21.10.11

El planeta privilegiado (3)

A las 12:12 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios, Libros
Comentario de: Guillermo Gonzalez and Jay W. Richards, The Privileged Planet. How our place in the cosmos is designed for discovery, Regnery Publishing Inc., Washington DC, 2004.

Un estimulante comentario del Dr. Francisco José Soler Gil me ha impulsado a cambiar de plan y dejar para más adelante el anunciado post sobre el principio antrópico. Espero que el presente post aclare más las tesis defendidas en “El planeta privilegiado”. Muchas gracias, Dr. Soler.

La definición que el Dr. Soler da del principio copernicano coincide con lo que González y Richards llaman “principio cosmológico”. Pero González y Richards (y yo con ellos) distinguen entre dos principios diferentes: el principio cosmológico, que es un principio de uniformidad del universo, y el principio copernicano, que es un principio de mediocridad, referido a nuestra ubicación o importancia dentro del universo.
 

Según González y Richards, el principio cosmológico establece que a escalas muy grandes el universo es homogéneo e isótropo, es decir que la materia está distribuida de un modo parejo y que el universo luce igual en todas las direcciones. Este principio permitió a Einstein aplicar la relatividad general al universo en su conjunto.

Por su parte, el principio copernicano circula en dos variantes muy relacionadas entre sí. La variante modesta dice que deberíamos asumir que no hay nada especial o excepcional en el lugar o el tiempo que ocupamos en el cosmos. Esta forma del principio copernicano, aunque hasta hace poco podía parecer bastante plausible desde el punto de vista científico, hoy se encuentra gravemente amenazada por las múltiples evidencias científicas que aduce el libro comentado. Por otra parte, la variante audaz del principio copernicano dice que los seres humanos no estamos aquí por un propósito, que el cosmos no fue diseñado con nosotros en mente y que nuestro status metafísico es tan insignificante como nuestra ubicación astronómica.

El principio copernicano, en sus dos variantes, está fuertemente influido por la interpretación naturalista de la “revolución copernicana”. Como vimos en el primer post de esta serie, esa interpretación asume que el desarrollo de la ciencia completó lo que Copérnico había iniciado, quitando sucesivamente a la Tierra, el Sol, el Sistema Solar y la Vía Láctea, no sólo del centro geométrico del universo, sino también de su “centro metafísico”, por así decir. La obra de González y Richards es una concienzuda crítica del principio copernicano en sus dos variantes y también de la pertinencia de dicha interpretación desde el punto de vista histórico.

 


El Capítulo 14 del libro que estoy comentando trata sobre la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI = Search for Extraterrestrial Intelligence) y sus implicancias en relación con el principio copernicano.

En este punto conviene aludir a la segunda cuestión planteada por el Dr. Soler. “El planeta privilegiado” sostiene que las características que hacen habitable a la Tierra son altamente improbables, pero no necesariamente únicas. El debate actual acerca de este punto se refiere a cuántos factores se necesitan para obtener un planeta habitable y, por ende, a cuán comunes o poco comunes son los planetas habitables.

La Figura 14.2 del libro representa gráficamente las distintas posturas en este debate. En el extremo izquierdo está la postura de que ninguna propiedad de la Tierra o del universo es necesaria para la habitabilidad. En el extremo derecho está la postura de que todas las propiedades de la Tierra y del universo son necesarias para la habitabilidad. Hoy nadie sostiene seriamente ninguna de esas dos posiciones extremas. En el centro de la escala figura la postura de Kepler, H. G. Wells y Percival Lowell. Algo hacia la derecha figura el programa SETI. Más a la derecha figura el libro “Rare Earth” de Don Brownlee y Peter Ward. Más cerca del extremo derecho se encuentra “The privileged planet”. Se trata pues de una cuestión de grado; pero no debemos subestimar la importancia de las diferencias entre las distintas visiones en disputa.

