30.09.11

 

Eran las ocho de la tarde-noche madrileña. Alrededor de cuarenta fieles esperan que salga el sacerdote para oficiar la Misa. Poco antes había entrado un personaje pintoresco. Llevaba un gorro de paja y una raqueta en la mano y vestía bermudas azules y blancas de cuadros, así como una camisa blanca. De repente saca una pistora de la funda de la raqueta, se acerca a una mujer embarazada y le descerraja un tiro en la sien. Da unos pasos más y dispara a una señora en el pecho. A continuación se acerca al altar, apunta la pistola hacia el sagrario pero acaba por suicidarse con un tiro en la boca.

En seguida llegan las asistencias sanitarias. Intentan animar a la mujer embarazada pero ven que ya ha fallecido. Una doctora decide hacer una cesárea para sacar a su bebé. Está en parada cardio-respiratoria pero consiguen reanimarle e inmediatamente se lo llevan a la UVI del hospital de La Paz. La criatura está muy grave y no se sabe el daño neurológico que sufre. La otra mujer herida en el tiroteo es también ingresada y su estado es grave pero parece que podrá salvar su vida.

Hasta ahí el relato de los hechos. Hoy se van conociendo más datos sobre el asesino y sus víctimas. Lo habitual en estos casos es suponer que el agresor está loco. Puede que sí, puede que no. Cuando el mal se encarna, a veces se disfraza de locura para justificar su proceder. El asesino tiente antecedentes policiales de todo tipo. También se asegura que solía vivir en la calle y dormir en albergues para personas sin hogar. Lo cierto es que el sujeto había planeado su crimen, pues en un bar preguntó por el horario de misas. Las razones de su crimen sólo las sabe Dios y, si acaso, los demonios que le estén entrevistando ahora en el infierno -sí, ya sé que no se puede asegurar que esté ahí y tal y cual… pero paso-, donde le espera una eternidad de castigo y sufrimiento.

Lo cierto es que una vida se ha visto truncada de manera absurda y otra está a punto de llegar a su fin. Una madre muerta, un bebé muy grave y otra mujer herida así porque sí. Porque a un miserable le dio por irse de este mundo llevándose a inocentes por delante. El que lo haya hecho en una iglesia no creo que sea casual. A Satanás le gusta poner a los cristianos ante situaciones que les lleven a preguntarse por qué Dios permite el mal.

La respuesta al mal siempre es la misma. Cristo derrotó a la muerte en la Cruz. Su resurrección es sello que nos garantiza la vida eterna a quienes ponemos nuestras vidas en sus manos. La mujer fallecida acudía a su encuentro en la Misa. Quiera Dios que haya pasado de la liturgia en la tierra a la que se celebra en el cielo. Rogamos por su alma y por todos aquellos que la amaban y sufren hoy su pérdida. Rogamos también por su hijo. Que pueda vivir y sin sufrir consecuencias indeseables por el tiempo en que su cerebro se quedó sin oxígeno. Y levantamos también nuestras plegarias por la mujer herida para que pueda recuperarse prontamente.

Mientras Cristo no regrese en gloria y poder, seguiremos sufriendo sucesos como el de ayer. Pero a quienes se conceda la gracia de morir en comunión con Dios, la eternidad les tiene deparada otra realidad. Concretamente esta:

Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado".
Ap 21,2-4

Y esta:

Luego me mostró el río de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. Y no habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos.
(Ap 22,1-5)

Hoy hay lágrimas en nuestros ojos. Hoy vivimos entre gritos y fatigas. Hoy acarreamos nuestras respectivas cruces. Pero sabemos que el Señor es nuestra meta, nuestro destino, nuestra esperanza. A él sea la gloria ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Luis Fernando Pérez Bustamante