21.10.11

En los altares - San Cristóbal

A las 10:37 PM, por Eleuterio
Categorías : General, En los altares
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San Cristóbal

Como suele suceder los nombres que a las personas se nos ponen tiene un determinado significado que, si bien no en todos los casos muestran las características de los mismos quienes los llevan puestos como propios en otros, como es el de de hoy, sí que lo muestra.

Esto lo digo porque “Cristóbal” significa “el que carga o portador de Cristo” y resulta curioso aunque no causal que al santo se le representa, precisamente, llevando sobre un hombro al niño Jesús e, incluso, a veces, a una bola del mundo.

¿Quién era, en realidad, Cristóbal?

Nació en Sidón o en Tiro y era hijo de un rey cananeo. Corría el siglo III de la era cristiana. Era fuerte y de estatura tan grande que estuvo dispuesto a servir a un rey pero no a uno cualquiera sino al mayor rey del mundo pues no era para menos que una persona como él, de nombre Relicto antes de ser bautizado, fuera a servir a un rey poco importante.

Sin embargo, como suele suceder en muchas ocasiones, Dios le tenía reservada otra vida muy distinta porque oyó que el rey más importante del mundo era un tal Cristo del que no había escuchado nada hasta entonces.

Fue en busca de tal rey y tuvo, como maestro, a un ermitaño que, enseñándole, le hizo abandonar la vida de milicia que llevaba. Pero Relicto no cesaba en su intención de conocer a Cristo, de quien tanto había estaba oyendo hablar y al servicio de quien se había puesto.

No sabía Relicto orar ni tampoco se veía con fuerzas para ayunar que fueron las dos formas que le indicó el ermitaño cristiano y que debería practicar para servir a Cristo. Entonces, su maestro le dijo que sirviera a Jesús pasando, a la otra orilla de un cauce peligroso de agua, a quien lo necesitase. Y eso hizo el bueno de Relicto.

Un día llegó a su orilla un niño pequeño que le dijo hiciera el favor de pasarlo al otro lado del cauce. Relicto sin duda pensó que haría un escaso esfuerzo porque aquel joven no parecía pesar mucho.

Sin embargo, a medida que con su báculo iba pasando aquella corriente las aguas se iban embraveciendo y aquel niño aumentada su peso. Eso hizo que Relicto estuviera a punto de ahogarse y si no hubiera sido porque el niño le echó una mano hubiera perecido en aquel instante.

Como era de suponer, Relicto le preguntó al niño que quién era porque le parecía que había soportado sobre su hombro todo el peso del mundo. Y aquel niño, que era Jesús, le dijo que, en efecto, Él era más que todo el mundo y que por eso mismo le había parecido tan pesada su carga pero que, en realidad, le había salvado de perecer en aquel instante.

Le dijo Jesús que por haber portado a Cristo se llamaría, en lo sucesivo, “Cristóforo” (“Cristóbal”) y así, con tal nombre, fue bautizado el gigante cruzador de aguas.

Olvidado el nombre de Relicto y con su nuevo Cristóbal se dedicó a evangelizar a las gentes de Samos. Pero como el Mal no cesa de trabajar en su beneficio, envió al emperador Decio para que emitiera un edicto de persecución contra los discípulos de Cristo. Y Dagón, prefecto de Licia, esclavo de Satanás y de Decio, se afanó en cumplir aquella norma y, como era de esperar, cayó en sus manos, entre otros, también Cristóbal.

Como era lógico el santo se negó a sacrificar a los dioses y sufrió los más terribles tormentos que enfrentó con alegría o gozo. Entre los mismos estuvo el que le sometieron a una lluvia de flechas pero ninguna dio en su cuerpo. Es más, una de las mismas impactó en el ojo del prefecto. Cristóbal le dijo que, en cuanto le cortaran la cabeza mezclara parte de su sangre con polvo y que se lo pusiera en el ojo y así vería Quién (refiriéndose a Cristo) lo había curado. Y eso hizo el prefecto.

Como vio el romano que, en efecto, había curado al instante, se convirtió el mismo ordenó que no se sacrificara a los falsos dioses que, hasta entonces, tanto había defendido.

Por otra parte, se le tiene como patrón de conductores y, en general, de viajeros. Y, por eso mismo, la siguiente

ORACIÓN DEL CONDUCTOR

“Dame Señor mano firme y mirada vigilante para que a mi paso no cause daño a nadie.

A tí Señor que das la vida y la conservas, suplico humildemente, guardes hoy la mía en todo instante.

Libra Señor, a quienes me acompañan, de todo mal: choque, enfermedad, incendio o accidente.

Enséñame a hacer uso también de mi coche, para remedio de las necesidades ajenas.

Haz en fin, Señor, que no me arrastre el vértigo de la velocidad, y que, admirando la hermosura de este mundo logre seguir y terminar mi camino con toda felicidad.

Te lo pido, Señor, por los méritos e intercesión de San Cristóbal, nuestro Gran Patrono.

Amén”.

Eleuterio Fernández Guzmán