La famosa Ecuación de Drake, propuesta por el radio-astrónomo Francis Drake en 1961, permite comprender mejor las distintas posiciones en este debate. Dicha ecuación establece lo siguiente.

N, la cantidad total de civilizaciones tecnológicas capaces de radio-comunicaciones en la Vía Láctea en un momento dado es igual al producto de los siguientes siete factores:
• Ng = cantidad total de estrellas en la Vía Láctea.
• fp = fracción de estrellas con sistemas planetarios.
• ne = cantidad promedio de planetas habitables por sistema planetario.
• fl = fracción de planetas habitables en los que la vida emerge de materia orgánica o precursores orgánicos.
• fi = fracción de estos planetas en los cuales la vida evoluciona hasta producir seres inteligentes.
• fc = fracción de estos últimos planetas en los cuales se desarrolla una tecnología de comunicaciones suficiente.
• fL = fracción de la vida promedio de un planeta durante la cual subsiste una civilización avanzada.

Existen críticas jocosas a la Ecuación de Drake. Bernard Oliver (quien apoya el programa SETI) dice que esa ecuación es “una forma de comprimir una gran cantidad de ignorancia en un espacio pequeño”. Y Bruce Jakosky ha dicho que “la Ecuación de Drake es sólo una forma matemática de decir: ¿quién sabe?”

Basándose en la Ecuación de Drake, en los años sesenta del siglo pasado Carl Sagan, en sintonía con “el espíritu de la época”, estimó que podría haber un millón de planetas con civilizaciones en la Vía Láctea. Hoy esa clase de estimaciones parecen irrealmente optimistas.

En el Apéndice A del libro los autores presentan su propia versión revisada de la Ecuación de Drake. Ellos subrayan que ese apéndice no forma parte del núcleo de su argumento, sino que es más bien un desarrollo ulterior. De todos modos me parece muy interesante.

En la versión de González y Richards, los siete factores de Drake dan lugar a 21 factores (Ng y otros veinte). Nuestros autores proponen una estimación de los primeros 13 de esos 20 factores. Aún dejando de lado los últimos siete factores (que incluyen los factores fl y fi, sumamente discutibles desde un punto de vista filosófico), González y Richards obtienen una cantidad estimada de 0,01 planetas habitables en la Vía Láctea.

Mi interpretación de este resultado es la siguiente. Los autores no se pronuncian sobre si es posible o no que la vida surja espontáneamente de la materia inerte ni sobre si es posible o no que la mera evolución biológica produzca por sí misma vida inteligente. Más bien parecen seguir el juego de los naturalistas y derrotarlos en su propio terreno. Aún suponiendo que esas dos hipótesis naturalistas tan controvertidas sean ciertas, si dejamos todo librado al azar, la probabilidad de que un planeta de la Vía Láctea sea habitable es muy baja.

Más aún, González y Richards dicen que, aunque se incluyera en este cálculo a las otras galaxias del universo observable, no está claro si eso mejoraría significativamente las chances. El peso de los otros siete factores (incluyendo los factores críticos fl y fi) podría sobrepasar el aporte de las galaxias adicionales (cf. pp. 289-290; 342).

Vale la pena señalar que los autores eluden durante todo el libro las cuestiones teológicas y se mantienen firmemente dentro del ámbito científico y filosófico. Además, dentro del ámbito científico ellos evitan sumergirse en las cuestiones biológicas, tratando sobre todo cuestiones referidas a la física, la química, la astronomía y la cosmología.

González y Richards confiesan que antes, como la mayoría, creían en la existencia de vida extraterrestre, pero que ahora son mucho más escépticos al respecto, aunque no la descartan. Ellos incluso sostienen, contra la opinión más extendida, que si encontráramos una civilización extraterrestre, ello favorecería el argumento del diseño inteligente en lugar de perjudicarlo. La vida inteligente parece requerir una combinación de tantos factores altamente improbables que la existencia de dos planetas con civilizaciones, en lugar de uno, sería un indicio más fuerte aún del diseño inteligente del cosmos. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes