29.10.11

En los altares - Santa Lucía

A las 12:17 AM, por Eleuterio
Categorías : General, En los altares
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Santa Lucía

Corría el siglo III, probablemente el año 281, cuando en Siracusa nació una niña a la que pusieron por nombre Lucía. Se puede decir que en aquellos años ya había una comunidad cristiana floreciente en aquella isla mediterránea.

Lucía, debido al ambiente cristiano en el que se crío tuvo una infancia en la que destaca su piedad no exenta de fervor en un tiempo en el que ser discípulo de Cristo, y decirlo, podía acarrear malas, muy malas consecuencias para quien fuera tan valiente como para hacer eso. Eran tiempos de arraigada fe y recio creer.

Como curiosamente pasa, en muchas ocasiones, los padres de Lucía no eran pobres de solemnidad sino que, muy al contrario, tenían tierras y formaban parte, por eso mismo, de la nobleza terrateniente. Esto quiere decir que, en aquel tiempo el cristianismo se había difundido más allá de la población pobre que, en un principio, seguía a Jesús.

Lucía perdió a su padre a la tierna edad de 5 años y su madre, Eutiquia, la educó cristianamente y tan bien lo hizo que, muy a pesar de que le hubiera buscado un buen partido para haber matrimonio, la joven Lucía había tomado la decisión que, en muchas ocasiones, toman aquellas personas que, muy especialmente, han sabido escuchar la voz de Dios: se consagraría al Creador con el voto de virginidad. Así, no consiente casarse y hace todo lo posible para retrasar la fecha de la boda.

Como la voluntad de Dios es difícil de obviar si se tiene fe, fue una enfermedad de la madre de Lucía la que hizo que recapacitase al respecto del futuro de su hija. Acudió, la misma, al sepulcro de Santa Águeda para pedir la curación de su madre y, allí mismo, se le apareció la santa diciéndole “Lucía, hermana, virgen de Dios, ¿por qué me pides lo que tu misma puedes hacer? Tu fe ha alcanzado gracia y tu madre está curada”. Y así, al relatarle a su madre lo que había pasado, Eutiquia no insistió más acerca de la boda de su hija porque había comprendido que Dios le tenía preparado algo mucho más importante.

Y, como el Mal siempre trabaja todo lo que puede para causar sus propios efectos, no podía ser casualidad que el que había sido prometido de Lucía la denunciara ante el Procónsul Pascasio, puesto allí por Diocleciano, el sanguinario perseguidor de cristianos. Y fue denunciada porque en cuanto supo el que iba a ser marido de Lucía que Eutiquia había vendido sus bienes a instancias de la prometida sospechó que podía ser cristiana pues era costumbre de los discípulos de Cristo vender lo propio y repartirlo entre los pobres. De inmediato la llamó Pascasio y la obligó a presentar ofrendas a los dioses a lo que Lucía se negó.

Después de varios intentos de acabar con la vida de la joven santa y haber resultado infructuosos los mismos, ordenó que fuera degollada no sin antes haber conseguido que se convirtieran muchos paganos que habían visto que sobrevivía Lucía a todos los intentos de darle muerte y eso sólo podía acaecer porque había una voluntad superior que así lo quería. Pero, incluso antes de morir, profetizó el final de la persecución del cristianismo para después de la muerte de Diocleciano.

Era, aquel día, un 13 de diciembre del año 304.

Bien podemos dirigirnos a Santa Lucía con la siguiente oración:

¡Oh bienaventurada y amable Santa Lucía!, universalmente reconocida por el pueblo cristiano como especial y poderosa abogada de la vista; llenos de confianza a ti acudimos pidiéndote la gracia de que la nuestra se mantenga sana y que el uso que hagamos de nuestros ojos sea siempre para bien de nuestra alma, sin que turben jamás nuestra mente objetos o espectáculos peligrosos, y que todo lo sagrado o religioso que ellos vean se convierta en saludable y valioso motivo de amar cada día más a nuestro Creador y Redentor Jesucristo, a quien, por tu intercesión, oh protectora nuestra, esperamos ver y amar eternamente en la patria Celestial.
Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán