19.11.11

La Visitación (3º día)

Servicio a los demás

“No te agaches ante tu prima, que aunque lleve en mi seno a Jesús, soy la Esclava del Señor, y quiero sólo servir y aprender de Él”, esto parece ser que le estás diciendo a Isabel en esta escena. Eso me gustaría a mí, Madre mía, aprender cada día a ser mejor instrumento en las manos de Dios para servir de verdad a quienes Dios ha puesto a mi lado.

En el año 2000 compuse, para un amigo romano, una poesía titulada “Hacerse alfombra”, y ahora me viene como anillo al dedo, porque cuando la redacté estaba pensando en todo momento en ti.

 

Cuando pisas las aristas,
los pies resienten dolores;
abriendo las nuevas pistas,
recogerás muchas flores.
El Pastor siempre “callado",
te guía a bosque profundo,
su caminar bien marcado,
enseña al hombre su fundo.
En tu vida pisan blando,
y tu color se consuma,
pueden seguir volteando,
en tus olas clara espuma.
Las pisadas no son peso,
al caminar no le hieres,
al arrodillarse un beso,
y decirle que le quieres.
Alfombra con poco nudo,
sabedora de buen fin,
Rey que graba su escudo,
delimitando el confín.
Las alfombras que tejieron,
aquellas manos heridas,
son las que mejor supieron,
servir, ¡sin ser servidas!
Importante es la función
no el lugar que se ocupa,
la escondida en un rincón
la que menos le preocupa.
Las que están en el palacio,
son las más encumbradas,
por eso van tan despacio,
hacia las altas moradas.
Dicen que se ha gastado,
en una aldea perdida,
y Ella sola ha bastado,
a devolvernos la Vida.
Madre siempre a su lado,
vive sintiendo su alma,
al morir pone el costado,
infundiéndonos la calma.
Su figura se hizo sombra,
y su andadura engastada,
supo bien hacerse alfombra,
con su vida consumada.

Que me deje pisar como las uvas en el lagar, para que de mi unión a la vid de tu Hijo, siga produciendo el Viñador, cada estación que pasa de mi vida, mejor vino.

Fe en los planes divinos

Pobre Zacarías que aparece en la escena mudo. Todavía su lengua se tiene que soltar, y no lo logrará hasta que reconozca que lo que va a nacer en el seno de Isabel es gracias a la fuerza y poder de Dios. Así me veo yo muchas veces, mudo, esperando la ayuda del Cielo, que la he interrumpido por mi culpa.
Madre, dales ánimos a los padres que no pueden tener hijos, o queriendo tener más no llegan. Que no pierdan la esperanza, y si es para bien de ellos, concédeles ese hijo que anhelan.
A José, sin embargo, se le ve contento de acompañarte a casa de los primos. ¿Qué hablaríais por el camino? Seguro que San José sabía del nacimiento de Jesús y los TRES habríais ya comenzado a ser la Sagrada Familia. Qué suerte tener a tu lado esas dos Criaturas, que te han ayudado de modo inmejorable a cumplir el papel de Corredentora. Me hubiese gustado aquí ser el burro, pero llegué tarde a la prueba y además era pequeñito todavía en la Mente Divina, tal vez lo consiga representar a este animal de carga en la escena de la huida a Egipto.
Siempre las mujeres habéis tenido más fe que los hombres, y si por Eva entró el mal en el género humano, por Ti, Madre mía, ha florecido la nueva Redención. El escultor divino os ha querido a las dos mujeres en primer plano, los hombres, más bien incrédulos, en el segundo. Ayuda a que sean las mujeres de todo el universo quienes conserven la fe en las familias. Haz que las abuelas, madres y nietas, ayuden a los a los abuelos, maridos, padres, nietos, hermanos, primos, sobrinos, cuñados, yernos, suegros y todos los grados de parentesco varonil, a que no dejen de creer, y si en alguna ocasión no creen, que recuperen la voz como Zacarías.

Para Dios nada es imposible

La esterilidad la vence la fe. La oración es más poderosa que la naturaleza humana; esta se rinde y cambia rumbo cuando Dios dispone que esa obediencia al Creador -contraviniendo sus leyes naturales-, la eleve de grado, y por eso le llamamos “sobrenatural”.
Que pareja de primos tan simpáticos se dan cita para “declarar” a sus madres que había comenzado la Redención. Juan va por delante en todo: a quien anuncia es al menor. Pero cuando su madre Isabel se abaja, le descubre que ese niño es su Señor, y que un día no muy lejano, será Él quien se abaje para pedirle el Bautismo en prueba de sumisión.
Las personas de gran talla humana siempre saben ser humildes, por eso no me asombra veros a las dos primas “disputándoos” en ser las últimas. María e Isabel, ayudad al género humano femenino a descubrir la grandeza de su vocación a la maternidad, independientemente de que tengan hijos o no. Hay mujeres que tienen una maternidad espiritual mucho mayor que la de la carne.
Los sacerdotes renuevan a diario el Sacrificio del Calvario de manera incruenta. Le prestan a Cristo su cuerpo, sus manos, su voz, su ser entero. Pero vosotras habéis dado a vuestros hijos vuestra sangre y vuestro calor. Son nueve meses de gestación en los que el Cielo ha tomado posesión de la criatura.
Enseñad a todas las madres del mundo la belleza de ser portadoras de los “hijos de Dios”. Las madres –no todas-, piensan que somos hijos suyos solamente, y no descubren que los hijos somos “otros Cristos”, y que debemos nuestra existencia al sello divino, que Dios nos puso en el momento de la Creación. Ayúdales a todas las madres a que descubran que quien nos crea es Dios, y que se sirve de su cariño y sacrificios para hacernos descubrir un día el Sol, y que cuando llegue la luna, y la noche de nuestro adiós, recuperan ese afecto de su Hacedor.
Aunque en el Cielo seremos como Ángeles, lo ha dicho Jesús, seguro que las madres sabrán en todo momento lo que hacen sus hijos ¿no? Espero que no haya horarios que cumplir para volver a casa ¿verdad? ¡Menos mal! Porque si no las madres no dormirían tranquilas viendo que varios de sus hijos se han quedado un poco a divertirse con sus amigos “del Cielo de Brasil”, ¡ja, ja!


El Taller de José (4º día)
Trabajo divino y humano

Enséñame a descubrir que en el trabajo de cada día es donde realmente me santifico. Que cada fracción de mi esfuerzo en el quehacer cotidiano me lleve a descubrir lo que en esta escena contemplo, que Jesús, Tú y José ennoblecisteis con vuestras manos, y sobre todo con vuestra inteligencia. Que descubramos todos los hombres que Dios nos ha dado unos talentos que tenemos que hacer fructificar.
El Hijo de Dios hecho hombre ha querido tener unos padres trabajadores. Dios Padre nos ha mostrado la Creación como una criatura que ha salido de sus manos; el Génesis nos relata que el séptimo día descansó. ¡Cuántas virtudes tengo que aprender todavía a vivir en el trabajo! La laboriosidad, para empezar; la puntualidad, la alegría, la caridad, la justicia, el orden, la perseverancia, la serenidad, la constancia, el desprendimiento, la humildad, la mansedumbre, la ecuanimidad, la templanza… y sobre todo, negarme a mí mismo para dar gloria a Dios.
¿Cómo vivías el orden en tu trabajo, Madre mía? ¿Cómo llevabas las tareas del hogar? Seguro que en cada plato que cocinabas ponías un detalle de cariño. ¿Y la ropa de José? ¿Y qué decir de la de Jesús? Seguro que más de una prenda de José, cuando él os ha dejado, la ha utilizado Jesús ¿verdad? ¿Quién te enseñó a cocinar y coser tan bien? Santa Ana debió quedar muy contenta de lo rápido que iba su hija aprendiendo cuanto le enseñaba.

Santificar el trabajo

En estas fechas hay millones de alumnos que preparan sus exámenes en todo el mundo. Ayúdales a que estudien con alegría e intensidad. Que como nos sugería San Josemaría, conviertan cada hora de estudio en una hora de oración. Seguro que fuiste muy buena alumna de tus maestros. Ayúdales a los profesores y profesoras que no se desesperen con algún alumno un poco más díscolo de lo normal, ¡ja, ja!
Y lo mismo vale para quienes no tenemos que dar ya exámenes, pero sí cumplir con unas obligaciones profesionales. Que nuestras jornadas sean momentos intensos en los que encontremos el valor del trabajo santificado.
Una persona que lucha por santificar el trabajo se nota que tiene una mirada limpia, como la tuya, porque sus ojos están siempre mirando al Cielo, y la luz de Dios penetra en su alma, haciéndole descubrir que su esfuerzo, aparentemente monótono, como el del burro de noria, da lozanía al huerto y hace que su vida sea un vergel, donde los demás encontrarán reposo.

