20.11.11

El Congreso Eucarístico que cumplió cien años

A las 2:54 PM, por Alberto Royo
Categorías : General

CIEN AÑOS DE UN CONGRESO EUCARÍSTICO MEMORABLE: MADRID, 1911

RODOFO VARGAS RUBIO

Este año se ha cumplido el primer centenario de un evento importante en la vida religiosa española: el XXII Congreso Eucarístico Internacional de Madrid, que tuvo lugar del 25 al 30 de junio de 1911. Por una feliz circunstancia, el Romano Pontífice bajo cuyo reinado y égida se celebró la grandiosa manifestación era nada menos que san Pío X, el llamado “papa eucarístico”. Menos de un año antes había promulgado el importantísimo decreto Quan singulari (8 de agosto de 1910), por el que se establecía la edad de la primera comunión de los niños en la de la aparición del uso de razón. Como se sabe, hasta entonces se retrasaba la recepción del pan eucarístico hasta prácticamente la adolescencia, con lo cual se privaba a los niños de la gracia extraordinaria del magno sacramento por un sentido errado de reverencia, resabio de jansenismo y expresión de un cierto cartesianismo. Cinco años antes el Papa Sarto había emanado el decreto Sacra Tridentina Synodus sobre la comunión frecuente (20 de diciembre de 1905), que vino a poner fin a la práctica de no comulgar sino de vez en cuando y con permiso del confesor, sin duda con la intención de evitar la rutina y aun el sacrilegio, pero olvidándose de que la Eucaristía es el mejor medio para la santificación. Justamente, pues, el primer Congreso Eucarístico Internacional que se celebraba en España (tercero de ámbito nacional, siguiendo al de Valencia de 1893 y al de Lugo de 1896) iba a serlo bajo los mejores auspicios.

San Pío X nombró legado suyo a latere para presidirlo al cardenal franciscano Gregorio María de Aguirre García (1835-1913), del título de San Juan ante Portan Latinam, arzobispo de Toledo, primado de las Españas y patriarca de las Indias Occidentales, así como senador por derecho propio ante las Cortes del Reino. Como dato interesante de su biografía, cabe destacar que fue consagrado obispo en 1885 por el entonces nuncio en España monseñor Mariano Rampolla del Tindaro, más tarde cardenal y fallido papa en el cónclave de 1903, durante el cual le fue interpuesto el exclusive del emperador austrohúngaro y del que salió finalmente elegido san Pío X. También frecuentó al secretario de la nunciatura de Madrid, monseñor Giacomo della Chiesa, que en 1914 se convertiría en el papa Benedicto XV. El 23 de junio de 1911 fue solemnemente recibido el cardenal legado en la capital española, aunque con una significativa frialdad por parte del gobierno liberal de José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros en el contexto del régimen turnista de la Restauración.

Hay que decir que las relaciones entre Iglesia y Estado no pasaban por su mejor momento. La escalada anticlerical que se había desatado en España coincidiendo con las crisis políticas del siglo XIX (y que se manifestó virulentamente en episodios dramáticos como las matanzas de frailes y las desamortizaciones) había sido frenada gracias al Concordato con la Santa Sede de 1851 y a la Constitución de 1876, que consagraba el principio de la confesionalidad del Estado. Pero la aversión a la Iglesia Católica quedaba latente en amplios sectores de inspiración revolucionaria y en las capas sociales más susceptibles a la propaganda anticristiana. El ejemplo de Francia con su ley de separación de Iglesia y Estado de 1905 (Ley Combes) traspuso los Pirineos y se convirtió en parte del programa liberal. Precisamente pocos meses antes del Congreso Eucarístico Canalejas había promovido la llamada “Ley del Candado” (27 de diciembre de 1910), por la que se prohibía el establecimiento de nuevas órdenes y congregaciones católicas sin autorización previa del gobierno, a la espera de una nueva ley de asociaciones, cuyo proyecto fue presentado al Congreso el 8 de mayo de 1911, aunque no se llegó a tramitar.

Este panorama nos permite comprender la atmósfera contradictoria en la que se desarrolló el Congreso: por un lado entusiasmo de los fieles, de los visitantes extranjeros y de un sector del mundo político y social; por otro, frialdad del mundo oficial, la misma que marcaba por entonces las relaciones entre España y la Santa Sede. El proprio rey don Alfonso XIII, católico convencido él mismo, fue de algún modo retenido en el Palacio de La Granja (residencia estival de los monarcas españoles) para que no asistiera a la inauguración del magno evento religioso. Tuvo éste inicio el domingo 25 de junio, con un solemne pontifical oficiado don José María Salvador y Barrera, obispo de Madrid-Alcalá, en presencia del cardenal legado, en la cripta de la catedral de la Almudena (por entonces en construcción), donde la víspera ya se había cantado la Salve a la Virgen. Ese mismo día 25, en la iglesia de San Francisco el Grande, el cardenal legado declaró abierto el Congreso, en el que tomarían parte más de un centenar de obispos, doce mil sacerdotes y cincuenta mil fieles venidos de todas partes de España y del extranjero (entre ellos diez mil adoradores eucarísticos).

La Presidencia General se confió a la infanta doña Isabel, hija mayor de la ex reina doña Isabel II y tía del rey don Alfonso XIII, a la que el pueblo llamaba cariñosamente “la Chata”. Los más destacados nombres de la nobleza de título e intelectual se hallaban a la cabeza y en las listas de las distintas comisiones y secciones. Presidente de la Sección de Letras fue el ilustre filólogo y publicista don Marcelino Menéndez y Pelayo. Los trabajos se desarrollaron entre el mismo día 25 y el 30 de junio siguiente, teniendo lugar conferencias sobre temas como la Presencia real, la Eucaristía como Sacramento, la Eucaristía como Sacrificio, Sacerdocio, teología e historia, literatura y arte, asociaciones y obras de apostolado y obras sociales. Todo quedó consignado en dos volúmenes de actas que suman unas mil cuatrocientas páginas y que por sí solos constituyen un completísimo y valioso acervo de doctrina y de cultura eucarísticas.

El día jueves 29 de junio fue el de la gran procesión eucarística, que, partiendo de la iglesia de los Jerónimos, recorrió las principales calles de Madrid, tapizadas de alfombras hechas con toneladas pétalos de flores llegadas de Cataluña, Valencia y Murcia. La custodia monumental, precedida por doce turiferarios, era conducida por miembros del Cuerpo de Bomberos, seguida por el cardenal legado bajo palio llevado por policías urbanos en traje de gala. El obispo de Namur, Mons. Thomas-Louis Heylen, premonstratense, y el de Madrid-Alcalá flanqueaban al purpurado. El paso del Santísimo Sacramento era saludado por salvas de artillería de las distintas baterías apostadas en puntos clave del recorrido. Participaron en el impresionante desfile todos los prelados asistentes al Congreso, unos ocho mil sacerdotes, dos mil terciarios y los diez mil adoradores nocturnos, amén de una inmensa multitud de gentes fervorosas. Emilie Tamisier (1835-1910), fundadora de los Congresos Eucarísticos, había querido asistir al de Madrid y ciertamente hubiera quedado maravillada al ver sus expectativas superadas por la manifestación colosal de la fe eucarística de los españoles, pero había muerto el año anterior. En su lugar vinieron miembros de su familia.

El Estado, aunque bajo un gobierno –como hemos visto– poco proclive al despliegue público del catolicismo, se hizo presente a través de sus distintas instancias, que acudieron en corporación: Mesas de los Cuerpos Colegisladores, Altos Tribunales, Capitanes Generales y Administración Pública. La Diputación y el Ayuntamiento de acudieron asimismo precedidos por maceros. El partido conservador en pleno, con su jefe Eduardo Dato a la cabeza, también participó en la procesión del Santísimo Sacramento, que fue recibido en la Plaza de la Armería por la familia real, a la que acompañaba el Gobierno (Canalejas no había podido impedir su regreso desde La Granja para los actos de clausura del Congreso). El rey don Alfonso XIII, la reina doña Victoria Eugenia y la reina madre doña María Cristina, esperaban en la puerta principal del Palacio Real. Detrás de ellos se hallaban las infantas doña Isabel, doña María Teresa y doña Luisa de Orleáns, así como los infantes don Carlos de Borbón-Dos Sicilias y don Fernando de Baviera. El nuncio de Su Santidad en España, monseñor Antonio Vico, arzobispo titular de Filippi. Después de postrarse ante el Santísimo en adoración, la regia comitiva lo acompañó hasta el Salón del Trono, donde recibió el homenaje de toda la corte. Acto seguido, el R.P. Eilogio María Postius, vicentino, dio lectura, en nombre del Rey, al acto de consagración, del que destacan las siguientes palabras:

“Soberano Señor, vivo y presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, Rey de reyes y Señor de los que gobiernan: ante vuestro augusto trono de gracia y de misericordia se prosterna España entera, vuestra hija muy amada. Somos vuestro pueblo. Que vuestro imperio dure siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.

A continuación, el cardenal legado salió al balcón del Palacio Real y dio la bendición con la sagrada custodia al pueblo congregado en la Plaza de la Armería, acompañado por los compases de la Marcha Real. Un atronador saludo de los clarines del Cuerpo de Caballería, las trompetas del de Artillería, las salvas de los cañones y los vítores lanzados por miles y miles de gargantas entusiastas respondió a este último acto que puso broche de oro a la procesión. El Santísimo fue reservado en la Real Capilla de Palacio.

Al día siguiente, viernes 1º de julio, se organizó una excursión a Toledo, a la que asistieron más de siete mil congresistas, encabezados por Su Beatitud Paul Petros XIII Terzian, patriarca de Cilicia (Armenia), y varios otros prelados españoles y extranjeros. En la catedral primada asistieron a la celebración de un pontifical en rito mozárabe y más tarde recibieron la hospitalidad de las autoridades y vecinos de la Ciudad Imperial, cuyos principales monumentos fueron admirados visitados por los visitantes. El cardenal legado, arzobispo primado, ofreció a los prelados presentes un banquete en su palacio.

