ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 25 de octubre de 2011

Publicidad

¡ZENIT TIENE UN SISTEMA DE PUBLICIDAD ONLINE!

¿Desea anunciar un nuevo libro, un congreso, una peregrinación, un encuentro o retiro, una página web, un DVD, un CD, una campaña, en el amplísimo y selecto mundo de los lectores de ZENIT...?

¡Publique su anuncio en los espacios publicitarios en nuestro sitio Web y/o en los servicios de ZENIT vía correo electrónico!

Podrá llegar a los centenares de millares de visitantes de nuestro sitio Web y a más de 500.000 lectores en todo el mundo, 250.000 de ellos suscritos a los servicios vía correo electrómico en español.

¡Tarifas promocionales!

Para proponer su anuncio son suficientes pocos minutos, basta seguir los pasos que se indican en el enlace:

http://ads.zenit.org/spanish

Para ver las tarifas y poner su anuncio en los servicios via email de ZENIT visite: http://ads.zenit.org/spanish


Santa Sede

Los movimientos migratorios: una valiosa oportunidad

Migraciones y Nueva Evangelización

El sacerdote debe vivir con la mirada fija en Pedro

Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal

Mundo

La importancia de la debilidad y la imperfección

Europa: La crisis financiera y el futuro de la integración

Los valores cristianos, punto de encuentro

Informe Especial

Multiculturalidad y religiones entre los inmigrantes


ANUNCIOS


Santa Sede


Los movimientos migratorios: una valiosa oportunidad
Presentado el mensaje del papa para la 98 Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado
CIUDAD DEL VATICANO, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- A las 11,30 de esta mañana, en la Aula Juan Pablo II de la Sala de Prensa de la Santa Sede, tuvo lugar la rueda de prensa de presentación del Mensaje de Benedicto XVI para la 98 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se celebrará el 15 de enero de 2012, con el tema: “Migraciones y Nueva Evangelización”.

En la misma, intervinieron monseñor Antonio Maria Vegliò, presidente del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Migrantes e Itinerantes; monseñor Joseph Kalathiparambil y el padre Gabriele Ferdinando Bentoglio, C.S., secretario y subsecretario respectivamente del citado Consejo.

Monseñor Vegliò recordó que, desde hace unos años, el mensaje se dirige a tres colectivos muy diferentes: trabajadores migrantes, refugiados y estudiantes internacionales.

Cada una de las tres intervenciones de los máximos representantes del Consejo Pontificio pretendían conjugar la nueva evangelización con estos tres ámbitos de las migraciones.

Recordó monseñor Viganò que evangelizar es la misión esencial de la Iglesia. Nos encontramos, dijo, con una realidad caracterizada por la facilidad de los desplazamientos. En consecuencia, “el mundo entero se ha convertido en tierra de anuncio evangélico”.

Citando los datos aportados (ver: http://www.zenit.org/article-40761?l=spanish) en su intervención, afirmó que “es evidente que la mezcla de nacionalidades y de religiones aumenta de modo exponencial. En los países de antigua cristiandad, observamos la penetración de la secularización y la creciente insensibilidad respecto a la fe cristiana, mientas que en algunos países de mayoría no cristiana hay un influjo emergente del cristianismo. Por todas partes pululan los nuevos movimientos sectarios, con el intento de 'eliminar toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana' (cf. Mensaje 2012, § 3), como si Dios y la Iglesia no existieran”, afirmó monseñor Vegliò citando el mensaje del Papa hecho público hoy.

Concluyó afirmando que hay campo abierto para “el optimismo cristiano que traza nuevos caminos a la “carrera de la Palabra” (2Ts 3,1), no en el sentido de un vago espiritualismo, sino en la certeza de que el tiempo que estamos viviendo está enriquecido por la valiosa oportunidad de los movimientos migratorios. Estos, obviamente, deben ser legítimamente regulados, liberándolos de las plagas de la pobreza, la explotación, el tráfico de órganos y de personas. En la legalidad, con atención a tutelar la dignidad de cada persona humana, promoviendo su auténtico progreso, también las migraciones contemporáneas pueden convertirse en una bendición para el diálogo entre los pueblos, la convivencia en la justicia y la paz, el anuncio evangélico de la salvación en Jesucristo”.

Por su parte, monseñor Joseph Kalathiparambil afirmó que “la sociedad en la que vivimos está haciéndose cada vez más multiétnica e intercultural, como muestra también la presencia de demandantes de asilo y refugiados”.

La atención a este grupo, en la segunda parte del mensaje del papa, dijo, asume un relieve especial porque este año recordamos el sesenta aniversario de la convención internacional sobre los refugiados, firmada en Ginebra en 1951.

El Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en su informe anual, difundido en la Jornada Mundial del Refugiado del pasado mes de junio, denunció “profundos desequilibrios en el apoyo internacional que reciben las personas desarraigadas de su tierra”. Según el informe, cuatro de cada cinco refugiados del mundo son acogidos por países en vías de desarrollo, tanto en términos absolutos como en proporción a sus sistemas económicos.

El mayor número de refugiados está hoy acogido en Pakistán (1.900.000), Irán (1.100.000) y Siria (un millón). Tanto más cuando, advierte ACNUR, “esto sucede en un periodo caracterizado por crecientes sentimientos de hostilidad hacia los refugiados en muchos países industrializados”.

Cita a Benedicto XVI cuando afirma que “los refugiados que piden asilo, huidos de las persecuciones, violencia y situaciones que ponen en peligro su vida, necesitan nuestra comprensión y acogida, respeto a su dignidad humana y sus derechos, así como la conciencia de sus deberes. El dolor, el sufrimiento y la experiencia traumática de la fuga para salvar la vida son elementos que están en la base de su existencia y, en el compartir solidario, pueden abrir camino a profundas relaciones humanas de empatía y de filantropía, sobre todo para las comunidades cristianas, que en todo caso ven en los solicitantes de asilo y en los rifugiados el rostro de Cristo, que nos hace a todos hermanos y hermanas”.

Por su parte, el padre Gabriele Ferdinando Bentoglio, C.S., se detuvo en la sección final del mensaje papal, dedicada a los jóvenes que salen de su país por motivos de estudio o formación profesional. Afirma Benedicto XVI que “afrontan problemas de integración, dificultades burocráticas, malestares en la búsqueda de alojamiento y estrcuturas de acogida”.

A finales del primer decenio de este siglo, el número de estudiantes en el extranjero superó los tres millones y se prevé que llegue a los siete millones en 2025. Los principales países que les acogen son Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia. En el decenio apenas concluido, sin embargo, los más bruscos aumentos porcentuales se dieron en Nueva Zelanda y Corea, seguidos de Australia, Canadá y Japón. Más del 50% de los flujos totales de estudiantes internacionales en 2008 procedían de una veintena de países, entre los que, en los primeros puestos, figuraban China, Polonia, India y México. En los años precedentes, los mayores incrementos eran de Colombia, China, Rumanía y Marruecos. Disminuyeron los procedentes de Filipinas y la Federación Rusa.

Subrayó el padre Bentoglio que si la movilidad de los estudiantes internacionales aumenta, crece también la urgencia de que “los lugares de educación y formación, sobre todo a nivel universitario, adquieran y valoren la relación necesaria y estratégica entre 'la profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios”, como recomienda el papa, refiriéndose a las comunidades cristianas para que “sean sensibles hacia tantos chicos y chicas que, justo por su juventud, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia”.

Con el fin de concretar estas reflexiones, el Consejo Pontificio realizará el III Congreso Mundial de pastoral para los estudiantes internacionales, en Roma, del 30 de noviembre al 3 de diciembre de este año, con el tema “Estudiantes internacionales y encuentro de las culturas”.

Por Nieves San Martín

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Migraciones y Nueva Evangelización
Mensaje del Santo Padre para la 98 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado
CIUDAD DEL VATICANO, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos el mensaje del Papa, con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que fue presentado hoy en el Aula Juan Pablo II de la Sala de Prensa de la Santa Sede.

***

Queridos hermanos y hermanas:

Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, «constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 14). Más aún, hoy notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupos. En esta nueva situación debemos despertar en cada uno de nosotros el entusiasmo y la valentía que impulsaron a las primeras comunidades cristianas a anunciar con ardor la novedad evangélica, haciendo resonar en nuestro corazón las palabras de san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16).

El tema que he elegido este año para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado – Migraciones y nueva evangelización – nace de esta realidad. En efecto, el momento actual llama a la Iglesia a emprender una nueva evangelización también en el vasto y complejo fenómeno de la movilidad humana, intensificando la acción misionera, tanto en las regiones de primer anuncio como en los países de tradición cristiana.

