fuerza moral”, aseguró.

“Tenemos necesidad de una presencia de Dios en nuestro tiempo --aclaró--. Junto a la oposición, que creo que es normal, hay mucha gente que me espera con alegría, que espera una fiesta de fe, estar juntos, la alegría de conocer a Dios y vivir juntos en el futuro, que Dios nos lleva de la mano  y nos muestra el camino”.

El pontífice confesó a los periodistas su “alegría” al poder visitar “mi Alemania” y su satisfacción al poder “llevar el mensaje de Cristo a mi tierra”.

Por Jesús Colina

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Los escándalos deben llevar a la renovación en la Iglesia, dice el Papa
Gracias a la comprensión de que es de Cristo, no de sus hombres
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha constatado abandonos en la Iglesia por los escándalos de sacerdotes, pero al mismo tiempo considera que esta crisis servirá para profundizar en su carácter de “pueblo de Dios”, “la red” de Cristo.

Fueron las sinceras palabras con las que el pontífice respondió en la mañana de este jueves a una de las preguntas de los periodistas, que le acompañaban en el vuelo Roma-Berlín,  sobre los casos de abandono que se han dado en la Iglesia en Alemania, al conocerse delitos de abusos cometidos por clérigos.

“Ante todo”, el obispo de Roma propuso a los informadores  “distinguir el motivo específico por el que se sienten escandalizados por estos crímenes, que se han registrado en estos últimos tiempos”.

“Puedo comprender --reconoció-- que, a la luz de estas informaciones, sobre todo si son personas cercanas, uno diga: ‘Esta ya no es mi Iglesia. La Iglesia era para mí fuerza de humanización y de moralización. Si los representantes de la Iglesia hacen lo contrario, ya no puedo vivir con esta Iglesia’.”

El pontífice explicó que en general los motivos de abandono de la Iglesia “son múltiples en el contexto de la secularización de nuestra sociedad”.

“En general –aclaró--, estos abandonos son el último paso de una larga cadena de alejamiento de la Iglesia”.

Para comprender este fenómeno, consideró que es necesario que los bautizados respondan a estas preguntas: “¿Por qué estoy en la Iglesia? ¿Estoy en la Iglesia como en una asociación deportiva, una asociación cultural, etc., en la que encuentro respuesta a mis intereses y si ya no es así me voy? ¿O estar en la Iglesia es algo más profundo?”.

Como respuesta, el pontífice, explicó que es “importante reconocer que estar en la Iglesia no quiere decir formar parte de una asociación, sino estar en la red del Señor, que, que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida”.

El sucesor del apóstol Pedro consideró que “puede ser que en esta red esté junto a peces malvados y lo siento, pero es verdad que no estoy aquí por éste o por el otro, sino porque es la red del Señor, que es algo diferente a todas las asociaciones humanas, una red que toca el fundamento de mi ser”.

Por tanto, el pontífice consideró que los abandonos plantean respuestas a las preguntas más fundamentales: “¿qué es la Iglesia? ¿Cuál es su diversidad? ¿Por qué estoy en la Iglesia, aunque se den escándalos terribles?”.

Si se responde a estas preguntas, consideró, “se puede renovar la conciencia del carácter específico de la Iglesia, pueblo de todos los pueblos, pueblo de Dios, y aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor”.

Por Jesús Colina

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


El verdadero sentido de la actividad política, según el Papa
Servir a la justicia y al derecho y no al propio éxito
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI pronunció hoy uno de sus discursos más esperados y difíciles, ante el Parlamento Federal de Alemania, invitado por el presidente, Norbert Lambert.

Esta presencia del Papa en el Bundestag había sido objeto de polémica por parte de algunos grupos políticos, y de hecho, cerca de un centenar de diputados (la sexta parte) se había negado a asistir.

Benedicto XVI acudió a la sede parlamentaria tras almorzar en la Nunciatura de Berlín, con semblante sonriente. Acompañado por el presidente Lambert, firmó en el libro de honor, y después se dirigió al Aula, donde fue recibido con un aplauso cortés.

Tras la bienvenida del presidente del Bundestag, en el que éste recordó los orígenes cristianos de la propia Ley Fundamental Alemana, el Papa se dirigió al gran atril del centro del Aula, y comenzó su discurso hablando sobre el deber de un político de servir a la justicia y al derecho.

Aunque el discurso trató sobre todo sobre la oportunidad de volver a abrir un debate sobre existencia de una ley natural a la base de los fundamentos del Derecho, el Papa quiso reflexionar también sobre la ética política.

Petición de Salomón

Benedicto XVI se dirigió a sus compatriotas políticos hablando del pasaje del Libro de los Reyes, en el que Salomón pide a Dios “un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal".

“Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser importante en definitiva para un político – afirmó –. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material”.

Al contrario, la política “debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz”.

“Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia”.

El Papa subrayó que el deber fundamental del político es “servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político”.

“En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos que sean hombres”.

“¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma”.

Al joven rey Salomón, afirmó, se le concedió lo que pedía. “¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz”.

Aprender del pasado

El Papa, aunque afirmó presentarse ante el Bundestag en calidad de Sucesor de Pedro, recordó que él es alemán y que “está vinculado de por vida” a su patria.

En virtud de esto, se permitió tocar un punto “sensible” para la memoria de su país, es decir, el pasado régimen nacionalsocialista.

"'Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?', dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera”, afirmó.

“Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo”, añadió.

Precisamente porque había un principio superior a la legalidad vigente, dijo el Papa, “los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad”.

“Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley”.

Guiño a los Verdes

Un momento simpático del encuentro se produjo cuando el Papa, durante su discurso, habló de la necesidad actual de volver al contacto con la naturaleza, frente a un positivismo cerrado que no tiene en cuenta nada que no sea “funcional”.

“Esperando no ser demasiado malentendido ni suscitar excesivas polémicas unilaterales”, el Papa habló de “la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar”.

“Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones”.

“Es evidente que no hago propaganda por un determinado partido político, nada me es más lejano de eso”.

En ese momento los presentes prorrumpieron en aplausos. Se daba la circunstancia de que uno de los grupos políticos que se negó a estar presente en el Aula fue precisamente el de los Verdes alemanes, a quienes el Papa acababa de hacer un reconocimiento público.

Al final de su intervención, los presentes se pusieron en pie y aplaudieron durante un buen rato al Papa que se retiraba del atril.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


El Papa reivindica ante el Bundestag la validez de la ley natural
“El hombre posee una naturaleza que él mismo debe respetar”
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI sorprendió hoy a los políticos alemanes reunidos en el Bundestag con la propuesta de lanzar un debate sobre si verdaderamente existe o no un orden moral objetivo en la naturaleza y en el hombre, que pueda considerarse fundamento de las leyes.

El Pontífice quiso abrir el debate sobre si existe o no una ley moral natural, concepto aceptado universalmente hasta hace unas décadas, y que hoy, reconoció, “se considera una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término”.

La teoría que prevalece hoy es el positivismo jurídico, cuyo máximo representante, el austríaco afincado en EE.UU. Hans Kelsen (1881-1973), es considerado uno de los “padres” de la democracia del siglo XX.

El Papa no quiso renunciar a los logros obtenidos gracias al positivismo jurídico en el gobierno de las sociedades, pero advirtió que en sí mismo “no es suficiente” para determinar lo que es justo o injusto.

“Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta”, afirmó.

Actualmente, afirmó el Papa, “en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley”.

“Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente – añadió –; A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil”.