Trabajo del hogar

Ayuda a todas las madres de la tierra que se den cuenta que su trabajo del hogar es el mejor del mundo. Son ellas quienes mantienen la alegría de la casa con sus infinitos detalles de cariño, que a sus hijos tal vez todavía pequeños, o grandes y un poco “despistados” como su marido, no les viene a la cabeza agradecerles, pero que si un día faltan, todos los echan en falta.
Dales fuerzas a las mujeres para que no se desanimen en las tareas del hogar. Las abuelas, las madres, las hermanas son un reflejo tuyo en cada familia. Marta se queja de María, pero Tú sabes muy bien, que María no podría cumplir su misión, si su hermana Marta no se sacrificase para tener todo a punto. Tú adelantaste la hora de Jesús por haber ejercido de madre que está en los detalles del hogar. Estoy seguro y convencido que las personas que cuidan de las personas queridas en sus casas, tienen una santidad mayor porque “sirven”.
Tu Hijo ha sido el primero en darnos ejemplo, y nos ha dejado muy claro que no ha venido a ser servido sino a servir. Las personas que tienen en orden las cosas del hogar demuestran una finura y caridad que otros no tenemos.
Enséñanos a los hombres a que ayudemos en las tareas domésticas. Que no haya “comodones” que piensen que con su trabajo lejos del hogar ya cumplen con su misión de servir ¡no! Servir a los demás es trabajar todas las horas del día en lo que cada momento nuestra familia necesite.
No me imagino a Jesús y José dejándote sola en las vicisitudes de la casa. Como eres muy ordenada seguro que tenías todo organizado para que cuando llegasen a casa descansaran un poco. Pero también ellos te sorprenderían más de una vez adelantándose a tus previsiones ¿no?
Ayúdales a las familias numerosas a que vivan serenas y tranquilas, aunque a las horas de punta los padres no den abasto a bañar y acostar los niños. Haz que los hijos mayores colaboren en la tarea de cuidar de sus hermanos pequeños y vean premiado su esfuerzo en un beso de su hermanito que les dice: ¡Te quiero un millón!

Defensa de los inocentes

Me gustaría que no muriese ninguna criatura inocente más, en el seno de su madre, o a penas nacido, porque el egoísmo de la sociedad lo rechaza. Son muchas voces las que presionan a la pobre madre: ¡mátalo! ¡Quítate de encima esa “cosa” que te crece dentro! Y ¡Qué remordimientos después! ¡Qué ganas de dar marcha atrás! Estoy convencido que todos esos niños ganarán de la misericordia divina el perdón de sus padres –porque ellos si saben muy bien quienes son-, y de un modo muy especial suplicarán por su madre todos los días de su vida hasta que les alcance, y se avergüence de mirarles a la cara, porque delante de Dios, hasta el embrión más pequeño tiene cara, pero ellos ejerciendo de hijos buenos, perdonarán a sus “madres pródigas”.
¿Por qué no consigues que sean “todos” los que se convenzan de que no pueden suprimir la vida de ese hijo que les hará felices por toda la eternidad? Ojala que pueda presentarme en la meta final sin una falta o colaboración de suprimir la vida de ninguna criaturita indefensa, ¡que antes muera yo! Es un pecado que se paga en vida, pero Tú, Madre mía, tienes que conseguir que todas las almas que lo han cometido se arrepientan. Que una vez que descubran y valoren su culpa, pongan todos los medios para desagraviar y luchar a favor de la vida para que nazcan todos los hijos de Dios, que son llamados a ser felices por toda la eternidad, y sin ninguna tara, porque TODOS tendremos un cuerpo glorioso y sin defecto alguno.
Que no haya más “Herodes” en el mundo, que no pierdan la vida más niños inocentes. Dales a todos esos niños la corona del Cielo para que sus almas brillen como las de los Ángeles, porque no han tenido ninguna culpa, sólo la desgracia de no haber tenido una madre. Ahora te tienen a ti, y veo a todas esas criaturas bajo tu regazo, porque sus padres han recibido el perdón de Cristo en la Cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.
Ayuda a todas las instituciones y personas que cada día se esfuerzan por hacer oír su voz a favor de la vida, a que perseveren en este noble ideal; y dales un Cielo muy grande porque están ayudando a salvar almas de las garras de Satanás

