23.10.11

El planeta privilegiado (4)

A las 2:16 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios, Libros
 

Comentario de: Guillermo Gonzalez and Jay W. Richards, The Privileged Planet. How our place in the cosmos is designed for discovery, Regnery Publishing Inc., Washington DC, 2004.

En los posts anteriores hemos visto que el principio copernicano (que afirma la mediocridad de nuestra ubicación o importancia dentro del universo), aplicado a la astronomía, enfrenta graves y crecientes dificultades científicas. Pero dicho principio es aplicado también a la cosmología y a la física. En el Capítulo 13 de la obra que estoy comentando, González y Richards parten del hecho de que en esos otros dos ámbitos el principio copernicano está amenazado por dos de los principales avances científicos del siglo XX: los descubrimientos de que el universo tiene una edad finita y está finamente sintonizado para la vida. Posteriormente los autores muestran la fragilidad de los intentos de salvar al principio copernicano recurriendo al principio antrópico.

El principio copernicano en cosmología implica que el universo es infinito tanto en el espacio como en el tiempo.

Esta hipótesis se mantuvo vigente hasta que en la década de 1920 Edwin Hubble descubrió el corrimiento hacia el rojo en el espectro de las galaxias y dedujo la expansión del universo. Este descubrimiento condujo al desarrollo de la cosmología del Big Bang. Dado que esta cosmología sugiere con fuerza que el universo debe el comienzo de su existencia a una causa externa a él, los partidarios del principio copernicano han tratado de encontrar modelos cosmológicos alternativos, que preserven la hipótesis del universo “eterno” y sin comienzo.

En ese sentido, los dos modelos principales fueron el del “universo en estado estacionario” y el del “universo oscilante”. Ambos fueron descartados debido a ulteriores descubrimientos científicos. El abandono del modelo de estado estacionario fue causado por el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo de microondas y del poder explicatorio del Big Bang en relación con la núcleo-síntesis de los elementos livianos. En cuanto al modelo del universo oscilante, se ha vuelto insostenible debido a las siguientes tres objeciones graves (por lo menos): 1) la energía disponible para hacer el trabajo de expansión y contracción del universo decrecería con cada ciclo sucesivo; así, si el universo hubiera existido por un tiempo infinito, ya debería haber alcanzado un estado de equilibrio. 2) Las mediciones más recientes sugieren que la masa total del universo es mucho menor que la requerida para producir una contracción gravitatoria. 3) La expansión del universo no sólo no se está enlenteciendo (lo que podría sugerir una futura contracción), sino que, según las evidencias más recientes, se está acelerando.

El principio copernicano en física implica que las leyes de la física no están arregladas especialmente para la existencia de vida compleja o inteligente.

Este principio ha sido desmentido por el descubrimiento de que las constantes físicas fundamentales exhiben una sintonía finísima que hace posible la existencia de la vida y de la vida inteligente. Si cualquiera de esas decenas de constantes fuera significativamente mayor o menor, el resultado sería, o bien un universo ordenado pero incompatible con la existencia de observadores como nosotros, o bien (con mucha mayor frecuencia) un universo caótico o desordenado. Los autores ilustran esto con la imagen de una “máquina creadora de universos” con una gran cantidad de perillas, cada una de las cuales controla una constante física fundamental. Un sabio extraterrestre ha estado manipulando los controles durante largos años, sin encontrar ninguna combinación útil, salvo la de nuestro propio universo. La impresión de diseño es abrumadora.

Hay dos formas principales de eludir esa impresión. Una de ellas es apelar a una (futura) gran teoría unificada, que relacionaría todas las fuerzas físicas fundamentales. Esto equivaldría a sustituir todas las perillas de la “máquina creadora de universos” por una sola perilla. Pero también esta única perilla exhibiría un ajuste finísimo que requeriría una explicación.

El otro camino para evitar la impresión de diseño está basado en el llamado “principio antrópico”. Hay dos versiones principales de este principio: el Principio Antrópico Débil (PAD) y el Principio Antrópico Fuerte (PAF).

El Principio Antrópico Débil afirma que podemos esperar observar condiciones necesarias para nuestra existencia como observadores. Esto es una verdad evidente, pero no explica las propiedades altamente improbables de la Tierra, del Sol, del Sistema Solar y de la Vía Láctea. Se suele decir que esas propiedades se deben a un “efecto de selección”. El principio copernicano explicaría los aspectos en los que nuestro entorno es ordinario, mientras que el PAD explicaría los aspectos en que es extraordinario. Usar los dos principios juntos es un poco como el cuento del jefe de estación de ferrocarril que dijo que todos los trenes están en hora. Cuando los pasajeros se quejaron de que sus trenes estaban atrasados, el jefe respondió: “En realidad, lo que quise decir es que todos los trenes están en hora, excepto cuando no lo están”. En verdad, el PAD no puede aportar mucho para salvar al principio copernicano.

El Principio Antrópico Fuerte aplica el mismo razonamiento al universo en su conjunto. Afirma que podemos esperar encontrarnos en un universo compatible con nuestra propia existencia. También el PAF es una verdad evidente; pero tampoco el PAF, por sí mismo, explica por qué el universo existe y tiene una sintonía fina. No es sorprendente que observemos un universo habitable, sino que un universo habitable y habitado exista y, hasta donde sabemos, sea el único que existe.

En este punto, a los defensores del naturalismo no les queda otra opción que recurrir a la hipótesis de los universos múltiples o infinitos (el “multiverso”). Los astrónomos Fred Adams y Greg Laughlin lo expresan claramente:

“La aparente coincidencia de que el universo tiene las propiedades especiales requeridas para permitir la vida parece súbitamente mucho menos milagrosa si adoptamos el punto de vista de que nuestro universo, la región del espacio-tiempo a la que estamos conectados, no es sino uno de incontables otros universos. En otras palabras, nuestro universo no es sino una pequeña parte de un multiverso, un gran conjunto de universos, cada uno con sus propias variantes de las leyes físicas. En este caso, la colección entera de universos sería una muestra completa de las muchas variantes diferentes posibles de las leyes de la física… Con el concepto del multiverso en su lugar, la próxima batalla de la revolución copernicana es empujada sobre nosotros. Así como nuestro planeta no tiene un status especial dentro de nuestro Sistema Solar, y como nuestro Sistema Solar no tiene una ubicación especial dentro del universo, nuestro universo no tiene un status especial dentro del vasto mélange cósmico de universos que comprende nuestro multiverso.” (pp. 268-270; la traducción es mía).

El “efecto selección” explicaría por qué estamos en este universo finamente ajustado para la vida, y no en otro. Por supuesto, no hay ninguna evidencia científica de tales universos. Esta hipótesis es tan poco científica como la hipótesis de que hay un universo dentro de cada quark de nuestro universo. Por otra parte, no es para nada claro que un conjunto infinito actual de universos (o de cualquier otro objeto) pueda existir. Pero además, tampoco la hipótesis del multiverso salva al principio copernicano. Si los múltiples universos no tienen relación causal entre sí, entonces ellos no explican por qué nuestro universo existe y tiene las sorprendentes propiedades que tiene. Y si los múltiples universos tienen una relación causal entre sí, no se logra más que hacer retroceder el problema un nivel. En ese caso habría que explicar por qué la misma “máquina creadora de universos” exhibe un ajuste fino. Por último, también el multiverso entero necesita una explicación. No basta postularlo.

La conclusión de los autores es clara: el principio copernicano ha fracasado. Cuando podemos ponerlo a prueba contra la evidencia, tiende a fallar (y tenderá a fallar cada vez más cuando conozcamos más a fondo las propiedades de nuestro universo). Y cuando no falla, es porque se retira a una posición en la que es virtualmente inverificable.

La actual evidencia científica apunta en una dirección muy problemática para el principio copernicano: hacia un universo único, en expansión, finamente sintonizado, con un pasado finito, y que ha cambiado profundamente a lo largo del tiempo. No sólo ocupamos un lugar excepcional dentro de ese universo, sino también un momento especial en la historia cósmica. Aunque nosotros y nuestro ambiente no seamos literalmente el centro físico del universo, somos especiales en otros sentidos, mucho más significativos. En cierto sentido, estamos colocados en el “centro”del universo, no en un sentido espacial trivial, sino con respecto a la habitabilidad y la mensurabilidad.

A partir de estas consideraciones, y aplicando la teoría de la complejidad especificada de William Dembski, los autores concluyen que nuestro universo exhibe claros indicios de diseño inteligente (cf. Capítulo 15) y responden catorce objeciones a su tesis (cf. Capítulo 16).

En resumen, una obra sumamente instructiva y recomendable. (Fin).

Daniel Iglesias Grèzes