ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 23 de septiembre de 2011

Santa Sede

Benedicto XVI se conmueve al recibir a víctimas de abusos de sacerdotes

El Papa invita a católicos y evangélicos a “profundizar en lo que une”

El Papa a evangélicos: potenciar lo común sin ceder a la secularización

El Papa a los musulmanes: el diálogo debe basarse en la dignidad humana

El Papa recuerda cómo la devoción a la Virgen ayudó a los alemanes

De la memoria del nazismo una lección para la humanidad

Mundo

Corea del Norte: Visita histórica de responsables religiosos surcoreanos

España: Salvar las “Edades del Hombre”

Foro

El sol sobre Alemania

Espiritualidad

Evangelio del domingo: Verdad y maquillaje, o la persona y el personaje

Documentación

Homilía del Papa en el santuario de la Virgen de Etzelsbach

Homilía del Papa en la celebración ecuménica con los evangélicos

Discurso del Papa en el convento de Martín Lutero

Discurso del Papa a los representantes de las comunidades musulmanas


Santa Sede


Benedicto XVI se conmueve al recibir a víctimas de abusos de sacerdotes
En el seminario de Erfurt
ERFURT, viernes, 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI no pudo ocultar este viernes su conmoción al recibir a un grupo de víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y empleados de la Iglesia, según ha revelado la Santa Sede.

 El encuentro tuvo lugar hacia el final del día, en el seminario de Erfurt, y mantuvo también un encuentro con personas que atienden a quienes han quedado afectadas “por estos crímenes”, según ha informado un comunicado emitido por la Sala de Prensa del Vaticano.

“Conmovido y fuertemente impresionado por el sufrimiento de las víctimas, el Santo Padre ha expresado su profunda compasión y su profundo pesar por todo lo que se ha cometido contra estas personas y sus familias”, sigue revelando la nota. 

El Santo Padre aseguró a estas personas que “quienes tienen responsabilidades en la Iglesia están sumamente preocupados por afrontar de la manera adecuada todos los crímenes de abuso y que se comprometen en promover medidas eficaces en defensa de los niños y jóvenes”.

“El Papa Benedicto XVI está cerca de las víctimas y manifiesta su esperanza en que Dios misericordioso, Creador y Redentor de todos los hombres sane las heridas de las personas que han sufrido abusos y les dé paz interior”, concluye el comunicado.

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El Papa invita a católicos y evangélicos a “profundizar en lo que une”
El testimonio común de Cristo resucitado y la defensa de la dignidad humana
ERFURT, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Para avanzar en el camino ecuménico, los cristianos de las distintas confesiones deben ayudarse mutuamente a reforzar la fe en Cristo resucitado, que es el anuncio que hoy espera el mundo moderno.

Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI durante la homilía que pronunció durante la celebración ecuménica celebrada en la capilla del ex convento de los Agustinos de Erfurt, hoy en esta segunda jornada de su viaje apostólico. Un lugar significativo para la historia del movimiento ecuménico, pues allí vivió Martín Lutero.

El Papa quiso reflexionar sobre el pasaje evangélico que ha acompañado desde el inicio al movimiento ecuménico, es decir, la oración de Cristo en la Última Cena, “para que sean uno” (de ella tomó el nombre la encíclica Ut unum sint de Juan Pablo II).

“No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos” (Jn 17,20); esta oración de Cristo, explicó el Papa, “no es simplemente algo del pasado”, porque Cristo “está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros”.

“En la oración de Jesús está el lugar interior, de nuestra unidad – subrayó el Papa –. Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro de esta oración”.

“La oración de Jesús ¿ha quedado desoída?”, se preguntó, afirmando que la historia del Cristianismo muestra dos aspectos: “el pecado del hombre, que reniega a Dios y se repliega en sí mismo, pero también las victorias de Dios, que sostiene la Iglesia no obstante su debilidad y atrae continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este modo los unos a los otros”.

Por eso, el Papa subrayó la importancia de “no lamentar solo las divisiones y las separaciones, sino agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha conservado para nosotros”, así como de “no perder la unidad alcanzada, en medio de un tiempo de tentación y de peligros”.

El testimonio unido de los cristianos, subrayó el Papa, debe ser el de “Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte”.

“¡Fortifiquémonos en está fe! - exhortó a los presentes - ¡Ayudémonos recíprocamente a vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en el corazón de la oración de Jesús”.

Amor al hombre

Este testimonio unido de los cristianos, es de la máxima urgencia, dijo el Papa: “El hombre tiene necesidad de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin Él?”

“Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia humana, se tiene la impresión que las cosas funcionan incluso sin Dios”, una impresión que se va diluyendo “cuanto más se aleja el mundo de Dios”.

El Papa afirmó a los presentes que el tiempo actual “los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el calculo de las consecuencias”.

Por ello, exhortó a los presentes a una defensa común de la dignidad humana, “desde la concepción hasta la muerte, desde las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la eutanasia”: “La fe en Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por el hombre”, añadió.

Ecumenismo, no pactos

Por último, el Papa quiso reflexionar sobre la naturaleza del camino ecuménico, recordando que “la fe de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas”, invitando a superar “un malentendido político de la fe y del ecumenismo”.

“Una fe autoconstruida no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos o concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos”, subrayó.

“La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida”, añadió el Papa.

Destacó que “en los últimos 50 años, y en particular también en la visita del Papa Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la comunión de la cual podemos estar agradecidos”, recordando figuras como la del obispo luterano Lohse, y el cardenal Lehmann.

“No menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos”, concluyó. “Juntos podemos agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que nos ha conducido, y asociarnos en humilde confianza a su oración: Haz, que todos seamos uno”.

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El Papa a evangélicos: potenciar lo común sin ceder a la secularización
En su discurso a los representantes del Consejo de la “Iglesia evangélica en Alemania”
ERFURT, viernes 22 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Lo más necesario para el ecumenismo hoy es que los cristianos no pierdan lo grande que tienen en común presionados por la secularización, afirmó Benedicto XVI este mediodía al dirigirse a los representantes del Consejo de la “Iglesia evangélica en Alemania”.

El Papa mantuvo un encuentro privado con ellos en la sala capitular del ex convento de los agustinos de la ciudad alemana de Erfurt donde Lutero inició su camino teológico.

“Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea”, advirtió.

