13.10.11

 

Mons. André-Joseph Léonard, arzobispo de Malinas-Bruselas, ha “desaconsejado” a los fieles divorciados y vueltos a casar que desempeñen el cargo de director en escuelas católicas y que enseñen religión. Nótese que no ha prohibido, ordenado, exigido o cualquier verbo similar. No, sólo ha desaconsejado. Y sin embargo, los primeros que se le han tirado al cuello han sido los directores y una asociación de padres católicos.

Un tal Jean-Pierre Merveille, que representa a los primeros, dice que las palabras del arzobispo son aberrantes y recuerda que el marco legal establece una clara distinción entre vida privada y pública. Lo mismo dicen el resto de los que se oponen al primado belga. Es decir, si uno en su vida privada es un sinvergüenza, un golfo y/o un adúltero, puede legalmente ser director de un colegio religioso y dar clase de religión católica. Pero lo que el prelado plantea no es la legalidad de esa circunstancia sino más bien su moralidad y eclesialidad. En ese sentido, me parece que el arzobispo se queda un poco corto. Lo que debería de decir es que todo colegio religioso que tenga como director a alguien que vive públicamente apartado de la moral y la enseñanza de la Iglesia -divorciado o no-, perderá su condición de centro escolar católico.

Sin embargo, el mayor problema no es que haya divorciados vueltos a casar -Cristo los llamaba adúlteros, pero se ve que en el lenguaje tenemos que ser más “buenos” que el Señor- dirigiendo colegios y dando clases de religión. No, el drama es que haya heterodoxos haciendo tal cosa. El propio Merveille demuestra con sus palabras que es un personaje que tiene muy poco de católico. A menos que sea capaz de explicarnos en qué parte del evangelio se nos dice que, a la hora de ser cristiano, una cosa es la vida pública y otra la privada. Ese discurso es exactamente el mismo de los que quieren hacer desaparecer el catolicismo del ámbito de lo público, dejándolo como una mera cuestión privada. O sea, “id a Misa los domingos pero dejad vuestras creencias aparcadas en vuestra vida profesional y pública“.

Lo queramos o no, la apostasía es una realidad visible en el mismo seno de la comunión eclesial. Especialmente en Europa. Mientras que a nivel de jerarquía las cosas han ido mejorando en la última década, los “cuadros medios” de muchas diócesis europeas y altos cargos de instituciones católicas no sometidas directamente a la autoridad episcopal, siguen copados por personajes que están más cercanos al protestantismo liberal o al laicismo anticlerical. La Iglesia de Cristo se arrastra en Europa con una bola de herejía y apostasía atada al pie. Cuando un obispo osa decir lo que en condiciones normales se vería con una obviedad, se encuentra de frente con hordas de falsos católicos que le piden que se calle y le ponen a los pies de los caballos mediáticos que “crean” la opinión pública.

Ayer hablaba con un sacerdote español que me decía que el Libro VI del Código de Derecho Canónico ha desaparecido en la práctica de la vida de la Iglesia. Si nos damos unas leyes y no las cumplimos, hacemos el ridículo. Si quienes se manifiestan públicamente contra las enseñanzas de la Iglesia siguen impunes, lo menos que nos merecemos es que la herejía se enseñoree del rebaño de Cristo. Y poco puede hacer un simple obispo, o unos pocos, si la mayoría del resto del episcopado mira para otro lado.

Lo que acaba de ocurrir en Bélgica es un síntoma más de la descomposición del catolicismo en Europa y América del Norte (EE.UU-Canadá). Pero si pensamos que estamos ante un problema del Occidente “rico e ilustrado", nos equivocamos. En la América Hispana vemos casos como el de Sucumbíos o como el de la PCUP, que apuntan hacia la misma dirección. Muchos acusan al Concilio Vaticano II de ser la fuente de estos males. Pero por más que leemos en los textos conciliares, no vemos ninguno que sirva de justificación para lo que está pasando. Sin embargo, tampoco parece que el último concilio haya dotado a la Iglesia de los instrumentos necesarios para hacer frente a la secularización interna, que amenaza con convertirla en una copia barata del espíritu mundano que se enseñorea de nuestras sociedades. Un Papa abrió las ventanas de la Iglesia y otro dijo que el humo de Satanás había entrado en la misma. Quizás es hora de que otro Papa, o un concilio ecuménico, se dedique exclusivamente a encender los ventiladores que dispersen ese humo, antes de que la totalidad de los fieles muramos asfixiados. Porque una cosa es segura: así no podemos seguir.

Luis Fernando Pérez Bustamante