22.09.11

La Iglesia es el don más bello de Dios

A las 10:50 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El papa Benedicto XVI predica admirablemente bien. Todas sus homilías merecen ser leídas una y otra vez. La pronunciada esta tarde en la Misa celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín es sencillamente ejemplar: muy clara, muy bíblica, muy teológica, muy realista y, a la vez, muy esperanzada.

Comenta el papa el evangelio proclamado: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). En la vida de los santos se encuentra la clave para la exégesis de este texto; pensando en ellos “podemos comprender lo que significa vivir como sarmientos de la verdadera vid, que es Cristo, y dar mucho fruto”.

Entre Cristo y la Iglesia se da una unión similar a la de la vid con los sarmientos, una relación de pertenencia: se podría decir que “un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital”.

¿Qué es la Iglesia? “La Iglesia es esa comunidad de vida con Él y de uno para con el otro, que está fundada en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía”. Esa comunión vital lleva a la identificación: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”.

De esa comunión deriva un destino común: “En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros y nosotros con Él”. Él, Jesús, “es quien sufre las persecuciones contra su Iglesia”, tal como se lo hizo ver a Saulo en el camino de Damasco.

¿Cuál es la misión de la Iglesia? Con palabras de la Lumen gentium el papa dice: la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” que existe para los pecadores, para abrirles el camino de la vida.

¿Cómo se debe mirar a la Iglesia? Hay una mirada que se queda en su apariencia exterior. Se mira a la Iglesia como si fuese “una organización más en una sociedad democrática, a tenor de cuyas normas y leyes se juzga y se trata”. Si encima “se añade también la experiencia dolorosa de que en la Iglesia hay peces buenos y malos, grano y cizaña, y si la mirada se fija solo en las cosas negativas, entonces ya no se revela el misterio grande y profundo de la Iglesia”.

¿Cuáles son las consecuencias de esa mirada? Son la “insatisfacción y el desencanto” si la Iglesia no es lo que yo, superficialmente, pretendo que sea.

El Señor advierte: “sin mí no podéis hacer nada”. La decisión de separarse de Él es muy seria. No da lo mismo estar unido a la vid o estar separado de ella. Citando a San Agustín, el papa dice: “El sarmiento ha de estar en uno de estos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para librarse del fuego”.

La vid es un signo de esperanza: En “momentos de necesidad nos sentimos a veces aplastados bajo una prensa, como los racimos de uvas que son exprimidos completamente. Pero sabemos que, unidos a Cristo, nos convertimos en vino de solera”.

En Cristo, en la vid, hay futuro y alegría: “En nuestro tiempo de inquietudes e indiferencia, en el que tanta gente pierde el rumbo y el fundamento; en el que la fidelidad del amor en el matrimonio y en la amistad es frágil y efímera; en el que desearíamos gritar, en medio de las necesidades, como los discípulos de Emaús: ‘Señor, quédate con nosotros, porque que anochece, porque las tinieblas nos rodean’; el Señor resucitado nos ofrece aquí un refugio, un lugar de luz, de esperanza y confianza, de paz y seguridad”.

La Iglesia es, en palabras de Pío XII, “la plenitud y el complemento del Redentor”. El “don más bello de Dios”.

Guillermo Juan Morado.