El Papa identificó de dos grandes riesgos que amenazan la comunión lograda entre los cristianos en las últimas décadas: el de una nueva forma de cristianismo de gran difusión pero poco estable y “a veces preocupante en sus formas”, y el de adulterar la fe cediendo a la secularización para intentar ser modernos.

Respecto al primer desafío, el Papa explicó que “en los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando todavía”.

“Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas”, constató.

“Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad”, explicó.

Este “fenómeno mundial”, destacó, “nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe”.

Respecto al segundo riesgo, referente al “contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe”, planteó: “¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe?”.

La fe, fuerza del ecumenismo

“Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente –señaló-. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy”.

“Esto es una tarea ecuménica central –añadió-. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente”.

En este sentido, destacó que “no serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo”.

“Como los mártires de la época nazista propiciaron nuestro acercamiento recíproco, suscitando la primera apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor”, afirmó.

Benedicto XVI también abordó en su encuentro con los evangélicos una cuestión relacionada con la justificación del hombre: las consecuencias negativas de las faltas humanas, el poder del mal.

Preguntas sobre el mal

“Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas –dijo-. Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas?”

Y planteó entonces diversas preguntas sobre el mal en cada persona y sus consecuencias: “¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio?”.

“¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes son adictos a ella?”, planteó.

“¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia de una religiosidad?”, continuó.

“Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo?”, añadió.

“Las preguntas en ese sentido podrían continuar –constató-. No, el mal no es una nimiedad”.

Benedicto XVI propuso claramente cómo combatirlo al afirmar que el mal “no podría ser tan poderoso si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida”.

Momento emocionante”

En la segunda jornada de la visita del Papa a Alemania, Benedicto XVI celebró la misa en privado en la nunciatura de Berlín a las siete y cuarto de la mañana.

Después de celebrar su encuentro con los representantes de la comunidad musulmana, viajó en avión hasta Erfurt, a cuyo aeropuerto llegó a las 10,45 horas.

Allí fue acogido por la ministra presidente de Turingia, Christine Lieberknecht, y por el obispo de Erfurt, monseñor Joachim Wanke, junto con otras autoridades civiles y religiosas y una representación de fieles, entre ellos un grupo de niños.

Después, el Papa visitó la catedral de la ciudad, dedicada a Santa María, donde entre otros gestos, se arrodilló unos instantes para orar, veneró el relicario de san Bonifacio, se detuvo ante la tumba del obispo Hugo Aufderbeck y veneró la antigua estatua de la Virgen Sedes Sapientiae".

A continuación se dirigió en coche al antiguo convento de los agustinos, donde mantuvo el encuentro con los evangélicos y celebró después un encuentro ecuménico con representantes cristianos.

Benedicto XVI confesó que para él era “un momento emocionante encontrarme en el antiguo convento agustino de Erfurt con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania”.

“Aquí Lutero estudió teología –recordó en su discurso a los evangélicos-. Aquí, en 1507, fue ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín”.

Lecciones de Lutero

“En este camino, no le interesaba esto o aquello –destacó-. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de su camino”.

Valoró que la pregunta "¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?" fuera la “fuerza motora” del camino de Lutero.

Y planteó: “¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio?”.

El Papa constató que “la mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes”.

La pregunta de Martín Lutero “¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios?”, indicó el Obispo de Roma, “debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esta es la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero”.

Benedicto XVI añadió que “después es importante: Dios, el único Dios, el Creador del cielo y de la tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen del cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo”.

Potenciar lo común

De esta manera, el Papa se refirió a un aspecto común a todos los cristianos, apoyando en la práctica su indicación explícita de potenciar lo que los cristianos comparten.

“Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo”, reconoció.

Y añadió: “Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro fundamento imperecedero”.

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El Papa a los musulmanes: el diálogo debe basarse en la dignidad humana
El respeto reciproco crece solo donde hay entendimiento sobre valores inalienables
BERLÍN, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El Papa aseguró hoy a los representantes musulmanes de Alemania que la Iglesia católica quiere fomentar la colaboración y el respeto entre ambas comunidades, y que este diálogo debe basarse en una idea compartida de los derechos humanos.

El encuentro entre el Pontífice y los representantes de las comunidades musulmanes presentes en Alemania, se produjo en la Nunciatura Apostólica de Berlín, poco antes de emprender el viaje papal hasta la ciudad alemana de Erfurt.

El Papa comenzó su discurso constatando el crecimiento de “un clima de respeto y confianza entre la Iglesia católica y las comunidades musulmanas en Alemania”.

Desde los años 70, “la presencia de numerosas familias musulmanas ha llegado a ser cada vez más un rasgo distintivo de este país”, reconoció, advirtiendo sin embargo que “es necesario esforzarse constantemente para un mejor y reciproco conocimiento y comprensión”.

“Esto no es sólo esencial para una convivencia pacifica, sino también para la contribución que cada uno es capaz de ofrecer a la construcción del bien común dentro de la misma sociedad”, subrayó.

Libertad religiosa

El Papa destacó el compromiso de la Iglesia católica “para que se otorgue el justo reconocimiento a la dimensión pública de la afiliación religiosa”.

“Muchos musulmanes atribuyen gran importancia a la dimensión religiosa. Esto, en ocasiones, se interpreta como una provocación en una sociedad que tiende a marginar este aspecto o a admitirlo, como mucho, en la esfera de las opciones individuales de cada uno”, reconoció.

Pero, dijo el Papa, “es necesario estar atentos para que el respeto hacia el otro se mantenga siempre”; y ese respeto “crece solamente sobre la base de un entendimiento sobre ciertos valores inalienables, propios de la naturaleza humana, sobre todo la inviolable dignidad de toda persona”.

Esto se concreta, en Alemania, con el respeto a la Ley Fundamental, “cuyo contenido jurídico es vinculante para todo ciudadano, pertenezca o no a una confesión religiosa”.

Al respecto, destacó que es “significativo” que la Ley Fundamental actualmente vigente, donde se formula la libertad de culto público y otros principios relacionados con la libertad religiosa, fuese promulgada por una sociedad cristiana.

Los “padres” de la Ley Fundamental, dijo el Papa, “no prescindían de su afiliación religiosa; es más, para muchos de ellos la visión cristiana del hombre era la verdadera fuerza inspiradora”; pero sabían “que debían confrontarse con personas de una base confesional diversa, o incluso no religiosa”, y hallaron un “terreno común” en el “reconocimiento de algunos derechos inalienables, propios de la naturaleza humana y que preceden a cualquier formulación positiva”.