Deshacer un malentendido

El Papa quiso proponer ante el Bundestag un nuevo debate global sobre si existe o no una ley natural anterior a la ley positiva, y quiso ante todo superar un malentendido respecto a la ley natural, pues ésta no es un concepto religioso, sino filosófico, y por tanto, no es algo válido exclusivamente para los cristianos.

“En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados en modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres”.

Sin embargo, “contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación”, afirmó el Papa.

El cristianismo, añadió, “se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios”.

Esta ley natural, por tanto, surge del “encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano” con el cristianismo. “De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad”.

“Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido de la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo la razón y la naturaleza en su mutua relación como fuente jurídica válida para todos”, subrayó.

El positivismo no es suficiente

El Papa apreció los logros conseguidos gracias a esta visión del derecho, pues “el concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual de modo alguno debemos renunciar en ningún caso”.

Pero el positivismo, subrayó, “no es una cultura que corresponda y sea suficiente al ser hombres en toda su amplitud, y allí donde se la considera única cultura, “ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad”.

“Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, mientras que todas las otras convicciones y los otros valores de nuestra cultura quedan reducidos al nivel de subcultura”.

Cuando sólo se considera lo que es funcional, Europa “se sitúa, ante otras culturas del mundo, en una condición de falta de cultura y se suscitan, al mismo tiempo, corrientes extremistas y radicales”.

Volver” a la naturaleza

Benedicto XVI comparó “la razón positivista, que se presenta de modo exclusivista y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional” a “los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios”.

“Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo”.

En este sentido, aludió a la aparición del movimiento ecologista en la política alemana, que “aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar”.

“Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones”.

Aclaró que él no hace propaganda de ningún partido político (y resultó curiosa su alusión a los Verdes, precisamente uno de los grupos que anunció un boicot a su presencia hoy en el Bundestag).

Afirmando que la importancia de la ecología “es hoy indiscutible”, el Papa quiso afrontar “seriamente un punto que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente”.

“El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana”.

La gran pregunta sobre Dios

El Papa quiso concluir con su reflexión sobre la ley natural, recordando las propias palabras del gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen: “Había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia, la naturaleza podría contener en sí normas sólo si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Esto, por otra parte, supondría un Dios creador, cuya voluntad ha entrado en la naturaleza”.

Kelsen había dicho, recordó el Papa, que "discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vana". “¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar”.

El Papa recordó que en Europa, “sobre la base de la convicción sobre la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la consciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta”.

“Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad”, concluyó.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Al llegar a Alemania, el Papa destaca la importancia social de la religión
En su primer discurso en el país, en el Palacio de Bellevue
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- “La religión es una cuestión fundamental para una convivencia lograda”, afirmó Benedicto XVI en su primer discurso en tierra alemana, al ser recibido en el Castillo Bellevue [Bellavista, n.d.r.] de Berlín por el presidente de la República Federal Alemana, Christian Wulff.

A su llegada al aeropuerto  de Tegel, Benedicto XVI fue acogido con veintiún salvas de cañón, como prevé el protocolo de las visitas de Estado, mientras en las escalerillas del avión le esperaban el presidente Wulff y la canciller Angela Merkel.

También estaban presentes el arzobispo de Berlín, monseñor Rainer Maria Woelki y el presidente de la Conferencia Episcopal alemana y arzobispo de Friburgo, monseñor Robert Zollitsch, entre otros.

Después de ser recibido en el aeropuerto, el Papa viajó en coche oficial al Palacio de Bellevue para celebrar la ceremonia de bienvenida.

Allí firmó en el libro de honor, escuchó las palabras de bienvenida del presidente alemán, que le dijo en nombre del país “Bienvenido a casa, Santo Padre” y destacó la importancia de la Iglesia en el pasado y presente de Alemania.

En su primer discurso en su país natal, Benedicto XVI avanzó: “No he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrar a la gente y hablarles de Dios”.

El Papa acompañó estas palabras abriendo sus brazos hacia las personas que le escuchaban sentados en unas sillas bajo diversas carpas en el jardín del palacio, quienes respondieron con un efusivo aplauso.

“Con relación a la religión hay en la sociedad una progresiva indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas”, prosiguió.

“Pero se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno vive solo para su individualismo”, afirmó el Pontífice.

Benedicto XVI citó entonces al obispo y reformador social Wilhelm Emmanuel von Ketteler, quien en su discurso a la primera asamblea de los católicos en Alemania, en 1848, declaró que “como la religión necesita de libertad, así la libertad tiene necesidad de la religión".

“La libertad necesita de una referencia a una instancia superior –destacó el Papa-. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la auténtica garantía de nuestra libertad”.

“El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor –insistió-. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme siempre por mis prójimos”

Y siguió avanzando en su discurso, señalando que “en la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad”.

“Aquello que hago a costa de otros no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y también a mí –aseguró-. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas para el bien de los demás”.

“Esto vale no sólo en el ámbito privado, sino también en el social –añadió-. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo tiempo, apoyarlas, de modo que, un día, puedan ser autónomas”.

A continuación se refirió a la realidad alemana, recordando que el Castillo Bellevue se encuentra en el centro de Berlín y “con su agitado pasado es, como tantos edificios de la ciudad, un testimonio de la historia alemana”.

Este castillo, hoy residencia oficial del presidente de Alemania, fue residencia de los reyes de Prusia, pero también sede de consultas del Estado Mayor de la Alemania nazi.

Benedicto XVI no rehusó esta historia, sino que indicó que “una mirada clara también sobre sus páginas oscuras nos permite aprender de su pasado y recibir impulso para el presente”.

En este punto, retomó la importancia de lo trascendente en el destino de la sociedad, afirmando que “la República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo”.

Y añadió que el país “necesita de esta dinámica que involucra todos los ámbitos humanos para poder continuar desarrollándose en las condiciones actuales”.

El Papa concluyó su discurso expresando su deseo de “que los encuentros durante las varias etapas de mi viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en Eichsfeld y en Friburgo, puedan ofrecer una pequeña contribución sobre este tema”.

Entre aplausos, el Papa se dirigió, guiado por el presidente alemán, desde el jardín hasta el interior del palacio, donde los dos jefes de Estado mantuvieron un encuentro privado alrededor de una pequeña mesa redonda.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


De la Otra Memoria


El bien de un juez socialista y el de un fraile
O por qué el mal absoluto no puede existir
Por José Andrés-Gallego

MADRID, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- De nuevo en La otra memoria, el historiador José Andrés-Gallego ofrece una nueva historia, la del matrimonio formado por un juez del Tribunal de Menores de Madrid, socialista, y una abogada feminista, que consiguieron salvar a varias personas amenazadas de muerte, entre ellas algunos religiosos terciarios capuchinos.

El testimonio de hoy es especialmente singular, pues la información la ofrece nuestra compañera Nieves San Martín, redactora de ZENIT, quien ha escrito un libro sobre estos heroicos parientes suyos.

* * * * *

Hace catorce días, en esta misma sección de ZENIT, quise probar la afirmación de que no se puede contar el mal sin contar asimismo con el bien y que eso tiene que ver con todo. También con la guerra civil española de 1936-1939. Pues bien, fue como si nos hubieran oído (o leído). No pude adivinar que, ese mismo día, iba a escuchar en Munster exactamente lo contrario: que las guerras del siglo XX han puesto de relieve la existencia del mal absoluto y que eso está detrás del afán de exigir justicia contra quienes lo hicieron.