El sábado 2, tuvo lugar una solemne vigilia general extraordinaria en la Basílica del Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. Presidida por el cardenal Aguirre desde su trono en el presbiterio, comenzó a las diez de la noche y se prolongó hasta las tres de la madrugada del domingo día 3, cuando dio comienzo la misa de comunión general, en la que tomó parte Su Majestad la reina doña Victoria Eugenia, llegada expresamente desde La Granja. Pasadas las cuatro de la madrugada empezó a organizarse la procesión de las distintas adoraciones nocturnas, que recorrió La Lonja de El Escorial, homenajeando al Santísimo Sacramento llevado por el cardenal Aguirre y que duró unas tres horas. Desde un altar improvisado y cuajado de flores y cirios dio el legado papal la bendición con la custodia, haciendo la reserva en la Real Basílica. Con estos actos llegó a su fin el XXII Congreso Eucarístico Internacional de Madrid. Como coronamiento del mismo se realizó el día 7 de de julio una peregrinación a Villarreal en Castellón para visitar el sepulcro del franciscano san Pascual Baylón, patrón de los congresos eucarísticos, venerado en la Real Capilla del convento de Clarisas.

Unos días más tarde, el 10 de julio, escribió san Pío X: «Parece que la España católica se propuso demostrar, teniendo por testigos a preclaros varones procedentes de todo el mundo, que en el amor a Jesucristo y en el culto de su religión, que toda se ordena a la Eucaristía, a nadie cede el primer lugar, y esto se vio plenamente demostrado por el gran número de personas de todas condiciones que, siguiendo el ejemplo del Rey Católico, dieron públicamente claras muestras de su piedad. Nos alegramos también de que, como fruto insigne del Congreso, se haya celebrado una solemne Vigilia por los piadosos adoradores nocturnos en el templo de El Escorial, no ignorando tampoco que con esta ocasión dio la Real Familia nuevas muestras de su piedad». Pero se ve que el Congreso matritense produjo una honda impresión en el Papa, ya que aún en la alocución consistorial del 27 de noviembre, lo evocaba nuevamente ante el Sacro colegio, encomiando su celebración, que “en modo alguno desdecía en esplendor de las magníficas reuniones de Londres, Colonia y Montreal” y durante la cual “toda la nación española postró a los pies de Jesucristo, todos los ´´ordenes de la sociedad civil, desde los más ínfimos a los más altos, ilustrados por el ejemplo del Rey Católico con su augusta Casa”. Cabe recordar que en esta ocasión creó san Pío X cardenales a dos españoles: don José María Cos y Macho, arzobispo de Valladolid, y don Enrique Almaraz y Santos, arzobispo de Sevilla, así como el nuncio apostólico en España, monseñor Antonio Vico.

Un recuerdo perenne del Congreso Eucarístico lo constituye el celebérrimo himno oficial que lleva por título “Cantemos al Amor de los amores”. Escrito por el R.P. Restituto del Valle Ruiz, agustino de El Escorial (1835-1930) y puesto en música por el maestro Ignacio Busca de Sagastizábal, organista guipuzcoano de San Francisco el Grande de Madrid (1868-1950), esta pieza –que fue primitivamente llamada “A Cristo Jesús”– ganó el certamen organizado por la comisión que presidía Menéndez y Pelayo para dotar al Congreso de un himno. Aunque cada una de estas asambleas tiene el suyo propio, el de Madrid de 1911 ha atravesado las décadas y las fronteras y se sigue cantando con la misma emoción con la que fue ejecutado durante la gran procesión eucarística del 29 de junio de aquel año y no sólo en España sino en todo el ámbito hispano. Como colofón de esta breve reseña, he aquí su texto, henchido de devoción eucarística y que es como un monumento a la fe imperecedera de la España católica:

CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

Cantemos al Amor de los Amores
cantemos al Señor:
Dios está aquí, ¡venid adoradores,
adoremos, a Cristo Redentor!

¡Gloria a Cristo Jesús,
cielos y tierra, bendecid al señor
honor y gloria a Ti, rey de la gloria
amor por siempre a Ti
Dios del Amor!

Por nuestro amor oculta en el sagrario,
su gloria y esplendor;
para nuestro bien, queda en el santuario,
esperando al justo y pecador.

¡Gloria a Cristo Jesús, etc.

Unamos nuestra voz a los cantares
del Coro Celestial;
Dios está aquí, al Dios de los Altares
alabemos con gozo angelical.

¡Gloria a Cristo Jesús, etc.

Los que buscáis solaz en vuestras penas
Y alivio en el dolor:
¡Dios está aquí y vierte a manos llenas
Los tesoros de divinal dulzor!

¡Gloria a Cristo Jesús, etc.

Que abrase nuestro ser la viva llama
Del más ferviente amor;
¡Dios está aquí: está porque nos ama
Como Padre y Amigo bienhechor!

¡Gloria a Cristo Jesús, etc.

Cantemos al Amor de los amores,
Cantemos sin cesar:
Dios está aquí, ¡venid adoradores,
adoremos, a Cristo en el altar!

¡Gloria a Cristo Jesús, etc.