14.12.11

 

España tendía hoy en sus hogares y en sus calles 113.031 más de críos de menos de un año si no fuera porque sus madres, voluntariamente o forzadas, decidieron poner fin a sus vidas antes de nacer. Para que nos hagamos idea de lo que supone esa cifra, diré que es más o menos el doble de la población total de la capital de provincia en la que vivo: Huesca.

A falta de saber el número total de embarazos que se dieron en este país en el 2010, creo que podemos aventurar que la tasa de embarazo/aborto se habrá incrementado ligeramente. Una de cada seis gestaciones acaba en el cubo de la basura de las clínicas abortistas, que son el negocio más infame que haya conocido la humanidad en toda la historia. Quienes trabajan y/o se lucran matando seres humanos antes de nacer merecen no solo el mayor de los desprecios sociales -no es el caso-, sino el ticket de entrada a la caldera más caliente y ponzoñosa del infierno -sí es el caso-. Para deshacerse de ese ticket es necesaria la conversión, tal y como le ocurrió a Abby Johnson, que pasó de ser directora de una de esas clínicas a defender el derecho a nacer. No me convence lo que Johnson dice sobre la gente que trabaja en esos centros, pero en todo caso hay que agradecerle su labor en favor de la vida.

El problema con este tipo de cifras de abortos es que muchos pueden tener la tentación de acostumbrarse a ellas. Son ya como parte del paisaje. Se ve como natural que el aborto sea la guinda del pastel mortífero del suicidio demográfico que sufre España. Vivimos en una sociedad tan enferma que se niega a tener hijos y los mata cuando vienen de forma inesperada. No hace falta ser profeta de calamidades para aventurar a dónde nos conduce este camino.

Un cristiano no puede vivir impasible en medio de tanto pecado nefando, en medio de tanta crueldad y miseria moral. Es tal la cantidad de abortos que se practican en este país, que es difícil que no conozcamos a alguien involucrado en alguno. La Igleisa pena con excomunión ese delito, pero como la sociedad se ha descristianizado, de poco valen esa pena canónica. Para colmo, vemos como algunas diócesis se empeñan en seguir en patronatos de hospitales donde se aborta. Yo ya no sé qué más debemos decir para que el Cardenal Sistach y el obispo Saiz Meneses se dignen a hacer lo que cualquier fiel con un mínimo de sensibilidad provida haría. Ellos son responsables de que haya gente que acuse a sus diócesis de complicidad con el aborto. Y no se me ocurre una acusación más grave a día de hoy, mientras la Iglesia en el mundo entero lucha contra esa lacra. Creo sinceramente que Roma debería intervenir.

Lo peor de todo es que no se ve en lontananza un cambio en la tendencia proabortista de este país. Si el PP volviera a la anterior ley -tengo que verlo con mis ojos para creerlo- todo seguiría igual, a menos que se decidiera aplicarla estrictamente. Mientras haya una legislación que deja la puerta abierta a abortar por diversas razones, quienes abortan sabrán mentir para lograr que sus casos encajen en dichas razones. Quien no tiene escrúpulos para matar a su hijo no nacido, menos los va a tener para mentir. Si el próximo gobierno quisiera de verdad hacer algo para empezar a concienciar a la sociedad de lo que es el aborto, puede utilizar la televisión pública para mostrar cómo se practica. Incluso se pueden enseñar en los colegios. Una imagen vale más que mil palabras. Muestren las imágenes del aborto y al menos conseguiremos que haya cada vez menos gente que tenga la poca vergüenza de defender públicamente esa masacre.

Luis Fernando Pérez Bustamante