La reunión tenía lugar en la Westfälische Wilhelms-Universität, en el Seminario de Historia Medieval y Moderna de la Iglesia que dirige el profesor Wolf. No era lugar para el oportunismo ni el afán de medro. Se emplearon argumentos importantes y me propongo planteármelos como hipótesis. La primera comprobación, ciertamente, es la que se deduce del artículo anterior de esta sección de ZENIT. Y creo francamente que el resultado es negativo: no hay manera de contar el mal sin contar con el bien. Así que el mal, si es absoluto, no se deja contar como absoluto.

¿Y el bien? Tampoco. Hay –también- que asumirlo. Copio el relato de una de las personas que han acudido a esta llamada (a la que sigue abierto –y crece- el blog joseandresgallego.wordpress.com): Nieves San Martín. Recuerden que se trata de probar que el mal se mezcla –siempre- con el bien y que, si es que es así, es así como se ha de contar y recordar la historia. Toda la historia.

Nieves San Martín nos relata la historia de un un primo hermano de su padre: Luis San Martín Adeva, miembro del Partido Socialista Obrero Español (como lo era su esposa, la psicopedagoga y doctora en derecho Matilde Huici Navaz); Luis San Martín era juez del Tribunal Tutelar de Menores de Madrid cuando estalló la guerra. Era católico y socialista, además de republicano, y hacía cuanto podía en favor de los niños que vivían en medios que podían llevarles a la delincuencia. Había llegado a crear un taller de asistencia social para menores a fin de dar un paso más en esa línea y no quedarse en quejas. El periodista Antonio Vidal (en el Heraldo de Madrid del 3 de enero de 1934) había llegado a concluir que aquel “prestigioso y joven abogado” infundía en esas tareas “todas sus nobles ideas de juventud, dándoles un vivo calor de emoción fraterna y un efectivo sello de amor a la humanidad infantil”. Hacía, en suma, el bien.

Al estallar la guerra, el mal tomó otras formas y, por lo mismo, el bien. Luis San Martín se dedicó salvar a la gente que pudo, entre los amenazados de muerte en Madrid. Le apoyaba su esposa, Matilde Huici, que también era abogada y, además, feminista. Una de las maneras eficaces de salvar gente era llevarla a las oficinas del propio Tribunal Tutelar de Menores, donde, en definitiva, era Luis quien daba órdenes. Recogía allí a esas personas y buscaba pensiones de Madrid donde las aceptasen (y dieran garantías de respetarlas) o se las confiaba a familias amigas. A ser posible, les proporcionaba un salvoconducto y, de ese modo, podían arriesgarse a ir a la calle. Así salvaron la vida, entre otros, varios religiosos “amigonianos” –congregación de capuchinos terciarios-, entre ellos el hermano Francisco Tomás Serer y el superior de la comunidad que había en Carabanchel, José Subiela Balaguer. A Subiela, lo sometieron sin embargo a juicio, ante un Tribunal Popular, y Luis San Martín no dudó en prestar testimonio. Probablemente, él mismo se ofreció a elevar un informe al juez especial del juzgado número 1 del Tribunal de Espionaje; ese juez especial (que, por lo visto, también estaba abierto al bien) lo aceptó y cumplió el formalismo de solicitarle justamente un informe. En él, San Martín dejó escrito que conocía al padre Subiela porque, al incorporarse al Tribunal de Madrid (mayo de 1933), se encontró con que el religioso dirigía el Laboratorio de Psicología Experimental del Reformatorio de Menores de Carabanchel Bajo y pudo comprobar “el celo e inteligencia de dicho director en el ejercicio de su función, su criterio liberal en el trato con los menores, desconociendo su filiación política y sin que al exponente haya llegado noticia alguna de actividad contraria al régimen”. Así lo hacía saber y se ponía “a disposición de ese Juzgado de su cargo para las ampliaciones que se estimen convenientes”. Subiela se había mantenido como encargado del laboratorio ya iniciada la guerra, hasta agosto de 1936. En estas fechas, se impuso el cambio del personal del establecimiento y se acogió al amparo de Luis San Martín.

El otro capuchino que citábamos -el hermano Francisco Tomás Serer- también tenía razones para que se le viera como un hombre de bien: contaba 24 años; se había ordenado en 1934 y, en el verano de 1935, había hecho un viaje de estudios por Francia y Bélgica para dar solidez científica a los métodos pedagógicos de la congregación, a la vez que iniciaba la carrera de medicina en la Universidad Central de Madrid. En su caso, pudo salir del Tribunal Tutelar de Menores hacia una casa cuyos vecinos lo acogieron. También estaban dispuestos a cobijar al superior de la comunidad, el padre Bienvenido María de Dos Hermanas. Pero Francisco Tomás llegó antes a la casa; tanto, que empezó a preocuparse por Bienvenido y optó por salir en su busca. Al amanecer del día siguiente, 3 de agosto, hallaron su cadáver –el de Francisco Tomás- junto a las tapias del Reformatorio del Príncipe de Asturias, en Madrid. Había salido a hacer el bien y se había encontrado con el mal.

Puestos a hacer el bien, el papa Juan Pablo II lo beatificó el 11 de marzo de 2001 junto a otros 232 mártires más.

No veo forma de separar el bien del mal ni de que, por lo tanto, el bien o el mal sean absolutos.

José Andrés-Gallego (que copió el testimonio de Nieves San Martín)

blog: joseandresgallego.wordpress.com

www.joseandresgallego.com

------

Nota: Lo relativo a la relación del matrimonio San Martín-Huici con los amigonianos consta en el libro de Tomás Roca Chust, Historia de la Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores (1968-2011, 7 volúmenes). Hay –al menos- dos biografías de Matilde Huici (cuyo título empieza con su nombre, lógicamente), donde se habla también de Luis San Martín: la de Ángel García Sanz (Universidad Pública de Navarra, 2010) y la de la propia Nieves San Martín (Narcea, 2009).

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Mundo


Brasil: 100.000 jóvenes acogen en Sao Paolo la Cruz de la JMJ
Inicia el recorrido hacia la Jornada de Río de Janeiro 2013
SAO PAOLO, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Casi 100.000 jóvenes han, este domingo en Sao Paolo (Brasil), la Cruz y el Icono de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

El gran evento, titulado “Bote Fé” se desarrolló en el aeropuerto Campo de Marte, en la zona norte de la ciudad, y tuvo momentos de música y momentos de oración y fraternidad.

Desde las 9.00 hasta las 21.00, jóvenes, familias, religiosos y obispos pudieron vivir un anticipo de lo que será la JMJ de Río de Janeiro en 2013

En la apertura del evento, como cuenta la web de la archidiócesis de Sao Paolo, el cardenal Odilo Scherer, arzobispo de la ciudad, afirmó que “la Iglesia confía en los jóvenes”.

“La juventud, añadió, posee un corazón generoso y el deseo de construir un mundo mejor para ellos y para las próximas generaciones”.

Monseñor Tarcísio Scaramussa, obispo auxiliar de Sao Paolo y responsable del Sector de Juventud de la archidiócesis, confesó que “la gran expectativa era tener un buen inicio, con una respuesta consistente a nivel de interés, y esto ya ha sido confirmado con la participación en Madrid y ahora aquí”.

“Es tiempo de evangelizar, de encontrar motivos de alegría y esperanza para un mundo nuevo”, declaró.

Para monseñor Scaramussa, el joven “es una prioridad: la Iglesia cree en el presente y en el futuro. El joven es la Iglesia hoy y la renovación de las fuerzas de la Iglesia para el mañana, además de la alegría que tiene la juventud y que la Iglesia necesita”.