Colaboración

El Pontífice aseguró que “es posible una colaboración fecunda entre cristianos y musulmanes”, y que ésta contribuiría “a la construcción de una sociedad que, bajo muchos aspectos, será diversa de aquella que nos ha acompañado desde el pasado”.

“En cuanto hombres religiosos, a partir de las respectivas convicciones, podemos dar un testimonio importante en muchos sectores cruciales de la vida social”, apuntó, señalando “la tutela de la familia fundada sobre el matrimonio, en el respeto de la vida en cada fase de su desarrollo natural o en la promoción de una justicia social más amplia”.

Concluyó por ello su discurso invitando a los presentes a apoyar el próximo encuentro interreligioso de Asís, donde se pondrá de manifiesto, afirmó, “que, como hombres religiosos, ofrecemos nuestra contribución específica para la construcción de un mundo mejor”.

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El Papa recuerda cómo la devoción a la Virgen ayudó a los alemanes
Durante el periodo nazi y la dominación comunista
EICHSFELD, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI quiso recordar hoy a los católicos alemanes cómo la Virgen fue su consuelo en los momentos de peligro vividos a lo largo de la historia, y especialmente durante el sigo XX.

Benedicto XVI se detuvo, durante su viaje de Erfurt a Friburgo, tercera etapa de su viaje apostólico a Alemania, en un santuario muy querido a los católicos del país, el de Eztelsbach, meta de peregrinación durante siglos.

El Papa rezó vísperas con los alrededor de 90.000 peregrinos reunidos en la explanada de la colina donde se erige el santuario, y durante su homilía, quiso recordar el significado de este lugar en la historia de la Iglesia alemana.

“En dos dictaduras impías que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional, las gentes de Eichsfeld estaba convencida de encontrar aquí, en el santuario de Etzelsbach, una puerta abierta y un lugar de paz interior”.

El Pontífice recordó que “cuando los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre”.

Los fieles “se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta de todas nuestras dificultades y piensa en modo materno cómo superarlas”.

“Cuántas personas han ido en el transcurso de los siglos en peregrinación a María para encontrar ante la imagen de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio”, destacó.

El Papa invitó a los presentes a contemplar con amor la figura de esta Dolorosa, “una mujer de mediana edad, con los parpados apesadumbrados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido”.

En la Piedad de Etzelsbach, al contrario de otras representaciones similares, el cuerpo de Cristo muerto está vuelto hacia su madre: “los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro, se acercan el uno al otro. Se intercambian recíprocamente su amor”.

Este gesto constituye una enseñanza para los fieles, xpicó: “no es la autorrealización la que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, aspecto que hoy es propuesto como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente puede convertirse en una forma de egoísmo refinado. Es, sobre todo, la actitud del don de si mismo, que se orienta hacia el corazón de María y con ello hacia el corazón del Redentor”.

“En el momento de su sacrificio por la humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del flujo de gracia que brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora de los hombres en el camino de su vida”, añadió.

Pero el acogerse a la Madre de Dios en los momentos de peligro no debe quedarse “en las necesidades del momento”, sino “ir más allá”.

“¿Qué quiere decirnos verdaderamente María cuando nos salva del peligro? Quiere ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad de nuestra vocación cristiana. Con maternal delicadeza, quiere hacernos comprender que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios”.

Es, explicó el Papa, “como si nos dijera: entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone sin reservas y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo”.

"Donde está Dios, allí hay futuro", concluyó el Papa, citando el lema de este viaje: “donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo”, allí “las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución”.

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De la memoria del nazismo una lección para la humanidad
El portavoz vaticano explica el objetivo del viaje de Benedicto XVI a su patria
BERLÍN, viernes, 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- El viaje de Benedicto XVI a su tierra natal está sirviendo para no olvidar las lecciones de la catástrofe provocada por el nazismo, considera el portavoz vaticano.

De hecho, como reconoce el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, “no es posible pasar por Berlín sin experimentar el peso de la página más oscura de la historia de Alemania y Europa en el siglo pasado: los años del nazismo y de su locura de poder y homicidio”.

“Memoria fuertemente presente en las palabras del Papa alemán entre su pueblo”, reconoce Lombardi, como cuando citó a san Agustín, uno de los autores preferidos de Joseph Ratzinger, para denunciar la “banda de malhechores” a la que se reduce un Estado sin derecho ni justicia.

Otro momento importante de la visita tuvo lugar el jueves al recibir a una delegación judía, testigo y víctima del criminal proyecto del Holocausto. 

Pero en la noche del nazismo también brilló “la luz intensa” de hombres y mujeres que dieron su vida por los demás y que hoy son faro de inspiración para el futuro, asegura el portavoz.

Algunos de ellos fueron recordados por el presidente federal de Alemania Christian Wulff, quien en su discurso al Papa citó en particular a Bernhard Lichtenberg (1875-1943), el párroco de la catedral católica de Berlín; Dietrich Bonhoeffer (1906–1945), el gran teólogo protestante; Edith Stein (1891-1942), la hija de Israel, religiosa católica, asesinada en Auschwitz.

“El ecumenismo de los mártires es el testimonio del que cada quien puede sacar el entusiasmo y la profundidad --aclara el padre Lombardi--. Testimoniar a Dios y a Jesucristo, pagando el precio de la propia vida: ¿qué fundamento más sólido y vivo para retomar o continuar el camino de una unión que no sólo quede atrás sino que también nos guíe en el futuro?”.

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Mundo


Corea del Norte: Visita histórica de responsables religiosos surcoreanos
Para llevar un mensaje de paz y abrir una vía de reconciliación
PYONGYANG, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org). – Veinticuatro representantes de las siete religiones más representativas de Corea del Sur, todos miembros de la conferencia coreana de religiones por la paz (KCRP), fueron enviados de Seúl a Pyongyang, vía China Popular, para realizar una visita de cuatro días que esperan “pueda ayudar a restablecer un diálogo oficial entre los dos países”.

Esta visita “podría desempeñar una función importante en la mejora de las relaciones entre los dos países”, declaró antes de su partida el arzobispo católico de Kwanju y presidente de la KCRP, monseñor Iginus Kim Hee-joong.

Los responsables religiosos tienen la intención de “llevar a Corea del Norte un mensaje de paz de las religiones y contribuir así a abrir una vía a la reconciliación y a la cooperación entre las dos Coreas”, indican en una declaración conjunta.

