23.09.11

 

Tras los dos discursos que Benedicto XVI a dirigido a los líderes luteranos alemanes, muchos se fijarán en sus palabras sobre Lutero. El Papa ha dicho del heresiarca germano algo que se podría decir exactamente igual de muchos otros heresiarcas y herejes a lo largo de la historia. O sea, que fueron bien intencionados en su búsqueda de la verdad. Y que muchas de las preguntas que se hicieron son válidas. Pues vale, es una forma de verlo. Eso no cambia el hecho de que erraron en su camino y que sólo en la Iglesia se encuentra la verdad en su integridad.

El Santo Padre también ha recordado que lo que nos une a todos los cristianos es nuestra creencia en el Dios trino. No hay novedad alguna en tal aseveración. Precisamente la creencia en la doctrina trinitaria es lo que marca la diferencia entre quien diciendo creer en Cristo puede ser llamado cristiano y quien diciendo lo mismo no lo es. El que no dice con Santo Tomás “Señor mío y Dios mío“, cree en otro Cristo diferente del de la Escrituras.

Ahora bien, lo que más me ha llamado la atención de las palabras del Papa a los luteranos han sido estos dos párrafos:

En los últimos tiempos, la geografía del cristianismo ha cambiado profundamente y sigue cambiando todavía. Ante una nueva forma de cristianismo, que se difunde con un inmenso dinamismo misionero, a veces preocupante en sus formas, las Iglesias confesionales históricas se quedan frecuentemente perplejas. Es un cristianismo de escasa densidad institucional, con poco bagaje racional, menos aún dogmático, y con poca estabilidad. Este fenómeno mundial nos pone a todos ante la pregunta: ¿Qué nos transmite, positiva y negativamente, esta nueva forma de cristianismo? Sea lo que fuere, nos sitúa nuevamente ante la pregunta sobre qué es lo que permanece siempre válido y qué pueda o deba cambiarse ante la cuestión de nuestra opción fundamental en la fe.

Voy a ser claro. El Papa alemán no acaba de entender cómo es posible que el cristianismo evangélico esté avanzando a pasos agigantados sobre las cenizas del protestantismo histórico y, en algunos países, sobre las cenizas de un catolicismo light, adulterado y secularizado internamente. Efectivamente, el protestantismo histórico está en vías de desaparición. Está absolutamente infectado de la teología liberal, la cual es incompatible con cualquier cosa que huela a cristianismo.

De hecho, los luteranos a los que Benedicto XVI ha hablado hoy son en buena medida piezas de un museo al que ya casi nadie acude. Y ese es uno de los “dramas” -en mi opinión “hecho providencial"- del ecumenismo hoy en día. A saber, en el protestantismo, los únicos interesados, a su manera, en el diálogo ecuménico son los que agonizan bajo el cáncer del citado liberalismo teológico. A los evangélicos “no históricos", el ecumenismo les parece poco menos que un instrumento de Satanás cuyo único fin es que todos los cristianos se unan a Roma, a quien mayoritariamente consideran como la sede del anticristo. En esto último, curiosamente, son más fieles a Lutero que los luteranos “oficialistas”.

El cómo piensa este Papa y los papas siguientes abordar esa realidad -tozuda como ella sola-, es una cuestión que me produce una curiosidad que está cerca de ser malsana. Por mi parte, seguiré diciendo que, en relación al ecumenismo con los protestantes, el rey está desnudo, por mucho que lo quieran tapar con documentos conjuntos que ni siquiera son vinculantes. Cuento con cierta ventaja sobre muchos católicos. Sé lo que es ser protestante y lo que es ser católico. Y de la misma manera que el agua y el aceite no se pueden mezclar, el protestantismo y el catolicismo no pueden alcanzar una unión plena sin renunciar a sus naturalezas respectivas.

Tenemos mucho en común. Podemos ir de la mano en muchas cosas. Podemos rezar. Podemos ayudarnos en los países donde los cristianos somos perseguidos. Pero ni siquiera compartimos la misma Revelación, pues nuestra Biblia no es la suya. La Iglesia no va a aceptar jamás el Sola Scriptura y el libre examen. Y los protestantes no van a aceptar que la Tradición forma parte de lo revelado por Dios ni van a asumir el papel del Magisterio de la Iglesia. Eso es así, lo queramos o no. Punto final a ese tema, señores.

Destaco igualmente este otro párrafo del discurso papal:

La ausencia de Dios en nuestra sociedad se nota cada vez más, la historia de su revelación, de la que nos habla la Escritura, parece relegada a un pasado que se aleja cada vez más. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En esto debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente.

“To be or not to be", que diría Hamlet. ¿Vamos a ser cristianos de verdad o nos vamos a convertir en cristianos mundanos, influenciados por el mundo en nuestra forma de pensar, hablar y actuar? Eso lo dice el Papa ante aquellos que, como los luteranos, ya han aceptado el divorcio, que tienen división de opiniones sobre el aborto y que admiten el matrimonio homosexual. Pero también se lo dice a los “católicos” que quieren que la Iglesia vaya por ese camino.

Que Benedicto XVI plantee la colaboración mútua para no adulterar la fe -que, por cierto, ya está adulterada en el protestantismo- como tarea ecuménica es bien interesante. Sobre todo porque, siendo conscientes de que el protestantismo histórico está absolutamente mundanizado, es el catolicismo quien puede marcarle la senda a seguir. El magisterio del Papa es luminoso en ese sentido. Ni que decir tiene que los luteranos, infectados de liberalismo, nos van a enseñar más bien poco a vivir la fe católica de forma coherente.

En resumidas cuentas, el Obispo de Roma ha pronunciado ante los luteranos un discurso claro adornado de flores ecuménicas. Pero lo que realmente importa es el mensaje, no las flores. Éstas se marchitan. La verdad, el mensaje del Papa, permanece.

Luis Fernando Pérez Bustamante