Para el “Bote Fé” se prepararon servicios y actividades: la tienda de las confesiones, la capilla para la adoración, la representación del Rosario, un vídeo sobre la historia de la JMJ y sobre la Jornada en Madrid, misas y testimonios. Se le dio mucho espacio a la música, con la presencia de varios grupos.

“En los próximos años experimentaremos el catolicismo de un modo real, con un espectáculo de unidad. Hoy no se tiene la posibilidad de evangelizar sin música”, dijo el cantante y misionero de la Comunidade Canção Nova Dunga.

Por la tarde, los jóvenes dieron la bienvenida a los símbolos de la JMJ. La Cruz y el Icono llegaron en un camión de los bomberos durante la misa presidida por monseñor Scherer.

La fiesta continuó hasta las 21.00, cuando la Cruz y el Icono prosiguieron su camino hacia la catedral donde permanecieron hasta el lunes por la noche.

Para más información:

 http://www.jovensconectados.org.br/, http://www.botefesp.com.br/index.html

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Entrevistas


Entrevista de Benedicto XVI con los periodistas rumbo a Berlín
Respuestas en el vuelo papal
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la transcripción de la entrevista que Benedicto XVI concedió este jueves a los periodistas que le acompañaban en el avión rumbo a Berlín.

--Padre Federico Lombardi, S.I.: Santidad, bienvenido entre nosotros. Somos el acostumbrado grupo de sus acompañantes periodistas que se preparan para dar un eco en la prensa mundial a su viaje, y estamos muy agradecidos por el hecho de que usted, desde un inicio, tenga tiempo para nosotros, para ayudarnos a comprender bien el significado de este viaje, que es un viaje particular, pues vamos a su patria y se hablará en su idioma... En Alemania hay unos cuatro mil periodistas acreditados en las diferentes etapas del viaje. Aquí en el avión somos 68, de los cuales algo más de veinte son alemanes.

Le presento unas preguntas. La primera se la presento en alemán, de manera que usted pueda hablar para nuestros colegas alemanes en su idioma.

[En alemán]

--Santidad, permítanos al inicio una pregunta muy personal. ¿Hasta qué punto el Papa Benedicto XVI todavía se siente alemán? ¿Cuáles son los aspectos en los que se da cuenta todavía –quizá cada vez menos—en los que influye  su origen alemán?

-–Benedicto XVI: Hölderlin dijo en una ocasión: “Lo que más influye es el nacimiento”, y esto claro está yo también lo experimento. He nacido en Alemania y no se puede ni se debe cortar la raíz. He recibido mi formación cultural en Alemania, mi lengua es el alemán y la lengua es la manera en la que el espíritu vive y actúa, y toda mi formación cultural tuvo lugar en ese ambiente. Cuando hago teología, lo hago a partir de la forma interior que aprendí en las universidades alemanas y por desgracia tengo que admitir que sigo leyendo más libros alemanes que en otros idiomas. Por este motivo, en mi manera de ser, el ser alemán es muy fuerte. La pertenencia a su historia, con su grandeza y debilidades, no puede y no debe ser eliminada. Para un cristiano, sin embargo, se añade otro elemento. Con el bautismo, nace de nuevo, nace en un nuevo pueblo que está compuesto por todos los pueblos, un pueblo que abarca a todos los pueblos y todas las culturas y al que a partir de ese momento pertenece de verdad, sin que esto le haga perder su origen natural. Luego, cuando se asume una responsabilidad grande, como me sucede, pues tengo la responsabilidad suprema  en este nuevo pueblo, es evidente que uno se sumerge cada vez más en el mismo. La raíz se convierte en un árbol que crece en todas las direcciones  y el hecho de pertenecer a esta gran comunidad de la Iglesia católica, un pueblo compuesto por todos los pueblos, se hace cada vez más viva y profunda, forja toda la existencia sin renunciar por ello al pasado. Diría, por tanto, que el origen queda, queda el origen cultural, queda también el amor particular y la particular responsabilidad, pero integrado y ampliado en una pertenencia más amplia, en la “civitas Dei” [la ciudad de Dios, ndt.], como diría Agustín, en el pueblo de todos los pueblos en el que todos somos hermanos y hermanas.

[En italiano]

--Padre Lombardi: Santo Padre, en los últimos años, se ha dado un aumento de los abandonos en la Iglesia, en parte a causa de los abusos cometidos contra menores por miembros del clero. ¿Cuál es su sentimiento sobre este fenómeno? ¿Qué les diría a quienes quieren abandonar la Iglesia?

--Benedicto XVI: Ante todo, tenemos que distinguir el motivo específico por el que se sienten escandalizados por estos crímenes, que se han registrado en estos últimos tiempos. Puedo comprender que, a la luz de estas informaciones, sobre todo si son personas cercanas, uno diga: “Esta ya no es mi Iglesia. La Iglesia era para mí fuerza de humanización y de moralización. Si los representantes de la Iglesia hacen lo contrario, ya no puedo vivir con esta Iglesia”. Esta es una situación específica. Generalmente los motivos son múltiples en el contexto de la secularización de nuestra sociedad. En general, estos abandonos son el último paso de una larga cadena de alejamiento de la Iglesia. En este contexto, me parece importante preguntarse: “¿Por qué estoy en la Iglesia? ¿Estoy en la Iglesia como en una asociación deportiva, una asociación cultural, etc., en la que encuentro respuesta a mis intereses y si ya no es así me voy? ¿O estar en la Iglesia es algo más profundo?”. Yo diría que es importante reconocer que estar en la Iglesia no quiere decir formar parte de una asociación, sino estar en la red del Señor, que, que pesca peces buenos y malos de las aguas de la muerte para llevarlos a las tierras de la vida. Puede ser que en esta red esté junto a peces malvados y lo siento, pero es verdad que no estoy aquí por éste o por el otro, sino porque es la red del Señor, que es algo diferente a todas las asociaciones humanas, una red que toca el fundamento de mi ser. Hablando con estas personas creo que tenemos que ir hasta el fondo de la cuestión: ¿qué es la Iglesia? ¿Cuál es su diversidad? ¿Por qué estoy en la Iglesia, aunque se den escándalos terribles? Así se puede renovar la conciencia del carácter específico de ser Iglesia, pueblo de todos los pueblos, pueblo de Dios, y aprender así a soportar también los escándalos y trabajar contra los escándalos, formando parte precisamente de esta gran red del Señor.

--Padre Lombardi: No es la primera vez que grupos de personas se manifiestan en contra de su llegada a un país. La relación de Alemania con Roma era tradicionalmente crítica, incluso dentro del mismo ámbito católico. Los temas de controversia son conocidos desde hace tiempo: el preservativo, la Eucaristía, el celibato. Antes de su viaje, incluso parlamentarios han tomado posiciones de crítica. Pero antes de su viaje a Gran Bretaña la atmósfera tampoco parecía amigable y después todo salió bien. ¿Con qué sentimientos emprende este viaje a su antigua patria y dirigirá su palabra a los alemanes?

--Benedicto XVI: Ante todo, diría que es algo normal que en una sociedad libre y en una época secularizada se den posiciones en contra de una visita del Papa. Es justo que expresen ante todos su contrariedad: forma parte de nuestra libertad y tenemos que reconocer que el secularismo y precisamente la oposición al catolicismo es fuerte en nuestras sociedades. Cuando estas oposiciones se expresan de una manera civilizada, no se puede decir nada en contra. Por otra parte, también es verdad que hay muchas expectativas y mucho amor por el Papa. En Alemania hay varias dimensiones de esta oposición: la antigua oposición entre cultura germánica y románica,  los choques de la historia… Además, estamos en el país de la Reforma, que ha acentuado estos contrastes. Pero se da también un grande consenso sobre la fe católica, una convicción cada vez mayor de que en nuestro tiempo tenemos necesidad de una fuerza moral. Tenemos necesidad de una presencia de Dios en nuestro tiempo. Junto a la oposición, que creo que es normal, hay mucha gente que me espera con alegría, que espera una fiesta de fe, estar juntos, la alegría de conocer a Dios y vivir juntos en el futuro, que Dios nos lleva de la mano  y nos muestra el camino. Por este motivo voy con alegría a mi Alemania y me siento feliz de llevar el mensaje de Cristo a mi tierra.

--Padre Lombardi: Una última pregunta. Santo Padre, usted visitará en Erfurt el antiguo convento del reformador Martín Lutero. Los cristianos evangélicos --y los católicos en diálogo con ellos-- se están preparando para conmemorar el quinto centenario de la Reforma. Con qué mensaje, con qué pensamientos se está preparando para ese encuentro? ¿Hay que interpretar este viaje como un gesto fraterno con los hermanos y hermanas separados de Roma?

--Benedicto XVI: Cuando acepté la invitación para realizar este viaje para mí era evidente que el ecumenismo con nuestro amigos evangélicos debía ser un punto fuerte y central de este viaje. Vivimos en un tiempo de secularismo, como ya he dicho, donde los cristianos juntos tienen la misión de hacer presente el mensaje de Dios, el mensaje de Cristo, hacer que creer sea posible, avanzar con estas grandes ideas, con la verdad. De este modo, estar juntos, católicos y evangélicos, se convierte en un elemento fundamental para nuestro tempo, aunque institucionalmente no estemos perfectamente unidos y, aunque permanezcan grandes problemas, problemas en el fundamento de la fe en Cristo, en el Dios trinitario y en el hombre, como imagen de Dios. Estamos unidos y debemos mostrar al mundo y profundizar en esta unidad. Es algo esencial en este momento histórico. Por este motivo, me siento muy agradecido con nuestros amigos, hermanos y hermanas, protestantes,  que han hecho posible un signo muy significativo: el encuentro en el monasterio donde Lutero comenzó su camino teológico, el acto de  oración en la Iglesia donde fue ordenado sacerdote y hablar juntos sobre nuestra responsabilidad de cristianos en este tiempo. Estoy muy feliz de poder manifestar esta unidad fundamental, que somos hermanos y hermanas, y trabajamos juntos por el bien de la humanidad, anunciando el gozoso mensaje de Cristo, del Dios que tiene un rostro humano y que habla con nosotros.

[Transcripción de trabajo realizada por Radio Vaticano y el Centro Televisivo Vaticano

Traducción de Jesús Colina]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Documentación


Homilía del Papa en el Olympiastadion de Berlín
Viaje Apostólico a Alemania
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la Misa celebrada en el Olympiastadion de Berlín.

* * * * *

Queridos hermanos en el episcopado,

queridos hermanos y hermanas

Ver que habéis llenado la amplia circunferencia del estadio olímpico, me causa gran alegría y confianza. Saludo con afecto a todos: a los fieles de la Archidiócesis de Berlín y de las diócesis alemanas, así como a los numerosos peregrinos provenientes de los países vecinos. Hace quince años, vino un Papa por vez primera a Berlín la capital federal. Tenemos todos un vivo recuerdo de la visita de mi venerado predecesor, el Beato Juan Pablo II, y de la Beatificación del Deán de la Catedral Bernhard Lichtenberg, junto a Karl Leisner, celebrada precisamente aquí, en este mismo lugar.

Pensando en estos beatos y en toda la corte de santos y beatos, podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar mucho fruto. El evangelio de hoy nos evoca la imagen de esa planta, que en Oriente crece lozana y es símbolo de fuerza y vida, metáfora también de la belleza y el dinamismo de la comunión de Jesús con sus discípulos y amigos.

En la parábola de la vid, Jesús nos dice: "Vosotros sois la vid", sino: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15, 5). Y esto significa: "Así como los sarmientos están unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí, pertenecéis también unos a otros". Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino casi me atrevería a decir, un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía. "Yo soy la verdadera vid", significa en realidad propiamente: "Yo soy vosotros y vosotros sois yo"; una identificación inaudita del Señor con nosotros, su Iglesia.

Cristo mismo presentó a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, antes de llegar a Damasco: "¿Por qué me persigues?" (Hch 9, 4). De ese modo, el Señor señala el destino común que se deriva de la íntima comunión de vida de su Iglesia con Él, el Cristo resucitado. En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros, y nosotros con Él. "¿Por qué me persigues?" Por tanto, es Jesús quien sufre las persecuciones contra su Iglesia. Y, al mismo tiempo, no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesús está con nosotros.

En la parábola, Jesús continúa diciendo: "Yo soy la vid verdadera, y el Padre es el labrador" (Jn 15, 1), y explica que el viñador toma la podadera, corta los sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más fruto. Usando la imagen del profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, para darnos un corazón vivo, de carne (cf. Ez 36, 26). Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza. Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los que necesitan el médico, y no los sanos (cf. Lc 5, 31s). Y así, como dice el Concilio Vaticano II, la Iglesia es el "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium 48) que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la verdadera y gran misión de la Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo.

Algunos miran a la Iglesia, quedándose en su apariencia exterior. De este modo, la Iglesia aparece únicamente como una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata una figura tan difícil de comprender como es la "Iglesia". Si a esto se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija sólo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia.

Por tanto, ya no brota alegría alguna por el hecho de pertenecer a esta vid que es la "Iglesia". La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias ideas superficiales y erróneas acerca de la "Iglesia" y los "ideales sobre la Iglesia" que cada uno tiene. Entonces, cesa también el alegre canto: "Doy gracias al Señor, porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia", que generaciones de católicos han cantado con convicción.

El Señor continúa su discurso: "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… porque sin mí -separados de mi, podría traducirse también- no podéis hacer nada" (Jn 15, 4. 5b).

Cada uno de nosotros ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice de nuevo en una parábola lo seria que es: "Al que no permanece en mí lo tiran fuera como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, arden" (Jn 15, 6). Sobre esto, dice San Agustín: "El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para librarse del fuego" (In Ioan. Ev. Tract., 81, 3 [PL 35, 1842]).

La opción que se plantea nos hace comprender de forma insistente el significado existencial de nuestras decisiones de vida. Al mismo tiempo, la imagen de la vid es un signo de esperanza y confianza. Encarnándose, Cristo mismo ha venido a este mundo para ser nuestro fundamento. En cualquier necesidad y arridez, Él es la fuente de agua viva, que nos nutre y fortalece. Él en persona carga sobre sí el pecado, el miedo y el sufrimiento y, en definitiva, nos purifica y transforma misteriosamente en vino bueno. En esos momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera. Dios sabe transformar en amor incluso las cosas difíciles y agobiantes de nuestra vida. Lo importante es que "permanezcamos" en la vid, en Cristo. En esta breve perícopa, el evangelista usa la palabra "permanecer" una docena de veces. Este "permanecer-en-Cristo" caracteriza todo el discurso. En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de nuestras necesidades, como los discípulos de Emaús: "Señor, quédate con nosotros, porque anochece (cf. Lc 24, 29), porque las tinieblas nos rodean"; el Señor resucitado nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad. Donde la aridez y la muerte amenazan a los sarmientos, allí en Cristo hay futuro, vida y alegría.