Según Eglises d’Asie, la agencia informativa de las Misiones Extranjeras de París, el programa preveía una serie de visitas este jueves a lugares representativos de distintas religiones.

Hoy viernes estaba previsto un tiempo de oración por la paz en monte Baekdusan, considerado la cuna de la civilización coreana, y el sábado, el viaje de vuelta a Seúl.

Más información : http://eglasie.mepasie.org/

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España: Salvar las “Edades del Hombre”
La Iglesia pide ayuda para conservar su rico patrimonio artístico
VALLADOLID, viernes 23 septiembre 2011 (ZENIT.org).- El arzobispo de Valladolid, monseñor Ricardo Blázquez, pidió colaboración para seguir conservando “y poniendo al alcance de todos”, año tras año, el patrimonio artístico de la Iglesia en manifestaciones de arte religioso como Las Edades del Hombre, una iniciativa eclesial exitosa en Castilla, España.

El arzobispo puso voz a la reivindicación de las once diócesis de Castilla y León, presentes en la edición que se celebra en la actualidad en Medina del Campo y Medina de Rioseco, Valladolid, y por la que se cobra, por primera vez, un precio simbólico de entrada, dos euros.

El prelado castellano  dijo que esta muestra no sólo consiste en exponer un legado “artístico y cultural de nuestros antepasados muy valioso”, sino que es un patrimonio “económicamente costoso en todos los ámbitos y también en su conservación y exposición”, aspecto en el que monseñor Blázquez insistió especialmente.

Aunque afirmó que las diócesis de Castilla y León continúan dispuestas a “poner a disposición de todos” el patrimonio como atractivo para visitantes que pudiera repercutir beneficios a la comunidad autónoma, insistió en la necesidad de una “colaboración” para que esté al alcance de todas las generaciones.

Por su parte, el cardenal Carlos Amigo, arzobispo emérito de Sevilla, dijo que, si se quiere “un patrimonio espléndido”, se debe trabajar por su conservación, ya que, afirmó, no hay que preguntarse cómo será el futuro, sino cómo queremos que sea e implicarnos en él, advirtiendo que “si quieres unas Edades del Hombre, trabajemos por aquello que nos han dejado, trabajemos por aquello que nos dieron, conservemos lo que recibimos y dejemos mejorado aquello de lo que hemos disfrutado”.

El director general de Patrimonio de la Junta de Castilla y León, Enrique Sáiz Martín, señaló que “el arte sacro es una marca identitaria de nuestra comunidad” y explicó que el 70% del patrimonio de Castilla y León tiene su origen en la religión. Anunció la próxima firma de un acuerdo con las diócesis de la comunidad “para establecer mecanismos sistemáticos y habituales tendentes a la conservación y restauración del patrimonio” eclesiástico y mostró la disposición de la Junta “a pesar de los tiempos difíciles” a “seguir impulsando” las próximas ediciones.

La ponencia del cardenal Amigo dio comienzo este jueves al I Congreso de Estudio y Difusión de Patrimonio de Las Edades del Hombre: Passio, en el que un grupo de expertos reflexiona y debate sobre el presente y el futuro del patrimonio cultural de la Iglesia. Es el título también de la actual muestra de las Edades del Hombre en Medina de Rioseco y Medina del Campo.

Con este congreso, la fundación Las Edades del Hombre recupera un espacio de reflexión académica iniciado en el congreso internacional Arte y Fe, celebrado en Salamanca en 1994. El programa recorre casi monográficamente las manifestaciones artísticas de la Pasión de Cristo, incluída la música, y el contexto celebrativo al que pertenecen.

Para saber más: http://www.lasedades.es/pdf/congreso_las_edades.pdf

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Foro


El sol sobre Alemania
Por Giovanni Maria Vian
BERLÍN, viernes, 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario de Giovanni Maria Vian, director de “L’Osservatore Romano”, en la segunda jornada del viaje de Benedicto XVI a Alemania.

* * *

Se puede ya extender a todo el viaje la acertada imagen del sol sobre Berlín elegida por «Frankfurter Allgemeine Zeitung» para titular un comentario al magistral discurso de Benedicto XVI —que, con una elección inteligente y periodísticamente perfecta, ha publicado íntegramente el autorizado periódico alemán—. No sólo y no tanto por el bellísimo tiempo fresco y soleado que está acompañando la visita, sino por su importancia en los distintos momentos. El sol, por lo tanto, resplandece sobre Alemania, donde Joseph Ratzinger ha regresado por tercera vez desde que fue elegido Papa para encontrar a la gente y hablar de Dios, como enseguida explicó.

En la tradición cristiana la luz solar significa también aquella divina que ilumina el mundo, y precisamente el obispo de Roma ha elegido hablar de la luz de Dios al encontrar en Erfurt —justo donde el joven Lutero estudió teología— a los representantes evangélicos, acogido con auténtica cordialidad. Y naturalmente es la cuestión acerca de Dios, central en el pensamiento y en el tormento del joven monje agustino, lo que interesa sobre todo a Benedicto XVI. ¿Quién se preocupa de ello, incluso entre los cristianos? ¿Quién se toma en serio las propias faltas y la realidad del mal? Reflexionar sobre “la causa de Cristo” querida por Lutero, y por ello sobre la fe, es hoy el compromiso ecuménico principal, en un mundo donde pesa cada vez más la ausencia de Dios.

Precisamente utiliza el Papa la imagen de la luz para describir el progresivo distanciamiento del mundo respecto a Dios: al principio sus reflejos todavía lo iluminan, pero después el hombre acaba por perder su vida cada vez más. He aquí por qué es necesario superar el error del pasado de enfatizar cuanto divide a los cristianos e insistir en cambio —y ya es mucho— en cuanto les une: la fe en el Dios trinitario revelado por Cristo y su testimonio en un mundo sediento de él, como si se adentrara más y más en un desierto sin agua, como dijo Benedicto XVI en la homilía inaugural de su pontificado.

Este testimonio común de los cristianos se debe reflejar —en sociedades donde la ética se sustituye con cálculos únicamente utilitaristas— en la lucha por defender “la dignidad inviolable del hombre, desde la concepción hasta la muerte”. En diálogo con las otras religiones, y en particular con el judaísmo y con el islam, como ha repetido el Papa encontrando a algunos de sus representantes. Con los musulmanes y los judíos, en efecto, los cristianos y los católicos pueden y deben colaborar, en sociedades en las que hace falta combatir juntos a fin de garantizar la dimensión pública de las religiones y para crear, a través de la justicia, las condiciones para la paz: opus iustitiae pax, según la expresión veterotestamentaria elegida como lema por Eugenio Pacelli.

En un tiempo de inquietud e indiferentismo, y en circunstancias que no raramente oprimen como en una prensa, quienes viven en la alegría de la Iglesia, que es el don más bello de Dios, deben dejarse transformar misteriosamente en el vino dulce de Cristo. Ofrecido a todos los hombres con amistad y con la razón. El hombre puede hoy destruir el mundo, y por ello, con la razón, hay que reencontrar los fundamentos del derecho. Como explicó en el Parlamento de Berlín —escribe sugestivamente «Frankfurter Allgemeine Zeitung»— el pescador de hombres llegado de Roma.

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Espiritualidad


Evangelio del domingo: Verdad y maquillaje, o la persona y el personaje
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
OVIEDO, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org). – Publicamos el comentario al pasaje evangélico de la liturgia de este domingo, XXVI del tiempo ordinario (Mateo 21, 28-32), que ha redactado monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.

* * *

Estamos ahítos del “glamour” de las mil pasarelas en las que exhibimos trucados lo que quizás no somos en verdad. Este truco que maquilla la humilde realidad de nuestra vida, parece que logra engañar a todos los incautos que nos ven pasar. Vivimos en una sociedad que ama el control, la burocracia, la etiquetación. Como antaño, es difícil salir del sambenito que te colocan y con el que casi te obligan a ser y a vivir. No obstante, no siempre corresponde esa etiqueta con la verdad honda que se es­conde detrás del escaparate personal. Siempre hemos de distinguir entre la persona y el personaje, entre la verdad y la apariencia, entre el contenido y el continente.

                  El Evangelio de este domingo nos presenta un lúcido y duro diálogo de Jesús con los ancianos y sumos sacerdotes de Israel. No se dirige a sus discípulos, gente sencilla y hasta vulgar, sino a aquellos que eran el colectivo más influyente y determinante entre los varios grupos judíos.

                  Jesús trae a colación a los pecadores formales, pero que pueden tener un fondo diverso. La apariencia de esta gente es posiblemente desastrosa, impresentable, desaconsejable; pero lo que hay por dentro es diverso; tanto, tanto, que hasta pudiera ser parecido al de Dios. Son los peca­dores que viven mal, pero sólo por fuera, porque el corazón nunca ha negado de verdad a Dios ni a los demás lo que en un momento dado pudieran pedir. Lo cual no quiere decir que no tengan que cambiar o que no tengan que convertirse seriamente. Pero su malvi­vir, su pecado real no ha llegado a corromper el corazón hasta el punto de disfrazarse de falsa disponibilidad, como hacen los del "sí" que luego resulta "no".

                  Para comprender este Evangelio hay que tener presente lo que Jesús dice en otras ocasiones en las que aborda el mismo tema de la apariencia hipócrita. Son, por ejemplo, los dos que oran en el templo: uno se pavonea de su virtud pasando la factura a Dios, despreciando al prójimo que está al fondo, mientras que éste sólo sabe pedir perdón; son los dos hijos del padre bueno: el pró­digo y el que sin haber salido nunca de casa jamás estuvo de corazón con su padre; es la mujer adúltera: los impecables oficiales que querían tirar piedras puritanas, pero que es­taban manchadas de complicidad e hipocresía.

                  Jesús descubre el fondo del corazón, más allá de la apariencia. Es más fácil cam­biar y convertirse quien tiene un corazón entrañable y un rostro manchado, que quien tapa con extraños cosméticos la fealdad de su cara... fiel reflejo de un corazón endure­cido y lleno de sí.

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Documentación


Homilía del Papa en el santuario de la Virgen de Etzelsbach
Viaje Apostólico a Alemania
EICHSFELD, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy por la tarde, durante su visita al santuario mariano de Etzelsbach, concluyendo así la etapa de su viaje apostólico a Alemania.

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Queridos hermanos y hermanas:

Ahora que se cumple mi deseo de visitar Eichsfeld y de dar gracias con vosotros a la Virgen María en Etzelsbach. "Aquí en el querido valle tranquilo" –como dice un canto de los peregrinos- y "bajo los viejos tilos", María nos da seguridad y nuevas fuerzas. En dos dictaduras impías que han tratado de arrancar a los hombres su fe tradicional, las gentes de Eichsfeld estaba convencida de encontrar aquí, en el santuario de Etzelsbach, una puerta abierta y un lugar de paz interior. Queremos continuar la amistad especial con María, amistad que se ha acrecentado con todo esto, y ahora también en la celebración de las Vísperas marianas de hoy.

Cuando los cristianos se dirigen a María en todos los tiempos y lugares, se dejan guiar por la certeza espontánea de que Jesús no puede rechazar las peticiones que le presenta su Madre; y se apoyan en la confianza inquebrantable de que María es también Madre nuestra; una Madre que ha experimentado el sufrimiento más grande de todos, que se da cuenta de todas nuestras dificultades y piensa en modo materno cómo superarlas. Cuántas personas han ido en el transcurso de los siglos en peregrinación a María para encontrar ante la imagen de la Dolorosa, como aquí en Etzelsbach, consuelo y alivio.

Contemplemos su imagen. Una mujer de mediana edad, con los parpados apesadumbrados de tanto llorar, y al mismo tiempo una mirada absorta, fija en la lejanía, como si estuviese meditando en su corazón sobre todo lo que había sucedido. Sobre su regazo reposa el cuerpo exánime del Hijo; Ella lo aprieta delicadamente y con amor, como un don precioso. Sobre el cuerpo desnudo del Hijo vemos los signos de la crucifixión. El brazo izquierdo del Crucificado cae verticalmente hacia abajo. Quizás, esta escultura de la Piedad, como a menudo era costumbre, estaba originalmente colocada sobre un altar. Así, el Crucificado señala con su brazo derecho a lo que sucede sobre el altar, donde el santo sacrificio que llevó a cabo se actualiza en la Eucaristía.

