14.11.11

 

En el mundillo del progresismo eclesial, hay un dogma que es aceptado de manera unánime: Es profeta todo aquel que se signifique públicamente por oponerse al magisterio y sea criticado o condenado por ello. Profetas son Boff y Küng. Profetas son, faltaría más, Tamayo, Masiá, Pagola y Queiruga. Supongo que Sor Forcades está a punto de ser declarada como profetisa oficial del progresismo estatal. Digo estatal porque lo de nacional no les molará dado que la religiosa es catalana.

Como escribí ayer, la semana pasada fue “dificililla” para los progre-profetas ibéricos. Algunos obispos, secuestrados por las hordas fundamentalistas que osamos escribir desde la red pidiendo que la fe católica sea preservada y defendida convenientemente, osaron plantarles algo de cara. Y como no hay progre-profeta que se precie sin medio de comunicación que recoja sus profecías, acabamos de ver como Torres Queiruga se ha levantado, cual Elías de la heterodoxia, a lanzar soflamas desde Religión Digital contra quienes ni creemos que son profetas, ni vamos a ceder lo más mínimo en nuestra benemérita petición de que la Iglesia se libre de su veneno y de su ponzoña teológica.

Vean ustedes:

¿A qué achaca el hecho de que los sectores más ultracatólicos, en vez de alegrarse por el éxito de estas convocatorias, llamen a la hoguera?

Ante todo por desconocimiento. Y no sé hasta qué punto se dan cuenta de las gravísimas calumnias que están difundiendo, algo por cierto que en la moral más tradicional, que dicen defender, es pecado mortal. Después está una actitud que cubre con un dogmatismo agresivo la ignorancia de la verdadera interpretación de la fe y de su legítimo pluralismo; nunca distingue entre fe y teología, entre lo fundamental y lo accesorio. Repiten frases sin haber dedicado un mínimo de tiempo a saber lo que en realidad significan y opinan acerca opiniones de autores y de libros que jamás han leído. Lo que más me cuesta entender es que en nombre del Dios amor se pueda destilar tanto odio; y que en nombre de un Jesús enormemente renovador y aun “revolucionario” en su interpretación de la fe tradicional que el había recibido, se intente imponer una religión reaccionaria, que mata la voz viva del Evangelio. En el fondo, reproducen hoy los mismos procedimientos y calumnias con que hace dos mil años otros amargaron la vida a Jesús de Nazaret… hasta asesinarlo.

Yo lo siento mucho, pero no me hace falta leerme todos los libros de Queiruga para saber que, en condiciones normales, ni siquiera se le puede considerar como cristiano. Quien es capaz de decir en una entrevista concedida a un medio de comunicación que si un día se encontrara el cuerpo de Cristo, él sería feliz, no es cristiano. No tiene que explicarme lo que quiere decir con eso. Le entiendo perfectamente.

También entiendo perfectamente lo que quiere decir una monja que pone al mismo nivel el derecho a la vida que el derecho a abortar de las madres. Y a Pagola le entendí tan bien que tuve que hacer verdaderos esfuerzos para acabar su “Jesús. Aproximación histórica".

Pero claro, quien presenta a Jesús como un revolucionario de la interpretación tradicional de la fe que había recibido demuestra que no tiene ni repajolera idea de quién era Cristo. Hablar de que Cristo recibió la fe es propio de arrianos. Es ignorar que Cristo es Dios encarnado. Presentarle como revolucionario es olvidar que ya Moisés profetizó que el Mesías había de dar una nueva enseñanza.

Dice Queiruga que nosotros, los ultras, no distinguimos entre fe y teología. Claro, él sí. Él cree que la fe puede ir por un lado y la teología por otro. Yo más bien pienso que su teología está tan alejada de la fe, que separa de la misma a todo aquel católico que acepta sus tesis. Por eso es especialmente necesario que la Iglesia se pronuncie de una vez, de manera clara y oficial, sobre sus obras. No hacerlo es poner a los pies de los caballos a todos aquellos que son incapaces de discernir la gravedad de los errores de ese teólogo hereje.

La práctica totalidad de esos profetas del Baal de la herejía no creen en el Cristo de la Iglesia. Llamarles arrianos es hacerle una injusticia al arrianismo, que al menos concedía a Cristo una cierta condición divina, aunque inferior a la del Padre. Son todos hijos, en mayor o menor medida, del liberalismo teológico (o modernismo), que es radicalmente incompatible con la condición cristiana.

Quede claro. Quienes amargaron a Cristo, quienes buscaron que fuera crucificado en una cruz no fueron los que aceptaron sus enseñanzas ni quienes le reconocieron como Mesías e Hijo de Dios. Muy al contrario, los que odiaron a Cristo fueron los que se negaron a creer en Él. Y estos progre-profetas no creen en Cristo. Creen en un invento de sus mentes, en un fantasma hecho a imagen y semejanza de su incredulidad.

Nosotros, por gracia, confesamos al Señor lo mismo que Pedro y sus sucesores. Nosotros creemos en un Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado y no creado. De la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho. Ellos ni siquiera son capaces de creer que la tumba estaba vacía. Qué lástima dan. Qué pena dan. Han pisoteado y desechado la fe de sus padres, la fe en que fueron bautizados. Con verdad escribió San Pedro que “más les valdría no haber conocido los caminos de la santidad que, después de haberlos conocido, apartarse de la santa doctrina que les fue enseñada. Se les aplica con razón lo que dice el proverbio: `El perro vuelve a su propio vómito´ y `el cerdo lavado se revuelca en el barro´” (2ª Ped 2,21-22).

Luis Fernando Pérez Bustamante