Permanecer en Cristo significa, como ya hemos visto, permanecer también en la Iglesia. Toda la comunidad de los creyentes está firmemente unida en Cristo, la vid. En Cristo, todos nosotros estamos unidos. En está comunidad, Él nos sostiene y, al mismo tiempo, todos los miembros se sostienen recíprocamente. Ellos resisten juntos a las tempestades y se protegen mutuamente. Nosotros no creemos solos, sino que creemos con toda la Iglesia.

La Iglesia como mensajera de la Palabra de Dios y dispensadora de los sacramentos nos une a Cristo, la verdadera vid. La Iglesia como "la plenitud y el complemento del Redentor" (Pío XII, Mystici corporis,AAS 35 [1943] p. 230: "plenitudo et complementum Redemptoris") es para nosotros prenda de la vida divina y mediadora de los frutos de los que habla la parábola de la vid. La Iglesia es el don más bello de Dios. Por tanto, como dice también San Agustín: "En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (In Ioan. Ev. Tract. 32, 8 [PL 35, 1646]). Con la Iglesia y en la Iglesia podemos anunciar a todos los hombres que Cristo es la fuente de la vida, que Él está presente, que Él es la gran realidad que anhelamos. Él se entrega a sí mismo. Quien cree en Cristo, tiene futuro. Porque Dios no quiere lo que es árido, muerto, artificial, lo que al final es desechado, sino que quiere las cosas fecundas y vivas, la vida en abundancia.

Queridos hermanos y hermanas, deseo que todos descubráis cada vez más profundamente la alegría de estar unidos a Cristo en la Iglesia, que podáis encontrar en vuestras necesidades consuelo y redención y lleguéis a ser cada vez más el vino delicioso de la alegría y del amor de Cristo para este mundo. Amén.

[Copyright 2011 - ©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Discurso del Papa a los representantes de la Comunidad Judía
Viaje apostólico a Alemania
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto del discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy por la tarde, al encontrarse con unos quince representantes de la Comunidad judía en el Bundestag de Berlín.

* * * * *

Distinguidos Señores y Señoras:

Me alegra encontrarme con ustedes, aquí, en Berlín. Agradezco de corazón al Presidente, Dr. Dieter Graumann, las amables palabras de bienvenida, que manifiestan cuánto ha crecido la confianza entre el Pueblo judío y la Iglesia católica, que tienen en común una parte nada desdeñable de sus tradiciones fundamentales. Al mismo tiempo, todos tenemos claro que una comunión amorosa y comprensiva entre Israel y la Iglesia, en el respeto recíproco de la identidad del otro, debe crecer todavía más y entrar de modo más profundo en el anuncio de la fe.

Durante mi visita a la Sinagoga de Colonia, hace ya seis años, el Rabino Teitelbaum habló de la memoria como una de las columnas necesarias para asentar sobre ella un futuro de paz. Y hoy me encuentro en un lugar central de la memoria, de una espantosa memoria: desde aquí se programó y organizó la Shoah, la eliminación de los ciudadanos judíos en Europa. Antes del terror nazi, casi medio millón de hebreos vivían en Alemania, y eran un componente estable de la sociedad alemana. Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue considerada como el "País de la Shoah", en el que, en realidad, ya no se podía vivir. Al principio, casi nadie se esforzaba por refundar las antiguas comunidades hebreas, no obstante llegaran continuamente personas y familias judías del este. Muchas de ellas querían emigrar y construirse una nueva existencia, sobre todo en los Estados Unidos o en Israel.

En este lugar, hay que recordar también la noche del pogromo, del 9 al 10 de noviembre de 1938. Solamente unos pocos percibieron en su totalidad la dimensión de dicho acto de desprecio humano, como lo hizo el Deán de la Catedral de Berlín, Bernhard Lichtenberg, que desde el púlpito de esa Santa Iglesia de Santa Eduvigis, gritó: "Fuera, el Templo está en llamas; también éste es casa de Dios". El régimen de terror del nacionalsocialismo se fundaba sobre un mito racista, del que formaba parte el rechazo del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, del Dios de Jesucristo y de las personas que creen en él. El "omnipotente" Adolf Hitler era un ídolo pagano, que quería ponerse como sustituto del Dios bíblico, Creador y Padre de todos los hombres. Cuando no se respeta a este Dios único, se pierde también el respeto por la dignidad del hombre. Las horribles imágenes de los campos de concentración al final de la guerra mostraron de lo que puede ser capaz el hombre que rechaza a Dios y el rostro que puede asumir un pueblo en el "no" a ese Dios.

Ante este recuerdo, debemos constatar con gratitud que desde hace alguna década manifiesta un nuevo desarrollo, que permite hablar incluso de un renacer de la vida judía en Alemania. Hay que subrayar que, en este tiempo, la comunidad judía se ha destacado particularmente por la obra de integración de los emigrantes del este europeo.

Con vivo aprecio, quisiera aludir también al diálogo de la Iglesia católica con el Hebraísmo, un diálogo que se está profundizando. La Iglesia se siente muy cercana al Pueblo hebreo. Con la DeclaraciónNostra aetate del Concilio Vaticano II, se comenzó a "recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad" (cf. Discurso en la Sinagoga de Roma, 17 de enero de 2010). Esto vale para toda la Iglesia católica, en la que el beato Papa Juan Pablo II se comprometió de una manera particularmente intensa en favor de este nuevo camino. Esto vale obviamente también para la Iglesia católica en Alemania, que es bien consciente de su particular responsabilidad en esta materia. En el ámbito público, destaca sobre todo la "Semana de la Fraternidad", organizada cada año en la primera semana de marzo por las asociaciones locales para la colaboración cristiano-judía.

Por la parte católica, se llevan a cabo además encuentros anuales entre obispos y rabinos, así como coloquios organizados con el Consejo central de los judía. Ya en los años setenta, el Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) se distinguió por la fundación de un forum "Judíos y Cristianos", que en el trascurso de los años ha elaborado competentemente muchos documentos útiles. No se debe olvidar tampoco el histórico encuentro para el diálogo judío-cristiano de marzo de 2006, con la participación del Cardenal Walter Kasper. Esta reunión ha traído muchos frutos, incluso en tiempos recientes.

Junto a estas encomiables iniciativas concretas, me parece que los cristianos debemos también darnos cuenta cada vez más de nuestra afinidad interior con el judaísmo. Para los cristianos, no puede haber una fractura en el evento salvífico. La salvación viene, precisamente, de los Judíos (cf. Jn 4, 22). Cuando el conflicto de Jesús con el judaísmo de su tiempo se ve de manera superficial, como una ruptura con la Antigua Alianza, se acaba reduciéndolo a un idea de liberación que considera la Torá solamente como la observancia servil de unos ritos y prescripciones exteriores. Sin embargo, el Discurso de la montaña no deroga la Ley mosaica, sino que desvela sus recónditas posibilidades y hace surgir nuevas exigencias; nos reenvía al fundamento más profundo del obrar humano, al corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde germina la fe, la esperanza y la caridad.

El mensaje de esperanza, transmitido por los libros de la Biblia hebrea y del Antiguo Testamento cristiano, ha sido asimilado y desarrollado por los judíos y los cristianos de modo distinto. "Después de siglos de contraposición, reconozcamos como tarea nuestra el esfuerzo para que estos dos modos de la nueva lectura de los escritos bíblicos –la cristiana y la judía– entren en diálogo entre sí, para comprender rectamente la voluntad y la Palabra de Dios" (Jesús de Nazaret. Segunda parte: Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, pp. 47-48). En una sociedad cada vez más secularizada, este diálogo debe reforzar la común esperanza en Dios. Sin esa esperanza la sociedad pierde su humanidad.