Una particularidad de la imagen milagrosa de Etzelsbach es la posición del Crucificado. En la mayor parte de las representaciones de la Piedad, el cuerpo sin vida de Jesús yace con la cabeza vuelta hacia la izquierda. De esta forma, el que lo contempla puede ver su herida del costado. Aquí en Etzelsbach, en cambio, la herida del costado está escondida, ya que el cadáver está orientado hacia el otro lado. Creo que dicha representación encierra un profundo significado, que se revela solamente en una atenta contemplación: en la imagen milagrosa de Etzelbach, los corazones de Jesús y de su Madre se dirigen uno al otro, se acercan el uno al otro. Se intercambian recíprocamente su amor. Sabemos que el corazón es también el órgano de la sensibilidad más delicada para el otro, así como el órgano de la íntima compasión. En el corazón de María encuentra cabida el amor que su divino Hijo quiere ofrecer al mundo.

La devoción mariana se concentra en la contemplación de la relación entre la Madre y su divino Hijo. Los fieles han encontrado siempre nuevos aspectos y títulos que nos pueden esclarecer este misterio como, por ejemplo, la imagen del Corazón Inmaculado de María, símbolo de la unidad profunda y sin reserva con Cristo en el amor. No es la autorrealización la que lleva a la persona a su verdadero desarrollo, aspecto que hoy es propuesto como modelo de la vida moderna, pero que fácilmente puede convertirse en una forma de egoísmo refinado. Es, sobre todo, la actitud del don de si mismo, que se orienta hacia el corazón de María y con ello hacia el corazón del Redentor.

"A los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio" (Rom 8, 28), lo acabamos de escuchar en la lectura. En María, Dios ha hecho confluir todo el bien y, por medio de Ella, no cesa de difundirlo ulteriormente en el mundo. Desde la Cruz, desde el trono de la gracia y la redención, Jesús ha entregado a los hombres como Madre a María, su propia Madre. En el momento de su sacrificio por la humanidad, Él constituye en cierto modo a María, mediadora del flujo de gracia que brota de la Cruz. Bajo la Cruz, María se hace compañera y protectora de los hombres en el camino de su vida. "Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz (Lumen gentium, 62). Sí, en la vida pasamos por vicisitudes alternas, pero María intercede por nosotros ante su Hijo y nos comunica la fuerza del amor divino.

Nuestra confianza en la intercesión eficaz de la Madre de Dios y nuestra gratitud por la ayuda continuamente experimentada llevan consigo de algún modo el impulso a dirigir la reflexión más allá de las necesidades del momento. ¿Qué quiere decirnos verdaderamente María cuando nos salva del peligro? Quiere ayudarnos a comprender la amplitud y profundidad de nuestra vocación cristiana. Con maternal delicadeza, quiere hacernos comprender que toda nuestra vida debe ser una respuesta al amor rico en misericordia de nuestro Dios. Como si nos dijera: entiende que Dios, que es la fuente de todo bien y no quiere otra cosa que tu verdadera felicidad, tiene el derecho de exigirte una vida que se abandone sin reservas y con alegría a su voluntad, y se esfuerce en que los otros hagan lo mismo. "Donde está Dios, allí hay futuro". En efecto: donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo. Allí, es posible plasmar el presente, de modo que se ajuste cada vez más a la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo. Allí, las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución. Amén.

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Homilía del Papa en la celebración ecuménica con los evangélicos
Viaje Apostólico a Alemania
ERFURT, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la celebración ecuménica con la Iglesia Evangélica Alemana, en la que participaron representantes de otras Iglesias protestantes, que tuvo lugar en el ex convento de los Agustinos ( Augustinerkloster) de Erfurt.

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Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

"No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos" (Jn 17, 20): Así, en el Cenáculo, lo ha dicho Jesús al Padre, según el Evangelio de Juan. Él intercede por las futuras generaciones de creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacía el futuro. Ha rezado también por nosotros y reza por nuestra unidad. Esta oración de Jesús no es simplemente algo del pasado. Él está siempre ante el Padre intercediendo por nosotros, y así está en este momento entre nosotros y quiere atraernos a su oración. En la oración de Jesús está el lugar interior, de nuestra unidad. Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro de esta oración. Cada vez que, como cristianos, nos encontramos reunidos en la oración, esta lucha de Jesús por nosotros y con el Padre nos debería conmover profundamente en el corazón. Cuanto más nos dejamos atraer en está dinámica, tanto más se realiza la unidad.

La oración de Jesús ¿ha quedado desoída? La historia del cristianismo es, por así decirlo, la parte visible de este drama, en la que Cristo lucha y sufre con los seres humanos. Una y otra vez Él debe soportar el rechazo a la unidad, y aun así, una y otra vez se culmina la unidad con Él, y en Él con el Dios Trinitario. Debemos ver ambas cosas: el pecado del hombre, que reniega a Dios y se repliega en sí mismo, pero también las victorias de Dios, que sostiene la Iglesia no obstante su debilidad y atrae continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este modo los unos a los otros. Por eso, en un encuentro ecuménico, no debemos lamentar solo las divisiones y las separaciones, sino agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha conservado para nosotros y que continuamente nos da. Gratitud que debe ser al mismo tiempo disponibilidad para no perder la unidad alcanzada, en medio de un tiempo de tentación y de peligros.

La unidad fundamental consiste en el hecho que creemos en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo profesamos como Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La unidad suprema no es la soledad monádita, sino unidad a través del amor. Creemos en Dios, en el Dios concreto. Creemos que Dios nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros. La tarea común que actualmente tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo.

El hombre tiene necesidad de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin Él? Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la existencia humana, se tiene la impresión que las cosas funcionan incluso sin Dios. Pero cuanto más se aleja el mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el hybris del poder, en el vacío del corazón y en el ansia de satisfacción y de felicidad, "pierde" cada vez más la vida. La sed de infinito esta presente en el hombre de tal manera que no se puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse con Dios y tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer servicio ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Naturalmente, de este testimonio fundamental de Dios forma parte además, y de modo absolutamente central, el dar testimonio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección ha abierto totalmente la puerta de la muerte. Queridos amigos, ¡fortifiquémonos en está fe! ¡Ayudémonos recíprocamente a vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en el corazón de la oración de Jesús.

La seriedad de la fe en Dios se manifiesta en vivir su palabra. En nuestro tiempo, se manifiesta de una forma muy concreta, en el compromiso por esta criatura, por el hombre, que Él quiso a su imagen. Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el calculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte, desde las cuestiones de la diagnosis previa a su implantación hasta la eutanasia. "Solo quien conoce a Dios, conoce al hombre", dijo una vez Romano Guardini. Sin el conocimiento de Dios, el hombre se hace manipulable. La fe en Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por el hombre. Forman parte de esta tarea no sólo estos criterios fundamentales de humanidad sino, sobre todo y de modo concreto, el amor que Jesús nos ha enseñado en la descripción del Juicio Final (cf. Mt 25): el Dios juez nos juzgará según nos hayamos comportado con nuestro prójimo, con los más pequeños de sus hermanos. La disponibilidad para ayudar en las necesidades actuales, más allá del propio ambiente de vida es una obra esencial del cristiano.

