18.10.11

 

De la entrevista que nos ha concedido al secretario general de la Comunión Tradicionalista Carlista caben deducir varias cosas. La primera de todas, se confirma lo que vengo diciendo desde hace tiempo. El voto católico en España no existe. Es el resultado de décadas de dejación por parte de la Iglesia en España -obispos, sacerdotes, religiosos y seglares-, que ha renunciado a que haya opciones políticas que defiendan su modelo de sociedad allá donde se hacen las leyes que marcarán, precisamente, el tipo de sociedad de la España del siglo XXI. La caída a plomo de la práctica religiosa en este país es un chiste comparado con la caída al abismo de la influencia de la cosmovisión católica en los partidos políticos con representación parlamentaria. El sistema partitocrático hace que los pocos políticos realmente católicos no pinten nada. Y eso no va a cambiar.

La única opción para que el catolicismo pinte algo en la dirección política de nuestra nación es que se logre una coalición electoral de los partidos provida y profamilia extraparlamentarios. Aun así, resultaría muy difícil que llegaran a alcanzar los votos suficientes como para llegar a las Cortes, a los parlamentos autonómicos o a los ayuntamientos. Habría más posibilidades de llegar al parlamento europeo, ya que se trata de elecciones con una sola circunscripción electoral.

Sin embargo, a pesar de la buena disposición de la CTC y AES para lograr esa coalición, las otras siglas que podrían participar en las mismas no quieren. Es decir, prefieren seguir en la nada antes que intentar llegar a ser algo de la mano de partidos cuya “fama” no debe de hacerles mucha gracia. Da igual que Garisoain diga que “no queremos que ningún grupo se disuelva sino, sencillamente, que todos juntos tratemos de llevar a las instituciones alguna voz que reclame un nuevo marco pre-político: el que definen los llamados principios no-negociables“. Sencillamente esos otros partidos minoritarios no quieren ir en un frente unido.

En todo caso, dado que unos y otros apenas suman 50-80.000 votos, no creo que estemos solo ante un problema de siglas. Dice el secretario general de la CTC que “por desgracia la suma de CTC y AES no aporta la “masa crítica” suficiente como para lanzar un proyecto capaz de ilusionar a cientos de miles de votantes“. Tampoco habría masa crítica con Familia y Vida, Sain, Vida Democrática y Regeneración -el partido de Enrique de Diego-. Para que una coalición de todos esos partidos ilusionara a cientos de miles de votantes, haría falga que millones de españoles católicos al menos conocieran su existencia. No se puede pretender que se vote a quien no existe mediáticamente. Y eso sólo se lograría con el apoyo de Cope. Ahora bien, ¿creen ustedes posible que la cadena propiedad de la Conferencia Episcopal Española informaría siquiera, no hablo de apoyar, de la existencia de una coalición así? Yo estoy casi convencido de que no. El Partido Popular presionaría en Añastro hasta extremos insoportables. Y los que conocemos ya como funciona esta vaina, sabemos que dicha presión sería efectiva.

A pesar de ello, creo necesario seguir haciendo lo posible por lograr esa coalición provida y profamilia. Siquiera sea para que los que no estamos dispuestos a ser cómplices de un sistema político abortista y anti-familia tengamos a quien votar. Ahora mismo estamos huérfanos ante las urnas. Dice Javier Garisoain que “el problema es el liberalismo. Una ideología naturalista, desacralizadora, laicista, individualista, voluntarista… que reniega de la tradición de nuestros pueblos, que recluye la transcendencia al ámbito íntimo de la conciencia individual, que excluye la fe de la vida pública“. Bien, de acuerdo. Pero a esa situación no nos han llevado los enemigos de la Iglesia. Hemos sido nosotros los que, desde la Transición, hemos asumido que el tren de España iría por los raíles de esa ideología. Cuando el catolicismo todavía tenía un peso social importante, se renunció a que influyera en la Constitución. El cardenal Tarancón reconoció que la Iglesia sabía que con esa Carta Magna el divorcio y el aborto llegarían a España. No hay más que añadir a sus palabras.

Lo que hoy cosechamos es lo que se sembró entonces. Entonces podíamos y no quisimos. Ahora ni podemos ni está claro que queramos. Los que sí estamos por la labor de que aparezca en España una opción política a la que un católico pueda votar sin ser cómplice del aborto y de la destrucción de la familia, somos una minoría dentro de la propia Iglesia. No verán ustedes a muchos obispos proponiendo algo distinto. Tampoco a muchos sacerdotes. Y los seglares, que somos los que tenemos que llevar a cabo esa tarea, no estamos ni formados ni concienciados de que ese es el camino a recorrer. Algunos se conforman con la benemérita labor de las asociaciones civiles. Pero estamos viendo en vivo y en directo lo poco que sirven para que el partido que gobernará en España los próximos cuatro años mueva un solo dedo en favor de los principios no negociables. Y si no valen para eso, ¿para qué valen? ¿para concienciar a una parte de la sociedad a la que luego sólo se le ofrece como opción el votar al partido de Gallardón y Celia Villalobos? Para ese viaje no hacen falta semejantes alforjas.

Estas serán las primeras elecciones en las que no vote a nadie. Prefiero quedarme en casa antes que ser un peón más de un sistema que se da de tortas con los valores del evangelio, que niega la existencia de principios pre-democráticos que no pueden estar sujetos al capricho de las urnas. Si hubiera una lista provida y profamilia en mi provincia, la votaría. Pero no es el caso. Hay quienes creen que el problema se llama Zapatero. Piensan que Rajoy es la vacuna contra esa enfermedad. Pero a la gripe no se la combate inoculando el virus de la varicela. El PP solo sirve para gestionar mejor la economía. Pero en cuanto a los valores que merecen la pena, incluido el de lograr mantener la unidad de España, es una simple fotocopia barata del PSOE.

Luis Fernando Pérez Bustamante