4.10.11

 

Los cristianos en Oriente Medio, y en general en cualquier país donde son minoría, tienen una visión distinta a la de Occidente sobre los movimientos “liberadores” que están cambiando la fisonomía socio-política de la región en los últimos meses. Mientras que en Europa y América se ve con buenos ojos esa especie de revolución supuestamente pro-democrática, las iglesias locales saben bien lo que puede ocurrir en caso de que los partidos islámicos lleguen al poder tras vencer en las urnas.

Y es que para el fundamentalismo islámico, lo verdaderamente importante es alcanzar el poder para imponer el Islam sobre el resto de la sociedad. Les da igual si logran su objetivo a través de revoluciones, como ocurrió en Irán, o si lo hacen ganando en las urnas. El resultado es el mismo. Una vez que tienen el control, no hay manera de que lo suelten.

Por tanto, el hecho de que haya elecciones no implica que en esos países vayan a disfrutar de un régimen de libertades como los existentes en nuestras naciones. Europa sabe bien lo que ocurre cuando en las urnas vence una opción política totalitaria. Fue el caso del nazismo.

Es por ello que no tiene nada de particular que las iglesias cristianas miren con preocupación lo que está ocurriendo en Siria. El ejemplo de Iraq es muy cercano tanto geográfica como temporalmente. Nadie duda que Saddam Hussein era un villano, un dictador que gustaba de aplastar a sus opositores y que además tenía una querencia especial contra los kurdos. Pero los cristianos vivían relativamente bien bajo su régimen. Incluso uno de ellos era su ministro de asuntos exteriores. La “liberación” de Iraq supuso el principio de la opresión de los cristianos iraquíes. Tan es así que muchos decidieron emigrar, siendo precisamente Siria el destino preferido para una gran parte de los que huían de la persecución a manos de los fundamentalistas.

Históricamente, el Islam ha permitido la existencia de minorías religiosas en el seno de las sociedades musulmanas, siempre que sus miembros aceptaran su condición de ciudadanos de segunda. Y como eso viene determinado por la propia religión islámica, difícilmente va a ocurrir algo distinto en los países donde el Corán y la sharia sean el alma de la legislación. Y eso es lo que pretenden los partidos islámicos que pueden llegar al poder ganando las elecciones. Por supuesto, dado que el libro sagrado de los musulmanes decreta la muerte del que se convierte a otra religión, es imposible que la Iglesia sea libre para predicar el evangelio allá donde los fieles a Mahoma gobiernan. Es más, lo normal es que los cristianos se enfrenten al martirio por ser fieles al mandato de Cristo de evangelizar a todos los pueblos. Lo que ocurre hoy en Irán, donde un pastor evangélico ha sido condenado a muerte por haber apostatado del Islam, es lo “lógico". Y no parece que Occidente vaya a pasar del pataleo cuando de lo que se trata es de defender los derechos de los cristianos en los países islámicos.

¿Significa eso que los cristianos deben de apoyar a las dictaduras de naturaleza laicista? Pues no. El hecho de que la actual dictadura en Siria no masacre cristianos no significa que estos deban verla con buenos ojos. Es más, puede resultar muy peligrosa la idea de que a los cristianos les importe un pimiento que una dictadura masacre a su pueblo mientras entre los masacrados no haya seguidores de Cristo. De hecho, creo que es un deber de la Iglesia el denunciar cualquier acción violenta y tiránica de un gobierno contra sus ciudadanos. Preocuparse por la persecución propia futura mientras se mira para otro lado ante la persecución ajena actual no parece una actitud muy evangélica.

La credibilidad del cristianismo depende de su fidelidad a su naturaleza profética. Cuando la Iglesia no levanta su voz ante la violencia institucional falta a su misión de ser luz del mundo y sal de la tierra. Y eso es así en Siria o en Irán tanto como en España o Argentina. Supongo que es muy fácil hablar de todo esto desde un país en el que ser católico no implica, al menos de momento, que puedas acabar en la horca. Pero todos hemos de vivir nuestra fe en las circunstancias que nos ha tocado vivir. Y la gracia de Dios está al alcance de todos los bautizados que estén dispuestos a ser fieles a Dios incluso hasta el martirio. Debemos ayudar a nuestros hermanos en Oriente Medio. Debemos denunciar a los que les persiguen. Y, seguro que se me entiende, sinceramente no tiene mucho sentido organizar jornadas de oración -común o no común- con quienes son protagonistas activos de esa persecución o miran para otro lado cuando sus correligionarios la ejecutan. Ahora bien, nuestra ayuda no puede llevarse a cabo a costa de diluir la misión que tienen encomendada por el mero hecho de ser cristianos. Y si decir esto es política y eclesialmente incorrecto, lo siento mucho.

Luis Fernando Pérez Bustamante