Con todo esto, podemos constatar que el intercambio entre la Iglesia católica y el judaísmo en Alemania ha dado ya frutos prometedores. Han crecido las relaciones duraderas y de confianza. Ciertamente, judíos y cristianos tienen una responsabilidad común para el desarrollo de la sociedad, que entraña siempre una dimensión religiosa. Que todos los interesados continúen juntos este camino. Que para ello, el Único y Onmipotente –Ha Kadosch Baruch Hu– otorgue su bendición.

[Copyright 2011 ©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Discurso del Papa ante el Bundestag
Viaje apostólico a Alemania
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy ante los miembros del Parlamento Federal Alemán y las autoridades máximas del Estado, en el Aula del Bundestag.

* * * * *

Ilustre Señor Presidente

Señor Presidente del Bundestag

Señora Canciller Federal

Señor Presidente del Bundesrat

Señoras y Señores

Es para mi un honor y una alegría hablar ante está Cámara alta, ante el Parlamento de mi Patria alemana, que se reúne aquí como representación del pueblo, elegida democráticamente, para trabajar por el bien común de la República Federal de Alemania. Agradezco al Señor Presidente del Bundestag su invitación a tener este discurso, así como también sus gentiles palabras de bienvenida y aprecio con las que me ha acogido. Me dirijo en esté momento a ustedes, estimados señores y señoras, ciertamente también como un connacional que está vinculado de por vida, por sus orígenes, y sigue con particular atención los acontecimientos de la Patria alemana. Pero la invitación a tener este discurso se me ha hecho en cuanto Papa, en cuanto Obispo de Roma, que tiene la suprema responsabilidad sobre los cristianos católicos. De este modo, ustedes reconocen el papel que le corresponde a la Santa Sede como miembro dentro de la Comunidad de los Pueblos y de los Estados. Desde mi responsabilidad internacional, quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del estado liberal de derecho.

Permítanme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este importante momento? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? Nada pide de todo esto. Suplica en cambio: "Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal" (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que debe ser importante en definitiva para un político. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, que de por sí le abre la posibilidad a la actividad política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. "Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?", dijo en cierta ocasión San Agustín1. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos que sean hombres. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.

Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En el siglo III, el gran teólogo Orígenes justificó así la resistencia de los cristianos a determinados ordenamientos jurídicos en vigor: "Si uno se encontrara entre los escitas, cuyas leyes van contra la ley divina, y se viera obligado a vivir entre ellos…, con razón formaría por amor a la verdad, que, para los escitas, es ilegalidad, alianza con quienes sintieran como él contra lo que aquellos tienen por ley…"2

Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era en realidad una injusticia. Pero en las decisiones de un político democrático no es tan evidente la cuestión sobre lo que ahora corresponde a la ley de la verdad, lo que es verdaderamente justo y puede transformarse en ley. Hoy no es de modo alguno evidente de por sí lo que es justo respecto a las cuestiones antropológicas fundamentales y pueda convertirse en derecho vigente. A la pregunta de cómo se puede reconocer lo que es verdaderamente justo, y servir así a la justicia en la legislación, nunca ha sido fácil encontrar la respuesta y hoy, con la abundancia de nuestros conocimientos y de nuestras capacidades, dicha cuestión se ha hecho todavía más difícil.

¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados en modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios. Así, los teólogos cristianos se sumaron a un movimiento filosófico y jurídico que se había formado en el siglo II a. C. En la primera mitad del siglo segundo precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano3. De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de este vínculo precristiano entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico del Iluminismo, hasta la Declaración de los derechos humanos y hasta nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 "los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo".

Para el desarrollo del derecho, y para el desarrollo de la humanidad, ha sido decisivo que los teólogos cristianos hayan tomado posición contra el derecho religioso, requerido de la fe en la divinidad, y se hayan puesto de parte de la filosofía, reconociendo la razón y la naturaleza en su mutua relación como fuente jurídica válida para todos. Esta opción la había tomado ya san Pablo cuando, en su Carta a los Romanos, afirma: "Cuando los paganos, que no tienen ley [la Torá de Israel], cumplen naturalmente las exigencias de la ley, ellos… son ley para sí mismos. Esos tales muestran que tienen escrita en su corazón las exigencias de la ley; contando con el testimonio de su conciencia…" (Rm 2,14s). Aquí aparecen los dos conceptos fundamentales de naturaleza y conciencia, en los que conciencia no es otra cosa que el "corazón dócil" de Salomón, la razón abierta al lenguaje del ser. Si con esto, hasta la época del Iluminismo, de la Declaración de los Derechos humanos, después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara, en el último medio siglo se dio un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término. Quisiera indicar brevemente cómo se llegó a esta situación. Es fundamental, sobre todo, la tesis según la cual entre ser y deber ser existe un abismo infranqueable. Del ser no se podría derivar un deber, porque se trataría de dos ámbitos absolutamente distintos. La base de dicha opinión es la concepción positivista, adoptada hoy casi generalmente, de naturaleza y razón. Si se considera la naturaleza – con palabras de Hans Kelsen - "un conjunto de datos objetivos, unidos los unos a los otros como causas y efectos", entonces no se puede derivar de ella realmente ninguna indicación que sea de modo algúno de carácter ético.4 Una concepción positivista de la naturaleza, que comprende la naturaleza en modo puramente funcional, como las ciencias naturales la explican, no puede crear ningún puente hacia el Ethos y el derecho, sino suscitar nuevamente sólo respuestas funcionales. Sin embargo, lo mismo vale también para la razón en una visión positivista, que muchos consideran como la única visión científica. En ella, aquello que no es verificable o falsable no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Por eso, el ethos y la religión se deben reducir al ámbito de lo subjetivo y caen fuera del ámbito de la razón en sentido estricto de la palabra. Donde rige el dominio exclusivo de la razón positivista – y este es en gran parte el caso de nuestra conciencia pública – las fuentes clásicas de conocimiento del ethos y del derecho quedan fuera de juego. Ésta es una situación dramática que interesa a todos y sobre la cual es necesaria una discusión pública; una intención esencial de este discurso es invitar urgentemente a ella.

El concepto positivista de naturaleza y razón, la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana, a la cual de modo alguno debemos renunciar en ningún caso. Pero ella misma, en su conjunto, no es una cultura que corresponda y sea suficiente al ser hombres en toda su amplitud. Donde la razón positivista se retiene como la única cultura suficiente, relegando todas las otras realidades culturales a la condición de subculturas, ésta reduce al hombre, más todavía, amenaza su humanidad. Lo digo especialmente mirando a Europa, donde en muchos ambientes se trata de reconocer solamente el positivismo como cultura común o como fundamento común para la formación del derecho, mientras que todas las otras convicciones y los otros valores de nuestra cultura quedan reducidos al nivel de subcultura. Con esto, Europa se sitúa, ante otras culturas del mundo, en una condición de falta de cultura y se suscitan, al mismo tiempo, corrientes extremistas y radicales. La razón positivista, que se presenta de modo exclusivista y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Y, sin embargo, no podemos negar que en este mundo autoconstruido recurrimos en secreto igualmente a los "recursos" de Dios, que transformamos en productos nuestros. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo.

