11.10.11

Por lo que llegan a ofenderse algunas…

A las 12:40 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Sujetos activos contra la fe
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Hay momentos en los que uno tiene que leer las cosas dos veces porque no es posible que alguien pueda llegar a decir lo que dice sin pensarlo, al menos, una vez, sin aparentemente darse cuenta o, en fin, diciendo lo que en verdad cree y piensa.

El caso es que, como podemos recordar, el pasado mes de julio sucedió algo insólito en el Parlamento valenciano: quien iba a jurar el cargo de presidente de tal institución, Sr. Cotino, tuvo la idea de hacerlo ante un crucifijo que mantuvo allí hasta que termino la citada ceremonia.

Como era de esperar los de siempre pusieron el grito, el suyo, en el cielo (cosa rara siendo tan mundanos) y se quejaron. Presentaron, entonces, una propuesta para que desapareciera, en tan especiales momentos, “cualquier” símbolo religioso que es lo mismo que decir que desaparezca, por ejemplo, el crucifijo y, a lo mejor, hasta la Biblia.

Ahora, meses después, se les ha negado tal propuesta por estar alejada de la realidad social valenciana y, además, española.

Como no podía ser menos alguna de las personas que apoyó tan extemporánea propuesta ha vuelto a poner el grito en el cielo y ha dicho algo que la califica perfectamente. Se trata de Esther López, a la sazón portavoz de Izquierda Unida que son, para que nos entendamos pronto, los comunistas (¡Aún los comunistas!) haciendo de su capa un sayo y produciendo malestar.

Pues bien, ha dicho que le “ofendió” la presencia del crucifijo.

Y, claro, ante tal desfachatez uno se pregunta si es que puede haber ofensa en que tal símbolo esté donde estuvo y, sobre todo, si es posible que exista una razón (o varias) que puedan sustentar el decir que ofende su presencia.

Es propio de un comportamiento muy contrario a la normalidad más llevadera querer destruir de forma que no se respete nada y que nada se tenga en cuenta. Así, el vándalo procede en contra de lo que es, en su opinión, contrario a toda razón particular. Destruye no porque quiera construir nada sino porque, al contrario, el ansia que mueve tal forma de actuar es, precisamente, la que le lleva a deshacer lo que estaba hecho.

El vandalismo que pretende terminar con los aspectos culturales que determinan cómo es una sociedad como la europea seguramente pretende que otros imperen. Que sean ateos, agnósticos o propios de otras religiones que no sean la católica poco importa para el caso. Lo que sí es de importancia es que personas como las que presentaron la tal propuesta en el parlamento valenciano no aprecian en su totalidad la barbaridad que pretenden llevar a cabo. Y esto porque una sociedad no es algo que se cambia por mera ingeniería, exactamente social, sino que se trata de un todo que se ha conformado a lo largo de los siglos y resulta muy difícil torcer el brazo a la tradición social sobre todo si la misma ha arraigado en las profundidades del alma.

Y tales siglos son los que, desde que el cristianismo llegó desde oriente hasta tierras occidentales de Europa, han pasado. Son más de veinte que, para una sociedad es un tiempo importante que deja huellas indelebles en su forma de ser.

Y tal tradición no se entendería sin la cruz. Es más, sin tal símbolo el cristianismo no sería nada porque nada supondría sino la mera doctrina de una persona que, en su vida, fue buena. Nada más. Pero porque hubo cruz hubo perdón y hubo salvación.

Por eso es la cruz, precisamente, el momento en el que Cristo da su vida, su sangre, por toda la humanidad y para la salvación de la misma. Y luego, la resurrección del Hijo de Dios certificó que todo lo que había dicho y hecho era, y es, cierto y, por eso mismo, aquellos maderos sobre los que tendieron al hombre que, al parecer, había traicionado a su pueblo (siendo falso esto), tienen una importancia sin el respeto a los cuales nada se entiende y, sobre todo, nada se puede saber de lo que hoy es Europa y, en general, occidente y que tantas veces están pretendiendo que olvidemos o tengamos por no sucedido.

Además, sabiendo que Jesucristo fue un defensor a ultranza de la mujer y de su dignidad, aún se entiende menos esto en aquellos que dicen, con falsedad como podemos ver, tener a la mujer como objetivo prioritario de sus políticas sociales.

Nos vale, aquí, un ejemplo que, traído al tema en cuestión, explica muchas cosas porque, digo como ejemplo, estar aquejado por Alzheimer, que sólo las personas que acompañan al enfermo pueden saber (quien padece tal enfermedad no es, siquiera, consciente de lo que le pasa) lo que supone, no ha de ser nada agradable. Sin embargo, tal enfermedad, aplicada al sentir social es, aún, de una gravedad superior porque afecta, por decirlo así, a muchas más personas.

Una de las características del Alzheimer es que se va, progresivamente, perdiendo la memoria y eso deja al individuo que la padece en una situación muy peligrosa para su vida. Poco a poco se va perdiendo lo que se sabía y, así, el empeoramiento físico no cesa hasta que se produce la inexorable muerte.

Eso es lo que, exactamente, se pretende con actuaciones como la que llevaron a cabo los que presentaron la propuesta aquí traída: que poco a poco se vaya olvidando lo que supone la fe para muchos millones de personas imponiendo la dictadura de lo políticamente correcto y del gusto por la minoría a la que se ensalza, además, como ejemplo a seguir. Y esto es, justamente, actuar de forma contraria a como se debería hacer en una democracia donde, se supone, impera lo que entiende la mayoría que debe imperar.

Sin embargo, tal forma de actuar no parece que valga cuando se trata de lo religioso (aquí cristiano) que es, como cualquiera sabe en Europa, lo que cree la gran mayoría de personas que tal continente habitan y en el que viven y mueren.

Y es que, a lo mejor, molesta la entrega de Cristo por el mundo, la entrega hasta el extremo que eso supone (frente al egoísmo mundano) y el amor que manifestó por sus semejantes (frente al olvido del necesitado de muchos mundanos preocupados por sí mismos) También, a lo mejor, no gusta que Jesús no quisiera la muerte por la muerte (caso, por ejemplo, del aborto).

Y es que hay personas que se ofenden por lo que no deberían ofenderse y por lo que deberían estar agradecidas. Aunque, claro, la comprensión y el respeto por el otro es, a lo mejor, demasiado pedir a según qué personas.

Eleuterio Fernández Guzmán