11.12.11

 

Es Cardenal y Arzobispo de Madrid. Y además, por voluntad de la mayoría de los obispos españoles, presidente de nuestra Conferencia Episcopal por cuatro trienios, algo sin parangón, no ya en España sino creo que en el mundo entero. Para colmo, es uno de los principales “culpables” de que la Iglesia en este país recibiera las gracias propias de un evento como la Jornada Mundial de la Juventud.

Por tanto, para lo bueno y para lo malo -que “haberlo haylo", pero hoy no toca- Su Excelencia Reverendísima D. Antonio María Rouco Varela es el referente principal de la Iglesia en España de principios del siglo XXI. Hay otros cardenales y obispos destacados, sin duda, pero él ha brillado con luz propia. De hecho, dada su presencia en el dicasterio donde se ayuda al Papa a elegir obispos, creo que el cardenal gallego es también en buena parte responsable de que los nombramientos episcopales para las diócesis españolas hayan mejorado bastante las cosas en relación a lo que había antes. Por supuesto, esto último es opinable, pero como en este prado nos conocemos todos, se entiende bien lo que quiero decir.

El caso es que al cardenal Rouco se le ocurrió decir en la homilía que predicó en la Misa con motivo de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción que sería bueno que “la conciencia guiada por la Ley de Dios, iluminada por el evangelio de Cristo, animada por su gracia y por su amor, un elemento y un órgano decisivo en el comportamiento no sólo personal y privado nuestro, sino en el comportamiento, en la acción y en las actividades públicas que nos afectan a todos".

Que un cardenal pida que la ley de Dios marque decisivamente la vida de las personas y de las sociedades debería ser lo más normal del mundo. Por supuesto, los que no son ni cristianos ni católicos no estarán de acuerdo con que ocurra tal cosa, pero incluso muchos de ellos no encontrarán nada raro en las palabras del arzobispo de Madrid. Sin embargo, hay determinado tipo de personajes que cada vez que el Papa o un obispo osa decir que la sociedad que se aleja de Dios va hacia el abismo y que es necesario volver a poner los ojos y los corazones en el Creador, se enfadan. No sólo no tienen la más mínima intención de hacer caso a lo que dicen los pastores de la Iglesia, sino que se manifiestan públicamente contra su “descaro” por afirmar aquello que deben afirmar.

Dejo a un lado a los que no pretenden ser católicos y me centro en quienes a la vez que afirman serlo, se convierten en los tontos útiles del laicismo radical que desea que la fe católica quede reducido al ámbito de lo particular, sin influencia alguna en la legislación por la que nos gobernamos. Por lo general, ese tipo de católicos odian todo lo que el catolicismo ha sido durante la mayor parte de los 20 siglos largos de su historia. Son tan mundanos que viven felices y encantados de la vida en una sociedad que, a ojos vista, ha renunciado a sus raíces cristianas. Es más, proponen y trabajan con celo cuasi apostólico para lograr que la secularización se enseñoree de la propia Iglesia. Por eso, cuando un pastor osa apelar a la necesidad de que la ley divina sea tenida en cuenta, se revuelven cual endemoniado sobre el que se echa agua bendita.

A decir verdad, el cardenal Rouco no ha hecho otra cosa que repetir algo que el Papa Benedicto XVI lleva diciendo durante todo su pontificado. Y que no es muy distinto de lo que los Papas que le precedieron en la Cátedra de San Pedro enseñaron. Quien ataca al arzobispo de Madrid por pedir que la ley de Dios influya en nuestra sociedad, ataca al Papa, ataca a la Iglesia y ataca al Señor. Pero a estas alturas de la película no vamos a sorprendernos de que unos y otros hagan lo que vienen haciendo desde hace años. Unos vemos con agrado el que nuestros pastores hablen claro a los fieles y a la sociedad. Y de hecho, desearíamos que lo hicieran con más frecuencia. Otros se dedican a la labor de quintacolumnismo del anticlericalismo y el laicismo radical. Dios nos juzgará a todos.

Luis Fernando Pérez Bustamante