6.12.11

 

En el cristianismo, en todas sus ramas, hay un prototipo de personaje eclesiástico que tiene por costumbre subirse al carro de cualquier moda progre que esté de moda en el mundo. Y además, ese personaje tiende a adornar con palabras rimbombantes y pretendidamente evangélicas su apoyo a causas que, en el fondo, no son sino la careta con el que la izquierda antisistema se presenta.

Por ejemplo, el pacifista progre -que suele dejar en un cajón cerrado con llave su pacifismo cuando quien destroza cráneos ajenos es una dictadura comunista o islamista- no necesita acudir a las bienaventuranzas para justificar su proceder. Pero no hay movida pacifista a la que no se pegue un eclesiástico que suelta aquello de “bienaventurados los pacíficos“. El ecologismo no podía ser menos y cada vez hay más religiosos que compran el discurso catastrofista y “nuevaerista” de ese movimiento. Y cuando aparece un movimiento como el de los indignados, allá asoman los de siempre a asegurar que Cristo hoy sería un perroflauta.

Son los herederos eclesiales del Mayo del 68 francés. Los hay católicos, los hay protestantes y probablemente los haya también ortodoxos, aunque a estos, de existir, se les conoce menos.

Ni que decir tiene que siempre hay un fondo de razón en todos los que son pacifistas, ecologistas e indignados. Las guerras son un cáncer permanente en la humanidad. El cuidar del planeta, y no dejarlo hecho un asco a las futuras generaciones, es un deber. Y el indignarse por la crisis económica y la incapacidad de la clase política es lógico. Pero el cristiano, y no digamos nada si pretender ser pastor del rebaño, debe de saber que la solución viene del evangelio, no del pelagianismo de vía estrecha de todos esos movimientos.

De vez en cuando, esos personajes eclesiales cruzan la línea del sentido común y se lanzan a soltar discursos que rozan la estupidez. Si tuvieran edad para ello, se subirían en las barcazas de Green Peace para molestar a los balleneros. Se encadenarían a unas vías del tren para impedir que un tren con residuos nucleares llegue a su destino. Ocuparían un hotel cerrado para luego hacerse las víctimas cuando la policía les desaloja. Son eclesiásticos que han confundido su papel. Son los tontos útiles de los movimientos antisistema de tendencia izquierdista.

Luis Fernando Pérez