El beato Juan Pablo II nos invitaba a «alimentarnos de la Palabra para ser "servidores de la Palabra" en el compromiso de la evangelización…, [en una situación] que cada vez es más variada y comprometedora, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante mezcla de pueblos y culturas que la caracteriza» (Carta apostólica Novo millennio ineunte, 40). En efecto, las migraciones internas o internacionales realizadas en busca de mejores condiciones de vida o para escapar de la amenaza de persecuciones, guerras, violencia, hambre y catástrofes naturales, han producido una mezcla de personas y de pueblos sin precedentes, con problemáticas nuevas no solo desde un punto de vista humano, sino también ético, religioso y espiritual. Como escribí en el Mensaje del año pasado para esta Jornada mundial, las consecuencias actuales y evidentes de la secularización, la aparición de nuevos movimientos sectarios, una insensibilidad generalizada con respecto a la fe cristiana y una marcada tendencia a la fragmentación hacen difícil encontrar una referencia unificadora que estimule la formación de «una sola familia de hermanos y hermanas en sociedades que son cada vez más multiétnicas e interculturales, donde también las personas de diversas religiones se ven impulsadas al diálogo, para que se pueda encontrar una convivencia serena y provechosa en el respeto de las legítimas diferencias». Nuestro tiempo está marcado por intentos de borrar a Dios y la enseñanza de la Iglesia del horizonte de la vida, mientras crece la duda, el escepticismo y la indiferencia, que querrían eliminar incluso toda visibilidad social y simbólica de la fe cristiana.

En este contexto, los inmigrantes que han conocido a Cristo y lo han acogido son inducidos con frecuencia a no considerarlo importante en su propia vida, a perder el sentido de la fe, a no reconocerse como parte de la Iglesia, llevando una vida que a menudo ya no está impregnada de Cristo y de su Evangelio. Crecidos en el seno de pueblos marcados por la fe cristiana, a menudo emigran a países donde los cristianos son una minoría o donde la antigua tradición de fe ya no es una convicción personal ni una confesión comunitaria, sino que se ha visto reducida a un hecho cultural. Aquí la Iglesia afronta el desafío de ayudar a los inmigrantes a mantener firme su fe, aun cuando falte el apoyo cultural que existía en el país de origen, buscando también nuevas estrategias pastorales, así como métodos y lenguajes para una acogida siempre viva de la Palabra de Dios. En algunos casos se trata de una ocasión para proclamar que en Jesucristo la humanidad participa del misterio de Dios y de su vida de amor, se abre a un horizonte de esperanza y paz, incluso a través del diálogo respetuoso y del testimonio concreto de la solidaridad, mientras que en otros casos existe la posibilidad de despertar la conciencia cristiana adormecida a través de un anuncio renovado de la Buena Nueva y de una vida cristiana más coherente, para ayudar a redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que llama al cristiano a la santidad dondequiera que se encuentre, incluso en tierra extranjera.

El actual fenómeno migratorio es también una oportunidad providencial para el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo. Hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra, que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial, piden ser acogidos en países de antigua tradición cristiana. Es necesario encontrar modalidades adecuadas para ellos, a fin de que puedan encontrar y conocer a Jesucristo y experimentar el don inestimable de la salvación, fuente de «vida abundante» para todos (cf. Jn 10,10); a este respecto, los propios inmigrantes tienen un valioso papel, puesto que pueden convertirse a su vez en «anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo» (Exhortación apostólica Verbum Domini, 105).

En el comprometedor itinerario de la nueva evangelización en el ámbito migratorio, desempeñan un papel decisivo los agentes pastorales – sacerdotes, religiosos y laicos –, que trabajan cada vez más en un contexto pluralista: en comunión con sus Ordinarios, inspirándose en el Magisterio de la Iglesia, los invito a buscar caminos de colaboración fraterna y de anuncio respetuoso, superando contraposiciones y nacionalismos. Por su parte, las Iglesias de origen, las de tránsito y las de acogida de los flujos migratorios intensifiquen su cooperación, tanto en beneficio de quien parte como, de quien llega y, en todo caso, de quien necesita encontrar en su camino el rostro misericordioso de Cristo en la acogida del prójimo. Para realizar una provechosa pastoral de comunión puede ser útil actualizar las estructuras tradicionales de atención a los inmigrantes y a los refugiados, asociándolas a modelos que respondan mejor a las nuevas situaciones en que interactúan culturas y pueblos diversos.

Los refugiados que piden asilo, tras escapar de persecuciones, violencias y situaciones que ponen en peligro su propia vida, tienen necesidad de nuestra comprensión y acogida, del respeto de su dignidad humana y de sus derechos, así como del conocimiento de sus deberes. Su sufrimiento reclama de los Estados y de la comunidad internacional que haya actitudes de acogida mutua, superando temores y evitando formas de discriminación, y que se provea a hacer concreta la solidaridad mediante adecuadas estructuras de hospitalidad y programas de reinserción. Todo esto implica una ayuda recíproca entre las regiones que sufren y las que ya desde hace años acogen a un gran número de personas en fuga, así como una mayor participación en las responsabilidades por parte de los Estados.

La prensa y los demás medios de comunicación tienen una importante función al dar a conocer, con exactitud, objetividad y honradez, la situación de quienes han debido dejar forzadamente su patria y sus seres queridos y desean empezar una nueva vida.

Las comunidades cristianas han de prestar una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través del acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana; la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales, que favorezcan el respeto de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la asistencia.

Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los laicos y, sobre todo, los hombres y las mujeres jóvenes han de ser sensibles para ofrecer apoyo a tantas hermanas y hermanos que, habiendo huido de la violencia, deben afrontar nuevos estilos de vida y dificultades de integración. El anuncio de la salvación en Jesucristo será fuente de alivio, de esperanza y de «alegría plena» (cf. Jn 15,11).

Por último, deseo recordar la situación de numerosos estudiantes internacionales que afrontan problemas de inserción, dificultades burocráticas, inconvenientes en la búsqueda de vivienda y de estructuras de acogida. De modo particular, las comunidades cristianas han de ser sensibles respecto a tantos muchachos y muchachas que, precisamente por su joven edad, además del crecimiento cultural, necesitan puntos de referencia y cultivan en su corazón una profunda sed de verdad y el deseo de encontrar a Dios. De modo especial, las Universidades de inspiración cristiana han de ser lugares de testimonio y de irradiación de la nueva evangelización, seriamente comprometidas a contribuir en el ambiente académico al progreso social, cultural y humano, además de promover el diálogo entre las culturas, valorizando la aportación que pueden dar los estudiantes internacionales. Estos se sentirán alentados a convertirse ellos mismos en protagonistas de la nueva evangelización si encuentran auténticos testigos del Evangelio y ejemplos de vida cristiana.

Queridos amigos, invoquemos la intercesión de María, Virgen del Camino, para que el anuncio gozoso de salvación de Jesucristo lleve esperanza al corazón de quienes se encuentran en condiciones de movilidad por los caminos del mundo. Aseguro todos mi oración, impartiendo la Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de septiembre de 2011

BENEDICTUS PP. XVI

[Texto original en español

©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


El sacerdote debe vivir con la mirada fija en Pedro
El cardenal Piacenza en el Colegio Sacerdotal Tiberino
ROMA, martes 25 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- El pasado sábado 22 de octubre, el cardenal Mauro Piacenza inauguró con una solemne eucaristía el año académico en el Colegio Sacerdotal Tiberino de Roma, una residencia confiada a la prelatura del Opus Dei donde estudian sacerdotes de todo el mundo. El prefecto de la Congregación para el Clero animó a los residentes a “vivir con la mirada fija en Pedro”, en medio de un mundo donde los sacerdotes son “extranjeros”.

Partiendo de la primera lectura del domingo, el cardenal Piacenza afirmó en su homilía que no sólo los judíos fueron extranjeros durante un tiempo en Egipto, sino que hoy el sacerdote “es necesariamente extranjero en un mundo que no reconoce a Dios y que está inmerso en la cultura de la muerte y del placer, donde sólo hay lugar para el poder y el dinero”.

El sacerdote, sin embargo, no debe lamentarse porque esto constituye la esencia de su ministerio, la razón de ser sacerdote en el mundo, “el indicador de su fidelidad a Cristo y a la Iglesia”.

Para este objetivo son necesarios años de estudio en la Ciudad Eterna, para “ampliar la mirada sacerdotal hasta los confines del mundo, de manera que todos los hombres se puedan encontrar con Cristo”.

Un objetivo que el cardenal ha llevado siempre en el corazón y que siempre ha deseado para todos los sacerdotes desde los primeros años de su ministerio y ahora como Prefecto de la Congregación para el Clero ha afirmado: “Pedí a la Virgen de la Guardia, patrona de Génova cuando era joven, que me dejase hacer algo por los sacerdotes y he aquí que toda mi vida me he encargado de alguna manera de ellos. ¡La Virgen es muy lista!”.

Después de la eucaristía la jornada continuó con una cena y con una pequeña fiesta en la que no faltaron cantos y espectáculos teatrales interpretados por residentes del Colegio.

Actualmente en el Tiberino residen 37 sacerdotes de más de veinte naciones de los cinco continentes.

Todos ellos estudian en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, y han sido enviados por sus obispos para formarse en la Ciudad Eterna y así poder servir mejor en sus diócesis en el futuro.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal
Nota del Consejo Pontificio Justicia y Paz
CIUDAD DEL VATICANO, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos el texto en español tomado de Radio Vaticano de la Nota del Consejo Pontificio Justicia y Paz de la que dimos amplia información este lunes.

* * * * *


Prólogo

«La presente situación del mundo exige una acción de conjunto que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados, “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”».

Con estas palabras Pablo VI, en la profética y siempre actual Encíclica Populorum progressio de 1967, trazaba de manera límpida «las trayectorias» de la íntima relación de la Iglesia con el mundo: trayectorias que se cruzan en el valor profundo de la dignidad del ser humano y en la búsqueda del bien común, y que además hacen a los pueblos responsables y libres de actuar según sus más altas aspiraciones.

La crisis económica y financiera que está atravesando el mundo convoca a todos, personas y pueblos, a un profundo discernimiento sobre los principios y de los valores culturales y morales que son fundamentales para la convivencia social. Pero no sólo eso. La crisis compromete a los agentes privados y a las autoridades públicas competentes a nivel nacional, regional e internacional a una seria reflexión sobre las causas y sobre las soluciones de naturaleza política, económica y técnica.

En esta prospectiva, la crisis, enseña Benedicto XVI, «nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada, más que resignada».

Los líderes mismos del G20, en la declaración adoptada en Pittsburgh en el año 2009, han afirmado que “The economic crisis demonstrates the importance of ushering in a new era of sustainable global economic activity grounded in responsibility”.

Recogiendo el llamamiento del Santo Padre y, al mismo tiempo, haciendo propias las preocupaciones de los pueblos – sobre todo de aquellos que en mayor medida sufren los efectos de la situación actual – el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, en el respeto de las competencias de las autoridades civiles y políticas, desea proponer y compartir la propia reflexión “Por a una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”.

Esta reflexión desea ser una contribución a los responsables de la tierra y a todos los hombres de buena voluntad; un gesto de responsabilidad, no sólo respecto de las generaciones actuales, sino sobre todo hacia aquellas futuras, a fin de que no se pierda jamás la esperanza de un futuro mejor y la confianza en la dignidad y en la capacidad de bien de la persona humana.

Peter K. A. Card. Turkson † Mario Toso, SDB
Presidente Secretario


POR UNA REFORMA DEL SISTEMA FINANCIERO Y MONETARIO INTERNACIONAL
EN LA PERSPECTIVA DE UNA AUTORIDAD PÚBLICA CON COMPETENCIA UNIVERSAL

Premisa

Toda persona individualmente, toda comunidad de personas, es partícipe y responsable de la promoción del bien común. Fieles a su vocación de naturaleza ética y religiosa, las comunidades de creyentes deben en primer lugar preguntarse si los medios de los que dispone la familia humana para la realización del bien común mundial son los más adecuados. La Iglesia, por su parte, está llamada a estimular en todos, indistintamente, «el deseo de participar en el conjunto ingente de esfuerzos realizados [por los hombres] a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, respondiendo [así] a la voluntad de Dios».

1. Desarrollo económico y desigualdades.

La grave crisis económica y financiera, que hoy atraviesa el mundo, encuentra su origen en múltiples causas. Sobre la pluralidad y sobre el peso de estas causas persisten opiniones diversas: algunos subrayan, ante todo, los errores inherentes a las políticas económicas y financieras; otros insisten sobre las debilidades estructurales de las instituciones políticas, económicas y financieras; otros, en fin, las atribuyen a fallas de naturaleza ética, presentes en todos los niveles, en el marco de una economía mundial cada vez más dominada por el utilitarismo y el materialismo. En los distintos estadios de desarrollo de la crisis se encuentra siempre una combinación de errores técnicos y de responsabilidades morales.

En el caso del intercambio de bienes materiales y de servicios, son la naturaleza, la capacidad productiva y el trabajo en sus múltiples formas, quienes ponen un límite a la cantidad, determinando un conjunto de costes y de precios que permite, bajo ciertas condiciones, una asignación eficiente de los recursos disponibles.

Pero en materia monetaria y financiera, las dinámicas son distintas. En los últimos decenios, han sido los bancos los que han extendido el crédito, el cual ha generado moneda, lo cual a su vez ha exigido una ulterior expansión del crédito. El sistema económico ha sido impulsado en tal modo, hacia una espiral inflacionista que, inevitablemente, ha encontrado un límite en el riesgo sostenible para los institutos de crédito, sometidos a un ulterior peligro de quiebra, con consecuencias negativas para todo el sistema económico y financiero.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las economías nacionales progresaron, aunque con enormes sacrificios de millones e incluso de miles de millones de personas que habían otorgado su confianza con su comportamiento de productores y empresarios, por un lado, y de ahorradores y consumidores, por el otro, hasta llegar a un progresivo y regular desarrollo de la moneda y de las finanzas, en conformidad con las potencialidades de crecimiento real de la economía.

A partir de los años noventa del pasado siglo, se descubre en cambio como la moneda y los títulos de crédito a nivel global aumentaron mucho más rápidamente que la producción del rédito, incluso a precios corrientes. Se derivó, por consiguiente, en la formación bolsas excesivas de liquidez y burbujas especulativas que luego se transformaron en crisis de solvencia y de confianza que se han propagado y subseguido en el transcurso de los años.

Una primera crisis se verificó en los años setenta hasta principios de los ochenta, debido a los precios del petróleo. Posteriormente se verificaron una serie de crisis en varios Países en vías de desarrollo. Baste pensar en la primera crisis de México en los años ochenta, o en las de Brasil, Rusia y Corea; y luego nuevamente en México en los años noventa, en Tailandia y en Argentina.

La burbuja especulativa sobre los inmuebles y la reciente crisis financiera tienen el mismo origen: la excesiva cantidad de moneda y de instrumentos financieros a nivel global.

Mientras las crisis en los Países en vías de desarrollo, que han estado a punto de involucrar el sistema monetario y financiero global, han sido contenidas con formas de intervención por parte de los países más desarrollados, la crisis que ha estallado en el año 2008, se ha caracterizado por un elemento decisivo y disruptivo respecto a las precedentes. Se ha originado en el contexto de Estados Unidos, una de las áreas más relevantes para la economía y las finanzas mundiales, involucrando la moneda a la que se remiten todavía la gran mayoría de los intercambios internacionales.

Una orientación de tipo liberal – reticente respecto a las intervenciones públicas en los mercados – ha propiciado la quiebra de un importante instituto internacional, imaginando de este modo, delimitar la crisis y sus efectos. Se ha derivado, desafortunadamente, una propagación de la desconfianza que ha impulsado a mutar repentinamente de actitud, estimulando intervenciones públicas de diverso tipo, de enorme alcance (el 20% del producto nacional) a fin de contener las consecuencias negativas que hubieran afectado todo el sistema financiero internacional.

Las consecuencias sobre la denominada «economía real», pasando s través de las graves dificultades de algunos sectores – en primer lugar el de la construcción – y con la difusión de expectativas desfavorables, han generado una tendencia negativa de la producción y del comercio internacional, con graves repercusiones en la ocupación, y con efectos que probablemente aun no han agotado su alcance. El costo para millones, e incluso miles de millones de personas, en los Países desarrollados, pero sobre todo también en aquellos en vías de desarrollo, es inmenso.

En Países y áreas donde se carece todavía de los bienes más elementales como la salud, la alimentación y la protección contra la intemperie, más de mil millones de personas se ven obligadas a sobrevivir con unos ingresos medios de poco más de un dólar diario.

El bienestar económico global, medido en primer lugar por la producción de renta, y también por la difusión de las capabilities, se ha acrecentado, en el curso de la segunda mitad del siglo XX, en una medida y con una rapidez antes jamás experimentado en la historia del género humano.