Esto vale sobre todo en el ámbito de la vida personal de cada uno. Vale también en la comunidad de un pueblo o de un Estado, en la que todos deben hacerse cargo los unos de los otros. Vale para nuestro Continente, en el que estamos llamados a la solidaridad europea. Y, en fin, vale más allá de todas las fronteras: la caridad cristiana exige hoy también nuestro compromiso por la justicia en el mundo entero. Sé que de parte de los alemanes y de Alemania se trabaja mucho por hacer posible a todos una existencia humanamente digna, por lo que expreso una palabra de viva gratitud.

Para concluir, quisiera detenerme todavía en una dimensión más profunda de nuestra obligación de amar. La seriedad de la fe se manifiesta sobre todo cuando esta inspira a ciertas personas a ponerse totalmente a disposición de Dios y, a partir de Dios, a los demás. Las grandes ayudas se hacen concretas solamente cuando sobre el lugar existen aquellos que están a total disposición de los otros, y con ello hacen creíble el amor de Dios. Personas así son un signo importante para la verdad de nuestra fe.

A la vigilia de la visita del Papa, se ha hablado varia veces de que se espera de está visita un don ecuménico del huésped. No es necesario que yo especifique los dones mencionados en tal contexto. A este respecto, quisiera decir que esto constituye un malentendido político de la fe y del ecumenismo. Cuando un jefe de estado visita un país amigo, generalmente preceden contactos entre las instancias, que preparan la estipulación de uno o más acuerdos entre los dos estados: en la ponderación de los ventajas y desventajas se llega al compromiso que, al fin, aparece ventajoso para ambas partes, de manera que el tratado puede ser firmado. Pero la fe de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos o concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida. De esta forma, en los últimos 50 años, y en particular también en la visita del Papa Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la comunión de la cual podemos estar agradecidos. Me es grato recordar el encuentro con la comisión presidida por el Obispo Lohse, en la cual nos hemos ejercitado juntos en este profundizar en la fe mediante el pensamiento y la vida. Expreso mi vivo agradecimiento a todos aquellos que han colaborado en esto, por la parte católica, de modo particular, al Cardenal Lehmann. No menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos. Juntos podemos agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que nos ha conducido, y asociarnos en humilde confianza a su oración: Haz, que todos seamos uno, como Tú eres uno con el Padre, para que el mundo crea que Él te ha enviado (cf. Jn 17, 21).

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Discurso del Papa en el convento de Martín Lutero
Viaje apostólico a Alemania
ERFURT, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy a su llegada al Augustinerkloster de Erfurt, al reunirse con los quince representantes del Consejo de la EKD – Iglesia Evangélica Alemana.

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Distinguidos Señores y Señoras:

Al tomar la palabra, quisiera ante todo dar gracias por tener esta ocasión de encontrarles. Mi particular gratitud al presidente Schneider que me ha dado la bienvenida y me ha recibido entre ustedes con sus amables palabras, quisiera agradecer al mismo tiempo por el don especial de que nuestro encuentro se desarrolle en este histórico lugar.

Como Obispo de Roma, es para mí un momento emocionante encontrarme en el antiguo convento agustino de Erfurt con los representantes del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania. Aquí, Lutero estudió teología. Aquí, en 1507, fue ordenado sacerdote. Contra los deseos de su padre, no continuó los estudios de derecho, sino que estudió teología y se encaminó hacia el sacerdocio en la Orden de San Agustín. En este camino, no le interesaba esto o aquello. Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de su camino. "¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?": Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para él, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios.

"¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?" No deja de sorprenderme que esta pregunta haya sido la fuerza motora de su camino. ¿Quién se ocupa actualmente de esta cuestión, incluso entre los cristianos? ¿Qué significa la cuestión de Dios en nuestra vida, en nuestro anuncio? La mayor parte de la gente, también de los cristianos, da hoy por descontado que, en último término, Dios no se interesa por nuestros pecados y virtudes. Él sabe, en efecto, que todos somos solamente carne. Si hoy se cree aún en un más allá y en un juicio de Dios, en la práctica, casi todos presuponemos que Dios deba ser generoso y, al final, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. Pero, ¿son verdaderamente tan pequeñas nuestras faltas? ¿Acaso no se destruye el mundo a causa de la corrupción de los grandes, pero también de los pequeños, que sólo piensan en su propio beneficio? ¿No se destruye a causa del poder de la droga que se nutre, por una parte, del ansia de vida y de dinero, y por otra, de la avidez de placer de quienes son adictos a ella? ¿Acaso no está amenazado por la creciente tendencia a la violencia que se enmascara a menudo con la apariencia de una religiosidad? Si fuese más vivo en nosotros el amor de Dios, y a partir de Él, el amor por el prójimo, por las creaturas de Dios, por los hombres, ¿podrían el hambre y la pobreza devastar zonas enteras del mundo? Las preguntas en ese sentido podrían continuar. No, el mal no es una nimiedad. No podría ser tan poderoso, si nosotros pusiéramos a Dios realmente en el centro de nuestra vida. La pregunta: ¿Cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Martín Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra. Pienso que esto sea la primera cuestión que nos interpela al encontrarnos con Martín Lutero.

Y después es importante: Dios, el único Dios, el Creador del cielo y de la tierra, es algo distinto de una hipótesis filosófica sobre el origen del cosmos. Este Dios tiene un rostro y nos ha hablado, en Jesucristo hecho hombre, se hizo uno de nosotros; Dios verdadero y verdadero hombre a la vez. El pensamiento de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente cristocéntricos. Para Lutero, el criterio hermenéutico decisivo en la interpretación de la Sagrada Escritura era: "Lo que conduce a la causa de Cristo". Sin embargo, esto presupone que Jesucristo sea el centro de nuestra espiritualidad y que su amor, la intimidad con Él, oriente nuestra vida.

Quizás, ustedes podrían decir ahora: De acuerdo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con nuestra situación ecuménica? ¿No será todo esto solamente un modo de eludir con muchas palabras los problemas urgentes en los que esperamos progresos prácticos, resultados concretos? A este respecto les digo: Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro fundamento imperecedero.