Huir de las tentaciones

Madre mía, que aprenda de ti y de José la docilidad para escuchar la voz del Altísimo. Que huya con prontitud de las tentaciones que cada día me tiende el enemigo. Si tu me dejas –hago ahora un rato de burro como te había dicho-, no seré capaz de vencer ninguna batalla, pero contigo ¡qué fácil es ganar! Veo que además nos acompaña en esta escena el Ángel de la Guarda que durante todo el trayecto de mi vida estará siempre ayudándome en la huida del enemigo.
Le pido -me atrevo por estar hablando contigo a solas-, a mi Ángel de la Guarda que se haga muy amigo del tuyo, del de José también, y especialmente del de nuestro Jesús Niño-Hombre. Espero serle dócil y al menos ganar el último asalto de mi carrera. Que bien viene a cuento el consejo de San Josemaría: “no tengas la cobardía de ser valiente, ¡huye!”.
Madre, haznos entender que Dios no se goza en nuestras caídas. Nunca le deja poder al maligno por encima de nuestras fuerzas. Haznos entender que basta que pongamos en práctica los talentos recibidos, y que ante las dificultades pongamos los medios humanos como si no hubiese los sobrenaturales, y los sobrenaturales como si no hubiese los humanos.
Tú fuiste preservada del pecado original, tu naturaleza no tenía las limitaciones del “fomes peccati”, del hombre caído, por eso nos puedes enseñar mejor que nadie esa voz que escuchó San Pablo antela lucha: “¡te basta mi gracia!”. Madre, que no nos falte nunca esa gracia de la Trinidad.
Acompañados de Jesús, María y José , yo quiero ir como el Niño Jesús, en tus brazos, y que cuando Él se duerma –yo que quedaré despierto porque tengo el sueño más ligero-, reciba en ese momento tus caricias y atenciones. No quiero perderme ningún detalle de las conversaciones con José; y cuando pasemos por un viñedo, el racimo grande me lo des a mí, porque quiero sorprenderle a Jesús, que cuando se despierte lo compartiré con Él, y le dejaré elegir la uva más gorda.
En algunos momentos del trayecto tal vez me canse y se me haga largo el camino. En ese momento ayúdame a descubrir que vale la pena los esfuerzos de esta vida para llegar a la meta del Cielo. No quiero molestar en el recorrido a ninguno de los tres, pero si os cansáis de mi, puedo volver a hacer de burro, que no habla y lleva el paso ligero. Estiraré las orejas para, al menos, seguir oyendo las lecciones “divinas” de la Trinidad de la Tierra.
Que durante todos los días de vida que aún quieras darme aprenda a vivir cada hora acompañando a los tres, y que pueda repetir en el último respiro en esta tierra: ¡Jesús, José y María os doy el corazón y el alma mía!; ¡Jesús, José y María asistidme en mi última agonía!; ¡Jesús, José y María, descanse en paz con vos el alma mía! Los tres pasasteis por la tierra haciendo el bien, y ahora desde el Cielo, se nota que vuestra ayuda es más eficaz. No dejéis de pedir por todas las familias del mundo para que os tengan siempre como modelo. ¡Qué paz reinaría en la sociedad, si padres e hijos tuviésemos presente en cada momento que nos estáis viendo y animando, empujando hacia el olvido de sí! Madre, ¡ayúdame a olvidarme de mi mismo, para hacer la vida agradable a los demás, como tu se la hiciste a Jesús y José!
He pasado el ecuador de la novena y tengo sensación de no haberte dicho todavía ni la décima parte de todas las cosas que tengo en el corazón. Lee tu en mi interior para que los cuatro días que quedan los aproveche muy bien, y prepárate para que el último seas Tú quien hable.
Un beso de mi parte al Niño Jesús cuando se despierte y no me vea