Pero también han aumentado enormemente las desigualdades en varios Países y entre ellos. Mientras que algunos Países y áreas económicas, las más industrializadas y desarrolladas, han visto crecer notablemente la producción de la renta, otros Países han sido excluidos, de hecho, del progreso generalizado de la economía, e incluso han empeorado en su situación.

Los peligros de una situación de desarrollo económico, concebido en términos de liberalismo, han sido denunciados lúcida y proféticamente por Pablo VI – a causa de las nefastas consecuencias sobre los equilibrios mundiales y la paz – ya en 1967, después del Concilio Vaticano II, con la Encíclica Populorum progressio. El Pontífice indicó, como condiciones imprescindibles para la promoción de un auténtico desarrollo, la defensa de la vida y la promoción del progreso cultural y moral de las personas. Sobre tales fundamentos, Pablo VI afirmaba que el desarrollo plenario y planetario «es el nuevo nombre de la paz».

A cuarenta años de distancia, en el año 2007, el Fondo Monetario Internacional reconocía, en su Informe anual, la estrecha conexión por una parte de un proceso de globalización que no ha sido gobernado adecuadamente, y las fuertes desigualdades a nivel mundial por el otro. Hoy los modernos medios de comunicación hacen evidentes a todos los pueblos, ricos y pobres, las desigualdades económicas, sociales y culturales que se han producido a nivel global, creando tensiones e imponentes movimientos migratorios.

Más aún, se ha de reafirmar que el proceso de globalización, con sus aspectos positivos está a la base del grande desarrollo de la economía mundial del siglo XX. Vale la pena recordar que, entre el 1900 y el 2000, la población mundial casi se cuadruplicó y que la riqueza producida a nivel mundial creció en modo mucho más rápido de manera que los ingresos medios per cápita aumentaron fuertemente. A la vez, sin embargo, no ha aumentado la equitativa distribución de la riqueza; sino que en muchos casos ha empeorado. 

¿Pero qué es lo que ha impulsado al mundo en esta dirección extremadamente problemática incluso para la paz?

Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideología, de una forma de «apriorismo económico», que pretende tomar de la teoría las leyes del funcionamiento del mercado y las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos. Una ideología económica que establezca a priori las leyes del funcionamiento del mercado y del desarrollo económico, sin confrontarse con la realidad, corre el peligro de convertirse en un instrumento subordinado a los intereses de los Países que ya gozan, de hecho, de una posición de mayores ventajas económicas y financieras.

Reglas y controles, si bien de manera imperfecta, con frecuencia están presentes a nivel nacional y regional; sin embargo a nivel internacional, dichas reglas y controles se realizan y se consolidan con dificultad.

A la base de las disparidades y de las distorsiones del desarrollo capitalista, se encuentra en gran parte, además de la ideología del liberalismo económico, la ideología utilitarista, es decir la impostación teórico-práctica según la cual «lo que es útil para el individuo conduce al bien de la comunidad». Es necesario notar que una «máxima» semejante, contiene un fondo de verdad, pero no se puede ignorar que no siempre lo que es útil individualmente, aunque sea legítimo, favorece el bien común. En más de una ocasión es necesario un espíritu de solidaridad que trascienda la utilidad personal por el bien de la comunidad.

En los años veinte del siglo pasado, algunos economistas ya habían puesto en guardia para que no se diera crédito excesivamente, en ausencia de reglas y controles, a esas teorías, que hoy se han transformado en ideologías y praxis dominantes a nivel internacional.

Un efecto devastante de estas ideologías, sobre todo en las últimas décadas del siglo pasado y en los primeros años del nuevo siglo, ha sido la explosión de la crisis, en la que aún se encuentra sumergido el mundo.

Benedicto XVI, en su encíclica social, ha individuado de manera precisa la raíz de una crisis que no es solamente de naturaleza económica y financiera, sino antes de todo, es de tipo moral, además de ideológica. La economía, en efecto – observa el Pontífice – tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona. El Papa ha denunciado, a continuación, el papel desempeñado por el utilitarismo y por el individualismo, así como las responsabilidades de quienes los han asumido y difundido como parámetro para el comportamiento óptimo de aquellos – operadores económicos y políticos – que actúan e interactúan en el contexto social. Pero Benedicto XVI ha también descubierto y denunciado una nueva ideología, la «ideología de la tecnocracia».

2. El rol de la técnica y el desafío ético.

El enorme desarrollo económico y social del siglo pasado, ciertamente luego con sus luces, pero también con sus graves aspectos de sombra, se debe, en gran parte, al continuado desarrollo de la técnica y, en las décadas más recientes, a los progresos de la informática y a sus aplicaciones, a la economía y, en primer lugar, a las finanzas.

Para interpretar con lucidez la actual nueva cuestión social, es necesario evitar el error, hijo también de la ideología neoliberal, de considerar que los problemas por afrontar son de orden exclusivamente técnico. En cuanto tales, escaparían a la necesidad de un discernimiento y de una valoración de tipo ético. Pues bien, la encíclica de Benedicto XVI pone en guardia contra los peligros de la ideología de la tecnocracia, es decir de aquella absolutización de la técnica que «tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia» y a minimizar el valor de las decisiones del individuo humano concreto que actúa en el sistema económico-financiero, reduciéndolas a meras variables técnicas. La cerrazón a un «más allá», comprendido como algo más, respecto a la técnica, no sólo hace imposible el encontrar soluciones adecuadas para los problemas, sino que empobrece cada vez más, a nivel material y moral, a las principales víctimas de la crisis.

También en el contexto de la complejidad de los fenómenos, la relevancia de los factores éticos y culturales no puede, por lo tanto ser desatendida ni subestimada. La crisis, en efecto, ha revelado comportamientos de egoísmo, de codicia colectiva y de acaparamiento de los bienes a grande escala. Nadie puede resignarse a ver al hombre vivir como «un lobo para el otro hombre», según la concepción evidenciada por Hobbes. Nadie, en conciencia, puede aceptar el desarrollo de algunos Países en perjuicio de otros. Si no se pone remedio a las diversas formas de injusticia, los efectos negativos que se producirán a nivel social, político y económico estarán destinados a originar un clima de hostilidad creciente, e incluso de violencia, hasta minar las bases mismas de las instituciones democráticas, aún de aquellas consideradas más sólidas.

Por el reconocimiento de la primacía del ser respecto al del tener, de la ética respecto a la economía, los pueblos de la tierra deberían asumir, como alma de su acción, una ética de la solidaridad, abandonando toda forma de mezquino egoísmo, abrazando la lógica del bien común mundial que trasciende el mero interés contingente y particular. Deberían, en fin de cuentas, mantener vivo el sentido de pertenencia a la familia humana en nombre de la común dignidad de todos los seres humanos: «por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad».

Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el Beato Juan Pablo II había puesto en guardia contra el peligro de «una idolatría del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías». Es preciso, hoy sin demora acoger su amonestación y tomar un camino más en sintonía con la dignidad y con la vocación trascendente de la persona y de la familia humana.

3. El gobierno de la globalización.

En el camino hacia la construcción de una familia humana más fraterna y más justa y, aún antes, de un nuevo humanismo abierto a la trascendencia, se presenta particularmente actual la enseñanza del Beato Juan XXIII. En la profética Carta encíclica Pacem in terris del 1963, él advertía ya que el mundo se estaba dirigiendo hacia una unificación cada vez mayor. Tomaba pues conciencia, del hecho que en la comunidad humana, había disminuido la correspondencia entre la organización política a nivel mundial y las exigencias objetivas del bien común universal. Por consiguiente, auguraba fuera creada un día, una «Autoridad pública mundial».

Ante la unificación del mundo, propiciada por el complejo fenómeno de la globalización; ante la importancia de garantizar, además de los otros bienes colectivos, el bien representado por un sistema económico-financiero mundial libre, estable y al servicio de la economía real, la enseñanza de la Pacem in terris se presenta, hoy en día, aún más vital y digna de urgente concretización.

El mismo Benedicto XVI, en el surco trazado por la Pacem in terris, ha expresado la necesidad de constituir una Autoridad política mundial. Dicha necesidad se presenta además evidente, si se piensa que la agenda de cuestiones a tratar a nivel global se hace cada vez más amplia. Piénsese, por ejemplo, en la paz y la seguridad; en el desarme y el control de armamentos; en la promoción y la tutela de los derechos humanos fundamentales; en el gobierno de la economía y en las políticas de desarrollo; en la gestión de los flujos migratorios y en la seguridad alimentaria; en la tutela del medio ambiente. En todos esos campos, resulta cada vez más evidente la creciente interdependencia entre los Estados y las regiones del mundo, y la necesidad de respuestas, no sólo sectoriales y aisladas, sino sistemáticas e integradas, inspiradas por la solidaridad y por la subsidiaridad, y orientadas hacia el bien común universal.

Como lo recuerda Benedicto XVI, si no se sigue ese camino, también «el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes».

La finalidad de la Autoridad pública, recordaba ya Juan XXIII en la Pacem in terris, es, ante todo, la de servir al bien común. Dicha Autoridad, por tanto, debe dotarse de estructuras y mecanismos adecuados, eficaces, es decir, a la altura de la propia misión y de las expectativas que en ella se ponen. Esto es particularmente verdadero al interno de un mundo globalizado, que hace a las personas y a los pueblos permanecer cada vez más interconectados e interdependientes, pero que muestra también el peso del egoísmo y de los intereses sectoriales, entre los cuales la existencia de mercados monetarios y financieros de carácter prevalentemente especulativo, perjudiciales para la «economía real», en especial de los Países más débiles.

Es este un proceso complejo y delicado. Tal Autoridad supranacional debe, en efecto, poseer una impostación realista y ha de ponerse en práctica gradualmente, para favorecer también la existencia de sistemas monetarios y financieros eficientes y eficaces, es decir, mercados libres y estables, disciplinados por un marco jurídico adecuado, funcionales en orden al desarrollo sostenible y al progreso social de todos, e inspirados por los valores de la caridad y de la verdad. Se trata de una Autoridad con un horizonte planetario, que no puede ser impuesta por la fuerza, sino que debería ser la expresión de un acuerdo libre y compartido, más allá de las exigencias permanentes e históricas del bien común mundial, y no fruto de coerciones o de violencias. Debería surgir de un proceso de maduración progresiva de las conciencias y de las libertades, así como del conocimiento de las crecientes responsabilidades. No pueden, en consecuencia, ser desatendidos considerandos superfluos, elementos como la confianza recíproca, la autonomía y la participación. El consenso debe involucrar, un número cada vez mayor de Países que se adhieren por convicción, mediante ese diálogo sincero que no margina, sino más aún que valora las opiniones minoritarias. La Autoridad mundial debería, pues, involucrar coherentemente a todos los pueblos en una colaboración a la que están llamados a contribuir con el patrimonio de sus propias virtudes y civilizaciones.

La constitución de una Autoridad política mundial debería estar precedida por una fase preliminar de concertación, de la que emergerá una institución legitimada, capaz de proporcionar una guía eficaz y, al mismo tiempo, de permitir que cada País exprese y procure el propio bien particular. El ejercicio de una Autoridad semejante, puesta al servicio del bien de todos y de cada uno, será necesariamente super partes, es decir, por encima de toda visión parcial y de todo bien particular, en vistas a la realización del bien común. Sus decisiones no deberán ser el resultado del pre-poder de los Países más desarrollados sobre los Países más débiles. Deberán, en cambio, ser asumidas que asumirlas, en el interés de todos y no sólo en ventaja de algunos grupos formados por lobbies privadas o por Gobiernos nacionales.

Una institución supranacional, expresión de una «comunidad de las Naciones», no podrá por otra parte, durar por mucho tiempo, si las diversidades de los Países, a nivel de las culturas, de los recursos materiales e inmateriales, y de las condiciones históricas y geográficas, no son reconocidas y plenamente respetadas. La ausencia de un consenso convencido, alimentado por una incesante comunión moral de la comunidad mundial, debilitaría la eficacia de la correspondiente Autoridad.

Lo que vale a nivel nacional vale también a nivel mundial. La persona no está hecha para servir incondicionalmente a la Autoridad, cuya tarea es la de ponerse al servicio de la persona misma, en coherencia con el valor preeminente de la dignidad del ser humano. Del mismo modo, los Gobiernos no deben servir incondicionalmente a la Autoridad mundial. Esta última, ante todo debe ponerse al servicio de los diversos Países miembros, de acuerdo al principio de subsidiaridad, creando, entre otras, las condiciones socioeconómicas, políticas y jurídicas indispensables también para la existencia de mercados eficientes y eficaces, que no estén hiperprotegidos por políticas nacionales paternalistas, ni debilitados por déficit sistemáticos de las finanzas públicas y de los Productos nacionales que, de hecho, impiden a los mercados operar en un contexto mundial como instituciones abiertas y competitivas.

En la tradición del Magisterio de la Iglesia, retomada con vigor por Benedicto XVI, el principio de subsidiaridad debe regular las relaciones entre el Estado y las comunidades locales, entre las Instituciones públicas y las Instituciones privadas, sin excluir aquellas monetarias y financieras. Así, en un nivel ulterior, debe regir las relaciones entre una eventual, futura Autoridad pública mundial y las instituciones regionales y nacionales. Tal principio es en garantía tanto la legitimidad democrática, como la eficacia de las decisiones de quienes están llamados a tomarlas. Permite respetar la libertad de las personas y de las comunidades de personas y, al mismo tiempo, responsabilizarlas respecto de los objetivos y de los deberes que les competen.

Según la lógica de la subsidiaridad, la Autoridad superior ofrece su subsidium, es decir su ayuda, cuando la persona y los actores sociales y financieros son intrínsecamente inadecuados o no logran hacer por sí mismos lo que les es requerido. Gracias al principio de solidaridad, se construye una relación durable y fecunda entre la sociedad civil planetaria y una Autoridad pública mundial, cuando los Estados, los cuerpos intermedios, las diversas sociedades – incluidas aquellas económicas y financieras – y los ciudadanos toman las decisiones dentro de la prospectiva del bien común mundial, que trasciende el nacional.

«El gobierno de la globalización» - se lee en la Caritas in veritate - «debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recíprocamente». Sólo así se puede evitar el riesgo del aislamiento burocrático de la Autoridad central, que correría el peligro de la deslegitimación de una separación demasiado grande de las realidades sobre las cuales se funda, y podría fácilmente caer en tentaciones paternalistas, tecnocráticas, o hegemónicas.

Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearía que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas. El fruto de tales reformas debería ser una mayor capacidad de adopción de políticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. Entre las políticas aparecen como más urgentes aquellas relativas a la justicia social global: políticas financieras y monetarias que no dañen los Países más débiles; políticas dirigida a la realización de mercados libres y estables y una distribución ecua de la riqueza mundial incluso mediante formas inéditas de solidaridad fiscal global, de la cual se referirá más adelante.

En el proceso de la constitución de una Autoridad política mundial no se pueden desvincular las cuestiones de governance (es decir, de un sistema de simple coordinación horizontal sin una Autoridad super partes), de aquellas de un shared government (es decir de un sistema que, además de la coordinación horizontal, establezca una Autoridad super partes) funcional y proporcionado al gradual desarrollo de una sociedad política mundial. La constitución de una Autoridad política mundial no podrá ser lograda sin una práctica previa de multilateralismo, no sólo a nivel diplomático, sino también y principalmente en el ámbito de los programas para el desarrollo sostenible y para la paz. No se puede llegar a un Gobierno mundial si no es dando una expresión política a interdependencias y cooperaciones preexistentes.

4. Hacia una reforma del sistema financiero y monetario internacional que responda a las exigencias de todos los Pueblos.

En materia económica y financiera, las dificultades más relevantes se derivan de la carencia de un eficaz conjunto de estructuras capaces de garantizar, además de un sistema de governance, un sistema de government de la economía y de las finanzas internacionales.

¿Qué se puede decir de esta prospectiva? ¿Cuáles son los pasos que se deben desarrollar concretamente?

Con referencia al actual sistema económico y financiero mundial, se deben subrayar dos elementos determinantes: el primero es la gradual disminución de la eficiencia de las instituciones de Bretton Woods, desde los inicios de los años Setenta. En particular, el Fondo Monetario Internacional ha perdido un carácter esencial para la estabilidad de las finanzas mundiales, es decir, el de reglamentar la creación global de moneda y de velar sobre el monto de riesgo del crédito asumido por el sistema. En definitiva, ya no se dispone más de ese «bien público universal» que es la estabilidad del sistema monetario mundial.

El segundo factor es la necesidad de un corpus mínimo compartido de reglas necesarias para la gestión del mercado financiero global, que ha crecido mucho más rápidamente que la «economía real» habiéndose velozmente desarrollado, por efecto de un lado, de la abrogación generalizada de los controles sobre los movimientos de capitales y de la tendencia a la desreglamentación de las actividades bancarias y financieras; y, por el otro, con los progresos de la técnica financiera favorecidos por los instrumentos informáticos.