Por desgracia, el riesgo de perderla es real. Quisiera señalar aquí dos aspectos. En los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas. Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno mundial nos pone a todos ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente, esta nueva forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe.

Más profundo, y en nuestro país, más candente, es el segundo desafío para todo el cristianismo; quisiera hablar de ello: se trata del contexto del mundo secularizado en el cual debemos vivir y dar testimonio hoy de nuestra fe. La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado que se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo. Como los mártires de la época nazi propiciaron nuestro acercamiento recíproco, suscitando la primera apertura ecuménica, del mismo modo también hoy la fe, vivida a partir de lo íntimo de nosotros mismos, en un mundo secularizado, será la fuerza ecuménica más poderosa que nos congregará, guiándonos a la unidad en el único Señor.

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Discurso del Papa a los representantes de las comunidades musulmanas
Viaje Apostólico a Alemania
BERLÍN, viernes 23 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los quince representantes de las comunidades musulmanes presentes en Alemania, a quienes recibió hoy en la Nunciatura Apostólica de Berlín, antes de emprender el viaje en avión hasta la ciudad alemana de Erfurt.

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Queridos amigos musulmanes:

Me es grato saludarlos aquí hoy. Representantes de diversas comunidades musulmanas presentes en Alemania. Agradezco de corazón al profesor Mouhanad Khorchide por sus amables palabras, que me han mostrado cómo ha crecido el clima de respeto y confianza entre la Iglesia católica y las comunidades musulmanas en Alemania.

Berlín es un lugar propicio para un encuentro como éste, no sólo porque aquí se encuentra la mezquita más antigua del territorio alemán, sino también porque en Berlín vive el número más grande de musulmanes respecto a todas las demás ciudades en Alemania.

A partir de los años 70, la presencia de numerosas familias musulmanas ha llegado a ser cada vez más un rasgo distintivo de este País. Sin embargo, es necesario esforzarse constantemente para un mejor y reciproco conocimiento y comprensión. Esto no es sólo esencial para una convivencia pacifica, sino también para la contribución que cada uno es capaz de ofrecer a la construcción del bien común dentro de la misma sociedad.

Muchos musulmanes atribuyen gran importancia a la dimensión religiosa. Esto, en ocasiones, se interpreta como una provocación en una sociedad que tiende a marginar este aspecto o a admitirlo, como mucho, en la esfera de las opciones individuales de cada uno.

La Iglesia católica está firmemente comprometida para que se otorgue el justo reconocimiento a la dimensión pública de la afiliación religiosa. Se trata de una exigencia de no poco relieve en el contexto de una sociedad mayoritariamente pluralista. Sin embargo, es necesario estar atentos para que el respeto hacia el otro se mantenga siempre. El respeto reciproco crece solamente sobre la base de un entendimiento sobre ciertos valores inalienables, propios de la naturaleza humana, sobre todo la inviolable dignidad de toda persona. Este entendimiento no limita la expresión de cada una de las religiones; al contrario, permite a cada uno dar testimonio de forma propositiva de aquello en lo que cree, sin sustraerse al debate con el otro.

En Alemania, como en muchos otros países, no sólo occidentales, dicho marco de referencia común está representado por la Constitución, cuyo contenido jurídico es vinculante para todo ciudadano, pertenezca o no a una confesión religiosa.

Naturalmente, el debate sobre una mejor formulación de los principios, como la libertad de culto público, es amplio y siempre abierto; con todo, es significativo el hecho que la Ley Fundamental los formule de modo todavía hoy válido, a más de 60 años de distancia (cf. Art. 4, 2). En ella, se pone de manifiesto, ante todo, ese ethos común que fundamenta la convivencia civil y que, de alguna manera, marca también las reglas aparentemente sólo formales del funcionamiento de los órganos institucionales y de la vida democrática.

Podríamos preguntarnos cómo puede un texto, elaborado en una época histórica radicalmente distinta, en una situación cultural casi uniformemente cristiana, ser adecuado a la Alemania de hoy, que vive en el contexto de un mundo globalizado, y marcada por un notable pluralismo en materia de convicciones religiosas.

La razón de esto, me parece, se encuentra en el hecho que los padres de la Ley Fundamental eran plenamente conscientes de deber buscar en aquel momento importante un terreno sólido, en el cual todos los ciudadanos pudiesen reconocerse. Al llevar a cabo esto, no prescindían de su afiliación religiosa; es más, para muchos de ellos la visión cristiana del hombre era la verdadera fuerza inspiradora. Sin embargo, sabiendo que debían confrontarse con personas de una base confesional diversa, o incluso no religiosa, el terreno común se halló en el reconocimiento de algunos derechos inalienables, propios de la naturaleza humana y que preceden a cualquier formulación positiva.

De este modo, una sociedad sustancialmente homogénea asentó el fundamento que hoy reconocemos válido para un mundo marcado por el pluralismo. Fundamento que, en realidad, indica también los evidentes límites de este pluralismo: no es pensable, en efecto, que una sociedad pueda sostenerse a largo plazo sin un consenso sobre los valores éticos fundamentales.

Queridos amigos, sobre la base de lo que he señalado aquí, pienso que es posible una colaboración fecunda entre cristianos y musulmanes. Y, de este modo, contribuiremos a la construcción de una sociedad que, bajo muchos aspectos, será diversa de aquello que nos ha acompañado desde el pasado. En cuanto hombres religiosos, a partir de las respectivas convicciones, podemos dar un testimonio importante en muchos sectores cruciales de la vida social. Pienso, por ejemplo, en la tutela de la familia fundada sobre el matrimonio, en el respeto de la vida en cada fase de su desarrollo natural o en la promoción de una justicia social más amplia.

También por este motivo, considero importante celebrar una Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia del mundo; y llevaremos a cabo esta iniciativa el próximo 27 de octubre, a los 25 años del histórico encuentro de Asís, guiado por mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II. Con dicha reunión, mostraremos con sencillez que, como hombres religiosos, ofrecemos nuestra contribución específica para la construcción de un mundo mejor, reconociendo al mismo tiempo que, para la eficacia de nuestras actividades, es necesario crecer en el diálogo y en la estima recíproca.

Con estos sentimientos, renuevo mi cordial saludo y les doy las gracias por este encuentro, que enriquece mi estancia en mi patria. Gracias por vuestra atención.

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