13.11.11

 

Esta semana ha sido bien interesante para la Iglesia en España. Hemos asistido a la publicación de una nota del arzobispado de Santiago de Compostela desmarcándose de Encrucillada, hemos sabido que el obispo de Bilbao ha impedido que el heterodoxo Queiruga dé un curso en su diócesis y el director de Religión Digital nos informó del veto al teólogo arriano Juan José Tamayo por parte del cardenal Rouco, que no está dispuesto a que semejante hereje de una charla en una de sus parroquias.

Cada una de esas medidas por sí sola no es altamente significativa. Pero las tres a la vez sí parecen indicar que algo se está moviendo en la Iglesia en España. Si ello es preludio de inmediatas actuaciones en el ámbito de la defensa de la sana doctrina y la lucha contra la secularización interna es algo que pronto sabremos.

Entre los prelados españoles hay dos tipos de actitudes. Están aquellos que quieren dejar todo más o menos como está para no tener que enfrentarse a la fuerza mediática de los progresistas heterodoxos. Saben y reconocen que ese sector eclesial está en mayor o menor medida apartado de la fe de la Iglesia, pero no están por la labor de que tal hecho sea reconocido oficialmente. Por otra parte están aquellos que sí quieren ir dejando las cosas en su sitio, de forma gradual pero firme. No son partidarios de entrar a saco cual burro en una cacharrería, pero sí desean que al menos se derriben los grandes totems de la heterodoxia en España. Importan menos los que ya están fuera de órbita, como es el caso de Tamayo, que los que todavía pueden presentarse ante los fieles como católicos “fetén", como pueden ser Queiruga, Forcades e incluso, todavía, Pagola.

 

El principal obstáculo que veo yo de cara al futuro es que vamos a pagar ahora la inacción del pasado. Cuando se deja que el error doctrinal vuele libre por la Iglesia durante años, la llegada de un cazador dispuesto a tirarlo abajo a escopetazos es vista por muchos como una imposición intolerable que atenta contra la comunión eclesial. Hace unos días aseguré que cuando un obispo fiel al Señor llega a una diócesis que está tomada por quienes han sido formados deficientemente en la fe católica, su labor a favor de recuperar el alma católica de su rebaño es vista como un ataque a la unidad de su iglesia local. Salvando las distancias, es como si a una diócesis tomada por el arrianismo llega un obispo modelo San Atanasio y entonces los arrianos arremeten contra él por querer “imponer” la fe trinitaria.

La prudencia es siempre buena consejera en la actuación pastoral. Ahora bien, no puede ser la excusa para no hacer nada. Es preferible coger el toro por los cuernos y abatirlo en el suelo que dejar que siga corneando a los fieles. La combinación de una actividad magisterial catequética, que indique cuál es la verdad, debe de ir acompañada de medidas que impidan que el error siga campando a sus anchas. Y la Iglesia se ha dado a sí misma una ley que, de ser usada convenientemente -o sea, sin renunciar a la caridad-, sirve perfectamente para tal fin. La herejía no desaparece por sí sola. No es humo ligero que suba a lo alto, sino humo pesado que se queda abajo contaminando al que lo respira. Contra el humo de Satanás sólo cabe usar el fuelle de la verdad. Hagamos diferencia entre quienes difunden el error y los que simplemente lo sostienen porque es lo que han “mamado” durante décadas. A estos últimos cabe evangelizarlos en la verdad. A aquellos solo cabe apartarlos, si no se convierten, de la comunión eclesial.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Puedo prometer y prometo que antes de escribir este post no había leído el artículo de Paco Pepe en La Gaceta, que reproduce en su blog. Me alegro de que coincidamos en el análisis de lo que está ocurriendo.