En el plano estructural, en la última parte del siglo anterior, la moneda y las actividades financieras a nivel global crecieron mucho más rápidamente que las producciones de bienes y servicios. En dicho contexto, la cualidad del crédito ha tendido a disminuir, hasta exponer a los institutos de crédito a un riesgo mayor de aquel razonablemente sostenible. Baste observar lo acaecido a los grandes y pequeños institutos de crédito en el contexto de las crisis que se manifestaron en los años ochenta y noventa del siglo anterior y, en fin, en la crisis de 2008.

Aún en la última parte del siglo anterior, se desarrolló la tendencia a definir las orientaciones estratégicas de la política económica y financiera al interno de clubes y de grupos más o menos amplios de los Países más desarrollados. Sin negar los aspectos positivos de este enfoque, no se puede dejar de notar que así, no parece respetarse plenamente el principio representativo, en particular de los Países menos desarrollados o emergentes.

La necesidad de tener en cuenta la voz de un mayor número de Países ha conducido, por ejemplo, a la ampliación de dichos grupos, pasando así del G7 al G20. Ha sido, ésta, una evolución positiva, en cuanto ha consentido involucrar, en las orientaciones para la economía y las finanzas globales, la responsabilidad de Países con una población más elevada, en vías de desarrollo y emergentes.

En el ámbito del G20 pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel internacional.

Los líderes mismos del G20 afirman en la Declaración final de Pittsburgh de 2009 que «la crisis económica demuestra la importancia de comenzar una nueva era de la economía global basada en la responsabilidad». A fin de hacer frente a la crisis y abrir una nueva era «de la responsabilidad», además de las medidas de tipo técnico y de corto plazo, los leaders proponen una «reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI»; y por tanto además «un marco que permita definir las políticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado».

Es preciso por tanto, dar inicio a un proceso de profunda reflexión y de reformas, recorriendo vías creativas y realistas, que tiendan a valorizar los aspectos positivos de las instituciones y de los fora ya existentes.

Una atención específica debería reservarse a la reforma del sistema monetario internacional y, en particular, al empeño para dar vida a una cierta forma de control monetario global, desde luego ya implícita en los Estudios del Fondo Monetario Internacional. Es evidente que, en cierta medida, esto equivale a poner en discusión los sistemas de cambio existentes, para encontrar modos eficaces de coordinación y supervisión. Se trata de un proceso que debe involucrar también a los Países emergentes y en vías de desarrollo, al momento de definir las etapas de adaptación gradual de los instrumentos existentes.

En el fondo se delinea, en prospectiva, la exigencia de un organismo que desarrolle las funciones de una especie de «Banco central mundial» que regule el flujo y el sistema de los intercambios monetarios, con el mismo criterio que los Bancos centrales nacionales. Es necesario redescubrir la lógica de fondo, de paz, coordinación y prosperidad común, que portaron a los Acuerdos de Bretton Woods, para proveer respuestas adecuadas a las cuestiones actuales. A nivel regional, dicho proceso podría realizarse con valorización de las instituciones existentes como, por ejemplo, el Banco Central Europeo. Esto requeriría, sin embargo, no sólo una reflexión a nivel económico y financiero, sino también y ante todo, a nivel político, con miras a la constitución de instituciones públicas correspondientes que garanticen la unidad y la coherencia de las decisiones comunes.

Estas medidas se deberían ser concebidas como unos de los primeros pasos en la prospectiva de una Autoridad pública con competencia universal; como una primera etapa de un más amplio esfuerzo de la comunidad mundial por orientar sus instituciones hacia la realización del bien común. Deberán seguir otras etapas, teniendo en cuenta que las dinámicas que conocemos pueden acentuarse, pero también acompañarse de cambios que hoy día sería en vano tratar de prever.

En dicho proceso, es necesario recuperar la primacía de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primacía de la política – responsable del bien común – sobre la economía y las finanzas. Es necesario volver a llevar estas últimas al interno de los confines de su real vocación y de su función, incluida aquella social, en vista de sus evidentes responsabilidades hacia la sociedad, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén efectivamente al servicio de la persona, es decir, que sean capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trascendiendo toda forma de monótono economicismo y de mercantilismo performativo.

En la base de dicho enfoque de tipo ético, parece pues, oportuno reflexionar, por ejemplo,

a) sobre medidas de imposición fiscal a las transacciones financieras, mediante alícuotas equitativas, pero moduladas con gastos proporcionados a la complejidad de las operaciones, sobre todo de las que se realizan en el mercado «secundario». Dicha imposición sería muy útil para promover el desarrollo global y sostenible, según los principios de la justicia social y de la solidaridad; y podría contribuir a la constitución de una reserva mundial de apoyo a los Países afectados por la crisis, así como al saneamiento de su sistema monetario y financiero;
b) sobre formas de recapitalización de los bancos, incluso con fondos públicos, condicionando el apoyo a comportamientos «virtuosos» y finalizados a desarrollar la «economía real»;
c) sobre la definición de ámbito de actividad del crédito ordinario y del Investment Banking. Tal distinción permitiría una disciplina más eficaz de los «mercados paralelos» privados de controles y de límites.

Un sano realismo requeriría el tiempo necesario para construir amplios consensos, pero el horizonte del bien común universal está siempre presente con sus exigencias ineludibles. Es deseable, por consiguiente, que todos los que, en las Universidades y en los diversos Institutos, llamados a formar las clases dirigentes del mañana, es deseable se dediquen a prepararlas para asumir sus propias responsabilidades de discernir y de servir al bien público global, en un mundo que cambia constantemente. Es necesario resolver la divergencia entre la formación ética y la preparación técnica, evidenciando en modo particular la ineludible sinergia entre los campos de la praxis y de la poiésis.

El mismo esfuerzo es requerido a todos los que están en grado de iluminar la opinión pública mundial, para ayudarla a afrontar este mundo nuevo no ya en la angustia, sino en la esperanza y en la solidaridad.

Conclusiones

En medio de las incertezas actuales, en una sociedad capaz de movilizar medios ingentes, pero cuya reflexión en el campo cultural y moral permanece inadecuada respecto a su utilización en orden a la obtención de fines apropiados, estamos llamados a no rendirnos, y a construir sobre todo, un futuro que tenga sentido para las generaciones venideras. No se ha de temer el proponer cosas nuevas, aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerza preexistentes que dominan a los más débiles. Son una semilla que se arroja en la tierra, que germinará y no tardará en dar frutos. 

Como ha exhortado Benedicto XVI, son indispensables personas y operadores, en todos los niveles – social, político, económico y profesional – motivados por el valor de servir y promover el bien común mediante una vida buena. Sólo ellos lograrán vivir y ver más allá de las apariencias de las cosas, percibiendo el desvarío entre lo real existente y lo posible nunca antes experimentado.

Pablo VI ha subrayado la fuerza revolucionaria de la «imaginación prospectiva», capaz de percibir en el presente las posibilidades inscritas en él y de orientar a los seres humanos hacia un futuro nuevo. Liberando la imaginación, la persona humana libera su propia existencia. A través de un compromiso de imaginación comunitaria es posible transformar, no sólo las instituciones, sino también los estilos de vida, y suscitar un futuro mejor para todos los pueblos.

Los Estados modernos, en el transcurso del tiempo, se han transformado en conjuntos estructurados, concentrando la soberanía al interior del propio territorio. Sin embargo las condiciones sociales, culturales y políticas han mutado progresivamente. Ha aumentado su interdependencia – hasta llegar a ser natural el pensar en una comunidad internacional integrada y regida cada vez más por un ordenamiento compartido – pero no ha desaparecido una forma deteriorada de nacionalismo, según el cual el Estado considera poder conseguir de modo autárquico, el bien de sus propios ciudadanos.

Hoy, todo eso parece surreal y anacrónico. Hoy, todas las naciones, pequeñas o grandes, junto con sus Gobiernos, están llamadas a superar dicho «estado de naturaleza» que ve a los Estados en perenne lucha entre sí. No obstante de algunos aspectos negativos, la globalización está unificando en mayor medida a los pueblos, impulsándolos a dirigirse hacia un nuevo «estado de derecho» a nivel supranacional, apoyado por una colaboración más intensa y fecunda. Con una dinámica análoga a la que en el pasado ha puesto fin a la lucha «anárquica», entre clanes y reinos rivales, en orden a la constitución de Estados nacionales, la humanidad hoy, tiene que comprometerse en la transición de una situación de luchas arcaicas entre entidades nacionales, hacia un nuevo modelo de sociedad internacional con mayor cohesión, poliárquica, respetuosa de la identidad de cada pueblo, dentro de las múltiples riquezas de una única humanidad. Este pasaje, que por lo demás tímidamente ya se está en curso, aseguraría a los ciudadanos de todos los Países – cualquiera que sea la dimensión o la fuerza que posee – paz y seguridad, desarrollo, libres mercados, estables y transparentes. «Así como dentro de cada Estado [...] el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley – advierte Juan Pablo II – «así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional».

Los tiempos para concebir instituciones con competencia universal llegan cuando están en juego bienes vitales y compartidos por toda la familia humana, que los Estados, individualmente, no son capaces de promover y proteger por sí solos.

Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westfaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberanías para el bien común de los pueblos.

Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economía, y el progreso de la tecnología trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho están ya erosionadas.

La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo.

En este contexto, para cada cristiano hay una especial llamada del Espíritu a comprometerse con decisión y generosidad, para que las múltiples dinámicas en acto, se dirijan las hacia prospectivas de la fraternidad y del bien común. Se abren inmensas áreas de trabajo para el desarrollo integral de los pueblos y de cada persona. Como afirman los Padres del Concilio Vaticano II, se trata de una misión al mismo tiempo social y espiritual que, «en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

En un mundo en vías de una rápida globalización, remitirse a una Autoridad mundial llega a ser el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo y con las necesidades de la especie humana. No ha de ser olvidado, sin embargo, que esta paso, dada la naturaleza herida de los seres humanos, no se realiza sin angustias y sufrimientos.

La Biblia, con el relato de la Torre de Babel (Génesis 11,1-9) advierte cómo la «diversidad» de los pueblos puede transformarse en vehículo de egoísmo e instrumento de división. En la humanidad está muy presente el riesgo de que los pueblos terminen por no comprenderse más y que las diversidades culturales sean motivo de contraposiciones insanables. La imagen de la Torre de Babel también nos señala que es necesario preservarse de una «unidad» sólo aparente, en la que no cesan los egoísmos y las divisiones, porque los fundamentos de la sociedad no son estables. En ambos casos, Babel es la imagen de lo que los pueblos y los individuos pueden llegar a ser cuando no reconocen su intrínseca dignidad trascendente y su fraternidad.

El espíritu de Babel es la antítesis del Espíritu de Pentecostés (Hechos 2, 1-12), del designio de Dios para toda la humanidad, es decir, la unidad en la diversidad. Sólo un espíritu de concordia, que supere las divisiones y los conflictos, permitirá a la humanidad el ser auténticamente una única familia, hasta concebir un mundo nuevo con la constitución de una Autoridad pública mundial, al servicio del bien común.

[Traducción tomada de Radio Vaticana]

[©Libreria Editrice Vaticana]

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Mundo


La importancia de la debilidad y la imperfección
Coloquio de médicos católicos en el Parlamento Europeo
BRUSELAS, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- Este 21 de octubre tuvo lugar un interesante coloquio en el Parlamento Europeo sobre el tema de “la fragilidad humana en la sociedad europea contemporánea”. Organizado por la Federación Europea de Asociaciones Médicas Católicas, el tema fue abordado no sólo desde el punto de vista médico sino también filosófico, económico, social y antropológico.

Contó el encuentro con un panel de oradores de gran calidad y un auditorio muy atento, informa la agencia belga catho.be.

El tema ganaba interés en la actual situación de crisis que vive Europa. Evocar la fragilidad del hombre puede ser un modo de cambiar de dirección en un mundo que, sin embargo, sólo habla de puesta en escena, goce, seguridad, éxito personal.

En la onda de la crisis financiera, que pone en evidencia la fragilidad del actual sistema bancario del viejo continente, el tema tenía una especial resonancia.

Médicos, economistas, filósofos, religiosos se sucedieron en la tribuna para hacer constataciones que impresionan.

“Se reconocen las fragilidades económicas y financieras. Nunca la fragilidad humana”, dijo el doctor Xerri, primer y último ponente de la jornada.

“El mundo moderno vive con el resentimiento de haber nacido”, completó poco más tarde monseñor Ide, citando a Hannah Arendt.

Mientras que, en la misma línea, Dominique Lambert, profesor de filosofía en Notre-Dame de Namur, habló de un hombre “que parece cansado de ser humano”. Peor todavía, habría, según el doctor Bernard Ars, un “riesgo de deriva eugénica de una medicina que no estaría ya interesada en las fragilidades”. “Cuando la conciencia de la fragilidad puede abrir fallas liberadoras”, añadió.

Por tanto una situación lejana al mensaje bíblico y evangélico, recordado por el hermano jesuita Edouard Herr. Como constató también el profesor De Woot: “Nuestro modelo económico actual deshumaniza a nuestras sociedades, y acrece esta deshumanización de manera sistémica”.

Y cuando este modelo económico se aplica a los servicios de salud, se asiste entonces a un abandono progresivo del “asumir el cuidado” para tan sólo cuidar, explicó por su parte el doctor Galichon, cuando estas dos facetas de la medicina deben darse en un continuum.

A pesar de este negro panorama, el coloquio no dejó un regusto pesimista. Se sentía en este coloquio, a pesar de todo, fe en el hombre, fe en el poder de los débiles. El de los recién nacidos es el más evidente recordó el profesor Le Pichon, en una intervención que fue la más conmovedora (con los “instantes frágiles” de Régis Defurnaux, un diaporama-testimonio sobre cuidados paliativos en el hogar San Francisco de Namur).

Especialista en geodinámica, el profesor Xavier Le Pichon subrayó la importancia de las debilidades y las imperfecciones en cualquier sistema vivo e incluso en la tectónica de placas (de la que es un especialista mundial). Mejor todavía, el autor del libro Aux racines de l’homme : de la mort à l’amour, subrayó sobre todo que una sociedad es humana cuando se ocupa de los que sufren.

Se recordó a este respecto el histórico descubrimiento de la tumba de Shanidar que permite a los paleoantropólogos afirmar que los neandertales, hasta ahora considerados como prehumanos, se cuidaban de sus heridos y se convertían de golpe por este hecho en humanos.

“Es el encuentro con el hombre que sufre lo que constituye la humanidad –explicó el profesor del Colegio de Francia--, y el hombre no cesa de reinventar su humanidad al tener que afrontar las fragilidades”.

Pierre Granier, autor de la crónica, concluye con una pregunta acuciante: “Nos atreveremos a dilapidar una tal herencia de al menos sesenta mil años?”

Por Nieves San Martín

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Europa: La crisis financiera y el futuro de la integración
Asamblea plenaria de las conferencias episcopales de la Unión
BRUSELAS, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- Este miércoles 26 y hasta el viernes 28 de octubre, se reúne la Asamblea plenaria de otoño de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE), en Bruselas. Veintitrésobispos miembros de la COMECE estarán presentes. El tema principal de la Asamblea plenaria será “la crisis financiera y el futuro de la integración europea”.

Por España, asistirá el obispo de Almería Adolfo González Montes junto alresto de los prelados delegados por las conferencias episcopales de los estados miembros de la Unión Europea.

En su itinerario de estudio, la COMECE recoge el debate sobre el proceso político de la Unión Europea, informa y conciencia a la Iglesia sobre los desarrollos de la legislación y de las políticas europeas, además de animar la reflexión, basada en la Doctrina Social de la Iglesia, sobre los desafíos que plantea la construcción de una Europa Unida.

En esta Asamblea, los obispos europeos analizarán las razones económicas y políticas de la crisis de la deuda en Europa, así como los instrumentos adoptados para afrontar la crisis.

Reflexionarán también sobre la “confianza” como factor crucial para resolver la crisis en un contexto político, económico y societario.

Intervendrán sobre el tema principal del encuentro: Peter Wagner, jefe de la unidad Task Force para Grecia de la Comisión Europea; Lans Bovenberg, de la universidad de Tilburg, Países Bajos; Emmanuel van der Mensbrugghe, director de la Oficina para Europa del Fondo Monetario Internacional (FMI); Jean-Pierre Jouyet, presidente de la Autoridad de los mercados financieros de Francia.

La sesión de apertura será el miércoles 26 de octubre. Se iniciará el tema principal del encuentro “Crisis financiera y el futuro de la integración europea”. Peter Wagner expondrá la “Misión y primeras experiencias de la nueva Task Force para Grecia”. Las Vísperas estarán presididas por monseñor Kratz.

El jueves 27 de octubre, tras la eucaristía presidida por monseñorAmbrosio, en la capilla de la Resurrección, el profesor Lans Bovenberg afrontará el tema “Las razones económicas y políticas de la crisis de la deuda en Europa”. El doctor Emmanuel van der Mensbrugghe hablará sobre “Los instrumentos adoptados para afrontar la crisis. Perspectiva del FMI”. Jean-Pierre Jouyet abordará “La 'confianza'-¿Factor crucial para resolver la crisis? El factor psicológico de la crisis en el medio político, económico y societario”.

Tras un debate, se estudiará el tema “Economía social de mercado europea-Una declaración de los obispos de la COMECE”. Intervendrá monseñor Aldo Giordano, observador permanente de la Santa Sede ante el Consejo de Europa. Se expondrán también las inicitivas y actividades del Secretariado de la COMECE.

El viernes 28 de octubre, tras la eucaristía, presidida por monseñor Stankevics, en la capilla de san Benito y santa Teresa Benedicta de la COMECE, seguirá el tema anterior y un informe de las actividades del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CC.EE.) por monseñor Duarte da Cunha, secretario general de este consejo.

Seguirá un encuentro con Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Los valores cristianos, punto de encuentro
Diálogo ortodoxo-católico en Bielorrusia
MINSK, martes 25 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- Desde el 13 hasta el 15 de noviembre próximos, Minsk acoge la conferencia internacional sobre el “Diálogo ortodoxo-católico: los valores éticos cristianos como contribución a la vida social de Europa”.

Organizan la conferencia el Instituto para el Diálogo Interreligioso y el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa de Bielorrusia, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos de la Santa Sede, y la ONG internacional Centro Educacional Cristiano Santos Cirilo y Metodio, de Bielorrusia, apoyada por la archidiócesis de la Iglesia Católica de Minsk-Mogilev.

Los temas que se debatirán en este encuentro ecuménico incluyen: mundo contemporáneo y la respuesta de la Iglesia en términos de ética social; crisis económica global y crisis de fe; valores cristianos en un mundo pluralista; valores cristianos y economía social de mercado en una época de crisis global; valores cristianos y sistema legal moderno; visión social y ética social: cuestiones epistemológicas fundamentales; Estado e Iglesia; interacción de la Iglesia con los medios de comunicación; “estilo de vida” cristiano como testimonio y misión en un mundo plural; proyectos ecuménicos: la experiencia del testimonio común de los valores cristianos; raíces teológicas de los valores europeos.

Como conclusión de la conferencia habrá una mesa redonda sobre “El diálogo entre religiones y civilizaciones sobre el tejido social de la humanidad”.

Durante la Conferencia, el 14 de noviembre, en la Sociedad Filarmónica Estatal, se celebrará un concierto interreligioso, donde se interpretarán himnos ortodoxos y católicos, además de piezas musicales seculares de famosos compositores siguiendo el espíritu de la conferencia.

En la Conferencia, participarán representantes de las Iglesias ortodoxas, católicas y protestantes del Este y el Oeste de Europa.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Informe Especial


Multiculturalidad y religiones entre los inmigrantes
Datos citados por la Santa Sede
CIUDAD DEL VATICANO, martes 25 octubre 2011 (ZENIT.org).- En la rueda de prensa en la que se ha presentado hoy el mensaje del papa para la próxima jornada mundial de los migrantes y refugiados, se han dado cifras de migrantes en el mundo que revelan la tendencia hacia sociedades pluriculturales y de diferente religiones, cada vez menos homogéneas que en el pasado.

En 2009, había 38,5 millones de inmigrantes en Estados Unidos, de los que poco menos de un tercio eran mexicanos (11.478.234), el grupo más numeroso en el país. Seguían tres países asiáticos: Filipinas (1.733.864), India (1.665.055) y China (excluídos Hong Kong y Taiwan) (1.425.814). El Salvador es el país de origen de otras 1.157.217 personas y Vietnam de 1.149.355. de Corea proceden 1.012.911 inmigrantes y de Cuba 982.862 personas (fuente: Perfil estadístico de la Población Extranjera en Estados Unidos, 2009 del Pew Hispanic Center).

Por tanto, Estados Unidos, que tiene mayoría cristiana, sobre todo protestante, pero acoge no sólo a católicos sino a hindúes, budistas, musulmanes, taoístas y confucianos.

En la Federación Rusa, de la que es más difícil tener estadísticas detalladas, los inmigrantes llegan sobre todo de Kazajstán (en torno a 1,9 millones de personas, entre 1989 y 2007) y, con flujo similar llegan de Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán (fuente: Russian Federation, Country Profile, Focus Migration, No. 20, July 2010).

Rusia es un país de tradición cristiano-ortodoxa, y es ahora país de acogida de inmigrantes musulmanes de los países de la ex-URSS.

En la Unión Europea, el número más elevado de inmigrantes está en Alemania, Francia, Reino Unido y España (para todos los países europeos, las estadísticas citadas son las del International Migration Outlook, OECD-SOPEMI 2010, Table B.1.5. Stock of foreign population by nationality).

En 2008, en Alemania había una población inmigrante de 6.727.600 de personas de diversas nacionalidad. Entre ellos, los turcos eran los más numerosos (1.688.400), seguidos por italianos (523.200), polacos (393.800) y griegos (287.200).

En la Alemania evangélica viven ahora católicos polacos e italianos, ortodoxos griegos y musulmanes turcos.

En Francia, en 2006, los inmigrantes eran 3.541.800, sobre todo portugueses (490.600), argelinos (481.000) y marroquíes (460.400), seguidos por turcos (223.600), italianos (177.400) y tunecinos (145.900).

En este estado laico, en el que la mayoría de todos modos pertenece a la Iglesia católica, hay ahora muchos musulmanes.

En el Reino Unido, en 2008, de 4.196.000 inmigrantes, los grupos más numerosos eran polacos (500.000), irlandeses (359.000) e indios (295.000), con una notable presencia también de paquistaníes (178.000) y franceses (124.000).

Han llegado católicos polacos, irlandeses y franceses, indios de mayoría hindú pero también musulmanes, católicos y sij, y paquistaníes de mayoría musulmana.

En España, tradicionalmente católica, han llegado 5.598.700 inmigrantes, de los que la mayoría son rumanos (796.600), en su mayoría ortodoxos, marroquíes musulmanes (710.000), ecuatorianos católicos (413.700) y ciudadanos del Reino Unido de mayoría anglicana (374.600).

En Arabia Saudita, los inmigrantes en 2005 provenían sobre todo de: India, Egipto, Pakistán, Filipinas, Bangladesh, Yemen, Indonesia, Sudán, Jordania y Sri Lanka (Fuente: World Bank, 2008, Migration and Remittances Factbook). Aunque la mayor parte son países de mayoría musulmana, están también la India, de mayoría hindú, Filipinas, con mayoría católica, y Sri Lanka, en un 70% budista y un 15% hindú.

Sudán mismo, de mayoría musulmana, está habitado por cristianos, que son un grupo numéricamente relevante.

En Canadá, donde había 6.187.000 inmigrantes en 2006, el grupo más numeroso provenía del Reino Unido (579.600 personas). Los lazos históricos pueden desempeñar un papel importante en este tipo de flujo. Luego, estaban los chinos (466.900) e indios (443.700). Había también filipinos (303.200), italianos (296.900) y estadounidenses (250.500) (Fuente: Statistics Canada, 2006 Census of Population).

También en el Canadá cristiano, además de los cristianos del Reino Unido y de Estados Unidos, los católicos de Filipinas y de Italia, hay inmigrantes hindúes de la India, y budistas, musulmanes, taoístas y confucianos sobre todo de China.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


ANUNCIOS


Para ver las tarifas y poner su anuncio en los servicios via email de ZENIT visite: http://ads.zenit.org/spanish

* * * * * * * * * * * * * * * *

La Virgen María - Refugio Y Camino Seguro - Gratis
AVE MARIA, GRATIA PLENA, DOMINUS TECUM, BENEDICTA TU IN MULIERIBUS...

FIAT MIHI SECUNDUM VERBUM TUUM!

"...Nosotros queremos proclamar muy alto, nuestra certeza de que LA RESTAURACIÓN DEL REINO DE CRISTO POR MARÍA no podrá dejar de realizarse, de manera que, por su poderosa intercesión y su auxilio constante, se realice por fin el Reino de Cristo, "Reino de Verdad y de Vida, Reino de Santidad y Gracia, Reino de Justicia, de Amor y de Paz".
S.S. Pío XII - 17 de Septiembre de 1958.

Pater Noster, Adveniat Regnum Tuum. FIAT VOLUNTAS TUA Sicut In Caelo ET IN TERRA.

http://www.fiat-fiat-fiat.com/fiatpages/MARIA%20VIRGEN%20REINA%20Y%20MADRE%20PRIMERA%20PARTE.pdf

arriba

* * * * * * * * * * * * * * * *

Para ver las tarifas y poner su anuncio en los servicios via email de ZENIT visite: http://ads.zenit.org/spanish