9.10.11

 

Sepan ustedes, estimados lectores, que “hay grupos de varones que se dedican al deporte de tirar piedras contra los demás desde el universo de los blogs y de algunas webs“. Teresa Forcades dixit. Sepan ustedes además que por culpa de esas críticas, “tuve una amonestación del Vaticano, a la que respondí". Teresa Forcades dixit también.

Como quiera que me encuentro entre los tirapiedras, he pensado si decirle algo a esta “víctima” de mi actividad deportiva. En realidad no es que yo le tire piedras a Sor Teresa. Más bien es ella la que tira pedruscos gigantescos contra la doctrina católica. Y claro, como llevo más de una década dedicado a difundir y defender esa doctrina, me resulta un “pelín” violento el ver como desde mi propia Iglesia hay gente empeñada en atacarla.

Es decir, si un protestante o un Testigo de Jehová arremete contra la fe católica, me puede sentar mejor o peor, pero no puedo esperar otra cosa. De hecho, yo mismo me dediqué a semejante tarea durante los años previos a mi reconversión al catolicismo. Pero Dios no quiso que me pasara el resto de mi vida dando coces contra el aguijón y me tiró del caballo de la soberbia del libre examen de las Escrituras. Su gracia, y sólo su gracia, me concedió el don de profesar la fe que fue entregada una vez a los santos, la fe de la Iglesia de Cristo.

Por eso me molesta que esa fe sea prostituida. Eso, y no otra cosa, es lo que hace Sor Teresa Forcades. Pero no solo ella. También lo hace, sin salir de la teología española, el P. Juan Masiá, jesuita, el teólogo Torres Queiruga y tantos otros. Si no pretendieran ser católicos, si no fueran sacerdotes -o monja- en ejercicio, no les haría gran caso. Por ejemplo, pocas veces me habrán ustedes leído un post rebatiendo las tesis teológicas de Xabier Pikaza, cura secularizado y felizmente casado, o de José Segovia, pastor reformado de Madrid. Durante los años siguientes a mi regreso al catolicismo mantuve infinidad de debates con evangélicos, pero hoy por hoy considero más necesario combatir a la secularización interna de la Iglesia que entablar disputas doctrinales con los hermanos separados. Y es que, sin la menor duda, hacen mucho más daño a la Iglesia Católica los protestantes de dentro, que además son teológicamente liberales, que los protestantes de fuera.

Ciertamente podría dedicarme a otras cosas. Podría ser catequista de niños de primera comunión o de confirmación -a esto ya me he ofrecido pero es que apenas hay jóvenes confirmantes en mi parroquia-. Podría dedicar gran parte de mi tiempo a ser voluntario de Cáritas. Podría involucrarme mucho más en el día a día de mi parroquia y de mi diócesis. Podría, y sin duda preferiría, pasarme las horas muertas rezando y/o leyendo a los Padres de la Iglesia, las vidas de los santos, los libros de buena teología y espiritualidad católica. Podría incluso estudiar ciencias religiosas o teología, tal y como está haciendo mi querida esposa. Pero la Providencia ha ido guiando mis pasos y aunque mañana quizás haga otra cosa, ahora hago lo que hago.

Debido a que mi actividad eclesial es la que es, la polémica es mi compañera de viaje. De la misma manera que sufrí todo tipo de críticas, ataques y reacciones airadas por parte de quienes habían sido mis hermanos en la fe protestante evangélica, hoy soy un personaje molesto para los teólogos heterodoxos que pululan por la Iglesia Católica. Pero existe una diferencia bastante importante entre unos y otros. Los protestantes evangélicos, al menos los más formados, no tienen inconveniente en debatir con apologetas católicos. Los “católicos” heterodoxos tienden a rehuir el debate, pues están acostumbrados a recibir los vítores de ese sector eclesial y mediático que les encumbra, que les tiene en palmitas. A todo lo que llegan es a quejarse de que unos pocos les plantamos cara, pero son absolutamente incapaces de rebatir nuestros argumentos con algo que no sea una mera repetición de típicos tópicos sin sustancia real.

Un posible debate con ellos debería de tener dos fases. La primera consistiría en discernir si lo que sostienen es la fe y la moral católica u otra cosa. Y ahí saben que tienen todas las de perder. Son conscientes de que se apartan del Magisterio y de hecho hacen de ello su modus vivendi. Cuando yo hablo de cuestiones doctrinales con un protestante, no tengo que dedicar mi tiempo a demostrar que lo que él sostiene no es catolicismo. Es más, pensaría que le estoy tomando el pelo si le dijera que es católico, apostólico y romano. Pues bien, eso es lo que hacen los Masiá, Quieruga y Forcades. Tomarnos el pelo a todos pretendiendo que son lo que no son. Si al menos admitieran que su teología no es catolica, podríamos pasara a la segunda fase del debate.

Dice Sor Teresa que debido a lo que hacemos algunos, ha recibido una amonestación del Vaticano. Pues si esa fuera la verdad, sería verdaderamente triste. Si en la Iglesia todos hicieran lo que les corresponde hacer, a Forcades no le habrían amonestado por la actividad de los “tirapiedras” sino por la petición expresa de los obispos. Es decir, no corresponde a los blogueros católicos velar por la sana doctrina. Lo hacemos con gusto o con disgusto, pero no tenemos la más mínima autoridad eclesial para corregir los errores de quienes hacen las veces de ciegos que guían a otros ciegos al abismo de la herejía. Esa tarea es responsabilidad de los obispos y, en los casos donde haya dudas o la autoridad episcopal ordinaria no llegue, de la Santa Sede. Incluso antes que nosotros, simples blogueros, están los teólogos que sí son ortodoxos y que podrían hacer una labor fundamental en esa tarea de combatir la herejía en el seno de la Iglesia. Pero los pocos que lo hacen -en InfoCatólica conocemos a algunos- tienen que ver como se convierten en apestados a los se les pone el sambenito de fundamentalistas. La mayoría de los teólogos ortodoxos prefieren la comodidad, la cobardía y la tibieza que mira para otro lado cuando la fe es pisoteada por sus camaradas de profesión y/o vocación teológica.

¡Qué más quisiera yo no tener que dedicar una sola línea a Forcades! Sería señal de que se habría convertido a la fe católica -rezo por ello pues sería motivo de gozo para todos- o de que Roma habría hecho algo más que amonestarla. Porque esa amonestación no ha servido absolutamente para nada. Sor Teresa Forcades sigue haciendo exactamente lo mismo que provocó la llamada de atención. Si acaso, con más ganas y más repercusión mediática. Así que mientras la Iglesia no haga con ella lo que el sentido común, no digamos ya el bien espiritual de los fieles, dictamina, pues unos cuantos seguiremos “tirando piedras". De hecho, si no lo hiciéramos nosotros, las propias piedras lo harían.

Luis Fernando Pérez Bustamante