Pero ¿cómo se lleva a cabo esto? ¿Cómo encontramos la entrada a la inmensidad, o la globalidad? ¿Cómo puede la razón volver a encontrar su grandeza sin deslizarse en lo irracional? ¿Cómo puede la naturaleza aparecer nuevamente en su profundidad, con sus exigencias y con sus indicaciones? Recuerdo un fenómeno de la historia política reciente, esperando no ser demasiado malentendido ni suscitar excesivas polémicas unilaterales. Diría que la aparición del movimiento ecologista en la política alemana a partir de los años setenta, aunque quizás no haya abierto las ventanas, ha sido y es sin embargo un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni relegar, porque se percibe en él demasiada irracionalidad. Gente joven se dio cuenta que en nuestras relaciones con la naturaleza existía algo que no funcionaba; que la materia no es solamente un material para nuestro uso, sino que la tierra tiene en sí misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones. Es evidente que no hago propaganda por un determinado partido político, nada me es más lejano de eso. Cuando en nuestra relación con la realidad hay algo que no funciona, entonces debemos reflexionar todos seriamente sobre el conjunto, y todos estamos invitados a volver sobre la cuestión sobre los fundamentos de nuestra propia cultura. Permitidme detenerme todavía un momento sobre este punto. La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar todavía seriamente un punto que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando escucha la naturaleza, la respeta y cuando se acepta como lo que es, y que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana.

Volvamos a los conceptos fundamentales de naturaleza y razón, de los cuales habíamos partido. El gran teórico del positivismo jurídico, Kelsen, a la edad de 84 años – en 1965 – abandonó el dualismo de ser y de deber ser. Había dicho que las normas podían derivar solamente de la voluntad. En consecuencia, la naturaleza podría contener en sí normas sólo si una voluntad hubiese puesto estas normas en ella. Esto, por otra parte, supondría un Dios creador, cuya voluntad ha entrado en la naturaleza. "Discutir sobre la verdad de esta fe es algo absolutamente vana", afirma a este respecto.5 ¿Lo es verdaderamente?, quisiera preguntar. ¿Carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presuponga una razón creativa, un Creator Spiritus?

A este punto, debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción sobre la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la consciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su totalidad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico.

Al joven rey Salomón, a la hora de asumir el poder, se le concedió lo que pedía. ¿Qué sucedería si nosotros, legisladores de hoy, se nos concediese formular una petición? ¿Qué pediríamos? En último término, pienso que, también hoy, no podríamos desear otra cosa que un corazón dócil: la capacidad de distinguir el bien del mal, y así establecer un verdadero derecho, de servir a la justicia y la paz. Gracias por su atención.

_______________________
De civitate Dei, IV, 4, 1.

Contra Celsum GCS Orig. 428 (Koetschau); cf. A. Fürst, Monotheismus und Monarchie. Zum Zusammenhang von Heil und Herrschaft in der Antike. En: Theol. Phil. 81 (2006) 321 – 338; citación p. 336; cf. también J. Ratzinger, Die Einheit der Nationen. Eine Vision der Kirchenväter (Salzburg – München 1971) 60.

3 Cf. W. Waldstein, Ins Herz geschrieben. Das Naturrecht als Fundament einer menschlichen Gesellschaft (Augsburg 2010) 11ss; 31 – 61.

4 Waldstein, op. cit. 15-21.

5 Citado según Waldstein, op. cit. 19.

[Copyright 2011 ©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Discurso del Papa en el palacio de Bellevue
Durante el Viaje Apostólico a Alemania
BERLÍN, jueves 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la ceremonia de bienvenida celebrada en el Castillo de Bellevue, en presencia del Presidente Federal de Alemania, Christian Wulff, y por la Canciller Angela Merkel, y otras autoridades civiles y religiosas.

* * * * *

Señor Presidente Federal,
Señoras y Señores
Queridos amigos:

Me siento muy honrado por la amable acogida que me habéis reservado aquí, en el Castillo Bellevue. Le estoy particularmente agradecido, Señor Presidente Wulff, por la invitación a está visita oficial, que es mi tercera estancia como Papa en la República Federal Alemana. Agradezco de corazón las corteses palabras de bienvenida que me ha dirigido. Mi gratitud se dirige también a los representantes del Gobierno Federal, del Bundestag y del Bundesrat, así como a los de la ciudad de Berlín, por su presencia, con la que expresan su respeto por el Papa como sucesor del Apóstol Pedro. Y no por último agradezco a los tres Obispos que me hospedan, el Arzobispo Woelki de Berlín, el Obispo Wanke de Erfurt y el Arzobispo Zollitsch de Friburgo, así como a todos aquellos que, en los diversos ambitos eclesiásticos y públicos, han colaborado en los preparativos de este viaje a mi patria, contribuyendo de ese modo a que todo salga bien.

Aunque este viaje es una visita oficial que reforzará las buenas relaciones entre la República Federal de Alemania y la Santa Sede, no he venido aquí para obtener objetivos políticos o económicos, como hacen legítimamente otros hombres de Estado, sino para encontrar la gente y hablarles de Dios.

Con relación a la religión hay en la sociedad una progresiva indiferencia que, en sus decisiones, considera la cuestión de la verdad más bien como un obstáculo, y da por el contrario la prioridad a consideraciones utilitaristas.

Pero se necesita una base vinculante para nuestra convivencia, de otra manera cada uno vive solo para su individualismo. La religión es una cuestión fundamental para una convivencia lograda. "Como la religión necesita de libertad, así la libertad tiene necesidad de la religión". Estas palabras del gran obispo y reformador social Wilhelm von Ketteler, del que se celebra este año el bicentenario de su nacimiento, son aun actuales1.

La libertad necesita de una referencia a una instancia superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la autentica garantía de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones.

En la convivencia humana no es posible la libertad sin solidaridad. Aquello que hago a costa de otros, no es libertad, sino una acción culpable que les perjudica a ellos y también a mí. Puedo realizarme verdaderamente como persona libre sólo cuando uso también mis fuerzas para el bien de los demás. Esto vale no solo en el ámbito privado, sino también en el social. Según el principio de subsidiaridad, la sociedad debe dar espacio suficiente para que las estructuras más pequeñas se desarrollen y, al mismo tiempo, apoyarlas, de modo que, un día, puedan ser autónomas.

Aquí en el Castillo Bellevue, que debe su nombre a la espléndida vista sobre la rivera del Spree y que está situado no lejos de la Columna de la Victoria, del Bundestag y de la Puerta de Brandeburgo, estamos propiamente en el centro de Berlín, la capital de la República Federal de Alemania. El castillo con su agitado pasado es, como tantos edificios de la ciudad, un testimonio de la historia alemana. Una mirada clara también sobre sus páginas oscuras nos permite aprender de su pasado y de recibir impulso para el presente. La República Federal de Alemania se ha convertido en lo que es hoy a través de la fuerza de la libertad plasmada de responsabilidad ante Dios y ante el prójimo. Necesita de esta dinámica que involucra todos los ámbitos humanos para poder continuar a desarrollarse en las condiciones actuales. Lo requiere en "un mundo necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor" (Encíclica Caritas in veritate, 21).

Deseo que los encuentros durante las varias etapas de mi Viaje, aquí en Berlín, en Erfurt, en Eichsfeld y en Friburgo, puedan ofrecer una pequeña contribución sobre este tema. Que en estos días Dios nos conceda su bendición.

____________________
Discurso a la primera asamblea de los católicos en Alemania1848. En: Erwin Iserloh (ed): Wilhelm Emmanuel von Ketteler: Sämtliche Werke und Briefe, Mainz 1977, vol. I, 1, p. 18.

[Copyright 2011 ©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba